Mientras conducía hacia Sanctuary, Giff vio a Lexy en la terraza del segundo piso, las largas piernas enfundadas en unos pantalones cortos, el pelo recogido en un moño en lo alto de la cabeza. Limpiaba las ventanas, de modo que dedujo que estaría malhumorada.
Por muy atractiva que fuera Lexy, no tendría más remedio que esperar, pues necesitaba hablar con Brian.
Lexy vio que Giff estacionaba la furgoneta. Sonrió con petulancia mientras secaba con un papel de diario la mezcla de vinagre y agua con que había cubierto los vidrios hasta dejarlos resplandecientes. Por fin acudía a ella, como esperaba aunque había tardado más de lo previsto. De todas formas lo perdonaría… después de que él le suplicara un poquito.
Cuando se inclinaba para mojar el trapo, volvió la cabeza y miró hacia abajo. Se enderezó de inmediato al ver que Giff no se encaminaba hacia la casa, sino hacia el viejo ahumadero donde Brian pintaba algunos muebles de jardín.
¡Menudo sinvergüenza!, pensó mientras reanudaba su tarea. Si esperaba que ella se acercara, se llevaría una decepción. No estaba dispuesta a perdonarlo. No pienso hablarle nunca más aunque se arrastre sobre carbones ardientes, se dijo mientras lustraba con furia el vidrio. Por mucho que suplicara y pronunciara su nombre en su lecho de muerte, ella se limitaría a reír.
A partir de ese momento Giff Verdon no significaba nada para ella. Levantó el cubo y se desplazó unos centímetros para espiarlo.
En ese momento, Lexy no era la principal preocupación de Giff. Percibió el olor de la pintura fresca, oyó el siseo del pulverizador. Se obligó a sonreír cuando, tras rodear el cobertizo, vio a Brian.
Tenía los brazos y los tejanos viejos cubiertos de pequeñas manchas azules. Sobre una tela extendida en el suelo descansaban sillas y tumbonas a las que Brian aplicaba una segunda mano.
—Es un color precioso —-exclamó Giff.
—Ya conoces a la prima Kate. Cada cierto tiempo se propone introducir cambios… pero siempre se decanta por el azul.
—Es un color alegre.
—Sí. —Brian apagó el motor y depositó la pistola pulverizadora en el suelo—. Ha encargado sombrillas para las mesas y lonas y cojines para las sillas. Llegarán en el transbordador dentro de un par de días. Quiere que también se pinten las mesas de picnic del campamento.
—Si tú no tienes tiempo, yo me ocuparé de eso.
—Me apetece hacerlo a mí. —Brian movió los hombros para desentumedecerlos—. Me obliga a estar al aire libre y me permite fantasear un poco. —Antes de que llegara Giff, había disfrutado al rememorar la noche que había pasado con Kirby. Sabía que jamás volvería a pensar en un estetoscopio de la misma manera que antes—. ¿Cómo va el porche? —preguntó.
—He traído la pantalla mosquitera en la furgoneta. Parece que el buen tiempo se mantendrá de manera que lo tendré terminado para el fin de semana, como quería la señorita Kate.
—Me alegro. Trataré de pasar por allí para echarle un vistazo.
—¿Qué tal tienes la mano? —inquirió Giff.
—¡Ah! —Brian movió los dedos—. La tengo un poco agarrotada. —Se abstuvo de preguntar cómo se había enterado de lo sucedido. En la isla, las noticias volaban, sobre todo si eran jugosas. En realidad consideraba un milagro que nadie supiera que había pasado la mayor parte de la noche sobre la camilla de la doctora.
—Tú y la doctora Kirby…
—¿Qué?
—Tú y la doctora Kirby. —Giff se ajustó la gorra—. Mi primo Ned bajó a la playa esta mañana temprano. Ya sabes que le gusta recoger caracolas, las barniza y después se las vende a los pasajeros del transbordador que vienen a pasar el día. Parece que al amanecer te vio salir de la cabaña de la doctora. Y ya sabes cuánto le gusta cotillear a Ned.
