19

—¡Eh! ¿Adónde vais? —preguntó Lexy al ver que Kate y Jo salían por la puerta lateral. Los ojos le brillaban y sonreía de felicidad.

—Debemos ir a tierra firme para efectuar unas gestiones —respondió Kate—. Volveremos a las…

—Os acompañaré. —Lexy corrió hacia la entrada de la casa.

—Lexy, no es un viaje de placer —explicó Kate agarrándola del brazo.

—Esperadme cinco minutos —pidió Lexy—. No tardaré más de cinco minutos en arreglarme.

—¡Esa chica! —Kate suspiró—. Siempre quiere estar donde no debe. Le diré que se quede aquí.

—No. —Jo sujetó con fuerza los dos sobres que sostenía en la mano—. Dadas las circunstancias, conviene que se entere de lo que sucede. Hasta que sepamos algo más, también ella deberá andarse con cuidado.

El corazón de Kate se detuvo un instante.

—Supongo que tienes razón —concedió—. Avisaré a Brian que nos vamos. No te preocupes, querida —añadió mientras le acariciaba el pelo—, solucionaremos este asunto.

Como temía que no la esperaran, Lexy se apresuró. Puesto que Kate habría protestado al ver los pantalones cortos que lucía, se los cambió a toda prisa por unos largos de algodón. Se cepilló el cabello y se lo recogió en la nuca con un pañuelo verde para que no se le alborotara durante el viaje en lancha. En el trayecto hasta el muelle privado de Sanctuary no dejó de hablar mientras se retocaba el maquillaje.

A Jo le zumbaban los oídos cuando por fin embarcaron. Tiempo atrás habían tenido un barco blanco con los asiento rojos. Recordó que el Island Belle era el orgullo y la alegría de su padre. ¿Cuántas veces habían navegado en él alrededor de la isla o hacia tierra firme en busca de helados?

En ocasiones, su padre le había permitido gobernarlo. Jo se colocaba sobre sus pies para ganar altura y llegar al timón.

«Un poco hacia estribor, Jo Ellen. Así me gusta. Eres una excelente timonel».

Sam vendió la nave un año después de que Annabelle se marchara. Las embarcaciones que tuvieron más tarde permanecieron sin nombre. La familia ya no emprendía viajes de placer.

A pesar de todo, Jo conocía su funcionamiento. Comprobó que disponían de combustible suficiente mientras Lexy y Kate soltaban amarras. De manera automática amoldó su paso al leve balanceo del barco y se colocó ante el timón. Sonrió cuando el motor se puso en marcha.

—Veo que papá todavía se encarga de mantenerlo a punto.

—Revisó el motor en invierno. —Kate se sentó y comenzó a retorcer la cadena de oro que llevaba sobre la blusa almidonada. Dejaré que Jo lo pilote, decidió. La ayudará a mantener la calma—. He pensado que la posada debería invertir en una embarcación nueva, más grande e imponente que esta, para organizar viajes alrededor de la isla, visitas a Wild Horse Cove, Egret Inlet y otros lugares. Por supuesto, tendríamos que contratar un piloto.

—Papá conoce la isla mejor que nadie y también el mar que la rodea —señaló Jo.

—Ya lo sé. —Kate se encogió de hombros—. Sin embargo, cada vez que menciono el tema comienza a murmurar y recuerda de pronto que tiene algo que hacer. No es fácil convencer a un tipo tan obstinado.

—Tal vez lograrías persuadirlo si le dijeras que, al encargarse del barco, le resultaría más fácil vigilar lo que sucede en la isla. —Jo consultó la brújula, eligió el rumbo y enfiló el estrecho—. Así se aseguraría de que los turistas no pisotearan la vegetación ni destrozaran el ecosistema.

—Es una buena idea.

—Si compras una lancha nueva, le costará resistirse. —Lexy se ajustó el nudo del pañuelo con que se recogía el pelo—. Después le dices que no logras encontrar un piloto que, además de ser experto y competente, se preocupe por el medio ambiente y esté dispuesto a explicar a los veraneantes por qué Desire se ha mantenido en este estado de pureza durante tantos años.

