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LA MATERIA DEL CORAZÓN

Me has preguntado cuánto tiempo tardé en preparar el plan de la batalla de Gaugamela.

Lo tenía preparado desde los siete años. Lo he visualizado un millar de veces. He visto este plan en mis sueños. He imaginado la disposición de Darío. He librado esta batalla en mi imaginación durante toda mi vida. Solo me faltaba vivirla en la realidad.

Nos tomamos un día para fortificar el campamento y traer la impedimenta pesada. Darío se mantiene en sus posiciones. Cuando cabalgo colina abajo con tres escuadrones para recorrer el campo, no hace nada por impedírmelo.

Cae la noche. Convoco un consejo de guerra. Esta vez lo presido.

—Caballeros, ya hemos visto la disposición del enemigo. Esto es bueno. Hoy sabemos a ciencia cierta tres cosas que ayer no sabíamos. Vamos a repasarlas.

No hay nada que tranquilice más a una compañía que se enfrenta a una amenaza terrible que el sobrio enunciado de los hechos. Cuanto más dura es la realidad, más hay que enfrentarla sin rodeos.

—Primero, el frente persa está formado casi enteramente por la caballería. Hemos visto los lugares que el enemigo ha preparado para sus carros falcados. Está claro que Darío quiere lanzarlos contra nuestro avance. Este planteamiento es distinto al de Iso y el Gránico, donde el enemigo solo pensaba en defenderse. Esta vez el enemigo no esperará nuestro ataque. Él nos atacará.

Ciento diecisiete oficiales asisten al consejo. Están presentes los comandantes de todas las compañías. En el desierto hace frío por la noche, incluso en verano. Sin embargo insisto en que los faldones de la tienda estén levantados. Quiero que las tropas vean cómo trabajan sus comandantes. En cuestión de minutos, son miles los que rodean la tienda, sentados y de pie. La multitud es tan nutrida que hueles el hedor agrio del sudor y notas el calor de su aliento.

—Segundo, el ancho del frente enemigo. Su línea superará a la nuestra por un amplio margen en las dos alas. Esto nos dice cómo será el ataque de Darío. Intentará una doble maniobra envolvente. Buscará rodearnos por los dos flancos con las alas de su caballería, que atacarán —quizá en sucesión, quizá simultáneamente— por el frente; primero con los carros falcados, y luego con la caballería convencional. Este es el segundo factor para el que debemos tener preparada una respuesta.

»Tercero, y muy importante, el estado mental de nuestros hombres. La caballería enemiga, según todas las estimaciones, cuenta con treinta y cinco mil jinetes. La nuestra tiene siete mil. Ni siquiera tenemos una idea aproximada de cuántos son en la infantería persa y en la aliada. Nuestros refuerzos no han llegado. Los hombres están asustados. Ni siquiera los compañeros han dado muestras de su celo habitual.

—¿Esto es todo, Alejandro? —pregunta Pérdicas.

Resuenan las carcajadas. Una risa inquieta.

—Me olvidaba de una cosa. Los elefantes de guerra de Darío.

Se acallan las risas.

—Estos, amigos míos, son los temas que debe abordar el consejo. ¿Me he dejado alguna cosa? ¿Alguien tiene algo que añadir?

Comenzamos.

El material con el que trabaja el comandante es el corazón humano. Su arte consiste en despertar el coraje en sus hombres y el terror en el enemigo.

El general despierta el coraje con la disciplina, el entrenamiento y la formación; con la justicia y el orden; con la paga, el armamento, las tácticas y el abastecimiento; con sus disposiciones en el campo, y con la autoridad de su presencia y sus acciones.

Una disposición sólida genera valor, de la misma manera que una formación defectuosa convierte en cobardes incluso a los más valientes. Aquí está la formación fundamental para el ataque:

Punta

Ala… Ala

En otras palabras, una cuña. Si lo prefieres, un rombo:

Punta

Ala… Ala

Retaguardia

Las cuñas y los rombos estimulan el enfrentamiento. Los ángulos generan líneas de apoyo; las alas respaldan a las puntas, y la retaguardia sostiene a las alas. Los soldados en las cuñas y los rombos no se pueden esconder. Sus compañeros los ven. La vergüenza los empuja hacia delante y el coraje los anima.

