Cuando las primeras gotas cayeron sobre la tierra, Kirby apuró el paso. El grupo de búsqueda al que se unió había decidido dividirse cuando el sendero se bifurcó. Ella eligió el ramal que se dirigía a Sanctuary y se estremeció cuando la lluvia empezó a mojarle las piernas y las enredaderas le empaparon la camisa. Cuando llegó a la linde del bosque, llovía a mares, el viento aullaba y hacía mucho frío. Vio a Brian, que recorría encorvado el camino a su derecha. Se reunieron en el borde de la terraza del este. Sin decir palabra, la cogió de la mano y la hizo entrar en el porche. Por unos minutos contemplaron, calados hasta los huesos, cómo los relámpagos herían el cielo, seguidos de los truenos.
—¿Ninguna novedad? —preguntó Kirby mientras se cambiaba el maletín médico de mano.
—Nada. Acabo de venir de la zona oeste. Giff y un grupo recorren el norte. —Brian se pasó las manos por la cara con gesto cansado—. Esto empieza a convertirse en una costumbre.
—Han transcurrido más de doce horas desde la última vez que la vieron. Es demasiado tiempo. Habrá que suspender la búsqueda hasta que pase la tormenta. Después de esto me temo que la encontraremos ahogada. ¡Pobre marido!
—No nos queda más remedio que esperar. Necesitas una camisa seca y un poco de café.
—Sí. —Se apartó el pelo mojado de la cara—. Ya que estoy aquí, te examinaré la mano y te cambiaré el vendaje.
—La mano está bien.
—Eso lo decidiré yo —replicó Kirby mientras entraba tras él—, después de echarle un vistazo.
—Como quieras, pero antes sube y ponte alguna prenda de Jo.
La casa parecía tan silenciosa, aislada de la violenta lluvia.
—¿Jo está aquí?
—No, salió también. —Se acercó al frigorífico y sacó un bol con sopa de guisantes que había preparado semanas antes—. Se refugiará en alguna parte, como todos los demás.
Cuando quince minutos después Kirby regresó, la cocina olía a café y sopa hirviendo. Se apoyó contra la puerta para ver trabajar a Brian. A pesar de la mano vendada, cortaba rebanadas de pan integral que sin duda él mismo había preparado. La camisa empapada se le adhería al cuerpo y destacaba sus músculos.
—Huele de maravilla.
—Supuse que no habías comido nada.
—No; sólo una galleta para desayunar. —Le tendió una camisa que había sacado de su armario—. Toma, ponte esto. No te conviene estar con la ropa mojada.
—Gracias. —Observó que lucía un par de pantalones de chándal grises dejo. Con ellos ofrecía un aspecto aún más delicado—. Te quedan un poco grandes.
—Jo usa un par de tallas más que yo. —Arqueó una ceja cuando él se quitó la camisa empapada. Tenía la piel húmeda, bronceada y suave—. ¡Caramba, qué atractivo eres, Brian! —Rio al ver que él juntaba las cejas en un gesto de timidez—. Aprecio tu físico no sólo como doctora, sino también como mujer. Te aconsejo que te cubras cuanto antes porque de lo contrario perderé el control.
—Sería interesante. —Con la prenda en las manos se acercó a ella—. ¿Quién perdería el control antes? ¿La mujer o la doctora?
—No permito que los asuntos personales interfieran en mis obligaciones profesionales. —Le pasó un dedo por el brazo—. Por ese motivo lo primero que haré será examinarte la herida.
—¿Y después? —Sin darle tiempo a contestar, la alzó y, cuando sus bocas quedaron a la misma altura se inclinó para juguetear con sus labios.
—Excelente fuerza muscular —observó Kirby con voz trémula mientras le rodeaba la cintura con las piernas—. Tienes el pulso un poco acelerado —murmuró después de posar la boca en su cuello.
