El Cuervo

—Ya ves —dijo Will—, para mí es la primera misión sin ayuda… y la última, porque esta es la última defensa que la Luz podrá erigir para prepararse. Se acerca una gran batalla, Bran… Todavía no, pero no está muy lejana. Porque las Tinieblas se están preparando para llevar a cabo el intento extraordinario de dominar el mundo hasta el fin de los tiempos. Cuando eso ocurra, deberemos luchar y deberemos ganar. Pero solo podremos ganar con las armas adecuadas. Eso es lo que hemos estado haciendo, y todavía hacemos, en búsquedas como esta… reuniendo las armas forjadas para nosotros hace mucho, mucho tiempo. Seis Signos mágicos aliados de la Luz: un grial de oro, un arpa maravillosa, una espada de cristal… Los hemos conseguido todos menos el arpa y la espada, y no sé cómo vamos a encontrar la espada. Pero la búsqueda del arpa es mi responsabilidad.

Recogió una ramita de tojo y se sentó a observarla.

—Hace mucho tiempo, se compusieron tres versos —prosiguió— que me indicarían lo que tenía que hacer. Ya no están escritos en ningún sitio, aunque una vez lo estuvieron. Solo permanecen grabados en mi memoria. O, al menos, antes lo estaban… para siempre, según creía. Pero entonces, no hace mucho, estuve muy enfermo y cuando me recuperé los versos se habían evaporado. Los había olvidado. No sé si las Tinieblas tienen algo que ver con esto. Es posible, cuando no era… yo mismo. No pudieron arrebatarme las palabras, pero se las arreglaron para dificultarme su recuperación. Creía que me volvería loco intentando recordarlas. No sabía qué hacer. Algunas partes me venían a la memoria, pero no muchas…, no muchas. Hasta que vi a tu perro.

—Cafall —intervino Bran. El perro alzó la cabeza.

—Cafall. Esos ojos… esos ojos plateados… es como si hubieran roto un hechizo. Y también me han llevado a la Antigua Vía, a la Vía de Cadfan, aquí. Y lo recuerdo. Todos los versos. Todo.

—Es un perro especial —asintió Bran—. No es… normal. ¿Qué versos son?

Will le miró, abrió la boca, la cerró de nuevo y dirigió su mirada hacia las montañas, confuso. El chico del pelo blanco rió.

—Ya sé —añadió—. Por lo que a ti concierne, yo podría pertenecer a las Tinieblas a pesar de Cafall. ¿Es eso?

Will sacudió la cabeza.

—Si pertenecieras a las Tinieblas, lo hubiera sabido sin dudar. Poseo un sentido que me avisa… El problema es que ese mismo sentido que me dice que no perteneces a las Tinieblas, no me dice nada más acerca de ti. Nada. Ni malo, ni bueno. No lo entiendo.

—Ah —se burló Bran—, yo tampoco lo he entendido nunca. Pero te aseguro que soy como Cafall: tampoco soy demasiado normal.

Miró a Will y clavó en él, con reserva, sus ojos de pálidas pestañas. Luego añadió, recitando resuelto con un pronunciado acento gales:

En el día de los Muertos, cuando también el año muere,

Deberá el más joven abrir las más antiguas montañas

A través de la puerta de las aves, donde cae el viento.

Will se quedó petrificado, horrorizado; le miró fijamente. Las olas rompían violentas contra la tierra. El cielo se hacía pedazos. Susurró con voz ronca:

—Ese es el principio. Pero tú no puedes saber eso. No es posible. Solo hay tres personas en el mundo que…

Se detuvo.

El chico del pelo blanco añadió:

—Estaba aquí arriba con Cafall, hace una semana, aquí arriba, donde no hay ni un alma, y nos encontramos con un hombre. Era un hombre extraño, con abundante pelo canoso y una enorme nariz aguileña.

—Ah —murmuró Will despacio.

—No era inglés —continuó Bran—, ni tampoco gales, aunque lo hablaba bien, igual que el inglés… Debía de ser un dewin, un mago, sabía muchas cosas de mí. —Cogió un manojo de helechos, frunció el ceño y comenzó a partirlo en pequeños trocitos—. Muchas. Luego me habló de las Tinieblas y de la Luz. Nunca había oído nada que creyera con tanta convicción, a la primera, sin preguntas. Y me habló de ti. Me dijo que era mi cometido ayudarte en tu búsqueda, pero que —una nota de burla se deslizó de nuevo en su clara voz, perceptible solo durante un instante—, como tú no me creerías, debía aprenderme esas tres líneas, como una señal. Y por eso me las enseñó.

