27

Jo despertó a mediodía. No recordaba la última vez que había dormido hasta tan tarde, y hacía años que no disfrutaba de un sueño tan profundo y sin pesadillas.

Le extrañaba que no se sintiera inquieta ni tensa. Ahora podía llorar por su madre, por una mujer que tenía su misma edad cuando se enfrentó al horror más espantoso. Más aún, podía apenarse por todos los años durante los cuales condenó a una madre, una esposa, una mujer que no había hecho nada más pecaminoso que llamar la atención de un demente.

Por fin sus heridas comenzarían a cicatrizar.

—Me quiere, mamá —susurró—. Tal vez sea la manera que tiene el destino de compensarme por haber sido cruel y desalmado hace veinte años. Soy feliz. Por loco que esté el mundo, soy feliz con él.

Se levantó de la cama y se prometió que a partir de ese día nada los separaría.

En la sala, Nathan acababa de telefonear al consulado de Estados Unidos en Niza. No había dormido y estaba destrozado. Tenía la impresión de que corría en círculos mientras recababa información, buscaba cualquier pista, cualquier dato que hubiese pasado por alto meses antes.

Le devoraban los remordimientos al pensar que su mayor esperanza consistía en confirmar que su hermano había muerto.

Levantó la cabeza al oír pasos que subían por los escalones de entrada. Consiguió sonreír al ver a Giff detrás de la puerta mosquitera y le hizo señas de que entrara mientras terminaba de hablar.

—Perdona por interrumpirte —se disculpó Giff.

—No te preocupes. Ya he acabado.

—Me dirigía a la cabaña Live Oak y decidí pasar para entregarte estos planos. Me dijiste que no te importaría echar un vistazo a mi proyecto de ampliación de Sanctuary.

—Me encantará verlos. —Agradeciendo la distracción, Nathan los tomó y los extendió sobre la mesa de la cocina—. A mí también se me habían ocurrido algunas ideas.

Giff quedó boquiabierto al ver salir a Jo del dormitorio.

—Buenos días, Jo Ellen.

La mujer confió en no haberse ruborizado ante la mirada de los dos hombres. Sólo una camisa de Nathan cubría su desnudez y, aunque le cubría hasta los muslos, resultaba evidente que no llevaba nada debajo. Supongo que esto me enseñará a no salir en cuanto percibo el aroma del café, pensó.

—Buenos días, Giff.

—Sólo he venido para traer algo a Nathan.

—Muy bien. Voy a servirme un café. —No le quedaba más remedio que comportarse como una descarada, de modo que se acercó al mostrador para prepararse una taza—. Lo tomaré en el dormitorio.

Giff estaba entusiasmado. ¡Menuda situación! Como sabía que Lexy querría enterarse de todos los detalles, decidió obtener información.

—Tal vez te interese echar un vistazo a los planos. Kate se propone ampliar la casa, y siempre has tenido buen ojo para esas cosas.

Modales o dignidad; era una decisión imposible para una mujer educada en las tradiciones sureñas. Jo procuró combinar ambas cosas y se acercó al mostrador. Quedó intrigada al ver una serie de líneas extrañas y números.

Nathan se obligó a no mirar las piernas de Jo para concentrarse en los planos.

—Es un buen diseño. ¿Dirigirás tú las obras?

—Sí, Bill y yo.

—Si alargaras este ángulo —propuso mientras trazaba una línea con el dedo—, te ahorrarías el trabajo de excavar aquí y contarías con la ventaja de utilizar los jardines como parte de la estructura.

—Pero entonces ¿no se perdería este rincón? ¿No resultaría difícil acceder hasta ahí desde la casa principal? A la señorita Kate le daría un ataque si le planteara cambiar las puertas o las ventanas.

—No sería necesario modificar nada. —Nathan desenrolló todo el plano para ver la obra completa—. Buen trabajo —murmuró—. Jo, por favor, tráeme una hoja de papel de dibujo —pidió Nathan—. Algunos empleados de mi empresa carecen de la habilidad necesaria para realizar un diseño como este.

—¿En serio? —Giff olvidó por completo la presencia de Jo y se colocó detrás de Nathan, a quien miraba con una mezcla de incredulidad y regocijo.