—Me lo provocas tú, doctora Kirby. —Brian hundió la cara en su pelo. Olía a lluvia y limones—. Por lo visto, no se me pasa. En realidad, empiezo a pensar que se trata de una enfermedad terminal. —Cuando ella se quedó completamente quieta, la miró a los ojos—. ¿Qué quieres de mí, Kirby?
—Creí que lo sabía —respondió mientras le acariciaba el rostro—, pero ya no estoy segura. Tal vez tu enfermedad es contagiosa. ¿Notas un dolor cerca del corazón?
—Sí, como si me lo hubieran oprimido.
—¿Y una sensación rara en la boca del estómago?
—Últimamente es constante. ¿Qué nos pasa, doctora?
—No estoy segura, pero… —Se interrumpió al oír que se cerraba la puerta. Oyeron las voces de los recién llegados. Kirby suspiró y apoyó la frente contra la de Brian hasta que él la depositó en el suelo.
—Por lo visto Lexy y Giff han vuelto. —No apartó la mirada del rostro de Kirby—. No vienen solos. Supongo que todos tendrán ganas de comer algo caliente.
—Te ayudaré a servirles un poco de sopa.
—Te lo agradecería. —Al levantar la tapa de la olla dejó salir vapor y un olor exquisito—. Ya reanudaremos nuestra conversación más tarde.
—Sí, desde luego.
Desde el porche de la cabaña de Nathan, Jo observaba con inquietud la lluvia mientras fumaba un cigarrillo tras otro. Tan pronto como llegaron él encendió el televisor para oír el parte meteorológico. Sin embargo la transmisión se había interrumpido de manera que tuvieron que conformarse con la radio. La calidad del sonido era pésima mientras el locutor advertía de la inminencia de inundaciones.
Si esto se prolonga demasiado, se cortará el fluido eléctrico, pensó Jo, y sin duda los ríos se desbordarán. Ya alcanzaba a ver los charcos que se formaban y crecían.
—Todavía no hay noticias —informó Nathan al reunirse con ella en el porche—. Algunos grupos de rescate se han refugiado en Sanctuary hasta que amaine la tormenta. —Le puso una toalla sobre los hombros—. Estás temblando. ¿Por qué no entras?
—Me gusta ver llover. —Un relámpago acuchilló el cielo y la sobresaltó—. Los chubascos como este son terribles si estás a la intemperie, pero es emocionante contemplarlos desde un lugar abrigado. —Respiró hondo al ver que el cielo adquiría un color blanquecino—. ¿Me prestas tu cámara? Llevé la mía a casa.
—Está en el dormitorio. Iré a buscarla.
Jo apagó el pitillo en una caracola rota. Demasiada energía, pensó. La energía bombeaba su cuerpo, la golpeaba. En cuanto apareció Nathan con la cámara, se la arrancó de las manos.
—¿Con qué clase de película está cargada?
—Cuatrocientos —susurró él mientras Jo la examinaba.
—Estupendo. —Levantó la máquina, enfocó los árboles azotados por el aguacero, el musgo agitado por el viento—. ¡Vamos, vamos! —murmuró. Cuando se produjo un relámpago, apretó el disparador—. Otro, quiero otro. —Los truenos estremecían el aire mientras ella modificaba el ángulo, con los dedos impacientes, como si se dispusiera a accionar el gatillo de un arma—. Tengo que bajar para realizar un contrapicado de ese árbol.
—No. —Nathan se inclinó y recogió la toalla que se le había caído de los hombros. El alero ofrecía poca protección, de modo que enseguida quedaron empapados—. No vas a salir. No sabes cuándo ni dónde puede caer un rayo.
—Eso añade emoción, ¿no es cierto? La incertidumbre, y que a uno no le importe no saber cuándo ocurrirán las cosas. —La temeridad confería un brillo especial a sus ojos—. No sé qué hago contigo ni cuándo recibiré un golpe, y no parece importarme. ¿Cuándo me lastimarás, Nathan, y cuánto tardaré en sobreponerme a esa herida? ¿Cuánto tiempo habrá de transcurrir antes de que uno de los dos cometa una crueldad, una estupidez, o prescinda del otro? —Acto seguido le tiró del pelo para atraer la boca de Nathan hacia la suya—. A mí no me importa —añadió antes de clavarle los dientes en el labio.