Tanto Jo como Kate miraron con sorpresa a Lexy, que tendió las manos.

—Hay que saber cómo tratar a la gente, eso es todo. Si le hablas de la necesidad de educar a los visitantes para que respeten la naturaleza, no sólo cederá, sino que al final creerá que la idea partió de él.

—Eres muy astuta, Alexa —afirmó Kate—, una cualidad que siempre he admirado en ti.

—La isla es lo que más le importa. —Lexy se inclinó sobre la borda para sentir el viento en la cara—. Utilizar ese argumento para convencerlo no es una cuestión de astucia. ¿No puedes ir más deprisa, Jo? Si continúas a esta velocidad, creo que llegaríamos antes nadando.

Jo estuvo a punto de sugerirle que se lanzara al agua y lo intentara. Luego se encogió de hombros. ¿Por qué no? ¿Por qué no navegar a toda vela y sentirse libre por un rato? Contempló la costa de Desire, la casa blanca de la colina y apretó el acelerador.

—Entonces agarraos bien.

Lexy lanzó una exclamación y echó hacia atrás la cabeza sin dejar de reír. ¡Oh, Dios, cómo le gustaba viajar! Viajar a cualquier parte.

—¡Más rápido, Jo! Siempre has manejado estas máquinas mejor que cualquiera de nosotros.

—Y eso que hace dos años que no pilota un barco —intervino Kate, que lanzó un chillido cuando Jo hizo girar el timón para que la lancha trazara un círculo. Con el corazón agitado, se aferró a la borda mientras Lexy pedía más velocidad.

—Mirad, ahí está la barca pesquera de Jed Pendleton. ¿Por qué no le asustamos, Jo? Levanta una ola grande para que se balancee en el agua.

—¡Ni se te ocurra, Jo Ellen! —exclamó Kate tras reprimir la risa—. ¡Pórtate bien!

Jo intercambió una sonrisa con Lexy, algo poco habitual antes de poner los ojos en blanco.

—Sí, señora —murmuró al tiempo que reducía la marcha. Saludó a voz en grito a los pescadores—. Sólo estaba poniendo a prueba la lancha para averiguar qué velocidad alcanza.

—Muy bien, ya lo has hecho —repuso Kate—. Ahora confío en que el resto del trayecto sea tranquilo.

—Tengo muchas ganas de llegar. —Lexy se volvió y se apoyó contra la borda—. Deseo ver gente y comprar algunas cosas. ¿Por qué no nos compramos un vestido cada una? Así tendríamos una excusa para ofrecer una fiesta elegante, con música y champán. Hace meses que no estreno un traje.

—No me extraña. Tu armario está a punto de reventar por la cantidad de ropa que contiene —replicó Jo.

—Son prendas viejas. ¿Nunca sientes la necesidad de tener algo nuevo…?

—Lo cierto es que me hace falta un flash especial —contestó Jo con sequedad.

—Es evidente que te interesa más la cámara que vestir con elegancia. —Lexy inclinó la cabeza—. ¿Qué te parece algo atrevido para variar? Tal vez azul, y de seda sin duda, como la ropa interior. Así si alguna vez permites que Nathan llegue a vértela, se llevará una agradable sorpresa.

—¡Alexa! —Kate levantó una mano y contó hasta diez—. La vida privada de tu hermana no es asunto tuyo.

—¿Qué vida privada? Desde que la vio, ese pobre hombre se muere por quitarle los tejanos.

—¿Cómo sabes que no lo ha hecho? —repuso Jo desafiante.

—Porque cuando lo haya hecho te sentirás mucho más relajada —contestó Lexy con una sonrisa felina.

—Si basta con un revolcón para que una mujer se relaje, a estas alturas tendrías que estar en coma.

Lexy se echó a reír y volvió la cabeza hacia el viento.

