Fue una tarea terrible. En dos ocasiones Nathan resbaló al tratar de liberar el pelo de Susan Peters de las ramas en que se había enredado. Se zambulló y sintió un escalofrío cuando los brazos de la muerta le golpearon el torso. Jo lo llamaba, y se concentró en su voz mientras entre los dos rescataban lo que el río había dejado de Susan.
A pesar de las náuseas, Jo se aproximó aún más a la orilla hasta que el agua le salpicó el mentón cuando pasó un brazo debajo del cuerpo. Respiraba con dificultad porque por primera vez se encontraba cara a cara con la muerte.
Sabía que el obturador que tenía en la mente había captado la imagen para preservarla y convertirla para siempre en parte de su ser.
Clavó las rodillas y los pies en el barro. Dejó que el cadáver rodara; no soportaba mirarlo. Tendió las manos, Nathan las aferró, resbaló y volvió a cogerlas mientras trataba de salir del río. De pronto Jo dio media vuelta y vomitó.
—Ve a la cabaña —ordenó Nathan, que comenzó a toser para expulsar el agua y el gusto de la muerte.
—Estoy bien. —Se meció con las rodillas abrazadas mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas—. Sólo necesito un minuto. Enseguida me recuperaré.
Estaba tan pálida como el cadáver que acababan de sacar y temblaba de forma violenta.
—Vuelve a la cabaña. Debes ponerte ropa seca. —Le apretó una mano—. Tienes que llamar a Sanctuary para pedir auxilio. No podemos dejarla aquí, Jo.
—No, no, tienes razón. —Con un supremo esfuerzo consiguió volverse. El cuerpo había adquirido un color gris y estaba hinchado; el pelo, oscuro, aparecía enredado. En un tiempo había sido una mujer—. Buscaré algo para taparla. Traeré una manta.
—¿Podrás arreglártelas sola?
Ella asintió y se puso en pie trabajosamente. Miró a Nathan, que tenía la cara pálida y sucia, los ojos irritados por el agua. Recordó cómo se había sumergido en el río, sin titubear en absoluto, consciente de lo que debía hacer.
—Nathan.
Él se limpió el barro que le cubría el mentón.
—¿Qué?
—Nada —murmuró Jo—. Esperaré.
Nathan aguardó hasta que se hubo alejado para inclinarse sobre el cadáver. Se obligó a volverlo, a mirarlo. Esa mujer había sido bonita… lo sabía. Con los dientes apretados, le ladeó la cabeza para verle la cara, para estar seguro.
Observó que en el cuello presentaba moretones. Apartó la mano al instante, se arrodilló y enterró la cabeza en los sucios tejanos.
¡Dios mío! ¿Qué está sucediendo?
El miedo era peor que el dolor, más agudo que la culpa, y cuando uno de ellos se unía al otro, el alma enfermaba.
Sin embargo, cuando Jo volvió logró controlarse. Advirtió que no se había cambiado de ropa pero se abstuvo de comentarlo. La ayudó a extender la delgada manta amarilla sobre el cuerpo.
—Brian y Kirby vienen hacia aquí. Bri atendió la llamada, se lo dije… Decidió que Kirby lo acompañaría porque es médico, pero no comunicará la noticia a nadie hasta que… —Se interrumpió y miró los árboles con aspecto indefenso—. ¿Por qué vino aquí, Nathan? ¿Por qué se le ocurrió meterse en el río? Tal vez se cayera en la oscuridad y se golpeara la cabeza. ¡Es horrible! Comenzaba a aceptar la posibilidad de que la encontráramos ahogada, que el mar la devolviera a la playa. De alguna manera, esto es peor.
A apenas unos metros de mi cabaña, pensó Nathan. A sólo unos metros del lugar donde acababa de hacer el amor a Jo; del lugar donde desafié a los dioses, recordó con un estremecimiento.
¿Había arrastrado la corriente el cuerpo hasta allí, o lo habían dejado en ese sitio, tan cerca de la cabaña que en una tarde clara podría haberlo visto desde la ventana de la cocina?
Jo le cogió de la mano y se inquietó al notar que la tenía tan helada como el cuerpo que yacía en la orilla.