—Pues debería importarte. —Furioso con el destino, tomó el rostro de Jo entre las manos y la empujó hacia atrás. Sus ojos eran tan negros y violentos como la tormenta—. Quiero que entiendas que cuando te hiera será porque no me quedará más remedio.
—No me importa —repitió ella antes de besarle de nuevo—. Sólo quiero vivir el presente. Te deseo. Prefiero no pensar, que ninguno de los dos piense. Sólo quiero sentir.
La mente de Nathan ya estaba nublada cuando cruzaron la puerta. Jo reía mientras se desabrochaba la camisa.
—Rápido —dijo.
Él la arrojó al suelo y la cámara cayó sobre la alfombra mientras ambos se desnudaban y descalzaban. Las manos de Jo estaban enredadas en las mangas en el momento en que él la penetró. Trató de liberarlas, pero la sensación que le producía estar indefensa e inmovilizada aumentó su excitación. En cuanto consiguió sacarlas, hincó los dedos en las caderas de Nathan para animarlo a que la penetrara más profundamente.
Incapaz de contenerse, Nathan permitió que la lujuria los dominara. Si la necesidad de su compañera era frenética, la de él era desesperada. Quería poseerla, conservarla. Un día más, una hora más.
Si el castigo por el pecado de su padre era que se enamorara perdidamente, disfrutaría de cada instante antes de que le llegara la hora de pagar.
Cuando el orgasmo traspasó a Jo, lanzó un grito de alivio. El cuerpo de Nathan se hundió con energía en el de la mujer. Luego quedó inmóvil. Jadeante, se apoyó en los codos para mirarle el rostro.
—¿Era esto lo que querías?
—Sí.
—Rápido y brutal.
—Sí.
La mano de Nathan se cerró en un puño. Era exactamente lo que acababa de darle.
—¿Crees que ahora acabará todo?
Jo cerró los ojos y tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para volver a abrirlos.
—No.
—Me alegro. —Relajó la mano y se la pasó por la mejilla. Otro momento robado, pensó mientras la miraba—. No soportaría tener que discutir contigo cuando todavía te deseo. Dame más, Jo Ellen. —La besó en la boca—. Esta vez no me obligues a tomarte.
La joven le abrazó.
—¡Te tengo tanto miedo!
—Ya lo sé. De todos modos, dame más. Arriésgate.
La boca de Nathan jugueteó sobre sus labios. Quería más, mucho más que ese alivio primitivo que acababan de ofrecerse. Cuando ella pronunció su nombre en un suspiro, supo que era el principio de lo que quería.
La boca de Jo se tornó más ávida mientras acariciaba a Nathan. Una nueva necesidad creció en su interior, como si nunca hubiera sido saciada. Ansiaba probar el gusto de la piel de Nathan, y le recorrió la cara y el cuello con la boca. Con un susurro de aprobación, rodó con él hasta quedar sobre su cuerpo, con la libertad de hacer lo que quisiera.
El viento arreciaba y sacudía la puerta sobre sus goznes. La casa parecía temblar. Con la violencia desatada en el exterior, Jo y Nathan se movían con lentitud, casi con languidez. Tocar, lamer, suspirar y murmurar. Jo se entregó por completo y se alegró al observar que era capaz de hacerlo estremecer de placer.
Nathan se sentó para colocarla sobre su regazo. En ese momento necesitaban la ternura para calmar el dolor ya sufrido, y el que vendría. La miró antes de besarla en la boca con dulzura. Jo podría haberse resistido; apoyó una mano contra su torso como si pretendiera detenerlo, pero sus extremidades quedaron laxas y estaba perdida.
Y le dio más.
Lo que él deseaba era que ambos se rindieran, una verdadera entrega. Los besos, suaves y profundos, los nevaron poco a poco a la excitación. Cuando él la acaricio Jo dejó escapar un gemido apagado de placer. Nathan se proponía tomarla con delicadeza para que el orgasmo fuese largo y profundo.
