8

ARAÑA

Año del Tercer Círculo (1472 CV)

Delthuntle

-¿A

dónde habrá ido? —gritó el adolescente, haciendo un derrape para detenerse.

Había doblado la esquina del edificio pisándole los talones, con la esperanza de alcanzar al ladronzuelo en un par de zancadas. Sin embargo, el escurridizo halfling se había esfumado sin más.

—¡Atrápalo! —gritó apurándolo el amigo del adolescente.

Del otro lado de la calle, un grupo sentado a una mesa frente a la pescadería se reía de los dos y de los que venían jadeando tras ellos… y se rieron a carcajada limpia de los demás grupos de chavales que aparecieron por el lado contrario del edificio, aparentemente para cortarle el paso al halfling que escapaba.

El primer chico, el líder del grupo, miró con mala cara al grupo de comensales, lo cual, por supuesto, no hizo más que aumentar el volumen de sus carcajadas. Uno de ellos señaló hacia arriba. El jefe de los adolescentes se alejó del edificio y miró hacia arriba también, y allí estaba su presa, moviéndose con facilidad y rapidez de una a otra cornisa, cerca ya del tejado.

—¡Espera ahí, rata! —gritó el adolescente, y saltó para agarrarse al tejadillo de una ventana, luego empezó a subir.

Aunque la subida no era fácil, tardó apenas unos minutos en alcanzar lo que parecía un callejón sin salida, igual que su compañero que había hecho un esfuerzo semejante para escalar la pared.

—¿Qué pasa? —preguntó un tercer componente del grupo, a la vista de que el alevín a la fuga avanzaba con facilidad por la cornisa del tejado, mientras los dos chicos humanos, mayores, más altos y más fuertes, e incluso una elfa situada al otro extremo, no podían ni empezar a escalar el elevado edificio.

—¡Eres una rata! —gritó el jefe de la pandilla a la figura que se esfumaba mientras bajaba hasta el suelo.

—Es más bien una araña —opinó uno de los hombres del otro lado de la calle, y todo el grupo se rio con fuertes carcajadas a costa de los frustrados adolescentes.

—Una araña —repitió convencida la ágil y encantadora jovencita elfa, que se había rendido ante la perspectiva de escalar aquella imposible pared y se reunió con sus amigos—. Ese pequeñajo puede escalar lo que sea.

—Reptará por el barro tratando de zafarse de debajo de mi bota cuando lo pesque —prometió el líder del grupo.

—Bah, olvídate de él —dijo la elfa al tiempo que levantaba la vista hacia la cornisa con una expresión admirativa en su cara—. No es más que un niño. No creo que tenga más de ocho o nueve años, y es muy inteligente —concluyó con una risita.

El chico la miró al tiempo que movía los labios, pero de su boca no salían palabras.

—Me gusta —dijo la elfa lisa y llanamente—. Hace que parezca divertido. Y sólo se llevó tu silbato.

—¡El silbato que me dio mi pa’! —protestó el líder.

Justo en ese instante, el silbato sonó en las alturas, y todas las miradas se dirigieron hacia allí en el instante mismo en que el juguete robado volaba por encima de la cornisa del tejado y caía sobre las manos que el adolescente había tendido para recibirlo.

—Sólo lo hizo para probar que podía hacerlo y sólo porque tú lo tratas fatal —dijo la elfa, y volvió a reírse mientras se alejaba con sus amigos, aunque hizo un alto para repetir lo que había dicho antes—. Olvídate de él. No se aliviará tu bochorno sólo por darle una paliza a un halfling.

—Araña —dijo uno de los hombres sentados a la mesa al otro lado de la calle—. Un nombre apropiado para ese, creo yo.

—Sí, no creo haber visto a nadie escalar la fachada de un edificio con tanta soltura —respondió otro.

—Ni tan rápido —opinó un tercero—. ¡Claro que corría para salvar su pequeña vida!

Eso arrancó algunas carcajadas y la conversación siguió en torno a ese misterioso y pequeño personaje, Araña. De todos modos, Delthuntle era una ciudad bastante grande y nadie conocía la identidad del halfling ni de dónde había venido ni adónde podría ir. A lo largo de toda la conversación, los cuatro que estaban tratando el asunto no dejaban de mirar al quinto componente del grupo, que no había abierto la boca desde el momento en que se habían oído los gritos procedentes de una calle alejada y había aparecido, de pronto, el halfling, Araña.