—Estás empapado y aterido. Ve a ponerte ropa seca. Yo los esperaré.
—No pienso irme. No te dejaré sola. Ni a ella.
Jo le rodeó con los brazos.
—Has actuado con gran valentía. —Apretó los labios contra el cuello de Nathan con el deseo de que respondiera a su muestra de afecto—. Te sumergiste en el río para sacarla. Podrías haber dejado que la corriente se la llevara. Algunos no habrían corrido semejante riesgo.
—Consideré que era mi deber.
—Eres un buen hombre, Nathan. Nunca olvidaré lo que has hecho.
Él cerró los ojos y se apartó de ella.
—Allí vienen —dijo con sequedad al ver a Brian y Kirby correr por el sendero.
Kirby observó a Jo y Nathan.
—Debéis entrar en la cabaña y daros una buena ducha caliente. Dentro de un rato os examinaré. —Se adelantó y se arrodilló junto a la manta.
Jo permaneció donde estaba.
—Tiene que ser la señora Peters. El cuerpo quedó enganchado en esa rama. Supongo que cayó al río anoche, y la corriente la arrastró hasta aquí.
Jo permaneció rígida y tomó la mano de Nathan mientras Brian se acuclillaba junto a Kirby. Brian asintió con gesto adusto cuando la doctora retiró la tela.
—Es ella. Comieron un par de veces en la posada. ¡Maldita sea! —Se pasó las manos por la cara—. Me reuniré con el marido. Tenemos que llevarla a alguna parte…
—No; no hay que moverla —dijo Kirby casi sin aliento—. Debes llamar a la policía para que venga enseguida. No creo que muriera ahogada. —Con suavidad levantó la barbilla del cadáver para dejar expuestas las marcas del cuello—. Me temo que la estrangularon.
—¿Cómo es posible que haya sucedido esto? —Lexy estaba ovillada en el sofá de la sala de estar. Mantenía las manos enlazadas para evitar morderse las uñas—. En Desire no hay ningún asesino. Kirby se equivoca.
—Pronto lo averiguaremos. —Kate encendió el ventilador de techo para que se refrescara el aire enrarecido—. La policía nos lo dirá. El caso es que esa pobre mujer está muerta y el marido… Jo Ellen, deja de pasearte de arriba abajo. Siéntate de una vez y bebe un trago de coñac. Es probable que hayas pillado un buen resfriado.
—No puedo estarme quieta —repuso Jo mientras caminaba de una ventana a otra, aunque ignoraba qué esperaba ver.
—Preferiría que te sentaras —pidió Lexy con tono lastimero—. Me pones nerviosa. ¡Ojalá Giff estuviera aquí! No comprendo qué hace allí, con los demás, en lugar de estar aquí, conmigo.
—¡Deja de lloriquear, por favor! —exclamó Jo con irritación—. Trata de calmarte.
—¡Vamos! No empecéis a discutir —terció Kate al tiempo que se llevaba una mano a la cabeza—. No podría soportarlo.
—Yo no soporto esta espera. Necesito volver allí —afirmó Jo antes de encaminarse hacia la puerta—. Debo saber qué sucede, hacer algo.
—¡Jo! No salgas sola —ordenó Kate—. Bastante preocupada estoy ya para que ahora te marches sola.
Al ver que su prima temblaba, Jo desistió.
—Tienes razón. No debemos salir. No haríamos más que molestar. Siéntate, Kate. ¡Vamos! —La tomó del brazo y la condujo al sofá, donde la sentó junto a Lexy—. Siéntate y toma una copa de coñac.
—Yo te la serviré —se ofreció Lexy.
—Dale la mía —dijo Jo—. No la quiero.
—Si al preocuparos por mí dejáis de discutir, seguid preocupándoos. —Aceptó el licor que Lexy le tendía y esbozó una débil sonrisa—. Deberíamos preparar café para cuando vuelvan.
—Me encargaré de eso. —Lexy se inclinó para besarla en la mejilla—. Estate tranquila.
Al enderezarse, vio entrar a Giff.
—Ha venido la policía —anunció el muchacho—. Quieren hablar con Jo.
