EL IRULADOON DE MIELIKKI
Año del Renacimiento del Héroe (1463 CV)
Iruladoon
W
ulfgar se arrodilló a la orilla de la laguna, tratando de asimilar lo que acababa de decirle Catti-brie, intentando dejar atrás la impresión que le había producido su experiencia de renacimiento. No podía ser. En lo más profundo de su corazón, sencillamente, no podía comprender la verdad de la afirmación de la mujer.
—Pero lo sabía —susurró, y aunque lo dijo tranquilamente, sus palabras silenciaron abruptamente la conversación que, a sus espaldas, mantenían Bruenor y Regis referida al mismo misterio, buscándole alguna explicación.
—Lo recordabas todo —le dijo Catti-brie a Wulfgar, y él se dio vuelta para mirarlos a los tres.
—Lo sabía —respondió—. Sabía quién había sido, quién era y de dónde venía. No era un recién nacido…
—No lo eras en lo referente al corazón ni a la mente —explicó ella—. Sólo en cuanto al cuerpo.
—¿Qu’es lo que sabes tú, niña? —preguntó Bruenor.
—Regis y yo hemos estado en este lugar, Iruladoon, durante muchas décadas —empezó a explicar ella.
—¿Quies decir durante cien años? —interrumpió Bruenor, pero Catti-brie negó inmediatamente con la cabeza, como si anticipara la respuesta exacta.
—Un siglo en las tierras que están más allá de Iruladoon, pero sólo unos días dentro —respondió ella—. Este es el regalo de Mielikki.
—O la maldición —murmuró Wulfgar.
—No. El regalo —insistió Catti-brie—. Y no es un regalo que nos hace a nosotros, sino a Drizzt. La diosa ha hecho esto por nuestro amigo.
—¿Qué? —preguntaron al unísono Bruenor y Regis.
—Los antiguos dioses lo sabían —dijo Catti-brie—. Con la llegada de la Sombra, la conexión con el Páramo de las Sombras, la colisión con ese mundo conocido como Abeir y nuestro mundo de Toril… Los antiguos dioses tenían previsto el caos. No todo, a decir verdad, como fue el caso de la caída del Tejido y de la Plaga de los Conjuros, pero desde luego entendieron la verdad de la unión de los mundos.
—Podría ser porque son dioses —susurró Bruenor.
—Y también saben que es un reacomodo temporal de las esferas —dijo Catti-brie—. El advenimiento conocerá su ruptura y ese tiempo, la Secesión, vendrá muy pronto.
—Y yo pensando que estábamos muertos —murmuró Bruenor con sarcasmo, sobre todo dedicado a Regis, pero Catti-brie no estaba escuchando, y no se apartó de su historia.
Entonces adoptó el papel de escaldo, dando mientras proseguía unos pasos muy parecidos a los de la danza que había bailado alrededor de las ramas floridas de Iruladoon la semana anterior.
—Será un tiempo de gran desesperanza y perturbación, de caos y realineamiento, tanto de este mundo como del panteón —pronosticó—. Los dioses reclamarán sus reinos y a sus seguidores; buscarán a sus campeones entre algunos y a otros los convertirán en campeones. Encontrarán premios entre los líderes mortales de Faerun, entre los lores de Aguas Profundas y entre los magos de Thay, entre los jefes de las grandes tribus y entre los héroes del Norte, entre los reyes, ya sean enanos u orcos.
»La mayoría será como siempre ha sido —explicó—. Moradin y Gruumsh mantendrán firmes sus tribus, pero en las fronteras reinará el caos. ¿Quién capitaneará a los ladrones y a quién confiarán los magos sus explosiones arcanas? ¿Y a quiénes elegirán los mortales, afligidos y perdidos, para que les sirvan como vías de su tortuoso viaje cada vez más largo?
—¿Qué? —preguntó Regis obviamente exasperado.
—¿Más acertijos? —gruñó Wulfgar.
Sin embargo, Bruenor captó con más claridad algo de lo que ella quería decir.