Este quinto en discordia, a diferencia de los otros cuatro, era también un halfling. Vestido con sedas finas, con una faja a la moda y una extravagante gorra azul, en cuyo frontal lucía una gran insignia de oro, Pericolo Topolino se recostó en su asiento con la relajada confianza que dan la competencia, la experiencia y la sabiduría de la edad.

Esa confianza, a decir verdad, se fundamentaba en buena medida en una bien ganada reputación, porque pocos en Delthuntle se atreverían a enfadar a Pericolo Topolino.

Él mostraba indiferencia, pero no se perdía ni una palabra de las que decían sus compañeros. Sin embargo, nunca les retribuía las miradas, sino que estaba centrado en los rufianes adolescentes de la otra parte de la calle.

—¿Quién es ese? —preguntó finalmente, y los otros cuatro se quedaron mudos de repente, siguiendo con curiosidad el gesto que señalaba al jefe de la banda de adolescentes.

—Bregnan Prus —respondieron dos de ellos a la vez y los otros dos asintieron rápidamente.

—Sí, su ma’ sirve en el palacio de un lord como doncella y él vive en sus tierras —agregó uno.

Pericolo tamborileó con la punta de sus dedos regordetes en la barbilla, imperturbable mientras examinaba a este joven y arrogante rufián que seguía lanzando maldiciones a la cornisa vacía de un tejado.

Un joven rufián, imaginó, que podría necesitar una buena… educación.

—De ese modo no lo vamos a coger nunca —se quejó Pater, uno de los otros chicos.

Bregnan Prus lo miró con odio, haciéndolo retroceder.

—¿Vamos a estar aquí todo el día y además gritándole a una pared? —preguntó otro, saliendo en defensa de Pater, porque sin esa muestra de solidaridad, el furioso Bregnan podría haber empezado a darle de puñetazos, como solía pasar.

—Quiero a esa rata —dijo Bregnan Prus en tono bajo y amenazador.

—¡Es sólo un niño! —protestó la chica elfa, que se había detenido con sus amigos a cierta distancia.

—Salgamos de aquí —sugirió otro de los chicos.

Bregnan Prus se tomó un instante para mirar amenazadoramente a la elfa, pero estuvo de acuerdo y se llevó a los labios su recuperado silbato, emitiendo una nota aguda para reunir a todos los miembros de su pandilla.

Sin embargo, interrumpió en seguida el sonido y en su cara apareció una curiosa expresión que primero fue de amargura, luego de confusión y finalmente de terror. Su cara se retorció de una extraña manera, y a los otros, sus amigos más cercanos y el grupo de chicas, les llevó un tiempo comprobar que no importaba lo acusadamente que Bregnan retorciera sus músculos, ¡sus labios no soltaban el silbato!

—¡Cola de ostra! —gritó Pater asombrado, y todos los demás carraspearon una y otra vez, luego empezaron a soltar unas risitas, y después empezaron a reírse a carcajadas.

Porque no cabía la menor duda: Araña, o comoquiera que se llamara el pequeño ladrón, había revestido furtivamente el silbato con una sustancia que se extrae de un molusco que se encuentra en un lugar concreto del Mar de las Estrellas Fugaces, un sellador pegajoso y tenaz conocido como cola de ostra, que es bastante inocua hasta que entra en contacto con el agua, o, en este caso, con la humedad de los labios de Bregnan.

Bregnan Prus gruñó repetidamente, arrancando ligeros pitidos involuntarios del silbato, y todo ello sirvió de gran diversión a quienes lo observaban.

—Pues tendremos que ir a por él —opinó Pater, sin dejar de reírse entre una palabra y la siguiente—. No hacemos nada aquí de pie.

Bregnan Prus le dio un puñetazo en toda la boca y le pitó repetidas veces cuando lo hizo, pero nadie podía decir si lo hizo a propósito o por descuido.