—Está bien. —Jo posó la mano sobre la que Lexy había apoyado en su brazo—. Estoy lista.
—¿Cuánto tiempo más seguirán interrogándola? —Brian estaba en el porche de la entrada principal. El canto de las cigarras llenaba el aire.
—Espero que acaben pronto —susurró Kirby—. Llevan ya casi sesenta minutos. El interrogatorio de Nathan no duró más de una hora.
—No es justo que la obliguen a pasar por esto. Ya es bastante terrible que encontrara el cadáver y ayudara a sacarlo del río para que ahora tenga que analizar lo ocurrido.
—Estoy segura de que procurarán que no resulte demasiado violento. —Al advertir que Brian le dirigía una mirada furibunda, suspiró—. Ño se puede hacer otra cosa. Han asesinado a una mujer. Tienen que hacer preguntas.
—Lo que es seguro es que Jo no la asesinó. —Se dejó caer en la hamaca—. Para ti es más fácil. Los médicos de las grandes ciudades estáis acostumbrados a todo.
—Tal vez sea cierto. —Se esforzó por disimular cuan ofendida se sentía—. Sin embargo, eso no modifica la realidad. Alguien decidió acabar con la vida de Susan Peters. Es necesario que formulen preguntas para descubrir al asesino.
Brian cavilaba en la oscuridad.
—Sospecharán del marido.
—No lo sé.
—Sí, es lo más lógico. La policía siempre actúa de la misma manera. Cuando mi madre desapareció, sospecharon de mi padre, hasta que se convencieron de que ella… se había marchado. Encerrarán a ese pobre tipo en una habitación pequeña y le acribillarán a preguntas. ¿Quién sabe? Tal vez fuera él quien decidió eliminar a Susan Peters.
Miró a Kirby, que permanecía de pie, muy erguida bajo la luz amarillenta de la lámpara. Todavía lucía los pantalones de chándal de Jo. Recordó cómo había hablado con los agentes, cómo había empleado terminología técnica mientras examinaba el cadáver con el equipo de la oficina del fiscal. No había nada delicado en ella.
—Deberías volver a tu casa, Kirby. Ya no puedes hacer nada más.
Kirby tenía ganas de llorar y gritar, descargar los puños contra el muro que de repente Brian había alzado entre ellos.
—¿Por qué quieres alejarme de ti?
—Porque no sé cómo actuar. Nunca he pretendido abrirme a ti.
—Pero lo hiciste.
—¿Lo hice, Kirby? ¿O forzaste tú la puerta?
La sombra de Jo se interpuso entre ellos antes de que Kirby se marchara.
—La policía ya ha terminado.
—¿Estás bien? —preguntó Kirby—. Debes de estar extenuada. Sube a tu habitación y acuéstate. Si lo deseas, te daré algo que te ayude a dormir.
—No. Estoy bien, de veras. —Apretó la mano de Kirby—. Sólo me siento apenada. ¿Y Nathan?
—Kate lo convenció de que subiera. —Brian se acercó a su hermana para observarla. Se mostraba más tranquila de lo que esperaba—. Creo que no nos costará persuadirle de que pase la noche aquí. Es posible que la policía continúe rastreando el río durante varias horas.
—Tú también deberías quedarte, Kirby —propuso Jo.
—No, estaré mejor en casa. —Miró a Brian—. Aquí ya no hago falta. Estoy segura de que algún detective me acompañará. Iré a buscar mi maletín.
—Quédate si quieres —sugirió Brian.
Ella le dirigió una mirada fría por encima del hombro.
—Estaré mejor en casa —repitió antes de cerrar la Puerta tras de sí.
—¿Por qué dejas que se vaya? —murmuró Jo.
—Tal vez necesito averiguar si puedo dejarla ir. Quizá sea lo mejor para los dos.
Jo recordó lo que le había dicho Nathan antes de que hallaran el cadáver.
—Tal vez deberíamos pensar en qué nos hace felices, en lugar de considerar qué es lo mejor. Estoy dispuesta a intentarlo, porque con el tiempo cada vez se presentan menos oportunidades, y ya he desperdiciado bastantes de decir lo que pienso.