Pero el mejor aprovechamiento de las cuñas se consigue si se integra en toda una línea de asalto, tal como instruyo ahora a mis oficiales en el consejo, en la víspera de Gaugamela.

Punta… Punta Punta

Ala… Ala Ala… Ala

¿Por qué esta formación genera valor? Se lo recuerdo a mis comandantes, aunque ellos ya han visto su efectividad en dos continentes y en un centenar de campos de batalla.

—Los hombres de los batallones de las puntas tienen coraje porque saben que están respaldados por las dos alas. Saben que no se los puede flanquear ni rodear. Además saben que, a pesar de que son ellos quienes deben atacar primero al enemigo y lo harán solos, sus camaradas estarán inmediatamente detrás de ellos en la pelea. Saben que, en el caso de ser rechazados, cuentan con un poderoso frente al que retirarse. En cuanto a los batallones de la segunda fila, su miedo a medida que se acercan al enemigo es moderado porque ven que sus camaradas de la vanguardia soportan toda la furia del castigo, mientras que ellos mismos, por el momento, están seguros. Pero aquí tenemos el punto crucial, amigos míos: el valor de los camaradas de la vanguardia enciende sus corazones. El hombre se dice, al ver a sus compañeros lanzarse valientemente contra el enemigo: «¡Por las llamas del infierno, no seré menos valiente!». Un hombre siente vergüenza ante la menor vacilación si ve que los colores de su compañía no están a la altura de las demás. Se siente impulsado por el espíritu de la emulación, por el orgullo y el honor.

»Esto es un artículo de fe para mí, hermanos. Creo que un hombre, al ser testigo del arrojo de otro, se siente obligado por la nobleza de su carácter a emular esta virtud. No hay ninguna arenga, recompensa ni botín que pueda conseguirlo. Pero ver la valentía de los camaradas es irresistible. Esta es la razón por la que los oficiales han de ser siempre los primeros en atacar al enemigo. Con vuestro ejemplo, obligáis a vuestros hombres a que os sigan y, al mismo tiempo, su coraje enciende el valor en las filas de los compatriotas que los siguen.

»Hay otra cosa en la que creo, amigos míos. Creo que incluso el cielo se siente conmovido al ser testigo de la intrepidez. Los propios dioses son incapaces de permanecer impasibles ante un acto de auténtica valentía, y se sienten impulsados por su naturaleza divina a interceder por los valientes.

Hago una pausa y luego doy las instrucciones a los oficiales de los batallones que ocuparán los flancos.

—Mañana en esta planicie, el frente enemigo nos superará en casi un kilómetro por cada extremo. Estoy seguro de que, a medida que avancemos, Darío lanzará en oleadas a sus escuadrones de caballería contra nuestros flancos. ¿Cuál deberá ser la disposición de nuestras compañías para maximizar el coraje de nuestros compatriotas?

»En primer lugar, nos defenderemos con el ataque. Los oficiales de las alas atacarán en cuanto sean atacados. No esperéis a recibir el golpe, asestadlo vosotros. Esto no es un acto de audacia insensata, sino de una lógica aplastante. Cuando los hombres saben que serán atacados, tienen miedo; cuando saben que son ellos los atacantes los anima el valor.

»Pasemos ahora a la disposición.

Dispongo las seis unidades en ambos flancos en rombos modificados. Mi puesto a la derecha está inmediatamente por dentro de los lanceros reales, junto con los escuadrones de la caballería de los compañeros (las falanges de sarisas y el cuerpo principal del ejército se extienden en una línea de dos kilómetros y medio a su izquierda), mientras que Parmenio, al mando del ala izquierda, se colocará por el lado interior del otro rombo en aquella ala. Este es el flanco que guarda mi derecha:

Caballería mercenaria (Menidas). 700

Lanceros reales (Aretes). 800 Caballería ligera peonia (Aristón). 250

La mitad de los agrianos con jabalinas (Atalo). 500

Arqueros macedonios (Brison). 500

Infantería mercenaria veterana (Cleandro). 6700

Un rombo no es más que cuatro cuñas: norte, sur, este y oeste. ¿Qué es una cuña? Es una unidad en la punta y otras dos en las alas. ¿Ves que el rombo puede responder a un asalto desde cualquier ángulo, solo con mantener su posición?