Cuando ella tomó en sus manos el sexo de Nathan, fascinada al encontrarlo duro y listo, esbozó una sonrisa.
—Me encanta lo que me haces. —Jo descendió por su cuerpo mientras desperdigaba besos—. Quiero descubrir si soy capaz de hacerte sentir lo mismo a ti.
Nathan se estremeció cuando ella cerró la boca en torno a su sexo. El placer le nubló la vista y lo aturdió. Ella continuó mientras Nathan comenzaba a perder el control.
Jo se alzó sobre él, se sentó a horcajadas, descendió y se arqueó para que la penetrara al tiempo que levantaba la cabeza en un gesto de triunfo. Clavó la mirada en los ojos de Nathan mientras empezaba a moverse con una lentitud casi tortuosa. Se estremeció cuando él comenzó a acariciarle los pechos y echó la cabeza hacia atrás, tensa. Los músculos se cerraron en torno al miembro viril. Su cuerpo le pedía más, no podía detenerse.
Tenía la piel cubierta de sudor. Nathan se inclinó para rodearle un pezón con la boca, y paladeó su sabor a sal. Ella volvió a tener un orgasmo, y gritó con sorpresa, casi con pánico. Entonces Nathan dejó de contenerse y los hizo volar a los dos.
—Ha dejado de llover —observó Jo.
—Mmm.
La joven rio y respiró hondo.
—Nos costará explicar las marcas que nos ha dejado la alfombra en la piel. —Acarició la húmeda espalda de Nathan—. Necesito beber unos diez litros de agua.
—Te la traeré.
—Gracias.
—Aunque me avergüence decirlo, debo admitir que me siento demasiado débil para llevarte en brazos hasta la cocina. —Se levantó y sonrió al verla tendida en la alfombra.
Cuando volvió con el agua, se detuvo para contemplarla. Tenía rosada la piel de todo el cuerpo, el pelo enredado formaba un halo alrededor de su rostro, y en su boca se dibujaba una sonrisa de felicidad. Guiado por un impulso, dejó el vaso en el suelo y cogió la cámara.
Jo abrió los ojos al oír el clic del obturador. Gritó y de manera instintiva se cubrió los pechos con los brazos.
—¿Qué haces?
Robar momentos, pensó Nathan. Los necesitaría.
—¡Estás maravillosa! —Se acuclilló y la fotografió de nuevo en el instante en que ella abría los ojos como platos.
—¡Basta! ¿Te has vuelto loco? ¡Estoy desnuda!
—Estás increíble. No te tapes. Tienes unos senos hermosos.
—Nathan. —Jo se cubrió más el pecho—. Deja la cámara.
—¿Por qué? —preguntó con una sonrisa—. Si quieres, las revelarás tú misma. Nadie las verá. No existe nada más artístico y sorprendente que un estudio de un desnudo.
—Muy bien. —Mientras mantenía un brazo sobre el busto, tendió la otra mano para coger la cámara—. Deja que te fotografíe a ti.
—¡Por supuesto! —Le ofreció la cámara, divertido al advertir la expresión de asombro en su rostro.
—¿No te produce vergüenza?
—No.
—Quiero que me des ese rollo.
Claro. No pensaba presentarlas a un concurso fotográfico. —Miró la cámara para ver cuántas fotografías quedaban—. Sólo queda una más. Déjame que te la haga. Un primer plano de tu cara.
—De acuerdo —aceptó Jo y sonrió, más relajada. Cuando se la hubo tomado, añadió—: Ahora entrégame el carrete.
—Está bien. —Nathan se movió con velocidad y cuando Jo bajó el brazo, sacó otra fotografía.
—¡Ostras! Dijiste que sólo quedaba una.
—Te mentí. —Sin dejar de reír, depositó la cámara sobre la mesa—. Ya se ha acabado, de verdad. Tendrás que enseñarme los contactos para que elija las fotografías que me interesen.
