LAS MÁXIMAS DE LA GUERRA
Ahora, Itanes, has pasado nueve meses como paje a mi servicio. ¿No crees que ha llegado el momento de salir del útero?
Sí, tendrás tu nombramiento como oficial. Muy pronto dirigirás a los hombres en la batalla. ¡No sonrías tan ufano! Porque mi mirada estará puesta en ti, como en todos los cadetes que se gradúan en la academia de la guerra que es mi tienda.
Has tenido el privilegio, a lo largo de estos meses desde que fuiste aceptado en el ejército en Afganistán, de servir a comandantes de una valía que pocas veces se ve en el arte de la guerra. Los oficiales para los que has cortado carne y servido vino. —Hefestión, Crátero, Pérdicas, Ptolomeo, Seleuco, Coenio, Poliperconte, Lisímaco, para no hablar de Parmenio, Filotas, Nicanor, Antígono el Tuerto y Antípatro, a quienes no tuviste la fortuna de conocer— están por legítimo derecho junto a los grandes capitanes de la historia. Ahora te exijo a ti la misma fidelidad que les pedí a ellos. Debes aprender las convenciones y principios por los que combate este ejército. ¿Por qué? Porque una vez comenzada la batalla, allí donde me encuentre, solo tendré el control de la división que está inmediatamente bajo mi mando, y, en el inevitable caos, apenas si podré dirigir ni siquiera eso. Tendrás que valerte de tus propios recursos, mi joven teniente, pero la forma e n que lo hagas no puede depender del azar o de tu idiosincrasia; debe seguir mi pensamiento y mi voluntad. Ese es el motivo por el que mis generales y yo hemos hablado durante toda la noche, y tú y los demás pajes habéis estado presentes y habéis escuchado. Es por eso por lo que repetimos una y otra vez todos los puntos fundamentales, hasta que se convierten en una segunda naturaleza para todos nosotros.
Le he pedido a Eumenes, mi consejero de guerra, que te facilite mi correspondencia. Estudia estas cartas como si fuesen lecciones de la escuela, pero ten algo muy presente: el alumno puede no estar de acuerdo con su tutor, nunca el cadete. Lo que esta noche pongo en tus manos es la ley. Cúmplela y no habrá fuerza alguna capaz de oponerse a ti. Desafíala y no tendré necesidad de ajustarte las cuentas, porque ya lo habrá hecho el enemigo.
DE LA FILOSOFÍA DE LA GUERRA
A Ptolomeo, en Éfeso:
Siempre ataca. Incluso en la defensa, ataca. El brazo atacante posee la iniciativa y, por lo tanto, manda en la acción. El ataque hace valientes a los hombres; la defensa los hace timoratos. Si me entero de que uno de mis oficiales ha adoptado una posición defensiva en el campo, nunca más volverá a servir bajo mis órdenes.
A Ptolomeo, en Egipto:
En las deliberaciones, piensa en campañas y no en batallas; en guerras y no en campañas: en la conquista final y no en guerras.
A Pérdicas, desde Tiro:
Busca la batalla decisiva. ¿De qué nos sirve ganar diez refriegas sin importancia, si perdemos la única que cuenta? Quiero librar batallas que decidan el destino de imperios.
A Seleuco, en Egipto:
Es tan importante vencer moralmente como hacerlo militarmente. Con esto quiero decir que nuestras victorias deben romper el corazón del enemigo y despojarlo de cualquier esperanza de volver a enfrentarse a nosotros. No quiero librar una guerra tras otra, sino conseguir con una guerra una paz que no permita ninguna insurrección.
SOBRE LA ESTRATEGIA Y LAS CAMPAÑAS
A Coenio, en Palestina:
El objetivo de una campaña es librar una batalla que resulte decisiva. Amagamos, maniobramos, provocamos con una única meta: obligar al enemigo a que se enfrente a nosotros en el campo.
