20

Jo ignoraba que había decidido ir a la cabaña de Nathan hasta que casi estuvo allí. Cuando se detuvo y pensó en cambiar de dirección, oyó pasos. Sintió que la adrenalina le corría por el cuerpo, cerró los puños y tensó los músculos. Dio media vuelta, dispuesta a atacar y miró alrededor en la luz crepuscular. Sopló una ráfaga de viento, y levantó el vuelo una garza.

Nathan salió de las sombras.

Al verla aflojó el paso y paró cerca de ella. Tenía los zapatos y el borde de los tejanos manchados por la humedad y la hierba, el pelo despeinado por la brisa. Al notar la actitud agresiva dejo, arqueó una ceja.

—¿Buscas pelea?

Jo intentó que desapareciera la crispación de sus dedos.

—Tal vez.

Él avanzó un paso e hizo ademán de golpearle el dentón.

—Creo que te ganaría. ¿Quieres que lo intentemos?

—Quizá otro día. —El zumbido en los oídos comenzó a apagarse. Tiene los hombros anchos, pensó; un agradable lugar para apoyar la cabeza… si me atreviera a hacerlo—. Brian me ha expulsado de la cocina —explicó mientras hundía las manos en los bolsillos—, de modo que salí a pasear.

—Yo también he caminado un rato. —Le acarició el pelo—. ¿Qué me dices de lo que hablamos?

—Aún no lo he decidido.

—¿Por qué no entras? Piénsalo.

Jo clavó la vista en sus ojos.

—No quieres que entre en tu casa para pensar, Nathan.

—Entra de todos modos. ¿Ya has cenado?

—No.

—Aún conservo los bistecs. —La cogió de la mano y la condujo hacia la casa—. ¿Por qué te ha echado Brian?

—Una discusión doméstica. Por mi culpa.

—No te pediré que me ayudes a asar la carne. —Una vez dentro, encendió las luces—. Lo único que tengo para acompañarla son unas patatas fritas congeladas y un Burdeos blanco.

—Perfecto. ¿Te importa que use el teléfono? Me gustaría llamar a casa para avisar que no volveré… hasta dentro de un rato.

—No, en absoluto. —Nathan se acercó a la nevera y sacó los bistecs del congelador. Jo está muy nerviosa, pensó mientras los introducía en el microondas para descongelarlos. Se siente furiosa e infeliz.

Se preguntó por qué le preocupaba el motivo que provocaba tales sentimientos a Jo. Oyó el murmullo de su voz mientras hablaba por teléfono. Al cabo de unos minutos se reunió con él en la cocina.

—Esta parte la domino —dijo mientras apretaba unos botones del microondas—. Soy una verdadera experta en este aparato.

—Yo me desenvuelvo mejor cuando los paquetes llevan instrucciones. Encenderé el fuego para la parrilla. Si te apetece oír música, elige un disco.

Jo se acercó a la pila de compactos que había junto al pequeño estéreo colocado en una mesa, al lado del sofá. Por lo visto Nathan prefería la música clásica. Nada de rock; sólo Mozart y Beethoven. Jo no acababa de decidirse. No lograba concentrarse en una cuestión tan sencilla como escoger un disco.

¿Romance o pasión?, se preguntó con impaciencia. ¿Qué quieres? Determina de una vez qué deseas y cógelo.

—El fuego no tardará mucho —explicó Nathan limpiándose las manos en los tejanos—. Si…

—Sufrí una crisis nerviosa —dijo ella de repente.

Él bajó las manos con lentitud.

—Bueno.

—Supongo que debes saberlo antes de que lleguemos más lejos. Estuve un tiempo internada en el hospital de Charlotte. Antes de volver a Desire sufrí una crisis mental. Tal vez esté loca.

La expresión de sus ojos era elocuente. Nathan consideró que disponía de unos cinco segundos para decidir cómo debía actuar.