—Drizzt —murmuró—. ¿Has dicho afligidos y perdidos? Sí, pero yo lo dejé con esa chica, Dahlia, ¡y seguro que hubo problemas con esa criatura inquieta!
—Afligidos y, así, posiblemente, presas fáciles —agregó Catti-brie.
—Él te ama —se apresuró a responder Bruenor, para tranquilizarla—. ¡Te sigue amando, niña! ¡Siempre te amó!
La carcajada de Catti-brie casi fue una burla del concepto de celos carnales.
—Hablo de su corazón, de su alma, y no de sus deseos físicos.
—Con respecto a eso, Drizzt está con Mielikki —dijo Regis, pero Catti-brie se limitó a encogerse de hombros para desvanecer su certeza.
—Al final, será él quien elija —respondió—. Y tengo plena confianza en que elegirá bien. Pero lo más probable es que su elección le costará… todo. Esa es la advertencia de Mielikki, y este es su regalo.
—¡Bah, pero eso no es susceptible de ser regalado! —intervino Bruenor.
—Mi lugar está en las Moradas de Tempus —insistió Wulfgar, captando el sentido de lo que decía el enano y poniéndose de pie de manera imperativa y desafiante.
—Y la elección es cosa tuya —convino Catti-brie—, porque en ningún caso pediría la diosa semejante servicio al seguidor de otro dios. Mielikki no te pide fidelidad, sino que te ofrece esta posibilidad de elegir.
—¡Estoy aquí atrapado! —argumentó Wulfgar—. ¡No hay elección!
—Eso es —coincidió Bruenor.
—La hay —insistió Catti-brie con una sonrisa que sin duda los desarmó—. Porque este lugar no es permanente; es más, su fin está casi a punto de llegar. El encantamiento de Mielikki, Iruladoon, se desvanecerá muy pronto. Se irá para siempre, sin posibilidad de retorno. De modo que debemos elegir y debemos abandonarlo.
—Como lo intenté yo —recordó Wulfgar.
—En efecto —asintió Catti-brie haciendo un gesto de asentimiento—. Pero tú lo hiciste totalmente a ciegas, sin preparación, sin negociación, y por eso fracasaste. Por suerte para ti la experiencia terminó tan pronto como empezó. ¡Tuviste la suerte de que la comadrona te arrojó sobre las piedras!
—¿Sin negociación? —murmuró Regis para sus adentros, recogiendo la curiosa frase insertada en la explicación de Catti-brie.
La observación de Catti-brie dejó de piedra a Wulfgar. Había estado en los brazos de un gigante, o eso pensaba, pero en realidad eran los brazos de la partera. Y cuando había protestado, cuando había reclamado atención con la voz de un bebé, pero con las palabras de alguien mucho mayor, la horrorizada partera había concluido su labor y lo había soltado, dejándolo caer sobre las piedras calientes que caldeaban la choza.
El recuerdo del agobio de ese terror, de la explosión cuando su blanda cabeza chocó contra la dura roca, lo aturdió una vez más. Se adentró un par de pasos en la laguna y permaneció allí sentado, en las poco profundas aguas, un buen rato antes de arrastrarse hasta la orilla.
—Pues sí —explicó Catti-brie a Bruenor y a Regis mientras Wulfgar avanzaba a trompicones—, me lo reveló todo la diosa. Además, es posible que ella misma incitase a la partera para que destruyera al niño embrujado.
—¡Vaya diosa más compasiva! —opinó Bruenor.
—El ciclo de la vida y de la muerte no es ni compasivo ni despiadado —explicó Catti-brie—. Sólo es. Siempre ha sido así y siempre lo será. Wulfgar no podía abandonar Iruladoon tal como lo intentó; ninguno de nosotros puede hacerlo. Ese no es el pacto ni la elección que nos ofrece Mielikki a nosotros cuatro. Se nos ofrecen dos caminos a partir de este bosque antes de que la magia se desvanezca. El primero es el que eligió Wulfgar, pero con condiciones. —Miró directamente a Wulfgar—. No cumpliste una de ellas y por eso estabas condenado a fracasar.