Lo que quiero es una batalla, un choque impresionante donde Darío venga a por nosotros con todo su poder. Recuérdalo: nuestro objetivo es vencer la voluntad de resistir, no solo la de los soldados del rey, sino la de su pueblo.
Los súbditos del imperio son los verdaderos espectadores de estos acontecimientos. Hay que obligarlos a creer, por la importancia y lo concluyente de nuestros triunfos, que no hay fuerza alguna sobre la tierra, por numerosa o bien dirigida que esté, capaz de prevalecer sobre nosotros.
A Pérdicas, en Gaza:
El objetivo de perseguir al enemigo después de la victoria no es prevenir que se rehaga (esto no es necesario ni decirlo), sino infundirle tanto miedo en el cuerpo que nunca más vuelva a pensar en rehacerse. Por lo tanto, persíguelo con todos los medios y no cedas hasta que el infierno o la oscuridad te lo impidan. El enemigo que una vez ha sido fugitivo nunca más volverá a ser el guerrero que era.
Prefiero perder quinientos caballos en una persecución, si con eso evito que el enemigo se rehaga, a resguardar a esos caballos solo para perderlos —a ellos y a quinientos más— en una segunda pelea.
A Seleuco, en Siria:
Como comandantes, debemos ser absolutamente despiadados con nosotros mismos. Antes de hacer cualquier movimiento, debemos preguntarnos, sin vanidad ni complacencia, cómo replicará el enemigo. Piensa en cada golpe y ten preparada una respuesta. Incluso cuando creas que has pensado en todo, tendrás más trabajo por delante. Sé implacable contigo mismo porque cada descuido se paga con nuestra propia sangre y la sangre de nuestros compatriotas.
SOBRE LA GENEROSIDAD
A Parmenio, después de Iso:
Ciro el Grande buscaba restar a su enemigo los elementos desafectos de su fuerza, o a aquellos que servían obligados. Con tal propósito colmó de honores a los armenios y a los hircanianos y no escatimó esfuerzos para que fueran más felices bajo su reinado que cuando vivían sometidos por los asirios. En opinión de Darío, el propósito de la victoria era mostrarse más generoso haciendo regalos que el enemigo. Creía que la mayor vergüenza era carecer de medios para superar la munificencia de los otros; siempre quería dar más de lo que recibía, y acumuló tesoros con el conocimiento de que solo era su custodio, de que no eran suyos, sino para atender las necesidades de sus amigos.
A Hefestión, también después de Iso:
Haz que la generosidad sea nuestra primera opción. Si el enemigo muestra la menor intención de ofrecer algo, dobla la oferta.
Debemos comportarnos de tal forma que todas las naciones deseen ser nuestras amigas y todas teman ser nuestras enemigas.
SOBRE LAS TÁCTICAS, LAS BATALLAS Y LOS SOLDADOS
No hay ninguna arma en la guerra superior a la velocidad. Aparecer súbitamente con todas las fuerzas allí donde el enemigo menos te espera lo sobrecoge y lo hunde en la consternación.
No son necesarias grandes multitudes. El tamaño óptimo de una fuerza de combate es aquel que permite que esta marche de un campamento a otro en un día. Más son superfluos y solo te retrasarán.
Todas las tácticas en la guerra convencional buscan obtener un único resultado: abrir una brecha en la línea enemiga. Este principio es válido tanto en el combate naval como en una guerra en tierra.
Una línea defensiva estática siempre es vulnerable. Una vez atravesada con fuerza por cualquier punto, todos las demás posiciones de la línea resultan inútiles. Sus hombres no pueden utilizar las armas y en realidad no pueden hacer otra cosa que esperar impotentes a ser aplastados por sus propios camaradas, que escapan aterrorizados mientras nuestra fuerza atacante los arrolla por el flanco.
Sé conservador hasta el momento crucial. Luego golpea con toda la violencia de que dispongas.
Recuerda: solo necesitamos ganar en una parte del campo, siempre y cuando esta sea la decisiva.
