8

—Se suponía que debías llevar cerveza, en lugar de ese vino fino. ¡Eres una esnob! —Mientras protestaba, Lexy cargó el saco de dormir y demás enseres en el Land Rover de Jo.

—Me gusta el vino bueno —replicó Jo con calma.

—De todos modos, no entiendo por qué te apetece pasar la noche en el bosque. —Lexy frunció el entrecejo al ver el saco de dormir de Jo; era de excelente calidad. Para Jo Ellen siempre lo mejor, pensó con amargura, mientras colocaba las botellas de cerveza—. Allí no encontrarás ningún bar distinguido, ni camareros ni un elegante maître.

Jo pensó en las noches que había dormido en tiendas de campaña, en moteles de segunda o en el interior de un coche, tiritando de frío. Cualquier cosa con tal de obtener una buena fotografía. Alzó la bolsa de comestibles que había pedido a Brian y se echó hacia atrás el pelo.

—De alguna manera lograré sobrevivir.

—Fui yo quien organizó esto porque quería alejarme de aquí al menos una noche. Deseaba relajarme en compañía de mis amigas.

Jo cerró la quinta portezuela del vehículo con fuerza y apretó los dientes cuando el sonido retumbó como un disparo. Sería más fácil marcharme, pensó, volver a casa y que Lexy vaya sola al campamento. Sin embargo, no estaba dispuesta a tomar el camino más cómodo.

—Ginny también es mi amiga y hace años que no veo a Kirby. —Rodeó el automóvil, se instaló en el asiento del conductor y esperó.

La alegría que había sentido cuando Brian le transmitió la invitación de Kirby había desaparecido. Con todo, estaba decidida a seguir adelante, a no permitir que su hermana la disuadiera, a pesar de que tenía la certeza de que pasaría una pésima velada. Lexy se acomodó a su lado tras cerrar con un portazo.

—Ponte el cinturón de seguridad —ordenó Jo, y Lexy lanzó un suspiro de exasperación mientras obedecía—. Escucha, ¿por qué no nos emborrachamos y simulamos, aunque sea por una noche, que nos llevamos bien? A una excelente actriz como tú no le costará ningún esfuerzo.

Lexy ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa radiante.

—Vete a la mierda, querida hermana.

—Allá vamos. —Jo arrancó el motor y como de costumbre buscó enseguida un cigarrillo.

—¿Te importaría no fumar en el coche?

Jo encendió el mechero.

—Es mi coche.

Se dirigió hacia el norte. Jo se relajó con el aire balsámico que entraba por las ventanillas y no se quejó cuando Lexy puso en marcha el estéreo a todo volumen. La música fuerte significaba que no era preciso conversar, y no conversar eliminaba la posibilidad de discutir; por lo menos durante el viaje hasta el campamento.

Condujo a bastante velocidad y a medida que avanzaba recordaba cada curva del camino. Eso también la tranquilizaba. ¡Había cambiado tan poco! Allí la oscuridad todavía caía con rapidez, y en la noche se oían sólo los sonidos del viento y del mar; que creaban la impresión de que la isla era un lugar enorme, un mundo regido por las mareas.

Rememoró otra ocasión en que circuló con rapidez por ese mismo camino, con la radio a todo volumen. Esa vez Lexy también la acompañaba. La última primavera antes de abandonar Desire, una primavera suave y fragante. Por aquel entonces debía de tener dieciocho años, y Lexy quince. Reían. La prima Kate había marchado a la casa de su hermana, en Atlanta, de manera que nadie se preocuparía por el paradero de las dos adolescentes.

Entonces gozábamos de libertad y estábamos unidas, pensó Jo. La isla permanecía igual, como siempre, pero las dos jovencitas habían desaparecido.

—¿Cómo está Giff? —preguntó Jo.

—¿Cómo quieres que lo sepa?

Jo se encogió de hombros. En esa época que acababa de recordar, Giff estaba enamorado de Lexy, y esta lo sabía. Jo se preguntó si la situación seguiría así, si sería otra constante de la isla.

—No lo he visto desde que llegué. Me dijeron que se dedica a la carpintería y a las reparaciones de toda clase.