Will alzó la cabeza para mirar el valle con sus difuminadas colinas gris azuladas a la luz del sol, y sintió un escalofrío. La sensación de la existencia de una sombra amenazadora lo embargaba de nuevo, como una obscura nube suspendida sobre él. Entonces declaró, encogiéndose de hombros, eliminando la sospecha de su voz:

—Existen tres versos. Pero los dos primeros son los importantes, por ahora. Las líneas que mi maestro Merriman te enseñó son las primeras.

En el día de los Muertos, cuando también el año muere,

Deberá el más joven abrir las más antiguas montañas

A través de la puerta de las aves, donde cae el viento.

Allí el fuego volará del muchacho cuervo

Y de los ojos de plata que ven el viento,

Y la Luz tendrá el arpa de oro.

Junto al lago Alegre yacen los Durmientes,

En la Vía de Cadfan, donde el cernícalo llama;

Aunque tristes sombras del Rey Gris caerán,

Sin cesar de cantar el arpa de oro guiará

A despertarlos del sueño, exhortándolos a cabalgar.

Se estiró y rascó las orejas de Cafall.

—Los ojos de plata —repitió Bran. Se hizo un silencio solo interrumpido por dos distantes alondras que todavía gorjeaban débilmente en el aire. Había escuchado sin hacer movimiento alguno, con su pálido rostro atento—. ¿Quién es Merriman?

—El hombre que conociste, sin duda. Si te refieres a qué es él, eso es más difícil. Merriman es mi maestro. Es el primero de los Ancestrales, el más fuerte y el más sabio. Creo que no tomará parte en esta empresa. Al menos no en la búsqueda. Todos tenemos muchas cosas que hacer en demasiados sitios.

—El verso hablaba de la Vía de Cadfan. Recuerdo que me dijo otra cosa: me dijo que Cafall te llevaría hasta la vía, y que las dos cosas juntas, el lugar y el mismo Cafall, serían importantes… y luego añadió: «y la vía también, más tarde». Más tarde… Eso quiere decir que todavía no, supongo —suspiró Bran—. ¿Qué significa todo esto?

A pesar de lo extraordinario de su ser, era la pregunta lastimera de un chico muy normal.

—Estaba pensando —dijo Will— que el día de los Muertos podría ser el día de Todos los Santos, ¿no crees? Halloween, cuando la gente solía creer que todos los fantasmas se levantaban.

—Conozco algunos que todavía lo creen —sonrió Bran—. Cosas como esas perduran durante mucho tiempo por aquí. Conozco a una anciana que, en Halloween, deja comida fuera para los espíritus. Dice que se la comen, aunque, si quieres saber mi opinión, probablemente sean los gatos, tiene cuatro. Halloween será el próximo sábado, ¿sabes?

—Sí —asintió Will—. Lo sé. Muy pronto.

—Hay gente que dice que si en Halloween te sientas en el pórtico de la iglesia hasta medianoche, puedes oír una voz que va diciendo los nombres de todas las personas que morirán al año siguiente —añadió Bran, dejando escapar una risita—. Nunca lo he probado.

Pero Will no sonreía mientras escuchaba. Dijo después de reflexionar:

—Has dicho: «El año siguiente». Y el verso dice: «En el día de los Muertos, cuando también el año muere». Pero eso no tiene sentido. Halloween no es el final del año.

—Quizá lo fuera alguna vez —sugirió Bran—. El principio y el final, ambos en vez de diciembre. En Gales, llamamos Calan Gaeafz Halloween, que significa el primer día del invierno. Bastante cálido para el invierno, por eso. Te aviso ahora: nadie me va a hacer pasar la noche en el cementerio de la iglesia de Saint Cadfan, aunque no haga frío.

—Estuve allí esta mañana, en Saint Cadfan —dijo Will—. Eso es lo que me hizo recordar el nombre, de alguna manera, para que viniera a buscar la vía. Pero ahora que recuerdo el verso, he de empezar por el principio.

—La parte más difícil —añadió Bran. Se desanudó la corbata, la enrolló y la apretujó en el bolsillo del pantalón—. Dice:

«Deberá el más joven abrir las más antiguas montañas a través de la puerta de las aves». ¿Correcto? Y tú eres el más joven de los Ancestrales, y estas son, sin duda, las colinas más viejas de Gran Bretaña, estas y las escocesas. Pero la puerta de las aves…, eso es más complicado… Los pájaros construyen sus ponederos y sus nidos por todas partes; las montañas están llenas de pájaros: cuervos, cernícalos, cornejas, águilas ratoneras, chorlitos, reyezuelos, vencejos, bisbitas, zarapitos… Es increíble escuchar el canto de los zarapitos de las marismas en primavera. Mira, aquello es un halcón peregrino. —Señaló hacia arriba, hacia una mancha obscura en el claro cielo azul, que dibujaba lentamente un gran círculo, lejos, sobre sus cabezas.