Brian se encogió de hombros y hundió las manos en los bolsillos en lo quejo pensó era un gesto típico de los Hathaway.
—Entonces dilo.
—Te quiero, Brian. —El cariño que sentía casi quedó eclipsado por el placer de ver la expresión de sorpresa de Brian.
Sin embargo él sospechó que se trataba de una treta, de una manera de distraerlo antes de golpearlo.
—¿Y?
—Ojalá lo hubiera dicho antes, con más frecuencia. —Se puso de puntillas para darle un beso breve en la boca, que exhibía una mueca de desconfianza—. Por supuesto que si lo hubiera hecho, habría perdido la satisfacción de verte tan perplejo. Subiré para convencer a Kate de que se acueste; de ese modo podrá simular que ignora que esta noche Nathan dormirá en mi cuarto.
—Jo Ellen —dijo Brian cuando su hermana se encaminaba hacia la puerta. No obstante, tan pronto como se volvió hacia él enmudeció.
—¿Qué? —Le dedicó una amplia sonrisa—. Vamos, dilo. Es mucho más fácil de lo que crees.
—Yo también te quiero.
—Lo sé. Eres el más bondadoso de todos, Bri. Por eso estás tan preocupado. —Cerró la puerta con suavidad y subió para reunirse con su prima.
Soñó que caminaba por los jardines de Sanctuary en pleno verano, con sus aromas característicos. Había luna llena; blanco sobre negro. Las estrellas derramaban un mar de luz.
La brisa mecía los acónitos, cuyos capullos ofrecían un blanco resplandeciente. ¡Oh, cómo le encantaba verlos destacarse en la oscuridad! Son las flores de las hadas, pensó; bailan mientras los mortales duermen.
Se sentía inmortal; tan fuerte y vital. Al levantar los brazos en alto se preguntó por qué no se elevaba en el aire. La noche era el momento propicio, pues estaba sola. Podía deslizarse por los senderos del jardín como un fantasma, y el rumor de las campanillas movidas por el viento era música a cuyo compás se podía bailar.
De pronto una sombra emergió de entre los árboles e instantes después se convirtió en un hombre. Ella se acercó con curiosidad.
Entonces empezó a correr entre la vegetación, envuelta en las tinieblas, mientras la lluvia le golpeaba la cara con rabia. La noche era diferente, y ella también. Temerosa, perseguida, cazada. El viento aullaba como un millar de lobos con los colmillos sanguinolentos, las gotas de agua semejaban estoques afilados que intentaban desgarrarle la carne, las ramas la azotaban sin piedad, los árboles se alzaban para bloquearle el paso.
En ese instante comprendió que era mortal. Dejó escapar un gemido cuando el cazador la llamó. Sin embargo, pronunciaba el nombre de Annabelle.
Jo apartó las sábanas que se le enredaban en las piernas y se incorporó en la cama. Nathan le posó una mano en el hombro. No estaba acostado a su lado, sino de pie, con el rostro oculto en la oscuridad.
—Estás bien. Sólo ha sido una pesadilla.
Incapaz de hablar, Jo asintió. Nathan le frotó la espalda durante unos segundos. Fue un gesto poco reconfortante.
—¿Necesitas algo?
—No. —El miedo ya se desvanecía—. No ha sido nada. Estoy acostumbrada.
—Sería un milagro que no tuvieras pesadillas después del día de hoy. —Se encaminó hacia la ventana.
Jo observó que se había puesto los tejanos y, cuando deslizó la cabeza sobre las almohadas, advirtió que la de Nathan estaba fría. No había compartido su lecho. No lo deseaba, comprendió Jo. Sólo había accedido a pasar la noche en Sanctuary a causa de la insistencia de Kate.
—No has dormido, ¿verdad?
—No. —Temía que no lograría conciliar el sueño nunca más.
Jo consultó el reloj; las 3.05.
—Tal vez te convendría tomar un somnífero.
—No.
—Ya sé que ha sido un infierno para ti, Nathan. Nadie puede hacer ni decir nada para aliviarte.
—Nada aliviará jamás a Tom Peters.
—Tal vez él es el asesino.