—Es un imbécil. No me interesa lo que hace. —Lexy miró por la ventanilla y frunció el entrecejo al recordar la maravillosa sensación que había experimentado en sus brazos—. No me atraen los muchachos de la isla. Me gustan los hombres. —Se volvió para dirigir una mirada desafiante a su hermana—. Hombres con estilo y dinero.

—¿Conoces alguno?

—A bastantes. —Lexy apoyó un brazo en la ventanilla, en una actitud de orgullosa indiferencia—. En Nueva York abundan. Me gustan los hombres que saben adonde van. Nuestro yanqui, por ejemplo.

Jo se puso tensa y se esforzó por relajarse.

—¿Nuestro yanqui?

—Nathan Delaney. Tiene pinta de saber lo que quiere… en lo que a mujeres se refiere. Diría que es exactamente mi tipo. Rico.

—¿Por qué supones que es rico? —Puede permitirse disfrutar de seis meses de vacaciones. Un arquitecto con estudio propio debe de tener unos buenos ingresos. Además ha recorrido mundo… Los hombres que han viajado llevan a lugares interesantes a las mujeres. Por otro lado, está divorciado. Los divorciados aprecian a las mujeres amables.

—Por lo visto has realizado una buena investigación.

—¡Por supuesto! —Se desperezó con movimientos lujuriosos—. Sí, no cabe duda de que Nathan Delaney es mi tipo. Es probable que gracias a él no me aburra durante un tiempo.

—Hasta que regreses a Nueva York —dijo Jo— y cambies de coto de caza.

—En efecto.

—Interesante. —Los faros del Land Rover iluminaron el discreto cartel del campamento Heron. Redujo la velocidad y salió del camino para internarse en una zona pantanosa—. Siempre creí que te tenías en más estima.

—No tienes ni idea de lo que pienso ni de lo que deseo.

—Por lo visto, no.

Se produjo un silencio sólo quebrado por el croar de los sapos. Al oír un ruido agudo, como de algo que se rompía, Jo se estremeció. Era el sonido inconfundible de un caimán que destrozaba con los dientes el caparazón de una tortuga. Creía comprender a la perfección lo que la presa sentía durante esos últimos instantes de vida. La sensación de impotencia al ser víctima de algo enorme, cruel y hambriento.

Aferró con más fuerza el volante para detener el temblor de las manos. Se dijo que al fin y al cabo a ella no la habían atrapado. Había logrado escapar y, de ese modo, ganado un poco más de tiempo. Todavía controlaba la situación.

No obstante la ansiedad la atacaba con insistencia. Se obligó a respirar con lentitud para calmarse. ¡Sólo quería ser normal! Apagó la radio.

Pasó ante la pequeña caseta de recepción, vacía ahora que se había puesto el sol, y avanzó entre las lagunas. Aquí y allá resplandecía la luz de las fogatas. Una música espectral flotaba de las radios y luego desaparecía. Distinguió en las praderas el brillo blanco y delicado de los lirios iluminados por la luna.

Decidió que regresaría a pie para hacer fotografías, que se relajaría con el silencio y la soledad. Así se sentiría a salvo.

—Allí está el coche de Kirby.

Me zumban demasiado los oídos, pensó Jo al tiempo que respiraba hondo.

—¿Qué?

—Ese pequeño descapotable que hay allí es de Kirby. Aparca detrás.

—Está bien. —Jo obedeció y al apagar el motor descubrió que el aire estaba lleno de sonidos. Los rumores del mundo oculto detrás de las dunas y más allá del límite del bosque. Además estaba plagado de olores; a pescado, a agua y a vegetación húmeda.

—¡Jo Ellen!

Kirby salió corriendo de la oscuridad y estrechó a Jo, a quien los abrazos fuertes e inesperados siempre pillaban desprevenida. Kirby se apartó un poco y le puso las manos en los brazos con una amplia sonrisa de felicidad.

—¡Me alegro tanto de que hayas venido! ¡Me alegro tanto de verte! ¡Ah, tenemos que contarnos tantas cosas! Oye, Lexy, ¿por qué no sacamos el equipaje y tomamos una copa?

—Ha traído vino —anunció Lexy mientras abría la portezuela trasera.

—¡Estupendo! Descorcharemos algunas botellas. Tenemos un montón de comida para acompañarlo. A medianoche ya estaremos borrachas. —Kirby y Jo se dirigieron a la parte posterior del Land Rover—. Por fortuna soy médico. ¿Qué es esto? —Hurgó en la bolsa de comestibles—. Paté. ¿Cómo lo has conseguido?