Wulfgar la miró fijamente con una expresión de desconfianza en su cara.
—El segundo camino es a través de esta laguna —concluyó Catti-brie.
—¿Con qué condiciones? —preguntó Regis.
—Abandonar el bosque, volver a Faerun, exige un juramento de fidelidad a Mielikki.
—¿Estás haciendo proselitismo? —protestó Wulfgar.
—¡Por el culo peludo de Moradin! —protestó también Bruenor—. ¡Te quiero, muchacha, y quiero a Drizzt como si fuera mi hermano, pero no buscaré flores en un claro elegido por Mielikki!
—Un juramento, una misión, no la fidelidad eterna —explicó Catti-brie—. Aceptar la bendición de Mielikki y partir de Iruladoon para renacer en las tierras de Faerun y sólo debéis cumplir una condición: actuaréis del lado de Mielikki en los peores momentos.
—Ten por seguro que no sé lo que significa eso, chica —dijo Bruenor.
—Quiere decir en los peores momentos de Drizzt —aclaró Regis, y cuando los demás clavaron la vista en él, agregó—: Básicamente es un regalo para Drizzt, digamos.
—¿Estás diciendo que Drizzt necesitará nuestra ayuda? —preguntó Bruenor.
Catti-brie se encogió de hombros, como si estuviera desconcertada.
—Parece probable.
—¿Entonces podemos volver para ayudar a Drizzt, signifique lo que signifique eso, pero somos libres de honrar y de servir al dios que elijamos? —preguntó Regis, y era obvio, por el tono de su voz, que la pregunta tenía el único objetivo de ayudar a aclarar las cosas a Bruenor y a Wulfgar, cuyas caras seguían reflejando grandes dudas.
—Cuando el ciclo vuelva a cambiar, cuando volváis a morir, como es seguro que pasará —respondió Catti-brie—, encontraréis vuestro camino hacia el altar del dios que elijáis, hacia la aprobación de ese dios. —Giró en redondo para estar frente a Wulfgar y a la laguna, y agregó—: Desde luego, esa elección es la segunda opción que tenéis ahora. —Y señaló hacia la laguna—. Porque debajo de las aguas de esta laguna hay una cueva, un sinuoso túnel que atraviesa el multiverso hasta las recompensas prometidas a los seguidores devotos. Ahora esa vía está abierta para vosotros, si eso es lo que elegís. Para ti, Wulfgar, el camino al Reposo del Guerrero y al encuentro con los niños y los amigos que conociste en tu tribu y que han muerto antes que tú, o desde que entraste en Iruladoon. Allí te espera un lugar de honor, estoy segura de ello. Para ti, padre mío, está la patria enana y un lugar al lado de Moradin, y será un gran escaño, porque te has sentado en el trono de Gauntlgrym y te has granjeado el favor y el poder del dios. Por ti, Regis, esperan los Campos Verdes, y el deambular por Brandobaris, y que sepas que te encontraré cuando ya no esté en este mundo, y Drizzt nos buscará a ambos, porque las Profundidades Salvajes de Mielikki lindan con los Campos Verdes.
—¿De qu’estás hablando, niña? —preguntó Bruenor—. ¿Estamos muertos o no lo estamos?
—Lo estamos —respondió Regis—. Pero no tenemos que estarlo.
—O podemos estarlo —afirmó fríamente Wulfgar, casi con rabia—. Tal como es el mundo, natural y correcto —al decirlo, sostuvo la mirada de Catti-brie sin pestañear, sin ceder—. Yo viví una buena vida, una larga vida. He tenido hijos. ¡He enterrado hijos!
—No hay duda de que están todos muertos —admitió Catti-brie—. Aunque hubieran sido bendecidos con tu longevidad, debido a las muchas décadas que han transcurrido en Toril desde que entraste en Iruladoon.
Wulfgar hizo un gesto de dolor al oírlo, y en ese instante pareció estar a punto de montar en cólera o de abandonarse a la furia, asimilando la casi incomprensible verdad.
