Jo permanecía en silencio mientras Nathan conducía el todoterreno. No pensaba darle la satisfacción de arrojarse del vehículo en marcha o de escapar cuando se detuvieran. Le arañaría la cara hasta desgarrarle la piel cuando no corrieran el riesgo de salirse del camino.
—No pensaba abordar así el asunto —murmuró Nathan—. Necesito hablar contigo de algo importante. Has elegido un mal momento para adoptar una actitud desdeñosa. —Sin hacer caso del bufido que lanzó Jo, Nathan prosiguió—: No me importa pelear, incluso reconozco que en ocasiones es conveniente, pero este no es un buen momento para discutir, y tu comportamiento no hace más que complicar una situación ya de por sí penosa.
—De modo que la culpa es mía. —Respiró hondo cuando él frenó ante su cabaña—. ¿Consideras que soy la culpable de esto?
—No es una cuestión de culpas, Jo.
En lugar de arañarle como había planeado, Jo cerró los puños y le propinó varios golpes certeros.
—¡Caramba! ¡Basta ya, Jo! —exclamó Nathan al tiempo que trataba de defenderse.
Notó el sabor de la sangre en la boca y temió que le hubiera roto la mandíbula. Por fin consiguió sujetarla y obligarla a permanecer quieta en el asiento.
—Para ya, por favor. Intenta controlarte. —Se movió con rapidez al ver que Jo levantaba la rodilla para atacarle—. No quiero lastimarte.
—En cambio a mí me encantaría hacerte daño de verdad. Te lo mereces por haberme tratado así.
—Lo siento. —Bajó la frente hasta tocar la de ella—. Lo lamento, Jo.
Ella se negó a ablandarse, a reconocer que el corazón se le había encogido al percibir el tono desesperanzado de Nathan.
—Ni siquiera sabes qué lamentas.
—Lamento muchas más cosas de las que tú sospechas. —Se echó hacia atrás y la miró a los ojos—. Entra en casa, por favor. Debo contarte algo. ¡Ojalá no tuviera que decirlo! Después podrás pegarme hasta dejarme el cuerpo lleno de moretones, y juro que no levantaré un dedo para defenderme.
Jo supuso que algo terrible ocurría. Su enojo se convirtió en miedo. Mantuvo un tono frío mientras se esforzaba por contener la imaginación.
—Me parece un acuerdo aceptable. Entraré en tu casa y te escucharé. Luego, todo habrá terminado entre nosotros, Nathan. —Lo apartó de sí de un empujón y abrió la portezuela—. No consiento que me dejen plantada —susurró—. No volverá a sucederme nunca más.
Con un profundo abatimiento, Nathan la condujo hasta la cabaña y encendió las luces.
—Preferiría que te sentaras.
—No me apetece, y me trae sin cuidado lo que prefieras. ¿Por qué te marchaste de esa manera? —Se volvió hacia él al tiempo que se rodeaba el cuerpo con los brazos, como si pretendiera defenderse—. ¿Cómo pudiste levantarte de mi cama e irte así, sin decir una palabra? Has estado fuera más de una semana y sabías muy bien cómo me sentiría. Si empezabas a hartarte de mí, al menos podrías haber actuado con más delicadeza.
—¿Hartarme de ti? ¡Dios Santo, Jo! En los últimos ocho días no he dejado de pensar en ti, de desearte. Si no me importaras más que nada en el mundo, me habría quedado. Y no mantendríamos esta conversación.
—¡Me has herido, me has humillado, me…!
—Te amo.
Jo retrocedió.
—¿Acaso esperas que me arroje en tus brazos al oírlo?
—No. —Se acercó a ella y no logró reprimir la necesidad de tocarla. Le acarició los hombros con la yema de los dedos—. Estoy enamorado de ti, Jo Ellen. Tal vez siempre te he amado. Tal vez esa chica de siete años que conocí me impidió amar a nadie más. No lo sé. Necesito decirlo y que me creas antes de empezar a hablarte de lo demás.
Ella lo miró a los ojos y notó que le flaqueaban las piernas.
—¿Eres sincero?
—Por supuesto. Te quiero tanto como para poner mi pasado, mi presente y mi futuro en tus manos. Decidí regresar a Nueva York para visitar a un neurólogo amigo de la familia con el propósito de que me sometiera a algunos exámenes y análisis.