—Últimamente me siento muy serena, querida, lo que no puede decirse de ti.

—Basta, Lexy —terció Kate con cierto nerviosismo al tiempo que se ponía en pie—. No vamos a Savannah de compras, sino porque tu hermana tiene problemas. Insistió en que nos acompañaras para contarte qué sucede y evitar que esos problemas te afecten a ti.

¿De qué hablas? —preguntó Lexy—. ¿Qué pasa? Siéntate —ordenó Kate al tiempo que le tendía os sobres quejo había recibido—. Cuando veas esto lo comprenderás.

Diez minutos después, mientras examinaba las fotografías, Lexy se estremeció.

—Ese hombre te acecha.

—No diría tanto —replicó Jo con la mirada fija en la costa a la que se dirigían.

—No cabe duda de que te acecha, y así se lo dirás a la policía. Existen leyes contra el acoso. En Nueva York conocí a una mujer cuyo ex novio no la dejaba en paz; se presentaba de repente, la llamaba, la seguía. Vivió aterrorizada durante seis meses, hasta que decidió tomar medidas. No tienes por qué vivir asustada.

—Sin embargo tu amiga sabía de quién se trataba —apostilló Jo.

—Bueno, tendremos que descubrir quién intenta aterrorizarte. —Como las fotografías le espantaban, las apartó de sí—. ¿Rompiste tu relación con alguien más o menos en la época en que esto empezó?

—No; no me veía con nadie en especial.

—No tiene por qué ser alguien especial para ti —le recordó Lexy—, aunque él quizá lo creyó. ¿Con quién salías?

—Con nadie.

—Jo, seguro que alguna vez quedaste con alguien para comer, ir al cine…

—Sí, pero no se trataba de citas románticas.

—¡No seas tan literal! Tu problema es que para ti todo es blanco o negro, como tus fotografías; sin embargo hasta las fotografías tienen grises, ¿no es cierto?

Jo frunció el entrecejo, sin saber si debía sentirse impresionada o insultada por la analogía que acababa de establecer su hermana.

—Es que no veo…

—Exactamente —interrumpió Lexy—. Debes elaborar una lista con los hombres con que has salido y otra con aquellos cuya invitación declinaste. Tal vez se trata de alguien que te propuso una cita dos o tres veces y al final se dio por vencido.

—Este último año he estado muy ocupada. Apenas he salido con nadie.

—Me alegro, porque así las posibilidades de encontrar al culpable son mayores. —Lexy cruzó las piernas—. Tal vez algún vecino del edificio donde vives en Charlotte intentó llamarte la atención o entablar conversación cuando coincidisteis en el vestíbulo o el ascensor. Procura recordar. Una mujer sabe cuándo un hombre se interesa por ella, aunque él no le interese en absoluto.

—No suelo prestar atención a esos detalles.

—De todas formas, haz memoria. Eres tú quien debe controlar la situación. No permitas que se entere de que estás asustada, no le des la satisfacción de creer que puede mandarte otra vez al hospital. —Se inclinó para zarandearla—. Así pues, piensa. Siempre has sido la más inteligente de la familia. Usa la cabeza.

—Yo me encargaré del timón, Jo —se ofreció Kate—. Siéntate y descansa.

—Ya descansará más tarde. Ahora tiene que pensar.

—Déjala en paz, Lexy.

—No. —Jo meneó la cabeza—. Tienes razón, Lexy —afirmó mientras miraba a su hermana, a quien hasta entonces había considerado una frívola—. Tus preguntas son las correctas, las que nunca se me ocurrió plantearme. Estoy segura de que son las mismas que me formulará la policía.

—Supongo que sí.

—Está bien. —Jo exhaló un suspiro—. Ayúdame a pensar.

—Eso trato de hacer. ¿Por qué no nos sentamos? —La tomó del brazo y se acomodó a su lado—. En primer lugar, piensa en los hombres con que te relacionas.

—No hay muchos. No los atraigo como la miel a las abejas.