—No se nos pide nada, a ninguno de nosotros —les dijo Catti-brie—. La diosa intervino, por la salud de su favorito Drizzt, pero no nos privará de nuestra libertad para elegir. Yo soy su mensajera aquí y ahora, nada más.
—Pero tú también vuelves a empezar —dijo Bruenor.
Catti-brie sonrió y asintió con un gesto.
—Bueno, si tú retrocedes hasta volver a nacer como un bebé, entonces no es mucho lo que vas a poder ayudar a Drizzt, pienso yo —dijo Bruenor—. ¡No hasta dentro de muchos años!
Ella volvió a asentir.
—La Secesión todavía no es una amenaza para el mundo de Toril. Espero que todavía no se cierna sobre Drizzt la época en la que estará en peligro.
—Entonces, ¿tienes que volver a nacer y crecer de nuevo? —preguntó Bruenor con incredulidad—. ¿Y dónde estarías?
Catti-brie se encogió de hombros.
—En cualquier lugar —admitió—. Naceré de padres humanos, pero en Aguas Profundas o en Calimport, en Thay o en Sembia, en el Valle del Viento Helado o en las islas Moonshaes, no puedo asegurarlo, porque todavía tiene que decidirse. Renacer en el gran ciclo es volar libremente en espíritu hasta que te encuentran y te ligan a un útero apropiado.
—Cuando los druidas se reencarnan, pueden retornar en la figura de diferentes razas, incluso como animales —apuntó Regis—. ¿Voy a abandonar el bosque para convertirme en un conejito, huyendo de los lobos y de los halcones?
—Tú serás un halfling, nacido de padres halfling —le prometió Catti-brie—. Eso estaría más en la línea de Mielikki, y más de acuerdo con las peticiones de la diosa.
—¿De qué manera podrías ayudar a Drizzt si fueras un conejo, memo?
—Puede que tenga hambre —respondió Regis encogiéndose de hombros.
Bruenor suspiró ante la astuta sonrisa del halfling, pero el enano se puso todavía más serio, como era de esperar, cuando se volvió hacia su amada hija. Respiraba con dificultad y trató de hablar, pero negó con la cabeza, vencido por la emoción.
—Yo no puedo hacer esto —saltó de repente, y se le atragantaron las palabras—. ¡Yo hube mi día y m’encontré mi reposo! —lo dijo casi como en estado de frenesí, y miró a Catti-brie con ojos lacrimosos—. Yo m’aseguré mi camino a la silla de Moradin y por eso m’espera la patria enana.
Catti-brie dio unos pasos de lado y avanzó hacia la laguna.
—El camino está ahí.
—¿Y antonces qué va’ pensar mi niña de mí? ¿Que Bruenor es cobarde?
Catti-brie se rio, pero se puso seria rápidamente y se apresuró a darle un fuerte abrazo a Bruenor.
—En esta elección nadie juzga a nadie —le susurró al oído, y se dejó llevar por el acento enano con el que hablaba cuando era muy joven y vivía en los túneles de Battlehammer bajo la cumbre de Kelvin.
—Mi pa’, la tu niña quier’te, y no va’ olviarte.
Apretó el abrazo todavía más, y Bruenor lo retribuyó más apretado aún, aplastando a Catti-brie contra su pecho. Luego, bruscamente, la apartó cogiéndola por los hombros mientras las lágrimas rodaban por sus peludas mejillas.
—¿Vas’ volver a Faerun?
—Desde luego que sí.
—¿Pa’ ayudar a Drizzt?
—Para ayudarlo, ese es mi ruego. Para volver a amarlo, ese es mi ruego. Vivir a su lado hasta desaparecer, ese es mi ruego. La Profundidad Salvaje espera, eternamente, y Mielikki es una anfitriona paciente.
—Yo voy a volver —afirmó sencillamente Regis, sorprendiéndolos a todos y atrayendo las miradas de los tres.
El halfling no se achicó ante aquellas miradas de curiosidad.
—Drizzt volvería por mí —explicó, y no dijo nada más, luego cruzó los brazos sobre su menudo pecho y apretó con fuerza las mandíbulas.