Toda batalla está compuesta por un número de batallas más pequeñas que tienen consecuencias de mayor o menor relevancia. No me importa que perdamos todas las batallas pequeñas, siempre que ganemos la única que cuenta.
Combatimos con un ala contenida y otra atacante. El propósito de la primera es mantener fija, por la amenaza constante de su avance, al ala enemiga que tiene delante. El propósito de la segunda es golpear y penetrar.
Concentramos nuestra fuerza y la lanzamos con la mayor violencia en un punto de la línea enemiga.
Quiero sentirme como si tuviese un rayo en la mano. Con esto me refiero a asestar un golpe, cuando yo lo ordene, que rompa las líneas del enemigo. Al igual que el boxeador espera con paciencia el momento de descargar el puñetazo que derribará a su rival, el general mantiene en suspenso el ataque decisivo, atento a no lanzarlo demasiado pronto o demasiado tarde.
No golpees; contragolpea. El propósito de una evolución inicial —una finta o una retirada— es provocar al enemigo para que actúe prematuramente. Una vez que se mueva, nosotros contraatacaremos.
Debemos crear una brecha en la línea enemiga por la que pueda cargar la caballería.
El soldado solo necesita recordar dos cosas: mantenerse en la fila y no abandonar nunca sus colores.
Un oficial debe dirigir desde el frente. ¿Cómo podemos pedir a nuestros soldados que se arriesguen a morir, si nosotros mismo rehuimos el riesgo?
La guerra es teoría solo en los mapas. En el campo es todo emoción.
La ventaja de la posición significa ocupar un lugar que obligue al enemigo a moverse. Cuando nos enfrentamos a un enemigo apostado en una posición defensiva, nuestro primer pensamiento debe ser: ¿cuál es el lugar que debemos tomar para hacer que se retire?
El deber del oficial es controlar las emociones de los hombres bajo su mando; no permitirles que cedan al miedo, que los convertiría en cobardes, ni dejar que se entreguen a la cólera, que los convertiría en bestias.
Cuando entres en cualquier territorio, apodérate primero de las reservas de vino y cerveza. Un ejército sin bebida es presa fácil del descontento y la insurrección.
Utiliza las marchas forzadas cuando cruces territorios sin agua. Esto minimiza el sufrimiento de los hombres y los animales. He descubierto que un excelente método para una marcha de dos días es descansar hasta la noche antes de iniciar la marcha, avanzar durante toda la noche, descansar durante las horas de calor del día siguiente, y marchar de nuevo toda la noche. De esta manera reducimos dos días de marcha a uno y medio, y, si todavía nos encontramos alejados de nuestra meta con el sol del segundo día, es más fácil para los hombres y los caballos seguir la marcha durante el día, porque saben que el agua y el descanso están cerca.
SOBRE LA CABALLERÍA
La fuerza de la caballería reside en la velocidad y la sorpresa. Una línea estática de caballería no es una caballería.
Para ser una buena montura, el caballo tiene que estar un poco loco; el jinete tiene que estarlo del todo.
La cohesión de las filas, de una importancia fundamental para la infantería, es crucial para la caballería. El enemigo de a pie puede defender su terreno contra muchos caballos dispersos pero nunca contra los escuadrones que atacan «bota contra bota».
La caballería no necesita matar en el asalto. Solo romper la linea. Podemos matar al enemigo a placer una vez puesto a la fuga.
Se tarda cinco años en entrenar a un soldado de caballería, y diez para entrenar a su caballo.
La caballería novata no vale para nada.
Lo que quiero de un caballo es «empuje», o como lo llaman los maestros de hípica: impulsión.
Las técnicas del combate a caballo exige una práctica constante. Incluso un breve descanso puede hacer que el caballo y el jinete «pierdan la forma» y solo la recuperarán con el entrenamiento.
El caballo debe ser más listo que su jinete, pero este nunca debe permitir que se entere.