—Si alguna vez decides estudiar en la universidad para licenciarte en arquitectura y quieres ser aprendiz en un estudio, no dejes de avisarme. —Tomó un lápiz y comenzó a dibujar en el papel que Jo acababa de tenderle—. ¿Ves? De esta manera se consigue una forma más suave. Yo evitaría los ángulos agudos y procuraría que el conjunto armonizara con la curva del tejado.

—Sí, lo veo. —Se percató de que sus dibujos resultaban un tanto torpes comparados con los de Nathan—. Jamás se me hubiera ocurrido algo así, y nunca conseguiré dibujar tan bien como tú.

—¡Por supuesto que lo conseguirás! Además, tú has hecho la parte más difícil. Resulta más fácil modificar un par de detalles en un trabajo bueno y detallado que trazar el concepto básico.

Nathan se enderezó y contempló su dibujo con los ojos entornados.

—Tal vez tu planteamiento satisfaga más al cliente. Resulta más viable y tradicional.

—Pero el tuyo es mucho más artístico.

—El cliente no siempre se decanta por lo artístico. —Nathan dejó el lápiz—. En todo caso, muestra las dos opciones a Kate y que ella decida. Después perfeccionaremos los detalles del plano que elija antes de que empiecen las obras.

—¿Trabajarás conmigo en esto?

—Por supuesto. —Nathan tomó la taza de café de Jo y bebió—. Me encantaría.

Giff recogió los papeles.

—Creo que iré ahora mismo a Sanctuary para hablar con la señorita Kate. ¡No sabes cuánto te lo agradezco, Nathan! —Se tocó el borde de la gorra—. Hasta pronto, Jo.

La joven se apoyó contra el mostrador mientras Nathan cogía otra hoja. Después de apurar el café que ella se había servido, empezó otro dibujo.

—Creo que ni siquiera sospechas lo que acabas de hacer —murmuró ella.

—¿A qué distancia de este rincón se encuentra el arriate con flores azules?

Jo buscó otra taza.

—He dicho que ni siquiera sospechas lo que acabas de hacer.

—¿Con respecto a qué? ¡Ah! —Miró la taza vacía—. Perdona, me he bebido tu café.

—Aparte de eso…, que me enojó y conmovió a la vez. —Le rodeó la cintura con los brazos—. Eres un tipo estupendo, Nathan.

—Gracias. —Normalidad, se dijo. Por lo menos durante una hora era necesario que actuaran con normalidad—. ¿Lo dices porque no te di una palmada en el trasero cuando entraste cubierta sólo con mi camisa… a pesar de las ganas que tuve de hacerlo?

—No. Eso lo considero un rasgo de inteligencia. Lo que yo digo es que eres bueno. ¿No has visto la cara que ha puesto?

Nathan negó con la cabeza.

—Me temo que no me he fijado. ¿Hablas de Giff?

—No conozco a nadie que no sienta simpatía por Giff, pero todos le consideran tan sólo un tipo trabajador, amable y digno de confianza. Tú acabas de decirle que es más que eso y que puede llegar a ser aún más. Y lo afirmaste con una franqueza y naturalidad tales que te creyó. —Se puso de puntillas para apoyar la mejilla contra la de él—. En este momento me gustas, Nathan. Me gusta cómo eres.

—A mí también me gustas. —La estrechó en sus brazos.

Kirby se encaminó hacia Sanctuary. Si Jo estaba allí, hablaría con ella en privado. Su estricto código ético le impedía mencionar a los demás integrantes de la familia Hathaway la información que había conocido la noche anterior. Si Jo había regresado a casa después de hablar con Nathan, suponía que todo el mundo estaría conmocionado.

Por lo menos podría echarles una mano como doctora.

Sin embargo, no habían reclamado su presencia por ese motivo.

Kirby planeaba evitar a Brian. Por ello había acudido entre las horas del desayuno y el almuerzo. Además entró por la puerta principal, no por la de la cocina como solía.

Ya que nos hemos esforzado en evitarnos durante una semana, pensó, ¿qué importa un día más? No se habría presentado allí si Kate no la hubiera llamado; al parecer un huésped se había resbalado por la escalera. Kate la recibió con gran nerviosismo.