—¿Análisis? —repitió Jo con sorpresa—. ¿Qué clase de…? ¡Oh, Dios mío! —Sintió un dolor tan fuerte como si acabaran de asestarle un puñetazo en el pecho—. Estás enfermo. ¿Un neurólogo? ¿Qué es? ¿Un tumor? —La sangre se le congeló en las venas—. Sin duda existe un tratamiento que logre…
—No estoy enfermo, Jo. No tengo un tumor, no padezco ningún trastorno, pero necesitaba asegurarme.
—¿No te ocurre nada? —Volvió a rodearse el cuerpo con los brazos—. No lo entiendo. ¿Viajaste a Nueva York para que te realizaran una revisión aunque no te Pasaba nada?
—Te repito que necesitaba asegurarme. Temía que tal vez hubiera sufrido ataques de amnesia y que quizá hubiera asesinado a Susan Peters.
Impresionada, Jo se sentó en el brazo de un sillón y apoyó una mano contra el respaldo sin apartar la vista de los ojos de Nathan.
—¿Cómo se te ocurrió tamaña locura?
—Porque la estrangularon aquí, en la isla. Porque trataron de ocultar su cuerpo. Porque su marido, su familia y sus amigos podrían haber vivido el resto de su vida sin saber qué había sucedido.
—¡Basta! —Le costaba respirar, el corazón le latía con demasiada rapidez, la cabeza le daba vueltas, comenzaba a sudar. Conocía los síntomas; el pánico esperaba la oportunidad de saltar—. No quiero oír nada más de esto.
—Yo tampoco quiero decirte más, pero no hay alternativa. Mi padre asesinó a tu madre.
—¡Eso es un disparate, Nathan! —Deseó levantarse y salir corriendo, pero no lograba moverse—. Y una crueldad.
—Parece un disparate y es una crueldad, pero es cierto. Hace veinte años mi padre terminó con la vida de tu madre.
—No, el señor David era una buena persona, era nuestro amigo. Esta conversación es una locura. Mi madre se marchó —aseguró con voz trémula.
—Tu madre nunca abandonó la isla. Él… arrojó su cadáver al pantano.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es la verdad y ya la he evitado durante demasiado tiempo. —Nathan se obligó a continuar mientras ella cerraba los ojos y negaba con la cabeza—. Lo planeó tan pronto como la vio, ese verano, en cuanto llegó.
—No, no, ¡no sigas!
—Es imposible borrar el pasado. Papá tenía un diario y conservaba algunas pruebas en una caja de seguridad. Lo encontré todo después de que él y mi madre murieran.
—Lo encontraste. —Las lágrimas le rodaban por las mejillas mientras se mecía con los brazos alrededor del cuerpo—. Y volviste a la isla.
—Volví para enfrentarme a ello, para tratar de recordar aquel verano; cómo se comportaba mi padreen esa época. Además pretendía decidir si debía enterrar el asunto o revelar la verdad a tu familia.
Jo notaba las palpitaciones y el zumbido en los oídos que precedían a un ataque de pánico.
—Lo sabías y volviste a la isla. Te acostaste conmigo sabiendo… —Se puso en pie a pesar del aturdimiento—. Estuviste dentro de mí. —Presa de la furia, propinó un bofetón a Nathan—. Dejé que estuvieras dentro de mí. —Le pegó de nuevo, iracunda. Él no se defendió ni trató de esquivar los golpes—. ¿Comprendes cómo me siento?
Nathan había supuesto que lo miraría así, con odio y repugnancia, incluso con miedo. Debía aceptarlo.
—Mi padre… Era mi padre.
—La mató, nos la arrebató, y durante todos estos años…
—Jo, no me enteré hasta después de su muerte. Hace meses que me debato y trato de asimilar lo que hizo. Comprendo cómo te sientes…
—No puedes comprenderlo. —Fue como si le escupiera las palabras. Quería herirlo, hacerlo sufrir—. No puedo quedarme aquí. Ni siquiera puedo mirarte. ¡No! —Retrocedió, con los puños cerrados, cuando él trató de acercarse—. ¡No me pongas las manos encima! Podría matarte por haberme tocado antes. ¡Aléjate de mí y de mi familia!
Cuando Jo salió corriendo, Nathan no intentó detenerla. Se limitó a observarla. Puesto que no podía hacer otra cosa, por lo menos se encargaría de vigilar que llegara sana y salva a Sanctuary.
Sin embargo no era a Sanctuary hacia donde Jo se dirigía.
No podía regresar a su casa. No lo soportaría. Le costaba respirar, tenía la vista nublada. Deseaba arrojarse al suelo, ovillarse y gritar hasta que su cuerpo y su alma se vaciaran de dolor, pero era consciente de que, si lo hacía, luego le faltarían las fuerzas necesarias para levantarse.