Nathan esperaba que así fuera… por más que esa esperanza lo hiciera sentir despreciable.
—Se pelearon —recordó Jo con obstinación—. Ella se fue. Tal vez él la siguió hasta el bajío, reanudaron la discusión y él montó en cólera. Un asesinato sólo exige un minuto de ira. Después, presa del pánico, pensó que debían encontrarla lejos de allí. Por eso la arrojó al río.
—Los asesinatos no sólo se cometen a causa de la furia o el pánico —afirmó Nathan con tono amargo—. No sé qué hago aquí, contigo. ¿Qué me proponía? ¿Retroceder? ¿Para solucionar qué? ¿Qué mierda creí que podría hacer?
—¿De qué hablas? —inquirió Jo con voz trémula, en contraste con la dureza y frialdad que destilaba la de Nathan.
Él se volvió para mirarla con fijeza. Jo estaba sentada en la cama, con las rodillas dobladas en una actitud de defensa, la tez muy pálida. He cometido un error tras otro, comprendió Nathan, impulsado por el egoísmo y la estupidez. Con todo, el mayor ha sido enamorarme dejo y seducirla. La joven le odiaría antes de que todo hubiera terminado, no cabía duda.
—Dejémoslo; hemos tenido bastante por hoy… —Acercarse sería tan duro como alejarse de ella, pensó. Se sentó en el borde de la cama y le acarició los brazos—. Necesitas dormir.
—Tú también, Nathan, estamos vivos. —Le tomó la mano y se la llevó al corazón—. Hay que sobreponerse a las desgracias y seguir adelante; es una lección que aprendí por el camino más duro. —Se inclinó para besarle en los labios con suavidad—. Debemos ayudarnos mutuamente a pasar esta noche. —Le miró con los ojos velados de deseo—. Hazme el amor. Te necesito.
Él se dejó llevar. Antes de que todo terminara, lo odiaría, pero por el momento el amor bastaba.
Por la mañana no estaba en su cama, ni en Sanctuary, ni en la isla.
—¿Se marchó en el transbordador de la mañana? —preguntó Jo a Brian. No comprendía cómo se dedicaba a freír huevos con tal tranquilidad cuando alrededor reinaba el caos.
—Me lo encontré de madrugada cuando se dirigía a su cabaña —explicó Brian mientras examinaba los pedidos para el desayuno. A pesar de los problemas, pensó, la gente no pierde el apetito—. Dijo que tenía unos asuntos que resolver en tierra firme, que volvería dentro de un par de días.
—Un par de días. Ni un adiós, ni una palabra de despedida, nada.
—Parecía bastante abatido, y tú también.
—El día de ayer fue duro para todos.
—Es cierto; sin embargo, hay que atender la posada. Si quieres echarme una mano, puedes barrer las terrazas y los patios, además de colocar los cojines en las sillas.
—La vida sigue su curso, ¿verdad?
—Es un hecho. —Sacó los huevos de la sartén—. Hay que asumir las responsabilidades.
La observó sacar la escoba del armario y salir. No sabía cómo actuar ante ella.
—Corren tantos comentarios que me sorprende que la gente pueda usar la boca para comer —dijo Lexy al entrar para dejar una cafetera vacía y coger otra llena—. Si a alguien más se le ocurre preguntarme algo sobre esa pobre mujer, te juro que gritaré.
—Es lógico que hablen, que formulen preguntas.
—Tú no los oyes. —Se apoyó contra el mostrador para descansar—. Creo que apenas si he dormido diez minutos en toda la noche. Supongo que nadie ha conseguido pegar ojo. ¿Y, Jo? ¿Se ha levantado ya?
—Está fuera, limpiando las terrazas.
—Estupendo. Le conviene mantenerse ocupada. —Cuando Brian le dirigió una mirada inquisitiva, Lexy lanzó un bufido—. No soy una desalmada, Bri. Me doy cuenta de que esto es peor para ella que para los demás, sobre todo después de lo mucho que ha sufrido. Cualquier cosa que le impida pensar es una bendición.
—Nunca te he considerado una desalmada, Lex, por más que te hayas esforzado por parecerlo.