—¿Loca en qué sentido? ¿Sueles correr desnuda por la calle advirtiendo a la gente que se arrepienta de sus pecados? ¿O acaso crees que unos seres de otro planeta te secuestraron? Porque no estoy muy seguro de que las personas que afirman haber sido abducidas por extraterrestres estén realmente locas.

Jo lo miró boquiabierta.

—¿Has escuchado lo que acabo de explicarte?

—Sí. Sólo pido que me aclares el concepto. ¿Te apetece una copa?

Jo cerró los ojos. Tal vez los lunáticos atraigan a otros chiflados, pensó.

—De momento no me ha dado por correr desnuda por la calle.

—Me alegro. De lo contrario, habría tenido que reflexionar sobre todo esto. —Como ella comenzó a pasearse, consideró que no era el momento apropiado para tocarla. Volvió al frigorífico para sacar el vino y descorchó la botella—. Entonces ¿te raptaron unos alienígenas?

—No te comprendo —murmuró ella—. Durante dos semanas me sometieron a un examen psiquiátrico.

Nate escanció el vino.

—Lo siento, pero eso ya ha pasado —dijo con calma mientras le tendía un vaso.

—¡Eso crees tú! Hoy he estado a punto de sufrir otra crisis.

—¿Estás alardeando o quejándote?

—Después fui de compras. —Seguía paseando por la habitación—. Dudo de que estar a punto de padecer una crisis emocional y después salir para comprar ropa interior sea una señal de estabilidad.

—¿Qué clase de ropa interior?

Jo lo miró con los ojos entornados, furiosa.

—Trato de explicarte qué me ocurre.

—Te escucho. —Se arriesgó a acariciarle la mejilla—. Jo, ¿realmente creías que al enterarme me alejaría de ti?

—Tal vez. —Dejó escapar el aire que había contenido—. Sí.

—Entonces estás loca. Siéntate y cuéntame qué sucedió.

—No puedo estarme quieta.

—Muy bien. —Nathan se apoyó contra la mesa de la cocina—. Entonces nos quedaremos de pie. ¿Qué te sucedió?

—Yo… fueron… muchas cosas… la tensión provocada por el trabajo. Sin embargo de hecho el estrés es positivo, puede encauzarse; te mantiene motivado. Siempre lo he aceptado como parte de mi profesión. Me gusta establecer un horario, un ritmo de trabajo, y seguirlo. Necesito saber qué actividades debo hacer y en qué orden.

—De modo que la espontaneidad no es tu fuerte.

—Si actúas movido por un impulso, todo se tambalea.

—La espontaneidad —replicó él— convierte la vida en una sorpresa; sin duda en ocasiones la complica, pero muchas veces resulta más interesante gracias a ella.

—Tal vez tengas razón, pero no busco una vida interesante. —Se volvió hacia otro lado—. Sólo aspiro a la normalidad. Mi mundo se desmoronó en una ocasión, y todavía no he conseguido recoger los pedazos, de modo que edifiqué otro. Me vi obligada.

Nathan se puso tenso y el vino que tenía en la boca adquirió un sabor amargo.

—¿Te refieres a lo de tu madre?

—No lo sé. Supongo que en parte sí. Los psicoanalistas atribuyeron mis problemas a ese episodio. Tenía más o menos mi edad cuando se marchó, dato que los médicos juzgaron muy interesante. Mamá me abandonó. ¿Acaso trato de repetir el ciclo al abandonarme a mí misma? —Jo meneó la cabeza y miró a Nathan—. Sin embargo eso no es todo. Conseguí superar la desaparición de mamá. Me planteé unas metas y me esforcé por lograrlas. Me gustaba lo que hacía y los lugares adonde iba.

Al notar que la mano le temblaba, Nathan dejó el vaso.

—Jo Ellen, lo que sucedió en el pasado, los actos de otras personas, por muy cercanas que fueran, no pueden destruir lo que somos, lo que tenemos. ¡No debemos permitirlo!