De manera que corrió sin rumbo entre los árboles, mientras imágenes espantosas desfilaban por su cabeza.
Recordó la fotografía de su madre; los ojos abiertos, llenos de perplejidad, terror, sufrimiento, la boca abierta para lanzar un grito.
El dolor se le clavó en el costado como un cuchillo. Se llevó una mano allí y continuó corriendo sin dejar de sollozar.
Llegó a la playa jadeando y cayó sobre la arena. Se apresuró a levantarse y reanudó la carrera tambaleándose. Necesitaba alejarse del dolor y la pena que la destrozaban.
Oyó que alguien la llamaba y el sonido de pasos a su espalda. Tropezó, se enderezó y dio media vuelta, dispuesta a luchar.
—Jo, querida, ¿qué te ocurre? —Kirby se acercó presurosa. Lucía un albornoz y tenía el pelo mojado—. Estaba en el porche y te he visto pasar…
—¡No me toques!
—Está bien. —De manera instintiva, Kirby adoptó un tono más tierno—. ¿Por qué no me acompañas a casa? Te has lastimado. Te sangran las manos.
—Yo… —Confusa, Jo se las observó y reparó en los rasguños y la sangre que le corría por las palmas—. Me he caído.
—Ya lo sé. Te he visto. Ven. Te desinfectaré las heridas.
—No necesito… las manos están bien. —Ni siquiera sentía el dolor. De pronto comenzaron a temblarle las piernas y la cabeza le dio vueltas—. Él mató a mi madre. ¡Kirby, mató a mi madre! Está muerta.
Con cautela, Kirby se aproximó y le rodeó la cintura.
—Ven conmigo. —La condujo por la playa. Al mirar hacia atrás, distinguió a Nathan a unos metros de distancia. A la luz de la luna, sus miradas se encontraron. Después él se volvió y se alejó.
—Estoy muy nerviosa —murmuró Jo. Notaba pequeños pinchazos en la piel y tenía el estómago revuelto.
—Está bien. Debes acostarte un rato. Apóyate en mí hasta que entremos en la cabaña.
—Él la mató. Nathan lo sabía; acaba de decírmelo. —En ese momento tenía la sensación de flotar sobre los escalones—. Mi madre está muerta.
Sin pronunciar palabra, Kirby la ayudó a tenderse en la cama y la cubrió con una manta. Jo temblaba de forma visible.
—Respira despacio —ordenó Kirby—. Te daré algo para que te calmes; ahora mismo vuelvo.
—No necesito nada. —El pánico la acometió con más fuerza, y cogió a Kirby de la mano—. No quiero sedantes. Lograré recuperarme, lo sé.
—¡Por supuesto! —Kirby se sentó en el borde de la cama y le tomó el pulso—. ¿Estás en condiciones de explicarme lo que sucedió?
—Necesito contarlo, pero no me siento con ánimos para hablar con mi familia. No sé qué hacer. Ni siquiera sé qué debo sentir.
El pulso de Jo se normalizaba y sus pupilas ya no estaban tan dilatadas.
—¿Qué te dijo Nathan?
Jo clavó la vista en el techo.
—Me dijo que su padre asesinó a mi madre.
—¡Dios Santo! —Kirby se llevó la mano de Jo a la mejilla—. ¿Cómo sucedió?
—No lo sé. No pude seguir escuchándole. No quise oírlo. Aseguró que su padre la había matado. Nathan se enteró al leer su diario y volvió a la isla. Yo me he acostado con él. —Tenía los ojos inundados de lágrimas que ya le resbalaban por las mejillas—. Me he acostado con el hijo del asesino de mamá.
Kirby sabía que debía mantener la calma. Si pronunciaba una palabra equivocada, Jo quedaría destrozada.
—Si lo hiciste fue porque le querías, y él a ti.
—Pero él lo sabía. Regresó a la isla sabiendo lo que había hecho su padre.
—Sin duda debió de resultarle muy duro.
—¿Cómo es posible que digas eso? —Furiosa, Jo se apoyó sobre los codos para incorporarse—. ¿Duro para él?
—Además fue un acto de valentía —agregó Kirby con suavidad—. Jo, ¿qué edad tenía él cuando murió tu madre?
—¿Y eso qué importa?
—Nueve o diez años, supongo. No era más que un niño.
—Pero ya no es un niño, y su padre…
—El padre de Nathan, no Nathan.
Un sollozo brotó de la garganta de Jo.
—Él me la quitó.
—Lo sé, y lo siento muchísimo. —Kirby la estrechó—. No imaginas cuánto lo siento.