Catti-brie le dedicó una cálida sonrisa.
—Entonces volveremos a encontrarnos, vivos, eso espero.
—¡Oh, por las pelotas de hierro de Clangeddin! —barbotó Bruenor.
Se separó de Catti-brie y apoyó las manos sobre las caderas.
—¿Sin barba? —preguntó.
Catti-brie sonrió, viendo con toda claridad en qué iba a terminar eso.
—¡Bah! —gruñó el enano y se dio media vuelta—. Vayamos, entonces. Y si aterrizamos todos en Faerun, ¿dónde nos vamos a encontrar y cómo vamos a hacer para reconocernos, y qué…?
—En la noche del equinoccio de primavera de vuestro cumpleaños número veintiuno —respondió Catti-brie—. La Noche de Mielikki, en un lugar que todos conocemos bien.
Bruenor la miró. Lo mismo hicieron Regis y Wulfgar. Las miradas de los tres ardieron en su interior, había tantas preguntas en el aire, quedaba tanto por responder, pero todos sabían que no era posible obtener respuestas.
—La Cumbre de Bruenor —dijo ella—. La Cumbre de Kelvin en el Valle del Viento Helado, en la noche del equinoccio de primavera. Allí volveremos a reunirnos, si es que no nos hemos encontrado antes.
—¡No! —dijo Wulfgar rotundamente detrás de ella, que dio la vuelta al instante y vio al hombretón adentrándose en la laguna. Su austero gesto se relajó ante las miradas de sus tres amigos—. Yo no puedo —dijo sin alterar la voz.
Bajó los ojos y sacudió la cabeza.
—Mis días a vuestro lado son un tesoro para mí —les dijo—. Y que sepas que una vez te amé —le dijo a Catti-brie—. Pero me gané una vida más allá de nuestra duración natural y volví a mi patria con mi gente, y allí volví a encontrar amor y familia. Ahora todos se han ido, todos… —dijo con la voz quebrada y señaló hacia la laguna pero en realidad señalaba hacia el Reposo del Guerrero, todos lo sabían, el cielo prometido de su dios, Tempus—. Ellos me esperan. Mi esposa. Mis hijos. Perdonadme.
—No hay nada que perdonar —respondió Catti-brie, y Bruenor y Regis también se hicieron eco del mismo sentimiento—. Aquí no hay ninguna deuda por pagar. Mielikki ofrecía esa elección a los amigos más queridos de Drizzt, a los Compañeros del Salón, y tú estás en el grupo. Hasta siempre, amigo mío, y quiero que sepas que también yo te amé una vez y que nunca te olvidaré.
Caminó hacia la laguna, se adentró en el agua y abrazó a Wulfgar afectuosa y amorosamente y lo besó en la mejilla.
—El Reposo del Guerrero será mejor con Wulfgar, hijo de Beornegar, que también espera tu llegada.
Dejó paso a Bruenor y Regis, que también se acercaron a abrazar al bárbaro. Regis, por lo que pudo ver Catti-brie, se apartó rápidamente de la laguna, pero Bruenor miró atrás varias veces mientras avanzaba para reunirse con los otros dos.
Después de un último adiós a Wulfgar, los tres amigos se internaron en el bosque, siguiendo un sendero que los llevaría a un lugar, no sabían a cuál.
Con el agua hasta las rodillas, Wulfgar los vio marcharse. Se permitió recordar los años que había pasado con Bruenor y los demás, las tres décadas, la plenitud de su vida.
«Buenos años», pensó, «entre buenos amigos».
Se dio la vuelta mirando hacia el agua y percibió su reflejo en la laguna, bailando sobre las ondas que había provocado su movimiento. Se vio otra vez como un joven, tal como era cuando corría locas aventuras al lado de Drizzt y de los demás.
Se preguntó si conservaría ese aspecto en el Reposo del Guerrero y si su familia estaría como en sus mejores momentos. ¿Y qué sería de su padre, Beornegar, al que nunca había conocido de joven?
Wulfgar siguió hundiéndose hasta desaparecer bajo las aguas.