Siempre sospeché que los milagros no existían, pensó Brian.
—Sí, ya lo sé. ¿Cuánto tardó en propagar la noticia?
—Bueno… —Giff se acarició la barbilla con expresión divertida—. Me dirigía hacia el transbordador para ver si había llegado la pantalla mosquitera cuando lo encontré en el camino y lo llevé, de modo que me lo explicó a los cincuenta minutos de haberte visto.
—Ned es cada vez más lento.
—Bueno, no olvides que está envejeciendo. Cumplirá ochenta y dos en septiembre. La doctora Kirby es una gran mujer —agregó—. Todos los lugareños tienen un excelente concepto de ella, y de ti, Brian.
—Hemos pasado algunas noches juntos —murmuró Brian y se agachó para limpiar el pulverizador—. Es demasiado pronto para que la gente empiece a pensar en una boda.
Giff arqueó una ceja.
—Yo no he dicho eso.
—Tan sólo nos vemos un poco más que antes.
—Está bien.
—Ninguno de los dos se plantea iniciar una relación estable ni crear ataduras.
Giff permaneció en silencio unos segundos.
—¿Tratas de convencerme a mí, Bri, o a ti?
—Sólo te digo que… —Brian se interrumpió al ver la sonrisa de inocencia que esbozaba Giff—. ¿Has venido sólo para felicitarme por haberme acostado con Kirby o tienes alguna otra cosa en la mente?
La sonrisa de Giff se esfumó.
—Ginny.
Brian suspiró y descubrió que la tensión que tenía en el cuello no desaparecía aunque se lo frotara.
—La policía llamó esta mañana. Supongo que también habrán hablado contigo.
—No tenían nada que decir. Creo que ni siquiera se hubieran molestado en telefonear si no les hubiera atosigado. ¡Maldita sea, Brian! Te consta que se han limitado a fingir que la buscaban, pero no han movido un dedo.
—Ojalá pudiera contradecirte.
—Me han aconsejado que imprimamos carteles y los distribuyamos por Savannah. ¿Para qué sirve eso?
—Creo que para nada. Giff, ojalá supiera qué decirte. Ginny tiene veintiséis años y es libre de hacer cuanto se le antoje. Eso opina la policía.
—Es una manera equivocada de enfocar el asunto. Ginny tiene a su familia, su casa y sus amigos aquí. No se habría marchado sin decirle una palabra a nadie.
—A veces —replicó Brian— la gente actúa de forma inesperada.
—Ginny no es tu madre, Brian. Lamento que esto sea un mal trago para ti y tu familia, pero se trata de Ginny. Lo que ocurrió con tu madre no tiene nada que ver con esto.
—No, es cierto —concedió Brian al tiempo que trataba de conservar la calma—. Ginny no tiene marido y tres hijos; si ha decidido poner los pies en polvorosa, no deja tras de sí una serie de vidas destrozadas. Seguiré hablando con la policía, les llamaré al menos una vez por semana para que no archiven el caso. Imprimiremos los carteles en la oficina. No puedo hacer más que eso, Giff. No estoy dispuesto a que un hecho así vuelva a trastornarme.
—Me parece bien —replicó Giff con cierta tirantez—. Está bien, entonces me marcharé para que puedas seguir con tu trabajo.
Se encaminó con furia hacia la furgoneta, se sentó en el asiento del conductor y cerró con un portazo. A continuación apoyó la cabeza contra el volante.
Había actuado mal. Se arrepintió de haberse enfurecido con Brian, de haberse mostrado tan desagradable. Al fin y al cabo, no tenía la culpa ni era responsable de lo sucedido. Apoyó la cabeza contra el respaldo mientras se reprochaba haber tratado así a su amigo. Al cabo de unos minutos, cuando se hubiera tranquilizado, le pediría disculpas.