Mientras Jo lloraba en sus brazos, Kirby supo que la tormenta no había hecho más que comenzar.
Tardó cerca de una hora en tranquilizarse. Bebió con lentitud el té muy dulce y caliente que Kirby le había preparado. El pánico había remitido, y en su lugar quedaba ahora dolor, que de pronto resultaba casi tan balsámico como el té.
—Yo sabía que estaba muerta. Lo sospeché cuando desapareció. Soñaba con ella. A medida que crecía trataba de alejar esos sueños, pero se repetían, cada vez más intensos.
—La querías. Ahora, por muy horrible que sea esto, tienes la certeza de que no te abandonó.
—Todavía no logro encontrar consuelo en ello. Deseaba herir a Nathan, tanto física como emocional-mente, y lo he hecho.
—¿Y te parece una reacción anormal? ¡Jo, no te tortures así!
—Lo intento con todas mis fuerzas. He estado a punto de sufrir otras crisis nerviosa. La habría tenido de no haberte encontrado a ti.
—Por fortuna me encontraste. —Kirby le apretó la mano—. Eres más fuerte de lo que crees, Jo, lo suficiente para superar esta situación.
—No me queda otro remedio. —Bebió otro trago de té y dejó la taza sobre el platillo—. Debo volver a casa de Nathan.
—Te conviene descansar.
—No. No le pregunté por qué, ni cómo, ni… —Cerró los ojos—. Necesito conocer las respuestas. Creo que no podré vivir con esto hasta conocer todos los detalles. Debo descubrir qué ocurrió exactamente antes de reunirme con mi familia.
—Sería mejor que regresaras ahora a Sanctuary. Te acompañaré. Después podréis hacer las preguntas todos juntos.
—Debo afrontar esto sola. Soy la principal afectada, Kirby. —A Jo le palpitaban las sienes. Cuando abrió los ojos, tenía las pupilas dilatadas y el rostro demudado—. Estoy enamorada del hombre cuyo padre asesinó a mi madre.
Cuando Kirby la dejó ante la cabaña, Jo vislumbró la silueta de Nathan a través de la puerta mosquitera. Se preguntó si alguna vez se verían obligados a afrontar una situación más difícil que la que ahora vivían.
Él no dijo nada al verla subir por los escalones de la entrada. Le abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarla pasar. Creía que jamás volvería a verla y no estaba seguro si eso habría sido peor que verla así, pálida y abatida.
—Necesito preguntarte… saber…
—Te diré todo cuanto pueda.
Jo se frotó las manos con nerviosismo.
—¿Mantenían… una relación amorosa?
—No. —Deseaba darle la espalda, pero se forzó a mirarla a la cara y percibir el dolor que reflejaban sus ojos—. No hubo nada entre ellos. En el diario escribió que tu madre era una mujer entregada a su familia… a sus hijos y a su marido.
—Supongo entonces que él intentó seducirla, que la deseaba. —Separó las manos—. ¿Se pelearon? ¿Su muerte fue accidental? —inquirió con voz trémula y tono suplicante.
—No. ¡Dios mío! —Esto es peor de lo que esperaba, pensó Nathan—. Conocía bien las costumbres de tu madre porque durante un tiempo la espió. Ella solía pasear de noche por los jardines.
—Le encantaban las flores por la noche. —Recordó el sueño que había tenido después de que se hallara el cadáver de Susan Peters—. Sobre todo las blancas. Disfrutaba con su fragancia y el silencio. Necesitaba estar sola un rato cada día.
—Él eligió la noche —continuó Nathan—. Agregó un somnífero al vino de mi madre para que… para que no se enterara de que se marchaba. En su diario descubrió todo el proceso. Esperó a Annabelle en el límite del bosque, al oeste de la casa. —Sufría mientras lo explicaba y miraba a Jo a los ojos—. La dejó inconsciente de un golpe y se adentró con ella en el bosque. Tenía todo preparado; las luces y el trípode. No fue un accidente, sino una acción planeada, premeditada.
—¿Por qué? —Se derrumbó en un sillón—. Recuerdo que era bueno y paciente. Papá lo llevó a pescar. De vez en cuando mamá le preparaba tarta de nueces porque sabía que le gustaba. —Se le escapó un gemido y se llevó los dedos a los labios para controlarse—. ¡Oh, Dios! ¿Debo entender que la asesinó sin ningún motivo?