—Di la lata a Brian hasta que me lo entregó —explicó Jo.

—Buena idea. —Kirby levantó la bolsa y cogió lo que cargaba Lexy—. Yo me ocuparé de esto. Ginny está encendiendo el fuego. ¿Necesitáis ayuda?

—No, ya llevaremos lo demás. —Jo se colgó del hombro la cámara, se colocó bajo el brazo el saco de dormir y con la otra mano cogió las botellas de vino.

—Lamento lo de tu abuela, Kirby.

—Lo sé. Disfrutó de una vida larga, como quería. Lexy, déjame que lleve esa bolsa. —Kirby sonrió a ambas y decidió que acababa de eliminar la tensión que existía entre las hermanas cuando llegaron—. ¡Caramba, qué hambre tengo! No he comido en todo el día.

Lexy cerró el coche de un portazo.

—Entonces vamos. ¡Quiero una cerveza!

—¡Mierda! Tengo la linterna en el bolsillo de atrás del pantalón. —Kirby se volvió—. ¿Puedes cogerla? —preguntó a Jo.

Con cierta dificultad, Jo consiguió sacarla y la encendió. Comenzaron a caminar en fila por el sendero angosto.

El lugar de reunión ya estaba preparado. Una alegre fogata ardía en el centro de una superficie de arena rastrillada. Ginny se sentó sobre la nevera y comenzó a comer patatas fritas mientras bebía una cerveza.

—¡Aquí llega! —exclamó alzando el vaso en un brindis—. ¡Bienvenida a casa, Jo Ellen Hathaway!

Jo dejó caer el saco de dormir y sonrió. Por primera vez se sentía en su casa. Y bienvenida.

—Gracias.

—Conque médico —dijo Jo, que estaba sentada con las piernas cruzadas junto a la hoguera, mientras bebía chardonnay en un vaso de plástico. Sobre la arena yacía una botella de vino vacía—. Me cuesta creerlo. Cuando éramos pequeñas solías decir que serías arqueóloga o algo por el estilo, una especie de Indiana Jones femenina, dispuesta a explorar el mundo.

—Decidí que, en lugar del mundo, prefería explorar la anatomía. —Un tanto achispada ya, Kirby untó un poco más de paté en una galletita—. Lo cierto es que me gusta.

»Ya sabemos a qué te dedicas, Jo, pero ¿hay algo especial que puedas contarnos? —preguntó Kirby con la intención de derivar la conversación hacia la recién llegada.

—No. ¿Y tú?

—He tratado de conquistar a tu hermano, sin éxito.

—¿Brian? —preguntó Jo, que se atragantó con el vino—. ¿Brian?

—Es soltero, atractivo, inteligente. —Kirby se chupó el pulgar—. Además prepara un paté estupendo. ¿Por qué te extraña?

—No lo sé. Es… Simplemente Brian.

—Brian finge que ella no le interesa —intervino Lexy—, pero te aseguro no le es indiferente.

—¿Qué no le soy indiferente? —inquirió Kirby con los ojos entornados—. ¿Cómo lo sabes?

—Un actor tiene que observar a la gente, fijarse en como se comporta. Le pones nervioso, lo que le irrita muchísimo. Y si le irritas, significa que no le eres indiferente.

—¿En serio? —Aunque estaba un poco mareada, Kirby apuró el vino y se sirvió más—. ¿Te ha hablado de mí? ¿Te ha…? —Levantó una mano y puso los ojos en blanco—. Actúo como una colegiala. Olvida que te lo he preguntado.

—Cuanto menos hable Brian acerca de algo, más piensa en el asunto —le informó Lexy—. Casi nunca te nombra.

—¿De veras? —preguntó Kirby más animada—. ¿Es eso cierto? Vaya, vaya. Entonces tal vez le dé otra oportunidad. —Parpadeó cuando una luz la deslumbró—. ¿Qué ha sido eso? —inquirió mientras Jo bajaba la cámara.

—Tenías un aire tan jactancioso. Ginny, acércate más a Lex. Quiero fotografiaros a las tres.

—Ya empieza —murmuró Lexy, que sin embargo se echó hacia atrás el pelo y posó.

