Recordaba haber oído decir a Mary que la mayor parte del tiempo todos hablaban en gales. Incluso tía Jen.
—¿Y qué voy a hacer? —preguntó Will.
—No te preocupes —le animó su hermana—. Si se dan cuenta de que estás allí, cambian al inglés. Pero recuerda que has de tener paciencia. Y además, aún serán más amables al saber que has estado enfermo. Al menos conmigo lo fueron después de las paperas.
Así que Will se encontró solo en el grisáceo andén de la pequeña estación de Tywyn, expuesto al viento, bajo una fina llovizna de octubre, esperando, mientras dos hombres ataviados con el uniforme azul marino de los ferroviarios conversaban animadamente en gales. Uno de ellos era bajo y estaba arrugado como una pasa; parecía un elfo. El otro tenía una apariencia blanda y fofa, como si estuviera hecho de masa de bizcocho.
El elfo reparó en Will.
—¿Beth sy’n bod? —preguntó.
—Eh…, perdone —contestó Will—. Mi tío dijo que nos encontraríamos en el patio de la estación, pero no hay nadie ahí fuera. ¿Podría indicarme si existe algún otro sitio al que pudiera referirse?
El elfo agitó la cabeza.
—¿Y quién es tu tío? —indagó el hombre del rostro flácido.
—El señor Evans, de Bryn-Crug. La granja Clwyd —respondió Will.
El elfo rió suavemente.
—David Evans se retrasará un poco, chico bach. Menudo despistado que está hecho tu tío. David Evans llegaría tarde hasta el día de su entierro. Tendrás que esperar un poquito. De vacaciones, ¿no?
Unos inquisitivos y brillantes ojos obscuros se clavaron en su rostro.
—Más o menos. He tenido hepatitis. El médico me dijo que pasara fuera la convalecencia.
—Ah. —El hombre asintió con la cabeza, comprensivamente—. Sí, estás un poco paliducho. Has venido al lugar adecuado. El aire de esta costa es muy relajante, según dicen, muy relajante. Incluso en esta estación del año.
De repente, un extraordinario estruendo provino de detrás de la oficina de la estación. Will observó, a través de la barrera, como un Land-Rover salpicado de barro entraba en el patio. Pero la figura que bajó de un salto no era la del pequeño granjero que vagamente recordaba; era la de un enjuto y fuerte joven que bruscamente le tendió la mano.
—Will, ¿verdad? Hola. Mi padre me ha enviado a recogerte. Soy Rhys.
—¿Cómo estás? —Will sabía que tenía dos primos galeses de la edad de sus hermanos mayores, pero nunca había visto a ninguno de los dos.
Rhys alzó la maleta como si fuera una caja de cerillas.
—¿Es esto todo lo que llevas? Entonces, vamonos. —Saludó con la cabeza a los dos ferroviarios—. ¿Sut dach chi?
—lawn, diolch —contestó el elfo—. Caradog Prichard ha preguntado por ti y por tu padre esta mañana. Algo sobre unos perros.
—Una lástima que no hayamos coincidido en todo el día —dijo Rhys.
El elfo rió. Cogió el billete de Will.
—Que te mejores, joven.
—Gracias —respondió Will.
Alojado en el asiento delantero del Land-Rover, contemplaba el pequeño pueblo grisáceo mientras los limpiaparabrisas intentaban en vano, adelante y atrás, adelante y atrás, eliminar la débil lluvia del cristal empañado. Tiendas vacías se alineaban a lo largo de la angosta calle. Algunas figuras con chubasqueros pasaban corriendo con la cabeza gacha. Divisó una iglesia, un pequeño hotel y más casas adosadas. Más allá, la carretera se ensanchaba, y pronto se encontraron fuera del pueblo con setos bien cuidados a ambos lados. Enfrente solo distinguía campo abierto y verdes colinas que se recortaban contra el cielo; un cielo gris desdibujado por la niebla. Rhys parecía tímido; conducía sin mostrar intención alguna de querer iniciar una conversación, aunque el motor hacía tanto ruido que, en cualquier caso, hubiera resultado difícil. Sobrepasaron una serie de casas de campo silenciosas con tablones, donde se anunciaban habitaciones libres o BED AND BREAKFAST, que se balanceaban con abandono ahora que la mayoría de los turistas se habían ido.