—Esta mañana no pienso responder a tus insultos, Brian. Lo cierto es que Jo me preocupa. —Miró por la ventana y se alegró al ver a su hermana barrer con energía—. La actividad física la ayudará a relajarse. Y gracias a Dios que tiene a Nathan. Es lo que necesita en este momento.
—Nathan no está en la isla.
Lexy se volvió con tal rapidez que a punto estuvo de derramar el café.
—¿Se ha marchado?
—Pasará un par de días en tierra firme.
—¿Por qué? Debería estar aquí, con Jo Ellen.
—Debía atender unos negocios.
—¿Negocios? —Lexy levantó la vista al cielo y cogió la bandeja—. ¡Es típico de los hombres! ¡Sois todos unos inútiles!
Salió con furia, contoneando las caderas. Brian había advertido que estaba de mejor humor, aunque ignoraba el motivo. ¡Mujeres!, pensó; no podemos vivir sin ellas y tampoco arrojarlas por un precipicio.
Una hora después Lexy salió de la casa con paso presuroso. Se acercó a Jo, que abría la última sombrilla de las mesas del patio.
—Veo que aquí todo está en orden, de modo que sube a buscar un traje de baño. Iremos a la playa.
—¿Para qué?
—Porque sí. Ve a cambiarte. Ya he preparado el bronceador y las toallas.
—No me apetece ir a la playa.
—No te he preguntado si te apetece o no. Necesitas tomar un poco de sol. Además, si no me acompañas, Brian o Kate te encomendarán alguna tarea.
Jo miró la escoba con desprecio.
—Está bien. ¿Por qué no? Hace calor. Me vendrá bien nadar un rato.
—Entonces apresúrate antes de que alguien nos encuentre y nos obligue a trabajar.
Una vez que hubo pasado la rompiente, Jo empezó a nadar en el sentido de la corriente. Había olvidado cuánto le gustaba bañarse en el mar, luchar contra las olas… Distinguía a lo lejos el chillido de un adolescente y las risas de una pareja que forcejeaba en el agua. Mar adentro, un muchacho muy bronceado practicaba surf.
Cuando se le cansaron los brazos, se puso de espaldas. El sol brillaba a través del cielo nublado y le irritaba los ojos. Los cerró mientras flotaba y pensó en Nathan.
Ambos tenían una vida propia. Tal vez se había apoyado demasiado en él. Nathan había hecho bien al alejarse de forma tan abrupta para obligarla a recuperar el equilibrio. Cuando volviera, si es que volvía, ya no dependería tanto de él. De pronto hundió la cabeza en el agua. ¡Maldita sea! Estaba enamorada de él. Era la mayor estupidez que había cometido en su vida. Como pareja no tenían futuro, ¿por qué pensaba en el futuro? Tras respirar hondo, comenzó a nadar de nuevo.
Las circunstancias los habían unido y ellos las habían aprovechado para acercarse más de lo conveniente. Con todo, las circunstancias cambiaban, y ella también.
El regreso a Sanctuary, si bien le había producido dolor y tristeza, le había devuelto la fuerza y la claridad mental que desde hacía demasiado tiempo le faltaba.
Plantó los pies en la arena y caminó a través de las olas hasta la playa. Lexy, tumbada en una toalla, exhibía sus curvas voluptuosas. Apoyada sobre un codo, leía una gruesa novela en cuya cubierta aparecía un hombre con el torso desnudo, muy musculoso, y una sonrisa arrogante en los labios carnosos.
Lexy lanzó un suspiro y pasó la página. La brisa le alborotaba la melena. La curva de sus pechos se alzaba sobre el minúsculo biquini verde y rosa. Tenía las largas piernas untadas de bronceador y las uñas de los pies pintadas de color coral.
Jo pensó que parecía la modelo de un anuncio de una playa. Se sentó a su lado y se frotó el pelo mojado con la toalla.
—¿Lo haces a propósito ose trata de algo instintivo?
—¿Qué? —Lexy bajó las gafas de sol con los cristales rosados y la miró por encima de la montura.
—Conseguir que cualquier hombre que pasa se vuelva para mirarte.