Ella cerró los ojos con alivio. Le tranquilizaban las Palabras de Nathan.

—Eso mismo me digo cada día. Empecé a tener pesadillas. Siempre he tenido sueños muy vividos, pero esos me crisparon. No dormía bien y apenas tenía apetito. Ni siquiera recuerdo si sucedió antes o después de que empezara a recibir las primeras fotografías.

—¿Qué fotografías?

—Alguien decidió mandarme fotografías que me había hecho. Al principio sólo aparecían mis ojos. —Se frotó el brazo al sentir un escalofrío—. Era espantoso. Traté de que no me afectaran, pero continuaron llegando. Después recibí un paquete que contenía docenas de fotografías mías; en casa, en lugares adonde había viajado por motivos profesionales, en el mercado… —Se llevó la mano al corazón, que le latía deprisa—. Creí ver más. Sufrí una alucinación, un ataque de pánico. Después me sobrevino la crisis.

La furia fustigó a Nathan en una especie de trallazo duro y doloroso.

—Algún cretino se dedicaba a perseguirte y atormentarte. Es lógico que te desmoronaras. —Como las manos habían recuperado la firmeza, la rodeó y la atrajo hacia sí.

—No supe afrontarlo.

—¡Basta! ¿Cómo es posible enfrentarse a situaciones como esa? ¡Ese hijo de puta pretendía hacerte sufrir! —Miró por encima del hombro de Jo en busca de algo que golpear—. ¿Qué medidas adoptó la policía de Charlotte?

—No presenté ninguna denuncia. —Abrió los ojos como platos al ver que él se apartaba con una expresión de rabia en el rostro.

—¿Cómo es posible? ¿Por qué no informaste de los hechos? ¿Piensas dejar que ese desgraciado se salga con la suya?

—Necesitaba marcharme, alejarme de allí. Me veía incapaz de controlar la situación.

Nathan se percató de que clavaba los dedos en los hombros de Jo y se separó. Tomó el vaso de vino y se alejó. Recordó el aspecto que tenía la primera vez que la vio en la isla; pálida, extenuada, ojerosa e infeliz.

—Necesitabas un refugio.

Ella exhaló un suspiro.

—Sí, supongo que sí, pero hoy he descubierto que no existe refugio para mí. Ese hombre ha estado aquí. —Desterró el pánico que amenazaba con cerrarle la garganta—. Me mandó fotografías desde Savannah, tomadas aquí, en la isla.

La cólera hincó de nuevo sus garras en Nathan, que se esforzó por dominarse antes de volverse hacia ella.

—Entonces lo encontraremos y lo detendremos.

—Ignoro si permanece en la isla, si regresará, si… La incertidumbre resulta casi insoportable. Sin embargo he decidido intervenir para solucionar el problema.

—No es necesario que te enfrentes a él sola. Me importas, Jo Ellen, y estoy dispuesto a ayudarte.

—Tal vez por eso he venido a tu casa.

Él depositó el vaso sobre la mesa para tomarle el rostro entre las manos.

—No permitiré que nadie te lastime. Te lo prometo.

Ella le creyó con demasiada facilidad, trató de echarse atrás.

—Me alegra saber que cuento con tu apoyo, pero tengo que arreglar esto yo sola.

—No. —La besó en la boca con suavidad—. No tienes que hacerlo.

El corazón de Jo se aceleró.

—La policía dijo… ¿Has ido a la policía?

—Hoy. Yo… —Por un instante perdió el hilo de sus pensamientos cuando la boca de Nathan volvió a rozar la suya—. Afirman que investigarán el asunto, pero no tienen mucho en que basarse. No he recibido ninguna amenaza.

—Te sientes amenazada. —Le pasó las manos sobre los hombros—. Eso es más que suficiente. Conseguiremos que todo esto termine de una vez. —Deslizó los labios por su mejilla, la sien, el pelo—. Te cuidaré —murmuró.

Las palabras giraron en la mente aturdida de Jo, que no alcanzó a comprenderlas.