—¿Cómo lo sabes?

—Un cernícalo es más pequeño, y un esmerejón también. No es un cuervo. Podría ser un águila ratonera. Pero creo que es un halcón peregrino. Aprendes a distinguirlos; son tan escasos ahora que te fijas más… y también tengo mis propias razones, porque a los peregrinos les gusta molestar a los cuervos y, como tú has dicho, yo soy el Cuervo.

Will estudió al chico: había vuelto a esconder los ojos tras las gafas de sol, y el pálido rostro, casi tan pálido como el cabello, no mostraba expresión alguna. Sería difícil saber con seguridad qué pensaba o sentía. Y aun así, allí estaba, formaba parte del esquema: Merriman lo encontró, el maestro de Will, y ahora Will… y aparecía en un verso profético compuesto hacía más de mil años…

—Bran —murmuró a modo de experimento.

—¿Qué?

—Nada. Estaba practicando. Es un nombre curioso, nunca lo había oído antes.

—Solo suena extraño con ese acento inglés tuyo. No es bran como los cereales del desayuno, suena más largo: braaan, braaan.

—Braaaaaan.

—Mejor. —Miró de reojo a Will por encima de las gafas de sol—. ¿Es un mapa lo que asoma por tu bolsillo? Echémosle un vistazo.

Will le tendió el mapa. Bran se sentó en la ladera de la colina y se tendió sobre los susurrantes helechos.

—Veamos —dijo—. Lee los nombres que señale.

Will clavó los ojos obedientemente en su dedo. Vio: Tal y Llyn, Mynydd Ceiswyn, Cemmaes, Llanwrin, Machynlleth, Afon Dyfi, Llangelynin. Leyó con dificultad en voz alta:

—Tally-in, Minia Seeswin, Semejes, Lan-rín, Machinllez, Affon Diffy, Lang-elly-nin.

—Me lo temía —se quejó Bran suavemente.

—Bueno —se defendió Will—, es lo que parece. Ah, espera un momento, recuerdo que tío David dijo que vosotros pronunciáis la efe como una uve. Así que esto sería: Avon Divvy.

—Davvy —rectificó Bran—. Escrito en inglés, Dovey. El Afon Dyfi es el río Dovey, y aquel lugar de allí se llama Aberdyfi, que significa el estuario del Dovey, Aberdovey. La y griega galesa es la mayoría de las veces como la a.

—¿La mayoría de las veces? —preguntó Will con suspicacia.

—Bueno, a veces varía. Pero será mejor que por ahora te quedes con eso. Mira esto. —Rebuscó dentro de su cartera de piel y sacó un cuaderno de escuela y un lápiz. Escribió: «Mynydd Ceiswyn»—. Esto —dijo— se pronuncia Manad Kais-uin. Venga, léelo.

Will lo leyó, fijándose con incredulidad en la ortografía.

—Aquí tenemos tres casos —explicó Bran mientras escribía. Parecía divertirse—. La de doble suena siempre sonora, pero es un sonido suave. Después, la ce es siempre fuerte en gales. Igual que la e. Y la uve doble galesa es como el sonido u, casi siempre. Por eso Mynydd Ceiswyn se pronuncia Manad Kais-uin.

—Pero debería ser «an» al final, no «in», porque tú has dicho que la y galesa era como la a —protestó Will.

Bran ahogó una risita.

—Vaya retentiva. Lo siento. Es una de las excepciones. Tendrás que habituarte a ellas si quieres pronunciar bien los lugares. Después de todo, no podrás quejarte de que no seamos coherentes, no cuando vuestro viejo inglés está lleno de casos que se escriben igual y se pronuncian de tres formas diferentes.

Will cogió el lápiz y copió del mapa Cemmaes y Llangelynin.

—De acuerdo —dijo—. Si la ce es fuerte, entonces debe ser Kem-aes.

—Muy bien —le felicitó Bran—. Pero una ese fuerte, no suave. Leído rápido tenemos Kemmess.

Will suspiró, fijándose en el siguiente ejemplo.

—Ge fuerte y el sonido y. Así que… Lan-guel-an-in.

—Te acercas —le animó Bran—. Solo te falta aprender el sonido que muchos ingleses no son capaces de pronunciar. Abre la boca un poco y apoya la punta de la lengua contra la cara interior de los dientes. Como si estuvieras a punto de decir lan.