Unos días más tarde, Regis apoyó la espalda contra la pared y respiró hondo. Había sido él quien, a propósito, había llevado el conflicto hasta ese punto. Esta era una prueba que no iba a fallar. En los días que habían pasado desde lo del robo y el sabotaje del silbato, él había atraído a la pandilla de Bregnan Prus a una cacería, inútil, por supuesto, por las oscuras calles de Delthuntle.

Pero ahora que se acercaba el momento de la verdad, lo sobrevolaban oscuras nubes de duda. Tal vez era demasiado joven y demasiado frágil para esto. Pese a todo su entrenamiento, a sus continuos ejercicios y prácticas, su cuerpo seguía siendo el de un niño, y el de un niño halfling.

Escuchó los gritos cada vez más próximos; lo habían acorralado y no había tejados altos en ese distrito tan pobre a orillas del gran lago. De manera instintiva miró a su alrededor buscando un punto por donde fugarse y, aunque se percató de una clara posibilidad, desechó la idea.

Había provocado a propósito a Bregnan Prus y a los otros y los había llevado hasta ese lugar.

Pero él era un niño de apenas nueve años. Bregnan le doblaba la altura y probablemente también el peso.

—Puedes hacerlo —susurró Regis, y pensó en Drizzt y Catti-brie, en Wulfgar y en Bruenor, y en el papel que siempre había desempeñado en esa banda. Era cierto que había pasado por momentos en los que resultó útil, en general por accidente, pero la mayor parte de las veces había sido un simple comparsa, escondido en la sombra mientras sus heroicos amigos lo protegían.

No podía seguir siendo así. No lo iba a permitir.

Un grito cercano al almacén donde el joven halfling estaba sentado le indicó que sus perseguidores estaban al caer, de modo que se puso de pie, se sacudió el polvo y dio la vuelta a la esquina para encontrarse con ellos.

Bregnan Prus, que iba el primero, se paró en seco.

Regis ni siquiera pestañeó.

—No hay paredes para escalar, ¿eh, Araña? —se burló el chico que, desde que se había desgarrado los labios para arrancar el silbato, no podía hablar sin emitir un silbido.

Regis echó un vistazo a la izquierda, luego a la derecha, luego se encogió de hombros como si no pasara nada.

—¿Qué crees que voy a ser blando contigo porque no eres más que un niño?

—Dale un buen puñetazo ya —dijo otro del grupo—. ¡Démosle todos!

Esa proposición arrancó algunos síes y adhesiones de los cinco miembros del grupo.

Regis mantuvo la calma, no quería que lo vieran ponerse nervioso, ni siquiera que pudieran oír como se aclaraba la garganta.

A su espalda, el halfling oyó que el otro grupo venía a la carrera, este encabezado por la elfa.

Bregnan Prus se le acercó y lo miró desde su altura.

—Pídeme que no te mate —lo invitó.

Pero Regis levantó la cabeza para mirarlo, le aguantó la mirada, sin pestañear, e incluso consiguió esbozar una media sonrisa.

—¡Es tu última oportunidad! —lo amenazó Bregnan Prus, y agarró a Regis por el cuello de la camisa, o lo intentó, porque el halfling apartó de un rápido manotazo los dedos de Bregnan.

—¡Pequeña rata! —gritó el chico, y lanzó un potente gancho de izquierda contra la cabeza de Regis.

Pero esto no cogió por sorpresa al halfling, que se agachó y retrocedió un paso. Sabía cómo debía contraatacar a continuación, lo había practicado antes un millar de veces, pero se dio cuenta de que no podía.

Bregnan Prus no se detuvo y lanzó una retahíla de golpes, aunque todos muy torpes, y Regis los evitó una y otra vez.

—¡Es sólo un niño! —oyó que decía a su espalda la chica elfa.

A Regis le caía bien y, por alguna razón, el sonido de su voz lo envalentonó.

—Es el último aviso —dijo de pronto Regis en voz alta, y se apagaron todos los murmullos.

Bregnan Prus se quedó inmóvil también y lo miró fijamente con un gesto de incredulidad.

—Hasta ahora ha sido sólo un juego —aclaró Regis—. Marchaos.

—¿Qué?

—Tú eres un ogro torpe —dijo Regis—. Te avergoncé una vez delante de tus amigos. ¿Quieres que lo haga de nuevo?