—¿Qué?

Nathan dudó de que alguno de los dos estuviera en condiciones de aceptar lo que acababa de comprender. Necesitaba cuidarla, tranquilizarla, ahorrarle preocupaciones. Debía asegurarse de que ninguno de sus actos cortara los débiles hilos de esa relación que acababa de nacer.

—Te pido que olvides el tema por un rato. Procuraremos que esta velada te relaje. —Le frotó la espalda antes de alejarse para observarla—. Nunca he visto a nadie que necesite tanto un buen bistec y un vaso de vino.

Jo comprendió que Nathan le daba tiempo, que no la apremiaba. Era lo mejor. Consiguió sonreír.

—Estoy de acuerdo. Será agradable no pensar en ese asunto durante una hora.

—Entonces pondré la carne en la parrilla mientras tú te ocupas de las patatas fritas. Luego lograré que te aburras hablándote de mi nuevo proyecto.

—Inténtalo, pero te advierto que no me aburro con facilidad. —Se volvió hacia la nevera, la abrió y volvió a cerrarla—. No me gusta el sexo.

Nathan se detuvo a un paso del microondas. Se aclaró la garganta antes de preguntar:

—¿Qué has dicho?

—Es evidente que formará parte de la velada. —Jo entrelazó los dedos. Más vale ser sincera, pensó. Además, después de haber pronunciado las palabras, ya no podría echarse atrás.

Nathan bebió un largo trago de vino.

—No te gusta el sexo.

—Tampoco lo aborrezco —matizó ella—. Por lo menos no tanto como el coco.

—El coco.

—Detesto el coco… hasta su olor me descompone. El sexo se parece más a… no lo sé… a un flan.

—El sexo se parece a un flan.

—En realidad no sé si me gusta o no.

—Comprendo. Si lo tienes a mano, estupendo, bueno, pero ¿para qué molestarse en buscarlo?

Jo relajó los hombros.

—Sí, es más o menos así. Consideré que era mejor advertirte para que no tuvieras grandes expectativas si llegamos a la cama.

Él se pasó la lengua por los dientes.

—Tal vez jamás hayas tenido una experiencia con un flan tan bien preparado como el mío.

Jo lanzó una carcajada.

—Más o menos es siempre lo mismo.

—No estoy de acuerdo. —Vació el vaso de un trago y lo depositó sobre la mesa. Jo lo miró con expresión divertida y luego con desconfianza al ver que se acercaba—. Ahora me siento obligado a discutir el asunto.

—Nathan no pretendía desafiarte, sólo… —Se interrumpió cuando él la cogió en brazos—. ¡Espera un minuto!

—En la universidad formaba parte del equipo de debates —mintió.

—No he dicho que quisiera acostarme contigo.

—¿Y qué más da? —Cruzó el pequeño vestíbulo—. Al fin y al cabo no lo tienes claro, ¿recuerdas? —La depositó sobre la cama y se deslizó sobre ella—. Además, un flan nunca ha hecho mal a nadie.

—No quiero…

—Sí, por supuesto que quieres. —Acercó la boca a la de ella sin llegar a rozarla—. Yo también lo he querido desde el principio. Esta noche has decidido mostrarte sincera, ¿verdad, Jo? Dime que no te intriga, que no te apetece.

El cuerpo de Nathan era fuerte y cálido.

—Me intriga.

—Eso me basta. —La besó con pasión.

El gusto de su boca y la repentina lascivia que sentía alejaron las preocupaciones de Jo, que le rodeó con los brazos.

—¡Tu boca! —Nathan le mordisqueó el labio superior—. ¡Dios mío, cómo la he deseado! ¡Me vuelve loco!

Jo estaba a punto de reír cuando la lengua de Nathan se entrelazó ardiente con la suya, y un calor inesperado le recorrió el cuerpo y comenzó a latirle entre las piernas. Sorprendida, hundió los dedos en su pelo. Nunca la habían besado así. Ignoraba que un simple beso pudiera despertar tantas sensaciones. Nathan le mantenía la cara entre las manos como si todo cuanto deseaba se centrara allí.