Lexy salió despacio de la casa. Había bajado corriendo por la escalera, a riesgo de caerse, para llegar antes de que Giff arrancara con la intención de burlarse de él por lo que ya nunca podría tener. Aunque el corazón todavía le latía deprisa, una vez en el exterior, se movió con lentitud y deslizó una mano por el pasamanos mientras sonreía. Se acercó a la furgoneta y, sin importarle que las manos le olieran a vinagre, las apoyó sobre la ventanilla bajada.
—¿Qué tal, Giff? Me disponía a pasear un rato por el bosque cuando te he visto.
Giff la miró a los ojos.
—Entonces sigue caminando, Lexy —murmuró antes de inclinarse para poner en marcha el motor.
—¿Qué pasa? —La tristeza que destilaba Giff apaciguó a la joven—. ¿Estás triste, Giff? Tal vez te sientes deprimido. —Le pasó un dedo por el brazo—. Quizá deseas disculparte conmigo para no sentirte tan solo…
La pena que reflejaba el rostro de Giff se trocó en mal humor. Apartó las manos de Lexy.
—Te diré algo Alexa; ni siquiera mi pequeño y limitado mundo gira alrededor de ti.
—¡Qué pretencioso eres! ¿Por qué me hablas así? Si crees que me interesa saber alrededor de qué gira tu mundo, Giff, te equivocas. Me importa un bledo.
—Entonces no tenemos nada que decirnos. Aléjate de aquí.
—No me marcharé hasta que te haya dicho lo que pienso.
—Me trae sin cuidado, de modo que apártate si no quieres que te atropelle.
En lugar de obedecer, la joven se asomó por la ventanilla y cogió la llave de encendido.
—¡No me des órdenes! No eres nadie para decirme qué debo hacer o amenazarme.
Respiró hondo y lo miró en actitud desafiante. Sin embargo, al advertir de nuevo la pena en los ojos del muchacho, su enfado desapareció. Le pasó una mano en la mejilla.
—¿Qué te ocurre, cariño? ¿Por qué estás tan triste?
Él comenzó a menear la cabeza, pero Lexy no retiró la mano.
—Si quieres, más tarde volveremos a enojarnos, pero ahora dime qué te pasa.
—Ginny. —Exhaló una bocanada de aire—. No tenemos noticias de ella, Lexy. Ya no sé qué hacer ni qué decir a mi familia. Ni siquiera sé qué debo sentir.
—Te entiendo. —Se echó hacia atrás y abrió la portezuela—. Ven.
—Tengo que trabajar.
—Por una vez en la vida, haz lo que te pido. —Le cogió la mano y tiró de ella hasta conseguir que bajara del vehículo. Sin pronunciar palabra, lo condujo hacia un costado de la casa—. Siéntate aquí. —Lo obligó a tomar asiento en una hamaca y después de rodearle con un brazo le apoyó la cabeza contra su hombro—. Descansa un minuto.
—No pienso todo el tiempo en eso —murmuró Giff—. De lo contrario enloquecería.
—Te comprendo. En ocasiones la realidad nos asalta de repente y el dolor es tan profundo que creemos que no lograremos aguantarlo. Sin embargo lo soportamos, hasta que vuelve a aparecer.
—La gente sospecha que perdió la cabeza por algún tipo y se marchó con él. Me resultaría más fácil si consiguiera creerlo.
—No; me temo que no. De todas maneras sufrirías. Cuando mamá se fue, lloré por ella. Suponía que si lloraba mucho me oiría y regresaría. Cuando crecí pensé que quizá yo no le importaba demasiado, de modo que ella tampoco debía importarme. Dejé de llorar, pero no logré apaciguar el dolor.
—Cada día pienso que Ginny nos mandará una postal desde Disneylandia o algún lugar por el estilo. En ese caso la rabia sustituiría a la preocupación.
Lexy trató de imaginar a Ginny disfrutando en alguna atracción.