Bregnan Prus emitió un extraño e ininteligible sonido y saltó sobre Regis agitando los puños. Pero Regis también se movió siguiendo la maniobra que había practicado repetidamente, día y noche. Se tiró a los pies del adolescente, se giró y rodó, y el chico mayor, que se había adelantado unos pasos, trató de sentarse a horcajadas sobre él para que no pudiera intentar ponerle la zancadilla.

Pero eso era lo que pretendía y cuando Bregnan Prus con movimientos torpes se disponía, abierto de piernas, a sentarse sobre el halfling hecho un ovillo, Regis rodó para ponerse boca arriba, la nuca y la espalda pegadas al suelo. Con ese soporte, extendió a un tiempo ambas piernas y le propinó un golpe de lleno en la entrepierna al adolescente.

Bregnan Prus lanzó un grito y un gruñido, y trató de avanzar, pero Regis inició un furioso pataleo, alternativamente con la pierna derecha y la izquierda, golpeando con los tobillos, uno después del otro, la sensible espalda del chico.

Bregnan Prus dio un extraño salto y siguió intentando apartarse hacia un lado. Se llevó las manos a la entrepierna para cubrirse, sin dejar de aullar. Demasiado tarde, según comprobaron él y su asaltante, porque el pie de Regis impactó perfectamente, obligando al chico mayor a ponerse sobre las puntas de los dedos de los pies e incluso levantándolo del suelo.

Regis se encorvó y giró en redondo para coger el pie retrasado de Bregnan Prus, que trataba de zafarse a toda costa. El escurridizo halfling ya tenía todo el apoyo que necesitaba y se empleó a fondo aferrándose a la otra pierna de Bregnan Prus y tirando fuerte.

El adolescente se estampó contra el suelo.

Regis se reacomodó y sujetó al muchacho caído por los muslos, saltando sobre su espalda y cayendo espectacularmente de rodillas.

Fue a por la peluda cabeza del chico y casi la había alcanzado cuando fue barrido hacia un lado por un placaje. Entonces rodó por el suelo y lanzó puñetazos, mordió y escupió, pero el chico que tenía encima era demasiado fuerte y pesado para él. Vio venir un fuerte puñetazo y levantó la mano para bloquearlo, pero la potencia del golpe la llevó por delante y además de romperle la nariz lo dejó despatarrado en el suelo.

—¡No es más que un niño! —vociferó la chica elfa.

Pero Bregnan Prus le respondió ordenando, con una voz ronca y dolorida:

—¡Mátalo!

De pronto había dejado de ser un juego, o una lucha de jóvenes por lograr el poder, ya que en el tono de Bregnan Regis percibió, sin la menor duda, una grave sentencia de muerte.

Había subestimado a este grupo; no se había dado cuenta de lo duras que podían ser las calles de Delthuntle.

Trató de liberarse y echar a correr, pero lo apresaron de nuevo, y el siguiente puñetazo lo hizo dar vueltas o, para ser exactos, hizo que el mundo diera vueltas a su alrededor.

Sintió que lo ponían de pie, luego lo suspendían en el aire, y un fuerte puñetazo, un mazazo que le propinó Bregnan Prus, lo dejó inconsciente.

Pericolo Topolino golpeó la mesa con su bastón rematado en marfil para llamar la atención de la pescadera, que, desde luego, se puso en seguida de pie al reconocer al halfling.

—Abuelo —dijo, inclinándose en una profunda reverencia.

—Tienes un gran surtido de ostras de aguas profundas —destacó el refinado halfling.

S-sí, abuelo —tartamudeó—. Y bien frescas. Me las acaban de traer hoy.

—Las barcas están en los Bancos Arenosos, pescando lubinas —dijo Pericolo.

Desde luego, no estaba sorprendido por lo de las ostras, ni tenía la menor duda de que fueran frescas. Después de todo, sus informantes lo habían dirigido a ese lugar y por esa razón, precisamente.

La pescadera tartamudeó como si la hubiera puesto entre la espada y la pared.

—Entonces, se trata de un buceador independiente —razonó Pericolo—. Uno muy bueno, al parecer.

—Sí, Abuelo.