Jo arqueó las caderas cuando Nathan apretó la boca contra su cuello. Aspiró el aroma de su piel, esa fragancia primaveral. Continuó así mientras notaba cómo el cuerpo de Jo se relajaba y estremecía bajo el suyo. A ella le resultaba excitante no saber dónde apoyaría Nathan la boca. Complacida, le acarició los hombros, la espalda, y admiró la fortaleza de los músculos masculinos.

Cuando Nathan volvió a besarla apasionadamente en los labios, Jo arqueó de nuevo las caderas, y se sintió frustrada por las barreras que le impedían tenerlo en su interior. La necesidad de una liberación física era mayor de lo que sospechaba.

Nathan comenzó a mordisquearle el lóbulo de la oreja.

—Esta vez acabarás por tenerlo claro.

Los últimos rayos del sol asomaban tras la montaña del oeste. El pelo dejo formaba un halo alrededor de su rostro. Sus ojos eran de un azul intenso, como el del mar en verano, y su piel poseía un tono rosado.

Nathan le cogió una mano y le besó los dedos.

—¿Qué haces?

—Te saboreo. Te tiembla la mano. Me gusta. —Le atrapó los nudillos con los dientes—. Es excitante.

—No tengo miedo.

—No, estás aturdida. —A continuación le desabrochó el primer botón de la blusa—. Eso es aún mejor. No sabes qué te haré sentir.

Cuando le hubo desabotonado la blusa, la abrió y contempló su cuerpo. Lucía un sujetador de un azul eléctrico; el brillo del satén contrastaba con la palidez lechosa de sus pechos.

—¡Bueno, bueno! —Aunque la necesidad de devorarla era imperiosa, se obligó a mirarla a los ojos—. ¿Quién lo hubiera pensado?

—No es mío. —Jo se maldijo al verlo sonreír—. Quiero decir que lo compré y me lo puse en la tienda para evitar que Lexy me diera la lata.

—¡Dios bendiga a Lexy! —Sin dejar de mirarla a los ojos, deslizó los dedos por el borde superior de la prenda. Ella parpadeó, cerró los ojos—. Te estás reprimiendo. —Prosiguió la caricia—. No lo permitiré. Quiero oírte suspirar, Jo Ellen. Quiero oírte gemir y, después, gritar.

Ella abrió los ojos y contuvo el aliento cuando Nan le acarició los pezones.

—¡Oh, Dios!

Ocultas demasiado, y no me refiero sólo al cuerpo. Ocultas demasiado de ti misma. Antes de que hayamos terminado, lo habré visto y tenido todo.

Desabrochó el cierre delantero del sujetador y contempló los senos antes de bajar la cabeza para devorarlos.

Ella gimió y luego lanzó sollozos violentos. El dolor era insoportable. Se movía sin cesar debajo de Nathan para sofocar ese sufrimiento, pero con ello únicamente conseguía aumentar la sensación palpitante.

Le quitó la camisa por encima de la cabeza y la arrojó al suelo para palpar su piel. La tormenta estalló en su interior mientras la boca de Nathan y sus manos le recorrían todo el cuerpo. Se retorció, trató de liberarse, pero él la mantenía atrapada, aprisionada en el placer. No tenía alternativa.

Al cabo de unos minutos Nathan le bajó los pantalones para dejar al descubierto el triángulo de raso azul. Pasó la boca sobre su vientre y la deslizó hacia abajo jadeando.

Sólo tenía que introducir un dedo bajo la prenda de raso para que ella explotara. El cuerpo de Jo se convulsionaba bajo el suyo mecido por el placer sexual.

¡Gracias a Dios!, pensó Jo cuando los dedos del hombre le acariciaron el sexo hasta elevarla a la cima.