—Lo harías si quisieras, pero esa es otra cuestión. —Ya solucionarían ese problema más tarde, pensó Lexy—. ¿Hay alguno al que tratas con frecuencia?

—El único a quien veo con regularidad es mi alumno, Bobby. Fue él quien me llevó al hospital. Estaba en casa cuando recibí el último sobre.

—Ese tipo resulta sospechoso.

Jo abrió los ojos como platos.

—¿Bobby? ¡Es ridículo!

—¿Por qué? Es tu alumno, por lo que deduzco que es fotógrafo. Sabe usar una cámara, revelar fotografías. Apuesto a que estaba al corriente de adonde viajabas y qué actividades realizabas…

—Por supuesto, pero…

—Incluso te ha acompañado en algunas ocasiones, ¿verdad?

—Desde luego, forma parte de su aprendizaje.

—Y tal vez se siente atraído por ti.

—¡Qué tonterías! Al principio quizá estaba un poco enamorado…

—¿En serio? —Lexy arqueó una ceja—. ¿Su amor era correspondido?

—Tiene veinte años.

—¿Y qué? —Lexy descartó el argumento encogiéndose de hombros—. Comprendo; no te acostaste con él. Lo veías casi a diario, se sentía atraído por ti, sabía dónde estabas, conocía tus actividades cotidianas, domina la fotografía… Opino que debe encabezar nuestra corta lista.

Tal posibilidad era mucho más espantosa que pensar en un ser sin rostro y sin nombre.

—Bobby me cuidó, me trasladó al hospital.

Afirmó que no había visto esa fotografía, pensó Jo con un nudo en la garganta. Estaban solos los dos, y Bobby aseguró no haberla visto.

—¿Sabe que has regresado a Sanctuary?

—Sí, yo… —Jo se interrumpió y cerró los ojos—. Sí, conoce mi paradero. ¡Sabe dónde estoy! Esta mañana he hablado con él. Me telefoneó.

—¿Por qué te llamó? —preguntó Lexy—. ¿Qué te dijo?

—Había dejado un recado a uno de sus compañeros para que se pusiera en contacto conmigo porque… necesitaba preguntarle algo.

—¿Desde dónde llamaba? —inquirió Kate dirigiéndole una rápida mirada por encima del hombro.

—No se lo pregunté… no me lo dijo. —Con un supremo esfuerzo Jo consiguió contener el miedo—. Carece de sentido que Bobby me enviara las fotografías. Hace meses que trabajo con él.

—Esa es la clase de relación que le interesará a la policía —conjeturó Lexy—. ¿Quién más sabe dónde estás?

—Mi editor. —Jo se frotó la sien—. Los empleados de la oficina de correos, el portero del edificio y el médico que me atendió en el hospital.

—Por tanto, cualquiera interesado en conocer tu paradero habría podido averiguarlo. De todos modos Bobby sigue siendo el primero de la lista.

—Sospechar de él me hace sentir mal. —Tras una pausa, añadió—: Es lo bastante bueno para haber tomado esas fotografías, siempre que las trabajara y se tomara su tiempo. Posee un gran potencial. Sin embargo todavía comete errores, se precipita y en ocasiones falla en el proceso de revelado. Eso explicaría que algunas fotografías no tengan la misma calidad que las demás.

—¿A qué te refieres? —Picada por la curiosidad, Lexy sacó algunas del sobre.

—Algunas están mal encuadradas. Fíjate en esta. —Señalo la sombra que le caía sobre el hombro en una de ellas—. Y en esta otra. Los tonos no están bien definidos. Algunas exposición es insuficiente, y unas pocas carecen de creatividad.

—Soy incapaz de apreciar esos detalles.

—La composición artística no es tan buena como en las que tomó en Charlotte o en Hatteras. En realidad… —añadió con el entrecejo fruncido mientras las examinaba con detenimiento—, estas últimas son menos profesionales, menos creativas. Da la impresión de que comienza a aburrirse… o perder el interés.