Rara vez hacía retratos. Esta vez se dio el gusto, permitió que sus amigas posaran para la cámara, ajustó el ángulo y las iluminó con la linterna.

Observó que las tres eran hermosas; Ginny con su melena rubia y rizada y su sonrisa franca; Lexy con su orgullo y su mal genio; Kirby con su seguridad y su clase.

Son mías, pensó Jo. Por distintos motivos, cada una formaba parte de ella. Lo había olvidado durante demasiado tiempo. De pronto las lágrimas le nublaron la vista.

—Os he extrañado mucho, a todas. —Dejó la cámara en el suelo y se puso en pie—. Necesito ir al baño.

—Te acompañaré —se ofreció Kirby mientras Jo se alejaba. Cogió una linterna y la siguió presurosa—. ¡Jo! ¡Espera! —Tuvo que apurar el paso para alcanzarla y tomarla del brazo—. ¿Qué te ocurre?

—Tengo la vejiga llena. Como médico, deberías reconocer los síntomas.

Cuando Jo echó a andar de nuevo, Kirby la aferró con más fuerza.

—Querida, te lo pregunto como amiga y como doctor. Mi abuela habría dicho que tienes los nervios a flor de piel. En el rato que llevamos juntas me he percatado de que estás débil y estresada. ¿No piensas decirme qué te pasa?

—No lo sé. —Jo se frotó los ojos para contener las lágrimas—. Me resulta imposible hablar del asunto. Sólo necesito un poco de paz.

—Está bien. —La confianza se gana poco a poco, pensó Kirby—. ¿Por qué no vienes un día para que te haga un examen clínico?

—Tal vez lo haré. Ya lo pensaré. —Jo consiguió sonreír—. De momento te diré sólo una cosa.

—¿Qué?

—Debo ir enseguida al baño.

—Bueno, ¿por qué no lo has dicho antes? —Con una risita, Kirby iluminó el sendero—. Si paseas por el campamento sin una linterna, terminarás en el estómago de un caimán. —Kirby alumbró los alrededores y la espesa vegetación que rodeaba el estanque cercano.

—Creo que podría recorrer esta isla con los ojos cerrados. Quédate tú con la linterna. Echaba de menos este lugar más de lo que creía, Kirby, pero todavía me siento como una forastera aquí.

—Llevas muy poco tiempo en la isla. Concédete el tiempo que necesites.

—Eso trato de hacer. Yo primero —añadió Jo antes de entrar en la pequeña caseta del baño.

Kirby dejó de reír y de pronto empezó a temblar. En cuanto Jo cerró la puerta se sintió tremendamente sola y vulnerable. Los sonidos del pantano la envolvían; susurros, voces, ruidos como de algo que rebotaba. Las nubes cubrieron la luna, aferró la linterna con fuerza.

Esto es ridículo, se reprochó. No es más que una reacción tardía a la experiencia que he vivido esta tarde. No estaba sola. Había tiendas de campaña por todas partes. Incluso distinguía el brillo de linternas y fogatas. Y sólo una endeble puerta de madera la separaba de Jo.

No tengo por qué asustarme, se recordó. No había nada ni nadie en la isla que deseara causarle mal. Casi gritó de alegría al ver salir a Jo del lavabo.

—Ahora te toca a ti —dijo Jo mientras se subía la cremallera de los tejanos—. Lleva la linterna; yo he estado a punto de caerme. Está muy oscuro ahí dentro y casi no hay aire.

—Podríamos haber caminado hasta los baños principales.

—En ese caso, cuando hubiéramos llegado ya no lo habría necesitado.

—Buen argumento. Espérame, por favor.

Jo asintió y se apoyó contra la puerta. Al instante se enderezó al oír el sonido de pies descalzos que se acercaban con suavidad. Se puso tensa, pero se convenció de que era la reacción típica de una persona que vivía en la ciudad. Observó que se aproximaba una luz.

—¡Hola! —susurró una voz masculina muy agradable.

Jo se esforzó por calmarse.

—¡Hola! Mi amiga saldrá dentro de un minuto.

—No se preocupe. Sólo pretendía pasear a la luz de la luna antes de acostarme. Estoy allí, en el diez. —Avanzó unos pasos más, pero permaneció en la oscuridad—. Es una noche estupenda, y el lugar es precioso, pero no esperaba encontrarme con una mujer tan hermosa.