—¿Estabas aquí el otro día, cuando se produjo un gran revuelo al otro lado de la calle? —preguntó Pericolo amablemente—. ¿El alboroto a causa del silbato?

—Sí, sí —respondió ella, y asintió con la cabeza al tiempo que esbozaba una sonrisa—. Yo fui la que le arrancó el instrumento pegado a los labios a Prus. Pobre chico.

—¿Y el mocoso al que perseguía? —volvió a preguntar Pericolo—. ¿Ese al que llamaron Araña?

La pescadera lo miró con curiosidad.

—Ah, sí, claro —rectificó el halfling—. El nombre se lo puse yo, por eso no lo conocerías por él.

—¿El halfling?

—Sí, el halfling. El que trepó hasta el tejado. Creo que lo conoces.

De repente la mujer se mostró muy preocupada, y sin quererlo echó una mirada a las ostras, revelando su jugada. Desde luego, ese pequeño halfling, esa criatura a la que había dado el nombre de Araña, era para ella una mercancía valiosa, comprobó el astuto Pericolo.

—Dime cómo se llama.

—Usted lo llamó Araña.

—Su nombre real —presionó Pericolo, elevando el tono de su voz lo suficiente como para sugerir una amenaza.

—Yo no lo conozco —respondió ella tragando saliva—. Ni siquiera sé si tiene un nombre, porque su padre no es una persona que se moleste con esas cosas.

Pericolo entornó los ojos.

—¡Es el chico de Eiverbreen! —soltó la mujer de golpe.

—¿De Eiverbreen?

—Eiverbreen Parrafin. Hijo de él y de Jolee, pero ella murió en el parto.

—¿En el de Araña?

—Sí.

—¿Y es un buceador, este pequeñajo?

—Sí, y parece que su madre también lo era.

Pericolo Topolino asintió con la cabeza y apartó la vista, mientras le daba vueltas a la información en su cabeza, y aunque no le prestaba atención a la pescadera, escuchó su profundo suspiro de alivio. Le gustaba provocar eso en la gente.

Apenas levantaba un metro veinte del suelo y podía suscitar esa respuesta en casi todos los habitantes de Delthuntle, y también en muchos otros lugares del barrio más importante de Aglarond.

—Ponme unas cuantas ostras en el cestillo —dijo el halfling jovialmente, echando mano de su monedero.

Le pagó generosamente los moluscos a la pescadera. Efectivamente, ese era el estilo de Pericolo Topolino, provocar una mezcla de miedo y gratitud, porque era una persona a la que había que temer y amar.

Esa era su forma de ser.

Las cosas no estaban saliendo como él había planeado. La maniobra con Bregnan Prus había salido a la perfección y el adolescente todavía andaba torpemente y se doblaba de dolor a cada paso, apenas capaz de no tropezar con su magullada entrepierna.

Pero el chico no había venido solo, por supuesto, y pese a las protestas de la chica elfa, Regis se encontró sensiblemente sobrepasado. Y lo peor era que por más que pudiera asumir la paliza, la situación ya se le había ido de las manos.

No estaban tratando de humillarlo.

Estaban intentando herirlo.

No, tenían intención de matarlo.

Dos chicos lo sostenían por las piernas y, a pesar de que se revolvía y trataba de soltarse, consiguieron abrírselas lo suficiente como para que Bregnan Prus apretara con una mano los genitales de Regis, que se quedó sin respiración.

—¿Duele, verdad, Arañita? —se burló el adolescente, y volvió a golpear al halfling.

Efectivamente, dolía, pero no tanto como había imaginado Regis. Después de todo él era sólo un niño, y esa zona de especial vulnerabilidad no era tan sensible como llegaría a serlo en el futuro.

Sin embargo, eso no le sirvió de mucho consuelo, dado que la paliza no había hecho más que empezar.

Regis empezó a llorar; el cuerpo se le quedó como un guiñapo y los brazos le colgaban muertos a los lados.

Sin embargo, no parecía que aquello fuera a suscitar piedad, y Bregnan Prus dio un paso atrás para coger impulso y estamparle un fuerte puñetazo en plena cara.

Regis esperó y miró furtivamente, y cuando el adolescente empezó a moverse, él echó la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda todo lo que pudo.