—Existía un propósito —matizó al tiempo que se dirigía a la cocina para buscar una botella de whisky—, pero no un motivo. —Vertió el licor en un vaso y lo apuró de un trago—. Yo le quería, Jo. Me enseñó a montar en bicicleta, me prestaba atención. Cada vez que viajaba, llamaba a casa no sólo para hablar con lama, sino con los tres. Nos escuchaba de verdad, no fingía como algunos adultos que suponen que los chicos no comprenden nada. Le importábamos. —Se volvió hacia Jo y le dirigió una mirada elocuente—. Regalaba flores a mamá sin motivo alguno. Por la noche, los oía reír juntos. Éramos felices, y él era el centro de todo. Sin embargo, ahora debo aceptar que cometió un acto monstruoso.
—No sabes cómo me siento —dijo Jo. La cabeza le daba vueltas—. Vacía por dentro. En carne viva. —Cerró los ojos con fuerza—. ¿Vuestra vida familiar no cambió después de eso?
—Él era el único que lo sabía, y fue muy cuidadoso. Todo siguió como siempre hasta que falleció y, al revisar sus papeles, encontramos el diario y las fotografías.
—Fotografías. Fotografías de mi madre ya muerta.
Nathan debía decirlo todo, por más desagradable que resultara.
—Lo llamaba «el momento decisivo».
—¡Oh, Dios mío! —Las palabras que había oído en clases y conferencias resonaron en su mente. «Captar el instante decisivo, anticipar el momento en el que una situación llegará a su punto culminante, saber cuándo apretar el obturador para preservar esa imagen, la más poderosa»—. Era un estudio, un trabajo.
—Ese era su propósito. Manipular, provocar, controlar y captar la muerte. —Sintió una náusea profunda. Tomó otro trago de whisky para evitar el vómito—. Sin embargo, estoy seguro de que había algo más, algo que nadie notó ni sospechó jamás. De lo contrario resulta inexplicable. Tenía amigos y había triunfado en su profesión. Llevaba una vida absolutamente normal. —Cada palabra, cada recuerdo lo destrozaba—. No existe justificación alguna —añadió—. Ni absolución posible.
—Tomó fotografías de su rostro, sus ojos, su cuerpo desnudos —dijo Jo—. Preparó bien las poses; la cabeza inclinada sobre el hombro izquierdo, el brazo derecho cruzado sobre la cintura.
—¿Y cómo…?
—La vi. —Cerró los ojos y dio media vuelta. El alivio era dolorosamente frío—. No estoy loca. Nunca lo he estado. No fue una alucinación. Era real.
—¿De qué hablas?
Jo sacó una cajetilla de cigarrillos del bolsillo trasero de los tejanos con impaciencia. Encendió un fósforo y clavó la vista en la llama.
—Ya no me tiembla la mano —observó—. Estoy tranquila. No sufriré una crisis nerviosa. Conseguiré superar todo esto. Nunca volveré a desmoronarme.
Nathan se acercó a la mujer con preocupación.
—Jo Ellen.
—No estoy loca. —Levantó la cabeza y se acercó la llama al pitillo con absoluta serenidad—. Nunca más me desmoronaré. —Exhaló una bocanada de humo—. Alguien me mandó una fotografía de mi madre, una de las que hizo tu padre.
A Nathan se le heló la sangre.
—¡Es imposible!
—La vi, la tuve en mis manos. Fue lo que desencadenó mi crisis nerviosa.
—Me dijiste que alguien te enviaba fotografías en las que aparecías tú.
—Es cierto. Junto a ellas, en el último paquete que recibí en Charlotte, había una de mi madre. Más tarde no conseguí encontrarla. Quien me las mandaba entró en mi apartamento y la cogió. Entonces creí que había sufrido una alucinación, pero era real, existía.
—Yo soy el único que pudo habértelas remitido, y no lo hice.
—¿Dónde están esas fotografías? ¿Y los negativos?
—Desaparecieron.
—¿Que desaparecieron? ¿Cómo?
—Kyle quería destruir tanto las fotografías como el diario. Yo me opuse. Necesitaba algún tiempo para decidir qué debía hacer. Discutimos. Él arguyó que habían transcurrido veinte años. ¿Qué sentido tenía sacar todo a la luz? Montó en cólera cuando dije que tal vez acudiría a la policía o intentaría hablar con tu familia. A la mañana siguiente, se había marchado y se había llevado consigo las fotografías y el diario. Ignoraba su paradero. Algún tiempo después me comunicaron que se había ahogado. Supongo que le resultaba imposible seguir adelante después de conocer lo ocurrido y decidió acabar con todo, incluso con su vida.
—Sin embargo las fotografías todavía existen, al igual que las que me tomaron a mí. —Jo tenía la mente clara—. Me parezco a mi madre. Es lógico que quien sintiera una obsesión enfermiza por ella la trasladara hacia mí.