Will le dirigió una mirada inquisitiva, pero hizo lo que le proponía. Luego torció los labios hacia arriba y puso cara de conejo.

—Basta —farfulló Bran—. No pongas esa cara, hombre. Mientras mantienes ahí la lengua, deja escapar el aire por los lados. Por ambos a la vez.

Will lo hizo.

—Eso es. Ahora, di la palabra lan, pero emite un pequeño soplido antes de pronunciarla. Así: lian, lian.

—Lian, lian —pronunció Will, sintiéndose como una máquina de vapor y deteniéndose maravillado—. ¡Eh, eso ha sonado gales!

—Bastante bien —asintió Bran con aire crítico—. Tendrás que practicar. De hecho, cuando un gales lo pronuncia, su lengua no está bien, bien en esa posición, y el sonido proviene de ambas partes de la boca, pero no está mal para un Sais. Lo harás bien. Y si te cansas de practicar, puedes hacerlo a la manera inglesa.

—Ya es suficiente —declaró Will—. Suficiente.

—Solo una más —pidió Bran—. No creerías la forma en que la gente pronuncia esta. Bueno, sí, tú sí, porque ya lo haces.-Escribió: «Machynlleth».

Will gruñó y tomó aliento.

—Bueno… tenemos la y… y la elle

—Y la ce hache es un poco velar, como cuando los escoceses pronuncian loch. Como si fuera desde el fondo de la garganta.

—¿Por qué la gente se complica tanto la vida? Mak… an… lleth.

—Machynlleth.

—Machynlleth.

—No está mal.

—Pero el mío no suena como el tuyo. El tuyo suena más húmedo. Como el alemán. ¡Achtung! ¡Achtung! —Will vociferó de repente a grito pelado, y Cafall se levantó de un salto y ladró, moviendo la cola.

—¿Sabes alemán?

—¡Por Dios, no! Lo he oído en alguna película antigua. ¡Achtung! ¡Machynlleth!

—Machynlleth —dijo Bran.

—Ya ves, el tuyo suena más húmedo. Baboso. Supongo que los bebés galeses babean un montón.

—Largo de aquí —contestó Bran intentando agarrarle, mientras Will se zafaba de él. Se alejaron montaña abajo, riendo, en un desbocado zigzag, mientras Cafall saltaba alegremente a su lado.

Pero, a medio camino, Will tropezó y redujo el ritmo. De repente se sintió mareado, sin fuerza en las piernas. Se dirigió tambaleante hacia una pared cercana y se apoyó contra ella, respirando con dificultad. Bran le gritó alegre por encima del hombro mientras corría con la cartera al viento. Al verlo, también redujo el ritmo, se detuvo, miró hacia atrás y volvió.

—¿Estás bien?

—Creo que sí. Me duele la cabeza. Son las malditas piernas, se me cansan con facilidad. Supongo que todavía tengo que recuperarme. Estuve enfermo durante un tiempo…

—Lo sé, tendría que haberlo recordado —dijo Bran incómodo y enfadado consigo mismo—. Tu amigo, el señor Merriman, me explicó que habías estado más enfermo de lo que nadie pudiera imaginar.

—Pero él no estuvo a mi lado —replicó Will—. Bueno. No es que importe, por supuesto.

—Siéntate —le recomendó Bran—. Coloca la cabeza entre las rodillas.

—Estoy bien. De verdad. Solo tengo que recuperar el aliento.

—Estamos muy cerca de casa, o deberíamos estarlo, a solo unos cuantos metros siguiendo por ese camino.

Bran trepó a la alta pared de piedra para tener una visión más amplia.

Pero, de pronto, mientras estaba allí subido, llegó hasta ellos un furioso alarido y los ladridos de unos perros que provenían de la otra parte de la pared. Will vio como Bran se erguía y bajaba la vista, desafiante. Hizo un esfuerzo por levantarse para atisbar por encima del borde de la pared, a través de los pies de Bran, y vio a un hombre que se acercaba a media carrera, gritando y agitando un brazo con violencia. En el otro brazo cargaba con lo que parecía una escopeta. Cuando estuvo junto a ellos, empezó a hablarle a Bran en galés. Will no lo reconoció a la primera porque no llevaba gorra y la enmarañada cabellera pelirroja no le era familiar. Luego cayó en la cuenta de que era Caradog Prichard.

Cuando el granjero hizo una pausa para respirar, Bran dijo con claridad, usando el inglés intencionadamente:

—Mi perro no caza ovejas, señor Prichard. Y, de todas formas, no está en sus tierras, está sobre esta parte de la pared.