—Nunca se sabe qué se encontrará uno en la isla. —Jo entrecerró los ojos cuando él los alumbró—. Es parte de su encanto.

—No cabe duda. Disfruto, de cada minuto. Cada paso representa una aventura. La expectativa, no saber qué nos aguarda. Me encanta… la expectativa…

No, concluyó Jo, su voz no es agradable. Era como melosa… demasiado dulce. Además el hombre arrastraba las palabras de forma exagerada, como los yanquis que pretendían imitar a los sureños.

—Entonces estoy segura de que no le desilusionará lo que Desire le ofrece.

—Lo que me ofrece ahora es perfecto.

Si hubiera tenido la linterna, Jo habría olvidado los buenos modales y le habría iluminado la cara. Lo que convierte su voz en algo tan pavoroso es que surge de la oscuridad, pensó Jo. Cuando la puerta crujió a su lado, se movió con rapidez y tendió la mano para coger la de Kirby aun antes de que hubiera salido del baño.

—Tenemos compañía —dijo Jo, que se enfureció al oír el tono agudo de su voz—. Por lo visto este es un lugar muy concurrido.

Cuando miró hacia atrás levantando la mano de Kirby que sostenía la linterna, no vio a nadie. Presa del pánico, se la arrebató a su amiga y alumbró los árboles que las rodeaban.

—Estaba aquí. Había alguien. No han sido imaginaciones mías.

—Está bien. —Kirby apoyó la mano sobre el hombro de Jo y se inquietó al notar que temblaba—. ¿Quién era?

—No lo sé. Se acercó, me habló. ¿No le has oído?

—No; no he oído nada.

—Lo cierto es que hablaba en un susurro. Por eso no le has oído. No quería que lo oyeras, pero estaba aquí. —Aferró a Kirby con fuerza.

—Te creo, querida, ¿por qué no había de creerte?

—Porque ya no está y porque… —Se le quebró la voz y se tambaleó por un instante antes de recobrar el equilibrio—. Estaba oscuro, me asustó. No pude verle la cara. —Respiró hondo y se echó hacia atrás el pelo.

—No te preocupes. Hoy, cuando iba a Sanctuary, me asusté en el bosque. Corrí como un conejo.

Jo lanzó una risita y se secó el sudor de las manos en los tejanos.

—¿En serio?

—Corrí como una loca y me arrojé a los brazos de Brian. Ante mi actitud se sintió tan importante y varonil que me besó.

—¿Y cómo fue? —preguntó Jo, más calmada.

—¡Maravilloso! Creo que sin duda le daré otra oportunidad. —Estrechó la mano dejo—. ¿Estás mejor?

—Sí. Lo siento.

—No te preocupes. Este lugar asusta a cualquiera. —Sonrió—. ¿Por qué no nos acercamos con sigilo y damos un susto a Ginny y Lexy?

Oculto en la oscuridad, él las observó alejarse cogidas de la mano. Sonrió mientras oía sus voces. Comprendió que era mejor que una amiga la hubiera acompañado. Si Jo se hubiera topado con él estando sola, tal vez se habría visto obligado a dar el paso siguiente.

Y no estaba preparado para pasar a la acción. Todavía le quedaba mucho que organizar.

Sin embargo ¡cómo la deseaba! Ansiaba gozar de esa boca sensual, generosa, estirar esas largas piernas, apretar el delicado cuello.

Cerró los ojos y dejó volar la imaginación. La imagen petrificada de Annabelle, tan quieta y perfecta, cobró vida y se convirtió en Jo.

Recordó un pasaje del diario que llevaba consigo.

El asesinato nos fascina a todos. Aquellos que lo niegan son unos mentirosos. El hombre se siente indefenso y se ve atraído hacia el espejo de su propia inmortalidad. Los animales matan para sobrevivir; por comida, territorio, sexo. La naturaleza mata sin emoción.

En cambio el hombre también mata por placer. Siempre ha sido así. De todos los animales somos los únicos que sabemos que al acabar con una vida adquirimos poder.

Pronto experimentaré esa perfección. Y la captaré. Mi propia inmortalidad.

Se estremeció de placer.

Incertidumbre, pensó mientras volvía a encender la linterna para guiarse. Sí, le encantaba la incertidumbre.