—¿Crees que no lo he pensado? ¿Que no me ha aterrorizado tal posibilidad? Cuando encontramos a Susan Peters y se determinó cómo había muerto, pensé… Soy el único que queda, Jo. Enterré a mi padre.
—¿También enterraste a tu hermano?
La miró de hito en hito y negó con la cabeza.
—Kyle ha muerto.
—¿Cómo lo sabes? ¿Porque en los informes se asegura que se emborrachó y cayó del barco? ¿Y si no fuese así, Nathan? Tenía las fotografías, los negativos, el diario.
—Se ahogó. Quienes le acompañaban en la embarcación afirmaron que estaba borracho como una cuba, deprimido e irritable. No repararon en su ausencia hasta la mañana siguiente. Su ropa y sus pertenencias continuaban en el barco. —Como Jo permanecía en silencio, Nathan comenzó a pasearse—. No tengo más remedio que aceptar lo que hizo mi padre. Ahora quieres que crea que mi hermano está vivo y se dedica a acosarte; que es capaz de provocarte una crisis nerviosa, de seguirte hasta aquí y… —se interrumpió y tras una breve pausa, añadió—: Y de matar a Susan Peters.
—A mi madre la estrangularon, ¿no es cierto, Nathan?
—Sí. ¡Dios Santo!
Tengo que conservar la calma, se dijo Jo, y dar el próximo paso.
—Susan Peters fue violada.
Al comprender lo que ella trataba de insinuar Nathan cerró los ojos.
—Sí.
—Si no fue el marido…
—La policía no ha encontrado pruebas para encarcelar al esposo. Lo comprobé antes de volver, Jo Ellen. Me temo que es preciso investigar la desaparición de Ginny.
—¿Ginny? —El horror destruyó la tranquilidad con que se había protegido—. ¡Oh, no! ¡Ginny!
Nathan no podía tocarla ni ofrecerle nada. Salió al porche para dejarla sola, apoyó las manos sobre la balaustrada y se inclinó con la desesperada necesidad de respirar aire fresco. Cuando oyó que la puerta se abría a su espalda, se obligó a erguirse.
—¿Cuál era el propósito de tu padre, Nathan? ¿Qué pretendía con esas fotografías, si nunca podría mostrarlas?
—Perseguía la perfección, el control; no limitarse a observar y conservar, sino formar parte de la imagen, crearla. La mujer perfecta, el crimen perfecto, la imagen perfecta. Consideraba a tu madre hermosa, inteligente, elegante, digna. —Observó cómo las luciérnagas parpadeaban en la oscuridad—. Debí haberos revelado la verdad tan pronto como llegué a la isla. Sin embargo, necesitaba tiempo para asimilar lo sucedido. Primero justifiqué mi silencio en el hecho de que tu familia había aceptado una mentira, y la verdad era más cruel; después lo mantuve al enamorarme de ti. Pensé que habías sufrido mucho y que debía esperar hasta que confiaras en mí, hasta que te enamoraras de mí. —Nathan se aferraba a la barandilla mientras ella permanecía a su espalda—. Sin embargo, tras el asesinato de Susan Peters, comprendí que no debía ocultar la verdad por más tiempo y que tenías derecho a conocerla. No puedo hacer nada para modificar el pasado ni para expiar su culpa. Nada de lo que diga conseguirá cicatrizar la herida que os causó a ti y a tu familia.
—Es cierto, no puedes hacer ni decir nada. Nos arrebató a mi madre y permitió que creyéramos que nos había abandonado. Su egoísmo nos destrozó la vida y nos provocó un dolor que jamás hemos logrado aplacar. ¡Y cómo debió de sufrir ella! —exclamó Jo con voz trémula—. Mamá debía de estar tan asustada y confusa. No había hecho nada para merecerlo, aparte de ser quien era. —Jo respiró hondo—. Quise culparte de lo ocurrido, Nathan, porque estás aquí, porque tuviste a tu madre, porque me acariciaste y me hiciste experimentar sensaciones que desconocía. Por todo eso necesitaba culparte.
—Esperaba que lo hicieras.
—No era preciso que me revelaras la verdad. Pudiste haberla olvidado, enterrado, y yo jamás me habría enterado.
—Pero yo lo sabía, y cada día que pasara a tu lado lo consideraría una traición. —Se volvió hacia ella—. Ojalá hubiera podido vivir con lo que sabía y haberte ahorrado el dolor.
—¿Y ahora qué? —Levantó la cabeza hacia el cielo y buscó la respuesta en su corazón—. ¿Debo hacerte pagar por algo que no hiciste, castigarte por algo que sucedió cuando éramos niños?