—¡Te digo que ese perro es un bribón y que ha estado molestando a mis ovejas! —escupió Prichard con ferocidad, farfullando de rabia. Su inglés era sibilante, impregnado de un fuerte acento gales—. Él y ese maldito zorrero negro de John Rowlands. Si los pesco, te aseguro que les pegaré un tiro, vaya que sí. Y tú y tu pequeño amigo inglés, será mejor que también os mantengáis alejados de mis tierras si sabéis lo que os conviene. —Los pequeños ojos en su rostro rollizo y encendido se clavaron rencorosamente en Will.

Will no dijo nada. Bran no se movió, se quedó allí quieto y miró al furioso granjero. Añadió con suavidad:

—Tendrá mala suerte si dispara a Cafall, Caradog Prichard. —Se pasó una mano por los níveos cabellos, llevándolos hacia atrás, en un gesto que a Will le pareció afectado—. Será mejor que vigile sus ovejas de cerca —añadió Bran— antes de culpar a los perros por algo que hacen los zorros.

—¡Zorros! —replicó Prichard con desdén—. Reconozco el trabajo de un zorro cuando lo veo, y el de un perro vagabundo también. Manteneos lejos de mis tierras, los dos.

Pero ya no miraba a Bran, ni a Will. Dio media vuelta sin pronunciar una palabra más y se alejó a grandes zancadas por los pastos con los perros pegados a los talones.

Bran bajó de la pared.

—¡Bah! —exclamó—. ¡Molestando a las ovejas! Cafall es tan dócil como cualquier otro perro del valle. Jamás perdería la cabeza por una oveja, y mucho menos en las tierras de Caradog Prichard. —Volvió la mirada hacia el evanescente Prichard, luego hacia Will y sonrió. Era una sonrisa extraña y taimada; Will no estaba seguro de que le acabara de gustar—. Descubrirás —añadió Bran— que la gente como él me tiene un poco de miedo. Es porque soy albino, ya ves. El pelo blanco, estos ojos extraños y casi sin pigmento en la piel, una especie de monstruo.

—Yo no diría eso —replicó Will con suavidad.

—Quizá no —asintió Bran cortante, sin mucha seguridad—. Pero lo repiten mucho en el colegio… y fuera también, gente encantadora como el señor Prichard. Ya ves, todos los galeses de verdad son morenos, de cabello y ojos obscuros. Además, las únicas criaturas claras de Gales, en los viejos tiempos, fueron los Tylwyth Teg. Los viejos espíritus, la gente pequeña. Cualquiera tan claro como yo tiene algo que ver con los Tylwyth Teg… Ahora ya nadie cree en esas cosas, no, por supuesto que no, pero en medio de una noche invernal, cuando el viento aúlla y el viejo televisor no está encendido, me juego a que la mitad de la gente de este valle juraría que soy capaz de echarles mal de ojo.

Will se rascó la cabeza.

—Sin duda había algo… desasosiego… en la manera en que el hombre te miraba, cuando le dijiste… —Agitó sus hombros, como un perro saliendo del agua. No miró a Bran; le disgustaba el velo de arrogancia con el que su compañero había vestido su rostro durante aquella conversación. Era una pena, no era necesario. Puede que un día se arrepintiera.

—Caradog Prichard no tiene el cabello obscuro. Es naranja. Como las zanahorias.

—Su familia es de Dinas Mawddwy —explicó Bran—. Al menos su madre. Se supone que antes vivía una tribu de granujas allí arriba, todos pelirrojos, auténticos maleantes. De todas formas, todavía hay pelirrojos en Dinas hoy en día.

—¿Sería capaz de disparar a Cafall?

—Sí —contestó Bran con sequedad—. Caradog Prichard es muy raro. Hay un dicho que dice que todo aquel que pasa la noche solo en el Cader, al día siguiente vuelve convertido en un poeta o en un loco. Y mi padre cuenta que una vez, cuando era joven, Caradog Prichard pasó una noche solo en el Cader porque quería convertirse en un gran bardo.

—No debió de funcionar.

—Bueno. Quizá funcionó en algún sentido. No tiene mucho de poeta, pero a menudo actúa como si estuviera más que un poco ido.

—¿Qué es el Cader?

Bran se lo quedó mirando.

—¿No sabes mucho acerca de Gales, verdad? El Cader Idris, allí. —Apuntó hacia la línea de cimas azul grisáceas más allá del valle—. Una de las montañas más altas de Gales. Deberías saber algo del Cader. Después de todo, aparece en tus versos.

Will frunció el entrecejo.

—No, no sale.

—Ya lo creo. No por el nombre, no…, pero es importante en esa segunda parte. Ahí es donde vive, en la cima del Cader. El Brenin Llwyd. El Rey Gris.