»Observa esta —agregó—: Un estudiante de primer curso con un equipo adecuado podría haberla hecho sin ninguna dificultad; el sujeto está relajado, ignora que van a fotografiarlo, la luz es buena porque se filtra entre los árboles. Es una toma fácil. En cambio en esta de la playa debía haber usado un filtro amarillo para evitar el brillo, suavizar las sombras y definir las nubes. Eso es básico. Sin embargo no se molestó en hacerlo, con lo que la fotografía pierde calidad, espectacularidad. Antes no cometía estos errores. —Se apresuró a sacar las fotografías del otro sobre—. Me mandó otra de la playa de Hatteras. Se trata de una toma similar, pero en este caso usó un filtro, se tomó su tiempo. Consiguió captar la textura de la arena, el movimiento de mi pelo mecido por el viento, la gaviota que sobrevuela las olas, las nubes, definidas con precisión. Es una fotografía preciosa, digna de exhibirse en una exposición o una galería. En cambio la de la isla es pésima.

—¿Bobby te acompañó a Hatteras?

—No.

—En Hatteras suele haber mucha gente. Es posible que no lo vieras, sobre todo si se disfrazó.

—¡Si se disfrazó! ¡Ah, Lexy! ¿Crees que no habría reparado en la presencia de un tipo con gafas como las de Groucho y una nariz rara?

—Me refiero a los elementos indispensables, como una peluca. Yo podría acercarme a ti en la calle sin que me reconocieras. No es muy difícil convertirse en otra persona. —Sonrió—. Lo hago con frecuencia. Basta con teñirse el pelo, ponerse sombrero y gafas oscuras, barba o bigote. De lo que no cabe duda es de que quienquiera que sea estuvo allí y luego vino aquí.

Jo asintió.

—Tal vez todavía está en la isla.

—Sí. —Lexy posó la mano sobre la de Jo—. Ahora debemos mantenernos alerta para encontrarlo.

Jo miró la mano que cubría la suya. Comprendió que no debía sorprenderle esa muestra de afecto.

—Debería haberos contado todo esto mucho antes, pero quería solucionarlo por mi cuenta.

—¡Qué extraño! —exclamó Lexy—. Prima Kate, Jo dice que quería solucionarlo por su cuenta. ¿No te asombra? La frase preferida dejo siempre fue: «¡Aparta de mi camino, lo haré yo sola!».

—Muy ingeniosa —murmuró Jo—. Además, jamás pensé que te prestarías a ayudarme.

—Otra novedad, Kate —dijo Lexy sin apartar la vista de su hermana—. Nunca me has permitido demostrar mi inteligencia ni mi capacidad de comprensión. En realidad, nadie lo ha hecho.

Jo entrelazó los dedos con los de su hermana menor.

—Me daba vergüenza contarlo. Me avergonzaba haber sufrido una crisis nerviosa y no quería que se enterase nadie de mi familia.

Lexy se compadeció de ella. Aun así, mantuvo la misma expresión burlona.

—Menuda estupidez, Jo Ellen. Sabes que, como sureños, admiramos sobre todo a los antepasados más lunáticos. Ocultar la existencia de parientes locos es una costumbre yanqui. ¿No estás de acuerdo, prima Kate? Divertida y henchida de orgullo al oír a Lexy, Kate volvió la cabeza.

No cabe duda, Lexy. Una familia sureña alaba a los miembros más chiflados y exhibe sus retratos en la sala de estar, junto con las mejores porcelanas.

Jo Ellen se sorprendió riendo.

—Yo no estoy loca.

—Todavía no —replicó Lexy apretándole la mano—, pero si sigues así te situarás a la altura de nuestra bisabuela Lida. Creo recordar que lucía un vestido de fiesta tanto de día como de noche porque aseguraba que en cualquier momento se presentaría Fred Astaire para sacarla a bailar. Si te esforzaras un poco, llegarías a parecerte a ella.

Jo rio con ganas.