Rhys giró hacia el interior, hacia las montañas, y en ese mismo instante Will experimentó una nueva, extraña y agobiante sensación, casi como una amenaza. La pequeña carretera se volvió angosta como un túnel. Altas hileras de hierba y perfilados setos se levantaban a ambos lados a modo de verdes paredes. Cuando pasaban al lado de algún portillo que daba paso al campo, podía atisbar el marrón verdoso de las colinas que se recortaban contra el cielo gris. Y más adelante, cuando las curvas de la carretera mostraron brevemente el cielo abierto a través de los árboles, un pliegue mayor de grisáceas colinas se perfiló en la distancia, medio escondido tras nubes deshilvanadas. Will tenía la sensación de hallarse en una parte de Gran Bretaña sin igual. Un lugar secreto, aislado, rezumante de poderes ocultos durante siglos que ni siquiera podía imaginar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
En ese mismo instante, cuando Rhys efectuó un giro en una pronunciada curva que conducía a un estrecho puente, el Land-Rover dio un extraño tirón y se fue hacia un lado de un bandazo, hacia los setos. Rhys pisó el freno a fondo al tiempo que giraba el volante. Consiguió detenerlo en un ángulo que le hizo temer que una de las ruedas estuviera en la cuneta.
—¡Porras! —exclamó enérgicamente mientras abría la puerta.
Will salió a gatas tras él.
—¿Qué ha pasado?
—Esto es lo que ha pasado. —Rhys apuntó con su largo dedo hacia la rueda delantera, cuyo neumático, totalmente desinflado, se apoyaba contra una roca que sobresalía del seto—. Mira esto. Está totalmente reventada, y con lo gruesos que son estos neumáticos no entiendo qué…
Su voz ligera y casi ronca sonaba aguda por la contrariedad.
—¿La roca estaba en la carretera?
Rhys agitó su rizada cabeza.
—Se extiende por debajo del seto. Es enorme, eso es solo uno de los salientes… Solía sentarme en esa roca cuando medía la mitad que tú… —La sorpresa había hecho que su timidez se desvaneciera—. Pero, entonces, ¿qué ha hecho dar ese salto al coche? Porque eso es lo más extraño, que ha parecido que diera un salto, de hecho lo ha dado, directo hacia la cuneta. No fue a causa del pinchazo, el movimiento es diferente. —Se estiró y se secó la lluvia que calaba sus cejas—. Bueno, bueno. Vamos a cambiar la rueda.
—¿Puedo ayudar? —preguntó Will esperanzado.
Rhys bajó la vista hacia él, hacia los ojos ojerosos y el pálido rostro bajo el grueso y liso pelo castaño. De repente, comenzó a reír delante de Will por primera vez desde que se habían conocido. Aquello le hacía parecer diferente, despreocupado y joven.
—¿Has venido hasta aquí después de estar enfermo para restablecerte y voy a dejar que cambies una rueda vieja bajo la lluvia? A mi madre le daría un ataque. Vuelve adentro, venga.
Se dirigió hacia la puerta trasera del pequeño coche y comenzó a sacar las herramientas.
Will volvió a subir obedientemente a la parte delantera del Land-Rover. Era un refugio pequeño, cálido y confortable después de que la llovizna golpeara contra su rostro, enviada por el gélido viento de la carretera. No se oía ningún sonido en medio del campo abierto, bajo las colinas, excepto el suave quejido del viento a través de los cables telefónicos, y el ocasional y grave balido de alguna oveja en la lejanía. Y del golpeteo de una llave inglesa. Rhys estaba aflojando los pasadores que sujetaban la rueda de recambio al portón trasero.
Will apoyó la cabeza hacia atrás, contra su asiento y cerró los ojos. Su enfermedad le había mantenido en cama durante mucho tiempo en una confusión larga, desesperada y dolorosa, rodeado de rostros indefinidos y angustiados y, a pesar de que ya estaba en pie desde hacía más de una semana, todavía se cansaba con rapidez. Le asustaba quedarse sin aliento y exhausto después de algo tan habitual como subir un tramo de escalera.
Se sentó relajado; dejó que los suaves sonidos del viento y los balidos de la oveja navegaran libremente por su mente. Entonces se percató de otro sonido. Al abrir los ojos, vio por el retrovisor otro coche que aminoraba la velocidad hasta parar detrás de ellos.
Bajó un hombre robusto, fornido, con una gorra y un chubasquero que aleteaba sobre las botas de agua. Sonreía. Sin saber por qué, a Will le pareció una sonrisa desagradable. Rhys volvió a abrir la parte trasera del Land-Rover para coger el gato y Will oyó que el recién llegado le saludaba en gales. Las palabras eran ininteligibles, pero, indudablemente, las pronunció en un tono jocoso. De hecho, el sentido de aquella corta conversación fue tan claro para Will como si hubiera entendido cada una de las palabras.