—Pues no me extrañaría.
Giff posó la mirada en las manos entrelazadas de ambos.
—He tratado muy mal a Brian por este asunto.
—No te preocupes por eso. Brian es lo bastante fuerte para aguantarlo.
—¿Y tú? —preguntó al tiempo que colocaba bien una horquilla en el pelo despeinado.
—Todos los Hathaway somos más duros de lo que aparentamos.
—De todos modos, lo siento. —Levantó las manos unidas de ambos y besó los nudillos de Lexy—. ¿Es preciso que sigamos enojados?
—Supongo que no. —Lo besó con suavidad y sonrió. Los pájaros cantaban en los árboles y el aire transportaba el aroma delicado y dulce de las flores—. Sobre todo porque te he echado de menos.
Contuvo el aliento cuando Giff la atrajo hacia sí y apoyó la cara contra su cuello.
—Te necesito, Lexy. Te necesito.
La joven exhaló un suspiro tembloroso, colocó las manos sobre los hombros de Giff y le apretó los músculos. A continuación se puso en pie al tiempo que intentaba dominar las emociones que la invadían.
Al ver que le daba la espalda, Giff se pasó las manos por la cara y las dejó caer en un gesto de impotencia.
—¿Qué he dicho ahora? ¿Qué te impulsa siempre a alejarte de mí?
—No me alejo de ti. —Antes de volverse para mirarlo apretó los labios para que dejaran de temblar—. Nadie me había dicho eso jamás, Giff, a menos que fuese un hombre en busca de sexo.
Él se puso en pie en el acto.
—No busco nada, Lexy…
—Ya lo sé. —Parpadeó para alejar las lágrimas—. No me he alejado de ti, sólo trato de contenerme para no actuar como una tonta.
—Te amo, Lexy —susurró con sinceridad—. Siempre te he amado y siempre te amaré.
Ella cerró los ojos con la intención de grabar ese momento en la memoria; los sonidos, los perfumes, las sensaciones… Después se arrojó a los brazos de Giff un tanto aturdida.
—¡Abrázame! ¡Abrázame con fuerza, Giff! Diga lo que diga o haga lo que haga, no me sueltes.
—¡Alexa! —Le besó la cabeza—. Siempre he querido tenerte a mi lado.
—Yo también te quiero, Giff, aunque a veces me enfade.
—Está bien, querida. —Sonrió y la estrechó más—. No me importa que te enfades, siempre que luego nos reconciliemos.
En su dormitorio, Jo colgó el auricular. Bobby Bañes por fin se había puesto en contacto con ella y había respondido a su pregunta.
No se había llevado la fotografía de su apartamento.
—Pero la viste, ¿no es cierto? Era un desnudo que estaba entre todas las fotografías que me habían sacado. Se parecía a mí, pero no era yo. La tenía en la mano. La levanté del suelo. Seguro que la viste.
Había hablado con voz temblorosa y Bobby había replicado con tono vacilante.
—Lo siento, Jo. No recuerdo haberla visto. Me acuerdo de las demás, pero creo que no había ningún desnudo. Por lo menos no me fijé.
—Estaba allí, se me cayó sobre las otras. Estaba allí, Bobby. Trata de hacer memoria…
—Debía de estar allí…, es decir, si tú afirmas que la viste.
El muchacho intentaba aplacarme, pensó Jo. Se había mostrado comprensivo, pero no convincente.
Estremecida e inquieta se alejó del teléfono y lamentó que la hubiera llamado. Sin embargo, era mejor conocer la verdad. Ahora sólo cabía asimilarla, aceptarla.
Desde la ventana vio a su hermana y Giff. Forman una buena pareja, decidió; dos jóvenes, abrazados y rodeados de flores silvestres. Un hombre y una mujer enamorados en una tarde de verano.
Parecía tan fácil y natural. ¿Por qué le resultaba a ella tan complicado?