—Kirby, no sé cómo expresarte mi agradecimiento. La mujer sólo se ha torcido el tobillo, pero arma tal escándalo que da la impresión de que se ha roto todos los huesos del cuerpo.

Kirby dedujo por su expresión que Jo todavía no les había hablado de Annabelle.

—No te preocupes —dijo.

—Ya sé que es tu tarde libre y lamento haberte molestado, pero la mujer se niega a levantarse de la cama.

Kirby subió tras ella por las escaleras.

—De todos modos siempre conviene examinar esas lesiones. Si se trata de algo más grave que un esguince, le practicaremos una radiografía y la enviaremos a Savannah.

—Sería una manera de quitármela de encima —murmuró Kate. Golpeó con los nudillos la puerta de una habitación—. Señora Tores, ha llegado la doctora. Mándale la cuenta a la posada —susurró Kate dirigiéndose a Kirby— y cóbrale de más por ser tan pesada.

Treinta minutos después Kirby salió del dormitorio. Estaba agotada y le dolía la cabeza por la retahíla de quejas con que le había obsequiado la señora Tores. Cuando se detuvo para frotarse las sienes, Kate se asomó por el pasillo.

—¿A salvo?

—He reprimido la tentación de sedarla. Se encuentra bien, Kate. Tuve que realizarle un examen físico completo para que quedara satisfecha. Tan sólo se ha torcido un poco el tobillo; por lo demás, tiene unos pulmones bien sanos. Por tu bien, espero que no se quede mucho tiempo en Desire.

—Gracias a Dios se marchará pasado mañana. Ven, te serviré un vaso de limonada y un trozo de la tarta de ciruelas que Brian preparó ayer.

—Lo siento, debo volver. Tengo que poner al día los papeles.

—No pienso dejarte ir sin que bebas algo fresco. Hace un calor infernal.

—Me gusta el calor y…

Kirby se interrumpió al ver a Brian entrar por la puerta principal. Portaba en los brazos un gran ramo de flores, y Kirby lo encontró más viril y atractivo que nunca.

—¡Ah, Brian! Me alegro de que te hayas ocupado de eso. —Kate bajó por la escalera a toda prisa—. Esta mañana pensaba cortarlas para llenar los jarrones, pero el accidente de la señora Tores me ha entretenido. —Siguió parloteando mientras cogía las flores—. Ya me encargaré yo de preparar los ramos. Te juro, Kirby, que este hombre las mete de cualquier forma en los jarrones. Brian, prepara una limonada para Kirby y ofrécele un trozo de tarta. Ha venido para hacerme un favor y me gustaría agradecérselo de alguna manera. Id a la cocina.

Empezó a subir por la escalera con la esperanza de que esos muchachos no se portaran como un par de tontos.

—No necesito nada —dijo Kirby muy tiesa—. De hecho ya me marchaba.

—Supongo que dispondrás de cinco minutos para beber algo fresco; de lo contrario Kate se ofenderá.

—De acuerdo. —Cruzó el vestíbulo con pasos rápidos. Deseaba alejarse de él. Cuando se enterara de lo de su madre, no dudaría en brindarle su apoyo, pero entretanto se sentía demasiado dolida para hablar con él.

—¿Cómo está la paciente?

—Podría bailar si se lo propusiera. No le sucede nada. —Abrió la puerta y permaneció de pie mientras él abría la nevera para sacar una jarra de limonada—. ¿Qué tal tienes la mano?

—Ya está bien.

—Ya que estoy aquí podría aprovechar para examinarla. —Depositó el maletín sobre la mesa—. Tendría que haberte quitado los puntos hace un par de días.

—Estabas a punto de marcharte.

—Te ahorraré el viaje hasta el consultorio.

Brian dejó de servir la limonada y la miró. Los rayos del sol que entraban por la ventana situada a su espalda formaban una especie de halo alrededor del pelo de Kirby.

—Está bien. —Llevó el vaso hasta la mesa y se sentó.