—¿Por qué no? —La amargura le cerraba la garganta mientras contemplaba los árboles y el río, que fluía silencioso—. Cada vez que me mires lo verás a él y recordarás lo que hizo. Y me odiarás por ello.
Es lo que hice, pensó Jo. Lo había mirado, había visto al padre y lo había odiado. Nathan había aceptado los golpes y los insultos sin intentar siquiera defenderse.
Kirby le había calificado de valiente, y tenía razón.
Nathan también ha sufrido, pensó. Se preguntó por qué habría tardado tanto en entender que, por más grave que fuera el daño que ella había recibido, el que habían infligido a Nathan era comparable.
—Por lo visto no confías en mi comprensión ni en mi inteligencia. Es evidente que tienes una pobre opinión de mí.
Nathan ignoraba que le quedaran fuerzas suficientes para sorprenderse. La miró con incredulidad.
—No te entiendo.
—No; no cabe duda de que no me entiendes si crees que después de haber aceptado lo sucedido, de llorar por ello, te culparía a ti o te consideraría responsable.
—Era mi padre.
—Si estuviera vivo lo mataría con mis propias manos por lo que hizo a mamá, a mis hermanos, a todos, incluso a ti. Le odio, jamás le perdonaré. ¿Puedes soportar vivir con eso, Nathan? ¿O acaso prefieres que cada uno siga su camino? Te diré qué pienso hacer. —Hablaba de forma atropellada para impedir que él la interrumpiera—. No permitiré que me engañen ni que me roben la posibilidad de ser feliz. Si te alejas de mí, aprenderé a despreciarte.
Entró en la casa como una exhalación y cerró con un portazo.
Él permaneció unos minutos en el porche mientras trataba de asimilar el impacto, la generosidad que implicaban sus palabras. Se reunió con ella y susurró:
—¿Quieres que me quede, Jo Ellen?
—¿No es eso lo que acabo de decir? —Sacó un cigarrillo y acto seguido lo arrojó al suelo con furia—. ¿Por qué tengo que perderte? ¿Crees que, después de conseguir que me enamorara de ti, puedes desaparecer de mi vida porque consideras que es lo mejor para mí? ¿Porque opinas que es la actitud más honorable? ¡A la mierda con tu sentido del honor, Nathan! ¡A la mierda con ese honor si me impide tener lo que necesito! Ya he perdido otras veces lo que necesitaba y me vi impotente para evitarlo. Ahora no pienso permanecer de brazos cruzados —concluyó con el rostro encendido de rabia.
—Jamás sospeché que reaccionarías así. Me había preparado para perderte, para conservarte. No sé qué decir; sólo que te amo.
—Sería mucho mejor si me abrazaras mientras lo dices.
Nathan se acercó sin apartar la vista de sus ojos. Primero la rodeó con timidez, luego la estrechó entre sus brazos y enterró la cara en su pelo.
—Te amo… —Se le quebró la voz—. Te amo, Jo Ellen.
—No permitiremos que nos arrebaten nuestra voz —susurró Jo con fiereza—. ¡No lo permitiremos!
Nathan permanecía muy quieto para no despertarla.
La mujer que yacía a su lado, la mujer a quien amaba, corría un grave peligro cuyo origen era demasiado horroroso para que se animara a pronunciarlo siquiera. La protegería con su vida si era necesario. Mataría para mantenerla a salvo.
Abrigaba la esperanza de que su amor sobreviviera a cualquier calamidad. Había llegado el momento de que se enfrentaran a lo que los acosaba desde hacía veinte años.
—Nathan, debo explicárselo a mi familia. —En la oscuridad, Jo buscó su mano—. Encontraré el momento indicado.
—Debes permitir que esté presente, Jo. Acepto que lo hagas a tu manera, pero no sola.
—Está bien. Además, existen otras cuestiones que es preciso abordar.
—Tú necesitas protección.
—No trates de representar el papel de príncipe salvador de damas, Nathan. Me resulta irritante.
Él la cogió por la cintura y la obligó a ponerse de rodillas.
—No te sucederá nada. —Sus ojos brillaban en la oscuridad—. Me encargaré de eso.
—Más vale que te tranquilices —replicó Jo con calma—. Prefiero pensar que nada nos sucederá a ninguno de los dos. Así pues, debemos reflexionar antes de actuar.
—Es preciso imponer algunas reglas, Jo. La primera es que no irás sola a ninguna parte hasta que todo esto haya terminado.