Nathan la deseaba. Sin embargo no la apremiaba; parecía no importarle que ella guardara las distancias. ¿Por qué actúo así?, se preguntó mientras observaba cómo Giff atraía el rostro de Lexy hacia el suyo. ¿Por qué no me desinhibo, me dejo llevar?
Le gustaba Nathan, debía reconocerlo. Le provocaba una sensación tan ardiente que imaginaba el placer que experimentaría si le permitiera llegar más lejos.
¿Por qué le asustaba dejarse arrastrar por su pasión?
Se alejó de la ventana. Últimamente lo cuestionaba todo. Analizaba cada uno de sus actos, extraía conclusiones… Por fortuna su estado físico había mejorado. Las pesadillas y los ataques de pánico eran cada vez más esporádicos.
No obstante…
Persistía la duda, el temor a sufrir una enfermedad mental. ¿Cómo explicar, si no, el incidente de la fotografía? La imagen de una muerta que unas veces era su madre y otras ella misma. La mirada fija, la piel blanca como la cera. Recordó la textura de la tez, tersa y pálida, los tonos y las ondas del pelo, la posición del brazo, cruzado sobre los pechos, y la cabeza inclinada en lo que se le antojaba un gesto de timidez.
¿Cómo era posible que la evocara con tal claridad si jamás había existido?
Y puesto que la recordaba, debía concluir que no estaba en sus cabales. Así pues, carecía de sentido considerar la posibilidad de mantener una relación con Nathan, o con cualquier otro, hasta que recuperara la cordura.
Sin embargo, eso no es más que una excusa, admitió.
El problema estribaba en que le temía. Tenía miedo de que él llegara a significar demasiado para ella y la situación escapara a su control, así como que él esperara más de lo que ella podía dar.
De hecho le provocaba unos sentimientos que hasta ese momento jamás había experimentado. De manera que se protegía con una cobardía que se ocultaba tras la máscara de la lógica.
Estaba harta de ser lógica y de tener miedo. ¿Por qué no imitaba a su hermana? ¿Por qué no actuaba guiada por los impulsos?
Necesitaba alguien con quien hablar, alguien que, siquiera por un rato, disipara las dudas y preocupaciones que albergaba acerca de sí misma.
¿Por qué no Nathan?
Para evitar cambiar de idea, se apresuró a salir del dormitorio y por una vez en la vida ni siquiera se molestó en coger la cámara. Se detuvo cuando Kate la llamó.
—Estaba a punto de salir. —Jo se acercó a la oficina, donde Kate estaba sentada detrás de un escritorio cubierto de papeles.
—Intento programar las reservas para el otoño. —Kate tomó el lápiz que tenía detrás de la oreja—. Hemos recibido una oferta para celebrar una boda en la posada, en octubre. Nunca hemos hecho nada parecido. Quieren que Brian se encargue de la comida y organizar aquí tanto la ceremonia como el convite. Será maravilloso si lo preparamos como es debido.
—Es espléndido. Lo siento, Kate, tengo que salir.
—Perdona por entretenerte. —Volvió a colocarse el lápiz detrás de la oreja y sonrió—. Aquí tengo tu correspondencia. Pensaba llevártela a tu habitación, pero desde hace dos horas no hago más que atender llamadas.
Como para ilustrar sus palabras, el teléfono sonó en ese instante, seguido de la señal de llegada de un fax.
—Vete, querida. Ahí tienes el correo. —Descolgó el auricular—. Posada Sanctuary, ¿en qué puedo servirle?
Jo sintió un zumbido en los oídos. Caminó despacio mientras notaba cómo el aire parecía enrarecerse. Cogió el sobre de papel manila, donde aparecía su nombre escrito en letras mayúsculas con un rotulador de punta gruesa.
JO ELLEN HATHAWAY
SANCTUARY
ISLA LOST DESIRE, GEORGIA
En una esquina se advertía: «Fotografías. No doblar».