—Después de todo, tal vez debamos ir de compras para ver si consigo un traje de baile, por si acaso.

—Tu color es el azul. —Consciente de que le costaba menos que a Jo manifestar sus emociones, la abrazó con cariño—. Había olvidado decirte algo, Jo Ellen.

—¿Qué?

—Bienvenida a casa.

Eran más de las seis cuando regresaron a Sanctuary. Después de todo decidieron ir de compras, de modo que volvieron cargadas con cajas y bolsas. Kate todavía se preguntaba por qué había permitido que Lexy se saliera con la suya. Con todo, ya conocía la respuesta.

Después de permanecer una hora en la comisaría, las tres necesitaban hacer alguna tontería.

Al pasar por la cocina ya estaba preparada para oír los reproches de Brian. Él miró la prueba de la traición que portaban en los brazos y exclamó:

—¡Qué bonito! Hay seis mesas ocupadas en el comedor, es la hora de la cena y a vosotras se os ocurre ir de tiendas. He tenido que pedir a Sissy Brodie que sirviera las mesas, aunque es una inútil. Papá prepara las bebidas que damos gratis a los clientes para compensar el mal servicio, y yo acabo de quemar dos platos de pollo porque he tenido que limpiar el traje de Becky Fitzsimmons, sobre el que la tonta de Sissy volcó unos tallarines con gambas.

—¿Becky Fitzsimmons está aquí y Sissy la ha atendido? —Lexy se desternilló de risa mientras depositaba los paquetes en el suelo—. No te enteras de nada, Brian Hathaway. Sissy y Becky son enemigas acérrimas desde que se descubrió que Jesse Pendleton llevaba unos seis meses acostándose con las dos. Al averiguarlo, Sissy se enfrentó a Becky a la entrada de la iglesia, después de la misa, y la llamó puta. Tuvieron que intervenir tres hombres fuertes para separarlas. —Mientras rememoraba la escena, Lexy se quitó el pañuelo para dejarse el pelo suelto—. Menos mal que sólo se le ocurrió arrojarle un plato de tallarines. Me extraña que Sissy no cogiera un cuchillo de la cocina para atacar a Becky.

Brian respiró hondo.

—Doy gracias a Dios por ello. Toma el bloc y ve enseguida al comedor. Has llegado una hora tarde.

—Ha sido por mi culpa, Brian —terció Jo preparándose para recibir una reprimenda de Brian—. Pedí a Lexy que me acompañara y perdimos la noción del tiempo.

—Yo no puedo permitirme el lujo de olvidar mis obligaciones, y no debes defenderla. —Retiró la tapa de la cacerola donde se freía una pechuga de pollo y le dio la vuelta—. No restes importancia a lo sucedido —añadió dirigiéndose a Kate—. No tengo tiempo para oír excusas.

—No pienso ofrecer ninguna excusa —replicó ella al tiempo que se erguía—. En realidad jamás gastaría el aliento hablando con alguien que emplea ese tono conmigo. —Levantó el mentón y se encaminó hacia el comedor para ayudar a Sam en el bar.

—Ha sido culpa mía, Brian —repitió Jo—. Kate y Lexy…

—No te molestes en dar explicaciones —interrumpió Lexy mientras trataba de contener su mal humor—. Se niega a escuchar. De todos modos nunca se entera de nada. —Cogió el bloc y salió de la cocina hecha una furia.

—Frívola, irresponsable, cabeza hueca —murmuró Brian.

—¡No hables así de ella!

—¿Qué es esto? ¿Acaso en una tienda ha nacido entre vosotras un cariño repentino? No me digas que las mujeres que salen juntas de compras se convierten de pronto en amigas del alma.

—No tienes un buen concepto de las mujeres, ¿verdad? Bien, el caso es que necesitaba el apoyo de esas dos mujeres, que no dudaron en brindármelo. Si te has enfadado por el retraso…

—¿Enfadarme? —Colocó la pechuga de pollo en un plato y apretó los dientes con fuerza mientras añadía verduras y la guarnición. No estaba dispuesto a que una mujer estropeara la presentación de un plato—. No se trata de que me enfade o no, sino de dirigir una empresa, de mantener la reputación que nos ha costado veinticinco años conseguir. Me habéis dejado solo con veinticinco personas en el comedor que esperan que se les sirva como es debido.