—Yo no soy mi madre, ni Ginny, ni Susan Peters. No soy una mujer indefensa. Jamás permitiré que me atrapen.
Como una reprimenda no haría más que herir su amor propio y la enfurecería, Nathan se mantuvo sereno.
—Si es necesario te sacaré de la isla de la misma manera en que te traje aquí. Te llevaré a algún lugar seguro y te encerraré bajo llave.
—Me temo que valoras en exceso tu fuerza.
—En este caso te aseguro que no. —Le alzó el mentón—. Mírame, Jo. Eres todo para mí. Aceptaré cualquier cosa, superaré cualquier adversidad, pero me niego a perderte.
Jo tembló, no de miedo o enojo, sino de emoción.
—Nunca me habían querido tanto. Me cuesta acostumbrarme.
—Practica… y prométeme que…
—No iré sola a ninguna parte. —Lanzó un suspiro—. Por lo visto mantener una relación implica multitud de concesiones y compromisos. Posiblemente por eso hasta ahora me había negado a buscar pareja.
»No podemos permanecer de brazos cruzados. No soy la única mujer de la isla, y tampoco la única hija de Annabelle.
—No nos quedaremos quietos. Efectuaré algunas llamadas y recabaré información sobre el accidente de Kyle para asegurarme de que no he pasado nada por alto. En su momento no investigué a fondo el asunto. Era una situación difícil para mí y tal vez se me escapó algo.
—¿Qué me dices de sus amigos? ¿Y de sus finanzas?
—Apenas sabía nada de él. En los últimos años nos habíamos distanciado. —Nathan se puso en pie y abrió las ventanas para que entrara el aire—. Residíamos en lugares distintos, teníamos poco en común.
—¿Cómo era?
—Era… una persona que vivía el presente. Deseaba aprovechar el momento, sacarle el mayor partido posible. No le preocupaban el futuro ni las consecuencias de sus actos. Nunca hirió a nadie, sólo a sí mismo. —Era importante que ella comprendiera eso—. Kyle elegía siempre el camino más fácil. Poseía mucho encanto, además de talento. Papá solía afirmar que si Kyle hubiera puesto tanto empeño en su trabajo como en las diversiones, habría sido uno de los mejores fotógrafos del mundo. Kyle opinaba que papá era demasiado crítico con su obra, que nunca estaba satisfecho, que sentía celos porque él tenía toda una vida por delante.
Se interrumpió para reflexionar sobre las palabras de su hermano. ¿Acaso había existido el afán de competir? ¿La necesidad morbosa de superar al padre? Las sienes comenzaron a palpitarle.
—Realizaré las llamadas —anunció—. Si descartamos esa posibilidad, podremos concentrarnos en otras. Tal vez en una borrachera Kyle enseñó las fotografías a algún amigo.
—Tal vez. El responsable, sea quien sea, posee sólidos conocimientos de fotografía y es bastante hábil, aunque inconstante e irregular.
Nathan sonrió. Jo acababa de describir a su hermano a la perfección.
—Sin duda, él mismo se encargó del revelado —añadió Jo—, lo que significa que tiene acceso a un cuarto oscuro. Disponía de uno en Charlotte y aquí, en la isla, debió de buscar otro. El paquete que recibí se envió desde Savannah.
—¿Es posible alquilar un cuarto oscuro?
—Sí, y quizá lo hizo. Tal vez alquiló un apartamento o una casa y trajo su propio equipo, o bien lo compró. Dispondría de mayor libertad y control si contara con un espacio y un equipo propios. —Su mirada se encontró con la de Nathan—. Esa es la base de todo esto: el control.
«Controlar el momento, manipular el estado de ánimo, el sujeto, el resultado. Ese es el verdadero poder del arte». Nathan recordó las palabras que su padre había escrito en el diario.
—Sí, tienes razón. Así pues, realizaremos las investigaciones oportunas para averiguar si alguien ha adquirido el equipo necesario para montar un cuarto oscuro, y si ordenó que lo enviaran a Savannah. No será fácil, y llevará algún tiempo.
—Es una buena forma de comenzar. Seguramente está solo, pues necesita libertad para hacer cuanto se le antoje. Debemos sospechar de cualquier individuo que ande solo y lleve una cámara, aunque es probable que sólo se trate de un inocente que desea fotografiar pajaritos.
—Si fuera Kyle, lo reconocería.
—¿Estás seguro, Nathan? ¿Lo reconocerías si él no lo quisiera? Sin duda sabe que estás aquí y que yo he estado contigo. La hija de Annabelle Hathaway con el hijo de David Delaney. Si eso es así, creo que no estás más seguro que yo.