A pesar del calor, Kirby tenía las manos frías. No apreció hinchazón ni rastros de infección. La herida se había curado. Apenas le quedará cicatriz, dedujo, y abrió el maletín para buscar las tijeras.

—Será sólo un momento.

—Sólo te pido que no vuelvas a pincharme.

Ella cortó el primer punto y lo retiró con las pinzas.

—Puesto que los dos vivimos en esta isla y es probable que nos encontremos con frecuencia, te agradecería que me aclararas la situación.

—Está bastante clara, Kirby.

—Para ti, no para mí. —Cortó otro punto—. Quiero saber por qué decidiste alejarte de mí, qué te impulsó a romper lo que existía entre nosotros.

—Llegamos mucho más lejos de lo que yo preveía. Ni tú ni yo creíamos nunca que nuestra relación funcionara. Decidí alejarme primero, eso es todo.

—¡Ah, lo comprendo! Decidiste plantarme antes de que yo te abandonara.

—Más o menos. —Deseó no oler su aroma, aquel perfume con olor a melocotón que lo torturaba—. En mi opinión, no hice más que simplificar las cosas.

—Y a ti te gustan las cosas sencillas, ¿verdad? Te gusta hacer todo a tu manera, a tu ritmo, cuando te conviene.

Kirby hablaba con calma, pero él no confiaba demasiado en que estuviera tan tranquila como aparentaba y, puesto que tenía un instrumento cortante en la mano, asintió.

—Tienes razón. En realidad eres igual que yo; lo que sucede es que tu manera y tu ritmo son distintos de los míos.

—No lo negaré. Supongo que prefieres una mujer delicada, que acceda a todos tus deseos y caprichos. No cabe duda de que yo no soy así.

—No, desde luego que no. Lo cierto es que yo no buscaba una mujer ni entablar una relación. Me perseguiste y eres hermosa; me cansé de simular que no te deseaba.

—Ambos disfrutamos, de manera que no tenemos por qué quejarnos. —Cortó el último punto—. Ya está. —Lo miró a los ojos—. Ya está, Brian, la cicatriz desaparecerá poco a poco. Dentro de un tiempo ni siquiera recordarás que te cortaste. Y ahora que hemos aclarado la situación, seguiré mi camino. —Se puso en pie.

—Gracias por todo —dijo Brian.

—No hay de qué —replicó Kirby con voz gélida antes de salir.

Una vez fuera, corrió hasta llegar al bosque.

—Bueno, ya está —musitó Brian, que levantó el vaso de limonada que Kirby ni siquiera había probado y tomó varios tragos. Le hizo arder el estómago como si fuera ácido.

Había hecho lo correcto al impedir que la situación se complicara. Con ello había herido el amor propio de Kirby, que no obstante tenía suficiente para que no le afectara perder un poco. Además poseía orgullo, clase e inteligencia, debía reconocerlo. Desde luego, era una mujer increíble.

He hecho lo correcto, pensó al tiempo que se pasaba el vaso por la frente. Con el tiempo, ella lo habría abandonado, estaba seguro.

Las mujeres como Kirby Fitzsimmons no solían mantener relaciones estables. De hecho no quería a ninguna mujer a su lado, pero había empezado a fantasear, a plantearse la posibilidad de contraer matrimonio, de formar una familia, y en ese sentido ella no le convenía.

Kirby era demasiado inquieta para quedarse en Desire. Si le ofrecían un buen puesto en un hospital, no dudaría en marcharse.

Recordó cómo había manipulado el cuerpo de Susan Peters. De pronto se había convertido en una mujer fría, que impartía órdenes con voz tranquila, los ojos inexpresivos, sin el menor temblor en las manos.

Esa escena le había abierto los ojos. Kirby no era una damisela frágil que se contentaría con tratar sarpullidos o quemaduras de sol en una isla perdida en medio del mar. ¿Atarse al dueño de una posada que se ganaba la vida batiendo huevos para preparar tortillas? Menudo disparate, se dijo Brian.

Así pues, el asunto estaba terminado, y se adaptaría poco a poco a la vida tranquila que le gustaba.