—Si crees que voy a revelar la película, te equivocas. —Se levantó y cogió la cámara.
—Recuerda que contiene las fotos que hiciste de la tormenta. —Esbozó una amplia sonrisa al ver quejo se debatía entre la necesidad de velar el rollo y la de preservar sus propias tomas.
—Tu comportamiento es imperdonable, Nathan.
—Quizá. No te pongas eso —agregó al ver que se inclinaba para recoger su camisa—. Todavía está húmeda. Te traeré una seca.
—Gracias. —Lo miró caminar hacia el dormitorio y apretó los labios al observar sus nalgas musculosas. La próxima vez, pensó mientras se ponía los pantalones, me aseguraré de traer mi cámara.
A continuación retiró el carrete y se lo guardó en el bolsillo.
Al salir del dormitorio, Nathan le arrojó una camisa seca y se abrochó los tejanos que acababa de enfundarse.
—Te acompañaré a Sanctuary. Nos enteraremos de si hay alguna novedad.
—De acuerdo. Los grupos de búsqueda deben de estar a punto de salir de nuevo. —Se atusó el cabello—. El terreno debe de estar embarrado después de la tormenta. En tu lugar me pondría un par de botas.
Nathan le miró los mocasines.
—Tú no las llevas.
—Me las calzaría si las tuviera a mano.
—Entonces los dos nos mancharemos de lodo los pies. —Le tomó la mano y reparó en la expresión de sorpresa de Jo cuando se la llevó a la boca para besársela—. Esta noche te invitaré a cenar fuera.
—¿Fuera?
—Bien, en realidad dentro. Nos sentaremos, leeremos la carta y pediremos vino.
—Es una tontería.
—Quiero disfrutar contigo de una velada, con velas en la mesa y todo eso. La gente nos observará y pensará que formamos una buena pareja, y yo te miraré mientras pienso que luego haremos el amor. En definitiva, una velada romántica.
—Yo no sirvo para el romanticismo.
—Lo mismo dijiste con respecto al sexo, y he descubierto que te equivocabas. —Se encaminó hacia la puerta sin soltarle la mano—. Veremos cómo resulta eso. Tal vez Brian acceda a preparar un flan.
Jo echó a reír.
—A la gente le extrañará verme en una mesa del comedor de la posada.
—Así tendrás de qué cotillear. —Cuando llegaron al pie de los escalones, los zapatos se les hundieron en el barro.
Volvía a hacer calor. El bosque aparecía más verde que nunca. El agua que resbalaba de las hojas les mojaba la cabeza.
—El río está crecido, y la corriente es fuerte —comentó Jo—. Tal vez se desborde, pero no provocará una gran inundación.
Se acercó para mirarlo y, cuando se hundió hasta los tobillos en el lodo, aceptó con resignación que había estropeado los zapatos.
—Supongo que papá tendrá que evaluar los daños, pero no podrá hacer mucho al respecto. La situación será más preocupante en el campamento. Supongo que el temporal no habrá afectado a la playa, porque el viento no fue tan fuerte como para destruir las dunas. Tendremos una abundante cosecha de caracoles.
—Hablas como tu padre.
Ella lo miró por encima del hombro.
—No. Pocas veces me preocupa lo que sucede aquí. Durante la época de los huracanes, tal vez presto más atención a los informes meteorológicos, pero hace años que no se producen en esta zona.
—Jo Ellen, amas este lugar. No debería avergonzarte admitirlo.
—No es el centro de mi vida.
—No, pero te importa. —Se aproximó a ella—. Muchas cosas y mucha gente pueden importarte sin que eso signifique que sean el centro de tu existencia. Tú me importas.
Jo retrocedió un paso un tanto alarmada.
—¡Nathan…! —Casi resbaló cuando se le hundieron los pies en el barro.
—Al final caerás otra vez al río. —La cogió del brazo con firmeza—. Después me acusarás de haberte empujado. Sin embargo no pienso hacerlo, aunque reconozco que si te das un chapuzón no lo lamentaré.