No lo abras, se dijo; arrójalo a la basura; no mires el contenido. Sin embargo sus dedos ya rasgaban la solapa. No oyó la exclamación de sorpresa de Kate cuando sacudió el sobre y todas las fotografías cayeron al suelo. Se hincó de rodillas al instante y las miró en busca de una en concreto; la fotografía.
Kate no vaciló en interrumpir la conversación telefónica que mantenía y se acercó a ella.
—¿Qué ocurre, Jo? ¿Jo Ellen, qué te pasa? ¿Qué es todo eso? —preguntó mientras la sostenía del brazo y miraba las fotografías en que aparecía su prima.
—Ha estado aquí. ¡Ha estado aquí! ¡Aquí! —Jo revisó de nuevo las imágenes; allí estaba, paseando por la playa, dormida en la hamaca, junto a una duna, colocando el trípode…
Pero ¿dónde estaba la fotografía que buscaba?
—¡Tiene que estar aquí! ¡Tiene que estar!
Con gran preocupación, Kate la zarandeó.
—¡Basta! —Como conocía los síntomas, arrastró a Jo hasta un sillón, donde la obligó a sentarse y descansar la cabeza entre las rodillas—. Debes controlar la respiración. Tranquilízate. Quédate aquí un rato, quieta.
Se dirigió al cuarto de baño, donde llenó un vaso de agua y humedeció una toalla. Cuando volvió, observó con alivio que Jo seguía tal como la había dejado. Se arrodilló y le colocó la toalla empapada alrededor del cuello.
—Y ahora, procura calmarte.
—No voy a desmayarme —aseguró Jo con tono apagado.
—Me alegro de oírlo. Ahora recuéstate despacio y bebe un poco de agua. —Le acercó el vaso a los labios y notó que Jo recuperaba el color—. Ahora explícame qué significa todo esto.
—Las fotografías. —Jo se arrellanó y cerró los ojos—. No he conseguido escapar.
—¿De qué, querida? ¿De quién?
—No lo sé. Creo que me estoy volviendo loca.
—Qué tontería —replicó Kate con cierta irritación.
—No lo creo. Ya me sucedió una vez.
—¿Qué quieres decir?
Jo mantuvo los ojos cerrados. Tal vez así le resultaría más fácil decirlo.
—Hace unos meses sufrí una crisis nerviosa.
—¡Oh, Jo Ellen! —Kate se sentó en el brazo del sillón y comenzó a acariciarle el pelo—. ¿Por qué no me lo dijiste, querida?
—Porque no pude. Me sentía angustiada… empecé a recibir fotografías.
—¿Fotografías como estas?
—Fotografías mías. Al principio sólo mostraban sus ojos, nada más. —O los de mamá, pensó con un estremecimiento.
—Eso es horrible. Debiste de asustarte mucho.
—Sí, me asusté. Después pensé que quizá alguien trataba de llamarme la atención para conseguir que lo ayudara a entrar en el mundo de la fotografía.
—Posiblemente tuvieras razón, pero me parece una manera terrible de hacerlo. Debiste haber acudido a la policía.
—¿Para decirles que alguien me mandaba fotografías a mí, una fotógrafa? —Jo abrió los ojos—. Consideré que sabría manejar el asunto. Después me llegó por correo un sobre como ese, lleno de fotografías mías y una… una que creí que era de otra persona… —explicó Jo con rabia. Estaba decidida a aceptar la realidad—. De hecho lo imaginé, porque luego no logré encontrarla. Sólo estaban las fotos mías. Docenas de ellas. Y me desmoroné.
—Entonces regresaste a Sanctuary.
—Necesitaba huir. Creí que podría huir, pero ha sido en vano. Estas imágenes las han tomado aquí, en la isla. Quienquiera que sea ha venido aquí para vigilarme.
—Se las llevaré a la policía. —Temblando de furia, Kate se puso en pie para coger el sobre—. El matasellos es de Savannah; la enviaron hace tres días.