Sin lugar a dudas, el hombre se burló de Rhys por tener que cambiar la rueda bajo la lluvia. Rhys le contestó lacónicamente, pero sin enojarse. El hombre miró sin disimulo hacia el interior del coche, acercándose para observar a través de la ventanilla. Miró a Will, sin sonreír, con extraños y pequeños ojos de ralas pestañas, y le preguntó algo a Rhys. Cuando Rhys contestó, una de las palabras fue “Will”. El hombre del chubasquero añadió algo más con cierto sarcasmo, esta vez dirigido a ambos, y luego, sin previo aviso, lanzó un asombroso discurso de un tirón, rápido y seco. Las palabras salían a borbotones, frenéticas y guturales como un río revuelto desbordándose. Rhys parecía no prestarle atención. Al final el hombre hizo una pausa, enfadado. Dio media vuelta y se dirigió hacia su coche. Condujo lentamente mientras los adelantaba y mantuvo la vista fija en Will al pasar por su lado. Un perro blanco y negro miraba por encima del hombro del hombre, y Will vio que el vehículo era una furgoneta gris sin ventanillas traseras.
«Se deslizó hacia el asiento del conductor y bajó la ventanilla» el Land-Rover daba pequeñas sacudidas en el aire debajo de él mientras Rhys accionaba el gato.
—¿Quién era ese? —preguntó Will.
—Un tipo llamado Caradog Prichard, es del valle. —Rhys escupió enigmáticamente en sus manos y volvió a accionarlo—. Un granjero.
—Podría haberte echado una mano.
—¡Ja! —exclamó Rhys—. Caradog Prichard no es conocido por ser muy voluntarioso.
—¿Qué ha dicho?
—Me ha comentado lo divertido que es verme atascado. Y algunas cosas sobre un desacuerdo que tenemos. Nada importante. Y me preguntó quién eras. —Rhys giró la llave inglesa, aflojó las tuercas de la rueda y alzó la vista con una tímida sonrisa de complicidad—. Menos mal que nuestras madres no estaban escuchando; no he sido muy educado. Le dije que eras mi primo y que no eras de su incumbencia.
—¿Se ha enfadado?
Rhys hizo una pausa para reflexionar.
—Dijo: «Ya veremos».
Will alzó la vista hacia la carretera del valle por donde la furgoneta había desaparecido.
—Es extraño que haya dicho eso.
—Bueno —dijo Rhys—, caradog es así. Se divierte haciendo sentir incómoda a la gente. A nadie le gusta, excepto a los perros, y a él ni siquiera le gustan ellos. —Extrajo de un tirón la rueda pinchada—. Vuelve a sentarte. Ya no tardaré mucho.
Cuando Rhys volvió a sentarse en el asiento del conductor se frotó las manos con un trapo aceitoso. La llovizna se había convertido en generosa lluvia. Su obscuro cabello húmedo se le rizaba.
—Bien —anunció Rhys—. Debo decir que hace un tiempo precioso para darte la bienvenida. Pero no durará mucho. Todavía disfrutaremos de unos buenos momentos de sol que vendrán y se irán antes de que el invierno caiga sobre nosotros.
Will oteó las montañas, obscuras y lejanas, balanceándose ante la vista mientras conducían por la carretera que atravesaba el valle. Alrededor de las colinas más altas colgaban incontables jirones de una nube gris y las cimas se volvían invisibles tras la niebla.
—Las nubes se deshilvanan alrededor de las cimas de las montañas. Quizá se esté abriendo el día.
Rhys miró hacia aquella dirección sin darle importancia.
—¿El aliento del Rey Gris? No, siento decírtelo, Will; se supone que eso es una mala señal.
Will se quedó paralizado; sintió un estruendo demoledor en sus oídos. Se aferró al borde del asiento hasta que sus dedos tocaron el metal.
—¿Cómo la has llamado?
—¿A la nube? Ah, cuando se deshilvana en jirones así, la llamamos el aliento del Brenin Llwyd. El Rey Gris. Se supone que vive allí arriba, en las montañas. Solo es una vieja leyenda. —Rhys miró hacia su lado y frenó de golpe; el Land-Rover se detuvo en seco—. ¡Will! ¿Estás bien? Parece que hayas visto un fantasma. ¿Te encuentras mal?
—No. No. Solo que… —Will observaba la masa grisácea de las colinas—. Es solo… El Rey Gris forma parte de algo que yo ya sabía, algo que se supone que debo recordar, para siempre… Creía haberlo perdido. Quizá… quizá vaya a volver…
Rhys puso el coche en marcha de nuevo.
—Bueno —dijo alegremente con tono nasal—, te pondrás mejor, ya verás. En estas viejas colinas puede pasar cualquier cosa.