—Me gusta conocer bien el suelo que piso.
—En ocasiones es preciso aventurarse en territorios desconocidos. Este es también un terreno inexplorado para mí.
—No es cierto. Has estado casado, has…
—Ella no era como tú —susurró Nathan, y Jo quedó inmóvil entre sus brazos—. Nunca sentí por ella lo que tú me inspiras. Nunca me miró como lo haces tú ahora y jamás la deseé tanto como a ti. Nuestra relación fue un error desde el principio; no lo comprendí hasta que volví a verte.
—Vas demasiado deprisa para mi gusto.
—Entonces debes mantenerte al ritmo que marco. ¡Maldita sea, Jo Ellen! —agregó con un suspiro de irritación—. ¡Cede un poco!
Cuando Nathan la besó en los labios, Jo notó que su deseo era más intenso de lo que juzgaba conveniente. El pánico que le provocó esa certeza luchó con un estremecimiento de felicidad.
—Tal vez no me empujas —dijo mientras él la estrechaba—, pero tengo la sensación de que me hundo. —Apoyó la cabeza sobre el hombro de su amante y se obligó a pensar con claridad—. Una parte de mí desea dejarse llevar, pero otra se niega en redondo. No sé cuál de las dos es mejor, para ti o para mí.
Nathan necesitaba ese rayo de esperanza; si Jo lo amaba lo suficiente, al menos tanto como él a ella, tal vez lograrían sobrevivir al pasado. Y a lo que vendría.
—¿Por qué no piensas en lo que te proporcionará más felicidad en lugar de preguntarte qué será mejor?
Parecía tan sencillo que Jo sonrió. Miró el río y se planteó si no habría llegado la hora de zambullirse y dejarse arrastrar por él. Casi se veía flotar en el agua, avanzar a toda velocidad impulsada por la corriente.
De pronto un grito surgió de su garganta, se hincó de rodillas antes de que él pudiera sostenerla.
—¡Jo, por el amor de Dios!
—¡En el agua! ¡En el agua! —Se cubrió la boca con la mano para contener un ataque de histeria—. ¿Es mamá? ¿Es mamá quien está en el río?
—¡Basta! —Nathan se arrodilló a su lado, la tomó por los hombros y la obligó a volver la cabeza para que lo mirara—. Cálmate, por favor. No permitiré que te desmorones, de manera que mírame y trata de contenerte.
—He visto… —Se esforzó por tomar aliento—. En el agua he visto… Me estoy volviendo loca, Nathan. No puedo evitarlo.
—¡Claro que puedes! —Desesperado, la atrajo hacia sí—. Lo conseguirás si te aferras a mí. —Mientras notaba cómo la joven se estremecía, Nathan miró la superficie del río con expresión sombría. Distinguió el pálido fantasma que lo miraba—. ¡Dios mío! —Apretó a Jo contra su cuerpo y después la apartó de sí para correr hacia el río—. ¡Está ahí abajo! —exclamó al tiempo que agarraba una pierna para impedir que la corriente arrastrara el cuerpo—. Ayúdame a levantarla.
—¿Qué?
—No estás loca. —Sin dejar de jadear, Nathan tendió la otra mano y aferró un mechón de pelo—. Hay alguien aquí. ¡Ayúdame!
—¡Oh, Dios mío! —Sin vacilar, Jo se acercó a la orilla y procuró afirmar los pies en el terreno enlodado—. Dame la mano, Nathan. No la sueltes; te ayudaré a subir. ¿Está viva? ¿Respira?
Nathan miró el cuerpo con mayor detenimiento y se le revolvió el estómago de horror y lástima. El río no había sido bondadoso.
—No. —Levantó la mirada hacia Jo—. No; no está viva. La sostendré para impedir que se la lleve la corriente. Entretanto, ve a Sanctuary en busca de ayuda.
En ese momento ella estaba tranquila.
—La sacaremos entre los dos —aseguró al tiempo que tendía una mano.