Esta disposición funciona debido al elemento irracional del corazón. La unidad situada en la vanguardia cargará valientemente contra el enemigo ya que se sabe apoyada por las dos alas porque sus camaradas la seguirán en el combate inmediatamente. Las alas de apoyo tienen delante el ejemplo que les ofrece la unidad de vanguardia y harán todo lo posible para no ser menos.

»Por último, hermanos oficiales, mi colocación y la vuestra. Cuando mañana vuestras miradas busquen mis colores, solo tendréis que mirar al frente. Es allí donde estaré, y donde estaréis vosotros delante de vuestras compañías.

Hago lo posible por contenerme, porque la pasión me ha enardecido tanto que temo que mi corazón actúe por su cuenta. Miro a Parmenio, que está a mi lado; a Hefestión, Crátero, Pérdicas, Coenio, Ptolomeo, Seleuco, Poliperconte, Meleagro, Clito el Negro, Filotas, Telamón, Eirigio y Lisímaco. Miro a los miles de hombres que están en el exterior alrededor de la tienda.

¿Dónde está mi daimon ahora? Ambos somos una única persona.

—Muchos de vosotros os habéis preguntado por qué duermo con la Ilíada de Homero debajo de la almohada. Lo hago porque quiero emular a los héroes de sus versos. Para mí no son personajes de leyenda, sino seres vivos. Aquiles no es un antepasado desaparecido hace novecientos años. En este instante vive en mi corazón. Tengo el ejemplo de su virtud ante mis ojos, no solo en las horas de vela, sino también en mis sueños. ¿Hacemos la guerra solo para matar o por el botín? ¡En absoluto! La hacemos para seguir la senda del honor, para educar nuestros corazones en las virtudes de la lucha. Combatir con hidalguía contra los hidalgos enemigos nos purifica, como el oro en el crisol. Todo lo que es bajo en nuestra naturaleza —la concupiscencia, la codicia, la cobardía, la indecisión, la impaciencia, el orgullo, la mezquindad— todo es procesado y purificado. Con nuestros reiterados enfrentamientos con la muerte, quemamos estas impurezas, hasta que nuestro metal suena con un sonido puro y cristalino. A través de la lucha no solo nos purificamos como individuos, sino que sus exigencias nos ligan los unos a los otros con un grado de intimidad que ni siquiera conocen los matrimonios. Cuando os llamo hermanos, no es una figura retórica. Todos nosotros nos hemos convertido en hermanos en armas, y ni siquiera el infierno puede dividirnos.

Hago otra pausa y contemplo sus rostros. Para mí la muerte no es nada, comparada con el amor que siento por estos aguerridos camaradas.

—¿Tengo miedo, amigos míos? ¿Cómo podría tenerlo? Estar en las filas con vosotros, luchar por la gloria a vuestro lado, es todo lo que siempre he deseado. Esta noche dormiré como un niño, porque en este momento tengo todo lo que he soñado: un digno enemigo y dignos camaradas para enfrentarme a él.

Los gritos de asentimiento salpican mi discurso. Fuera, los hombres repiten mis palabras para que las oigan sus compañeros de más atrás. Ahora estoy de pie. Hago un gesto hacia la ladera que baja desde el Arouck, hacia la llanura de Gaugamela.

—Hermanos, la fama que conseguiremos mañana en aquel campo, no la ha conseguido nunca ningún hombre ni ejército. Ni Aquiles, ni Hércules, ni ningún otro héroe de nuestra raza o de cualquier otra. Dentro de mil años, los hombres continuarán recitando nuestros nombres. ¿Me creéis? ¿Avanzaréis conmigo? ¿Cabalgaréis a mi lado en pos de la gloria eterna?

Las aclamaciones son ensordecedoras. Los hombres gritan a voz en cuello. La fuerza de las ovaciones hace vibrar los postes de la tienda y hace temblar la tierra. Miro a Hefestión. Tan furioso es el grito de nuestros compañeros, me dice su mirada, que Darío en su campamento, y toda su multitud, temblarán al oírla.

Soy el espíritu viviente del ejército. De la misma manera que el corazón del león envía la sangre a sus miembros, el coraje fluye de mí hacia mis compatriotas.

Un millón de hombres empuñan las armas contra nosotros. Los derrotaré solo con mi voluntad.