¡Maldita rutina!, pensó en un repentino ataque de furia. Casi se le cayó el vaso al ver el maletín de Kirby sobre la mesa. Se lo ha dejado, pensó mientras lo abría y examinaba su contenido. Que vuelva a buscarlo, decidió. Él estaba muy ocupado. No pensaba perseguirla por toda la isla para devolvérselo.

Sin embargo, tal vez lo necesitara; en cualquier momento podía presentarse una urgencia, y si Kirby no tenía su instrumental, él sería el responsable. Quizá muriera alguien por su culpa.

Como no quería que le remordiera la conciencia, cogió el maletín; era más pesado de lo que pensaba. Se lo llevaría a su casa y asunto terminado.

Decidió ir en el coche en lugar de cruzar el bosque. Hacía demasiado calor para andar. Además, si Kirby se había entretenido en el camino, tal vez llegaría a la cabaña antes que ella. En ese caso dejaría el maletín en la cabaña, junto a la puerta, y se marcharía sin necesidad de verla.

Al enfilar el sendero de entrada creyó que sus deseos se habían cumplido y se sintió decepcionado aun a su pesar. Mientras subía por los escalones que conducían al porche, comprendió que se había equivocado. La oyó sollozar y se detuvo en seco. El llanto lo conmovió sobremanera. Se preguntó si habría algo peor para un hombre que enfrentarse a una mujer que lloraba.

Abrió y cerró la puerta con sigilo. Tenía los nervios de punta cuando se encaminó hacia el dormitorio mientras se cambiaba el maletín de mano una y otra vez. Kirby yacía hecha un ovillo en la cama, con el pelo caído sobre la cara. No era la primera vez que Brian veía a una mujer llorar; al fin y al cabo, vivía con Lexy. Sin embargo, jamás esperó un llanto tan poco contenido por parte de Kirby, que lo había desafiado a resistírsele, que había examinado un cadáver sin inmutarse, que acababa de salir de su cocina con la cabeza bien alta y una expresión de frialdad absoluta.

Con Lexy la alternativa era salir corriendo y cerrar la puerta o mantenerla abrazada hasta que se calmara. Se decantó por la última opción. Se sentó en el borde de la cama y extendió el brazo para atraerla hacia sí.

Kirby se irguió en el acto para golpear con fuerza la mano que le tendía. Él insistió con paciencia.

—¡Vete de aquí! ¡No me toques! —Aparte del dolor que sentía, la humillación de que la viera en ese estado le resultaba insoportable. Le propinó puntapiés, se retorció y por fin huyó por el otro lado de la cama. Lo miró furiosa, con los ojos enrojecidos por el llanto, e incapaz de reprimir los sollozos.

—¿Cómo te atreves a entrar en mi casa? ¡Largo de aquí!

—Te dejaste el maletín en la cocina. —Se puso en pie, frente a ella, separados por la cama—. Te he oído sollozar. Lo lamento. No sabía que podía hacerte llorar.

Ella sacó pañuelos de papel de una caja que había sobre la mesita de noche y se enjugó las lágrimas.

—¿Y por qué crees que lloro por ti?

—Porque dudo de que en los últimos cinco minutos te hayas encontrado con alguien que te haya provocado el llanto; considero que es una suposición razonable.

—Y tú eres muy razonable, ¿verdad, Brian? —Sacó más pañuelos de papel y arrojó los usados al suelo—. Te agradecería que te marcharas y me dejaras en paz.

—Si te he herido…

—¿Si me has herido? —Desesperada tomó la caja de pañuelos y se la lanzó a la cara—. Sí, me has herido, ¡hijo de puta! ¿Qué crees que soy? ¿Una pelota que se puede apartar de una patada? Afirmabas estar enamorado de mí y luego, con toda tranquilidad, me dices que todo ha terminado.

—Dije que creía que me estaba enamorando de ti —matizó—, pero conseguí que no llegara a más.

—¡Eres un…! —Ciega de furia, Kirby cogió lo primero que encontró a mano y se lo arrojó.

—¡Por el amor de Dios! —Brian esquivó el pequeño jarrón de cristal, que pasó cerca de su cabeza—. Si me hieres la cara, tendrás que cosérmela.

—¡Ni lo pienses! —Tomó el frasco de colonia que estaba sobre la cómoda y lo lanzó—. Por mí puedes desangrarte hasta morir, imbécil.