—Está bien, tienes derecho a estar enojado, pero sólo conmigo. Han ido a tierra firme por mí.

—No te preocupes. —Llenó una cesta con panecillos recién salidos del horno—. Estoy bastante enojado contigo.

Jo observó las cacerolas que humeaban sobre los fogones, las verduras ya picadas sobre la tabla. El fregadero estaba lleno de platos sucios, y Brian trabajaba con cierta dificultad a causa de la herida de la mano.

Lo hemos dejado en la estacada, tiene toda la razón del mundo, decidió. Se habían portado mal con él.

—¿Cómo puedo ayudar? Si quieres fregaré los platos y…

—Prefiero que te apartes de mi camino —exclamó él sin mirarla—. Es lo que mejor sabes hacer, ¿verdad?

Ella aguantó el golpe y aceptó la culpa.

—Sí, supongo que sí.

Salió en silencio por la puerta posterior. El acceso a Sanctuary no me está prohibido, pensó, por lo menos no como se me representaba en los sueños. Sin embargo el camino que le quedaba por recorrer era rocoso y escarpado.

Brian tenía razón. Siempre se las había apañado para permanecer al margen y dejar a los demás los placeres y problemas que se incubaban en esa casa.

De hecho, ignoraba si deseaba cambiar de actitud.

Decidió pasear por el bosque. Si alguien la vigilaba, allá él; que tomara sus malditas fotografías hasta que se le entumeciera el dedo. No pensaba vivir asustada. Deseaba que él estuviera allí, cerca, que se mostrara.

Se detuvo y miró con expresión sombría alrededor. Un enfrentamiento le convenía dado su estado de ánimo. Nada le complacería tanto como una buena pelea cuerpo a cuerpo.

—Soy más fuerte de lo que crees —dijo en voz alta, y captó la ira que destilaba su voz cuando el eco se la devolvió—. ¿Por qué no sales y te enfrentas a mí cara a cara? —Tomó un palo y lo dejó caer sobre la palma de la mano—. ¡Eres un hijo de puta! ¿Crees que puedes asustarme con unas fotografías de pésima calidad?

Azotó un árbol con la vara. Un pájaro carpintero salió volando del tronco y se alejó.

—El encuadre es una porquería, la iluminación desastrosa. Lo que sabes acerca de captar estados de ánimo cabría en un dedal. He visto mejores instantáneas echas por un chico de diez años con una Kodak cualquiera.

Apretó la mandíbula, ansiosa por ver salir a alguien. Esperaba que el hombre la atacara. Quería hacerle pagar la tortura que le había infligido. Sólo oía el rumor del viento a través de las hojas. La luz se tornaba cada vez más débil.

—Empiezo a hablar sola —murmuró—. A este paso, antes de los treinta años estaré tan loca como mi bisabuela Lida. —Arrojó el palo al aire y observó cómo caía con un ruido sordo sobre los frondosos arbustos.

No distinguió el mocasín gastado que se encontraba a pocos centímetros de donde había aterrizado la vara, ni los tejanos desteñidos. Cuando se adentro más en el bosque, no captó el sonido de una respiración que luchaba por tranquilizarse, ni las palabras susurradas con una profunda emoción:

—Todavía no, Jo Ellen. Todavía no. No hasta que esté listo. Ahora no tendré más remedio que lastimarte para que te arrepientas de lo que has dicho.

Se enderezó con lentitud y se consideró completamente dueño de la situación. Ni siquiera reparó en la sangre que le manchaba la palma de las manos cuando cerró con fuerza los puños.

Convencido de saber hacia dónde se dirigía Jo y familiarizado con el bosque, tomó un atajo para llegar antes que ella.