Bregnan Prus falló el golpe, y Regis replicó con un quiebro de cintura, levantando la cabeza para mirar alternativamente las caras de los chicos que lo sujetaban por las piernas. Luego disparó las manos hacia ambos lados, golpeando con fuerza con el dedo corazón de cada mano bajo la nariz de sus captores. Uno de ellos gritó y lo soltó, llevándose la mano a la zona lastimada.

Regis salió disparado hacia el lado contrario y giró violentamente, y el segundo adolescente, cogido por sorpresa, perdió el equilibrio y, teniendo la nariz herida como la tenía, no pudo sujetarlo.

El halfling ejecutó una voltereta perfecta y aterrizó en el suelo iniciando una rápida carrera, como si en ella le fuera la vida, hacia la cercana costa.

Bregnan Prus lanzó un aullido a su espalda y Regis no tardó en oír sus pasos a medida que el adolescente y sus amigos se iban acercando hasta pisarle los talones. Se lanzó al agua y buceó hacia el fondo, y casi se quedó fuera del alcance de los perseguidores pero, oh, sorpresa, una mano poderosa lo agarró por el cuello de la camisa.

Lo sacaron del agua y se encontró de frente con la mirada llena de odio del adolescente al que había humillado. Con una risita perversa, Bregnan Prus lo volvió a sumergir y lo mantuvo hundido.

Regis luchó con todas sus fuerzas. En un momento, estuvo con la cabeza fuera del agua el tiempo suficiente para oír los gritos de la chica elfa y rezó para que ella acabara siendo su salvación. Con todo, incluso en esa situación, nunca consiguió tener fuera del agua ni la nariz ni la boca, para poder respirar.

Bregnan Prus no se lo permitía.

Regis siguió luchando mucho más tiempo. Y finalmente intentó un ataque a la desesperada.

Entonces se quedó inerme y dejó que el adolescente y las olas lo movieran a voluntad. Sin embargo, Bregnan Prus seguía manteniéndolo sumergido; no había ni la menor duda de la voluntad homicida del chico.

Regis dejó de luchar. Sabía que podía seguir así mucho tiempo. Podía sumergirse quince, veinte metros y permanecer en el fondo largos períodos mientras recogía ostras para su padre. Desde luego, era un buceador de grandes profundidades, si bien no sabía cómo ni por qué. Seguro que en su vida anterior nunca hubiera podido sumergirse a semejante profundidad y, por supuesto, en su vida anterior habría estado ya muerto, en lugar de estar aparentándolo.

Por fin, el adolescente lo soltó, empujándolo mar adentro. Regis giró la cabeza mientras se alejaba, pero muy levemente, para poder escuchar los sollozos de la elfa, las protestas contra el supuesto asesinato y el desabrido desinterés de Bregnan Prus por todo aquel asunto. Oyó el chapoteo de los adolescentes al salir del agua hacia la orilla y sintió que iba a la deriva, ya que estaba bajando la marea.

De modo que siguió flotando, boca abajo, relajándose en medio del suave flujo y reflujo del tentador líquido que lo rodeaba.

Esbozó una amplia sonrisa, aunque nadie pudo verla, por supuesto. Había llevado a cabo su venganza y, lo que era más importante, había vencido sus miedos. Volvió a oír el tamborileo de sus talones sobre la entrepierna de Bregnan Prus.

Había mirado de frente a la incertidumbre y se había mantenido firme contra el miedo. Claro que casi se muere por esa valentonada y desde luego sólo la suerte —esta asombrosa capacidad para sobrevivir bajo el agua— lo había salvado, pero eso no le importaba a Regis en ese momento.

Se había enfrentado a sus miedos y los había derrotado. Se había metido voluntariamente en la pelea, incluso la había provocado, contra fuerzas aparentemente imposibles de vencer. Puede que no hubiera derrotado a sus enemigos, pero había vencido a su propio miedo y eso, sin duda alguna, era lo más importante.

Pensó en Drizzt y en los demás Compañeros de Mithril Hall. Recordó el papel que a menudo había desempeñado dentro del grupo, el de acompañante, el del desvalido halfling al que hay que proteger.

—Esta vez no —articuló bajo el agua, y de su boca salieron pequeñas burbujas que lo rodearon—. ¡Esta vez no!