Él se agachó para evitar el nuevo proyectil y se abalanzó sobre ella con rapidez antes de que le golpeara en la cabeza con un espejo con el marco de plata. Cayeron ambos sobre la cama.

—Te mantendré así hasta que te tranquilices —amenazó Brian entre jadeos mientras la inmovilizaba sobre el colchón—. ¡No permitiré que me lastimes porque he herido tu amor propio!

—¿Mi amor propio? —Dejó de forcejear, y las lágrimas brotaron de nuevo en sus ojos enrojecidos—. Me has destrozado el corazón. —Volvió la cabeza y cerró los párpados mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Ya no tengo amor propio para que nadie me lo hiera.

Sorprendido, él se apartó, y la mujer se tendió de costado, ovillada, mientras lloraba en silencio.

—Déjame sola, Brian.

—Sé que, tarde o temprano, me abandonarás. Por eso decidí romper nuestra relación —murmuró mientras le acariciaba la cabeza—. Sé que no te quedarás aquí, conmigo. Si no procuro olvidarte ahora, cuando te vayas me moriré.

Ella estaba tan cansada que ya no podía llorar. Abrió los ojos.

—¿Por qué crees que no me quedaré?

—¿Por qué habías de quedarte? Puedes ir a donde quieras, Nueva York, Chicago, Los Ángeles. Eres joven, hermosa, inteligente. En cualquiera de esas ciudades un médico gana muchísimo dinero, acude a clubes de campo y posee un consultorio en un edificio elegante.

—Si me interesara eso, habría intentado conseguirlo. Si quisiera estar en Nueva York, Chicago o Los Ángeles, ya me habría ido.

—¿Por qué no lo has hecho?

—Porque me encanta estar aquí, practicar la clase de medicina que me gusta y llevar la vida que deseo.

—Estás acostumbrada a otro estilo de vida. Tu padre es rico…

—Y mi madre es una belleza —replicó con ironía.

—Lo que quiero decir es que…

—Ya sé qué quieres decir. —La cabeza le dolía tanto que parecía a punto de estallar. Más tarde tomaría algo para remediarlo—. No me gustan los clubes de campo porque por lo general se rigen por normas muy estrictas y los socios son poco tolerantes. Prefiero sentarme en el porche y ver el mar, pasear por el bosque. —Le miró a la cara—. Y tú, Brian, ¿por qué te quedas? Podrías trasladarte a una gran ciudad, dirigir la cocina de un hotel elegante o abrir tu propio restaurante. ¿Por qué no lo haces?

—Porque aquí tengo lo que quiero.

—Yo también. —Volvió la cabeza para apoyar la mejilla contra la colcha—. Ahora vete.

Brian se puso en pie y la miró. Se sentía torpe. Deslizó los pulgares en los bolsillos delanteros del pantalón, se alejó, se acercó al lecho, miró por la ventana, observó a Kirby, que no se movía ni hablaba. Brian masculló una maldición, respiró hondo y se encaminó hacia la puerta. De pronto dio media vuelta.

—No te he dicho la verdad. No terminé con lo nuestro, Kirby. Deseaba hacerlo, pero no pude. Preferiría que no estuviéramos juntos porque temo que surgirán complicaciones. Esa es la verdad.

La mujer se incorporó y observó a Brian, que parecía muy desdichado.

—¿Esa es tu manera de decirme que estás enamorado de mí?

—Sí.

—Me apartas de tu vida, me humillas al encontrarme en un momento de debilidad, me insultas al negar mis sentimientos y después dices que me quieres. —Meneó la cabeza y se apartó el cabello de la cara—. Bueno, este es el momento romántico con que toda mujer sueña.

—Me limito a explicarte cómo son las cosas, qué siento.

Ella exhaló un suspiro.

—Puesto que yo también estoy enamorada de ti, te propondré algo.

—¿De qué se trata?

—¿Por qué no paseamos por la playa? Tal vez el aire fresco te aclare la mente. Entonces podrás decirme cómo son las cosas y qué sientes.

Brian lo consideró.

—Acepto —concedió al tiempo que le tendía una mano.