¿Creería Jo que eso era todo? A Nathan le palpitaba dolorosamente la entrepierna cuando retiró la fina barrera de tela que los separaba. ¿Creía Jo que ahora él se conformaría con menos que la locura? Le levantó las caderas y utilizó la lengua para atormentarla.

Y ella gritó. Echó los brazos hacia atrás para aferrarse a la cabecera de la cama casi con desesperación, como si con ello pretendiera evitar que su cuerpo cayera en un pozo profundo, infinito. Una vez más alcanzó la cumbre del placer.

A continuación Nathan le cogió las manos y la penetró. La colmó y volvió a llevarla al orgasmo con embates lentos. Jo clavó la vista en sus ojos, velados por la lujuria.

Recibió sus embestidas hasta que él aceleró el ritmo y le resultó imposible seguirlo. Cuando la boca de él se posó en la suya, Jo se rindió y se dejó llevar.

Jo ignoraba si se había quedado dormida. El caso fue que cuando abrió los ojos la oscuridad era total. Nathan yacía sobre ella, con la cabeza apoyada entre sus pechos. La mujer percibió el rápido latido de su corazón, oyó el suspiro del viento que se colaba por la ventana.

Él notó que Jo se movía.

—Dentro de un segundo dejaré de aplastarte.

—No te preocupes. Casi puedo respirar.

Él sonrió y la besó en un seno antes de apartarse. Acto seguido la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.

—¿Ha sido lo que llamas un flan?

Ella abrió la boca dispuesta a hacer algún comentario irónico, pero sólo surgió una carcajada.

—Tal vez lo que sucede es que hacía mucho que no lo probaba.

—Entonces tendrás que repetir.

Se apretó contra él.

—Si volvemos a intentarlo, moriremos.

—No, en absoluto. Primero comeremos los bistecs, regados con vino. De hecho ese era mi plan. Después repetiremos el postre.

—¡Querías emborracharme!

—Esa era una idea. La otra consistía en trepar hasta tu balcón por el enrejado.

—Te habrías partido la crisma.

—No, de pequeño Brian y yo subíamos y bajábamos por él sin ninguna dificultad.

—Por supuesto, pero entonces tenías diez años. —Se apoyó sobre un codo y sacudió la cabeza para echarse el pelo hacia atrás—. Ahora pesas unos cincuenta kilos más y sospecho que has perdido agilidad.

—Este no es el momento más oportuno para poner en duda mi agilidad.

Jo sonrió y posó la frente sobre la de él.

—Tienes razón. Tal vez alguna noche llegues a sorprenderme.

—Quizá lo haga… —Le tiró con suavidad del pelo antes de sentarse en la cama—. Ahora voy a preparar la cena.

—Nathan —llamó mientras alisaba la arrugada colcha—, ¿por qué te tomas tantas molestias por mí?

Él no respondió de inmediato. No podía estar seguro de sus actos ni de sus palabras. Después de ponerse los tejanos, contestó.

—Cuando volví a verte, después de tantos años, me dejaste sin aliento, y creo que todavía no lo he recuperado.

—Estoy hecha un lío, Nathan. —Tragó saliva y agradeció que la oscuridad impidiera que él le viera la cara. Debía de notarse el deseo que, una vez más, acababa de despertarse en su interior—. No sé qué pienso o siento con respecto a nada… ni a nadie. Te convendría liberarte de mí.

—He tomado el camino más fácil en muchas ocasiones. Por lo general al final resulta aburrido. En cambio tú, hasta ahora, has sido cualquier cosa menos aburrida.

—Nathan…

—No me parece buena idea que discutas conmigo mientras estás sentada desnuda sobre mi cama.

Ella se mesó el cabello.

—Eso es cierto. Lo discutiremos después.

—Perfecto. Añadiré más carbón a la parrilla. —Como planeaba tenerla de nuevo desnuda sobre la cama antes de que terminara la velada, consideró que no tendrían mucho tiempo para discutir.