—¡Ah, eso! —Con una sonrisa Lexy se subió las gafas—. Puro instinto, querida, y buena suerte. Tú también podrías lograrlo si te esmeraras un poco. Desde que llegaste has recuperado la figura, y ese bañador negro no te sienta nada mal; te da un aspecto atlético. A algunos hombres les gustan así. —Volvió a bajar las gafas—. Por ejemplo a Nathan.
—Nathan no me ha visto en traje de baño.
—Entonces le espera una sorpresa muy agradable.
—Si vuelve.
—¡Por supuesto que volverá! Eres inteligente y le castigarás un poco por haberse marchado.
Jo tomó un puñado de arena y dejó que se le escurriera entre los dedos.
—Estoy enamorada de él.
—Ya lo he notado.
—Estoy enamorada de él, Lexy. —Jo frunció el entrecejo al mirar los resplandecientes granos que se le habían adherido a la mano.
—¡Ah! —Lexy se sentó, cruzó las piernas y sonrió—. Esto me gusta. Has tardado en caer, pero al final has elegido a un ganador.
Jo cogió otro puñado de arena y cerró la mano con fuerza.
—Detesto lo que siento, estar así. Noto una especie de nudo en el estómago.
—Se supone que así debe ser. A mí me ha ocurrido varias veces, y nunca me ha costado deshacerlo. —Fingió un puchero mientras contemplaba el mar—. Hasta ahora. Con Giff me resulta muy difícil.
—Giff te quiere. Siempre te ha querido. Tu situación es distinta.
—Es normal, porque todos somos distintos. Por eso es tan interesante.
Jo ladeó la cabeza.
—¿Sabes, Lexy? A veces me sorprendes con tu inteligencia. Creo que debo decirte lo que le dije anoche a Brian.
—¿Qué?
—Te quiero, Lexy. —Se inclinó para besarla en la mejilla—. Realmente te quiero.
—Ya lo sé, Jo. Eres insoportable, pero siempre nos has querido. —Respiró hondo y decidió sincerarse—. He de admitir que me enfurecí mucho contigo cuando te marchaste, te envidié.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Porque no te daba miedo irte.
—Pero si estaba aterrorizada. —Jo apoyó la barbilla sobre la rodilla y observó las olas que rompían en la playa—. A veces todavía tengo miedo de no ser capaz de hacer lo que debo, o de hacerlo y fracasar.
—Yo he fracasado, y te aseguro que es espantoso.
—No has fracasado, Lexy, sencillamente no has terminado lo que empezaste. —Volvió la cabeza—. ¿Piensas regresar?
—No lo sé. Estaba convencida de que lo haría. —Se le nublaron los ojos—. El problema es que resulta más fácil quedarse aquí y dejar que pase el tiempo. ¿Por qué hablamos de esto? —Enojada consigo misma, Lexy meneó la cabeza y sacó un refresco de la nevera portátil que tenía a su lado—. Deberíamos conversar de cosas interesantes. Por ejemplo, me preguntaba… —Destapó la botella y bebió un largo trago. A continuación se pasó la lengua por el labio superior—. ¿Qué tal es el sexo con Nathan?
Jo lanzó una carcajada.
—Me niego a charlar de eso —afirmó con rotundidad al tiempo que se tendía boca abajo.
—Puntúale del uno al diez. —Lexy le dio una palmada en el hombro—. O si lo prefieres, elige un adjetivo para describirlo.
—No.
—Vamos, inténtalo. ¿Lo calificarías de increíble? —le susurró al oído—. ¿Tal vez de fabuloso? ¿Memorable, quizá?
Jo exhaló un suspiro.
—Estupendo —dijo sin abrir los ojos—. Es estupendo.
—¡Ah, estupendo! Dime, ¿mantiene los ojos cerrados o abiertos cuando te besa?
—Depende.
—¿Hace las dos cosas? Eso me estremece. Me encanta. Y ahora hablemos de cuando él…
—Lexy —interrumpió Jo al tiempo que contenía la risa—. No pienso describirte las técnicas sexuales de Nathan. Me apetece echarme una siesta. Despiértame dentro de un rato.
Y, para su sorpresa, se quedó dormida como un tronco.