—¿Y de qué nos servirá acudir a la policía, Kate?
—No lo sabremos hasta que lo hagamos.
—Ese hombre tal vez esté en Savannah o quizá haya vuelto a la isla. —Se mesó el pelo y luego dejó caer las manos sobre la falda—. ¿Acaso la policía interrogará a todos los que tengan una cámara?
—Si es necesario, sí. ¿Qué clase de cámara? —preguntó Kate—. ¿Dónde o cómo se revelaron las fotografías? ¿Cuándo se hicieron? Debe de haber una manera de descubrirlo. Es mejor que permanecer con los brazos cruzados y muertas de miedo, ¿no crees? Recupera el coraje, Jo Ellen.
—Sólo deseo que todo esto termine.
—Entonces hemos de acabar con ello —replicó Kate con firmeza—. Me sorprende que hayas permitido que te hagan algo así sin luchar. —Kate tomó una foto y la observó—. ¿Cuándo la hicieron? Mírala, trata de recordar.
A Jo se le revolvió el estómago al mirar la foto. Cuando la cogió, tenía las manos húmedas. Advirtió que estaba un tanto desenfocada, que el juego de luces y sombras era pobre. Ese hombre es capaz de realizar trabajos mejores, pensó.
—Creo que la tomó con prisas. La hizo en la zona del pantano, y es evidente que no quiso que reparara en su presencia, de manera que la tomó de forma precipitada.
—Bien. ¡Así me gusta! ¿Cuándo fue la última vez que anduviste por allí?
—Hace un par de días; pero no llevé el trípode. —Frunció el entrecejo mientras se esforzaba por recordar—. Debió de tomarla hace por lo menos dos semanas. No, tres, cuando salí para fotografiar las charcas que forma la marea. Déjame ver otra.
—Supongo que te resultará difícil valorarla, pero esta me gusta. —Kate forzó una sonrisa mientras le ofrecía una toma en la que aparecía sentada en el regazo de Sam. La sombra que los cubría confería a la imagen un aire de ensoñación.
—El campamento —murmuró Jo—, el día en que me encerraron y papá me rescató. No fue obra de unos chicos, sino de ese cretino. Me encerró y esperó por los alrededores para fotografiarme.
—¿No fue el día en que desapareció Ginny? Hace casi dos semanas.
Jo se arrodilló en el suelo, más tranquila ya. Tenía las manos firmes, la mente clara. Analizó las fotografías con frialdad.
—No consigo identificar dónde se tomaron todas, pero las que recuerdo se hicieron más o menos en esos días, por lo que deduzco que todas son del mismo período. No hay ninguna de las últimas dos semanas. Por lo visto ha decidido conservarlas, esperar. ¿Por qué?
—Necesita tiempo para revelarlas y elegirlas. Tal vez tenga otras obligaciones; un empleo, por ejemplo.
—No lo creo, a menos que le permita disponer de mucho tiempo libre. Me fotografió cuando realizaba un trabajo en Hatteras y más tarde en Charlotte. Ese individuo no tiene obligaciones.
—Está bien. Coge el bolso. Iremos a tierra firme en la lancha para entregar todo esto a la policía.
—Tienes razón. Es mejor que quedarnos aquí, muertas de miedo. —Introdujo las fotos en el sobre con sumo cuidado—. Lo siento, Kate.
—¿Qué sientes?
—Lamento no habértelo dicho antes, no haber tenido bastante confianza para explicarte qué me sucedía.
—¡Ya lo creo que debes sentirlo! —Tendió una mano para ayudarla a ponerse de pie—. De todos modos eso es agua pasada. De ahora en adelante tú y todos cuantos vivimos en esta casa hemos de recordar que somos una familia.
—No entiendo por qué nos aguantas.
—Lo mismo me pregunto yo con frecuencia —replicó Kate al tiempo que le acariciaba la mejilla.