—No comprendo por qué no puedes tomarte un día libre, sólo uno, y pasarlo conmigo.
Giff se acuclilló para observar la cara malhumorada de Lexy. Debe de ser un perverso capricho de la naturaleza, supuso, lo que hace que esa expresión de enfado me resulte tan atractiva.
—Querida, ya te dije que esta semana tendría mucho trabajo, y hoy es martes.
—¿Y qué importa el día que sea? —Levantó las manos—. Aquí todos los días son idénticos a los demás.
—Pues a mí sí me importa. —Pasó la mano sobre el suelo que acababa de colocar—. Prometí a la señorita Kate que el sábado ya habría acabado la ampliación del porche e instalado la pantalla mosquitera.
—Pues dile que lo tendrás terminado el domingo.
—Le aseguré que sería el sábado. —Para Giff eso era más que suficiente pero, dado que era con Lexy con quien conversaba, hizo acopio de paciencia para explicarle el resto—. La cabaña está reservada para la semana que viene. Como Kate necesita a Colin en el campamento y Jed debe ir al colegio, tendré que ocuparme de todo solo.
A ella le traía sin cuidado el maldito porche. Ademas, ya casi había colocado todo el suelo. ¿Cuánto tardaría en construir el techo y poner el mosquitero?
—Sólo te pido un día, Giff —insistió al tiempo que se acercaba a él para besarle la mejilla—, unas pocas horas. Podemos ir a tierra firme en tu lancha, comer en Savannah.
—Lex, no tengo tiempo. De todas formas, si consigo concluir este trabajo, podríamos ir el sábado. Si quieres me las arreglaré para que pasemos juntos todo el fin de semana.
—No me apetece ir el sábado —replicó con obstinación Lexy—, sino ahora.
Giff se acordó de su prima de cinco años, que exigía que sus deseos se cumplieran al instante, pero consideró que Lexy no aprobaría la comparación.
—Ahora no puedo ir —repitió con paciencia—, pero si tú tienes tantas ganas, sube a la lancha y ve a Savannah.
—¿Sola?
—Lleva a tu hermana o a una amiga.
—Jo es la última persona con quien se me ocurriría pasar el día, y no tengo amigas. Ginny ya no está.
Antes de ver cómo se le llenaban los ojos de lágrimas Giff comprendió a qué se debía el descontento de Lexy, pero no podía hacer nada al respecto, así como tampoco podía aliviarla de la tristeza que le provocaba la desaparición de Ginny.
—Si quieres que te acompañe, tendrás que esperar hasta el sábado. Me tomaré el fin de semana libre. Reservaremos una habitación en un hotel y comeremos en un restaurante elegante.
—¡No entiendes nada! —Le propinó un puñetazo en el hombro antes de ponerse en pie de un salto—. ¡Si no me alejo de aquí ahora mismo, me volveré loca! ¿Por qué no me haces un hueco? ¿Por qué te niegas a estar conmigo?
—Hago todo lo que puedo. —La paciencia de Giff tenía un límite. Cogió el martillo y clavó una tabla.
—Ni siquiera puedes dejar de trabajar y prestarme atención durante cinco minutos. Para ti este porche es más importante que yo.
—Prometí que lo terminaría el sábado. —Se levantó, tomó una tabla y la midió—. Siempre cumplo mi palabra, Lexy. Si el fin de semana todavía deseas ir a Savannah, te llevaré. No puedo hacer más.
—A mí no me basta. —Alzó el mentón—. Estoy segura de que encontraré a alguien que se sentirá feliz de acompañarme.
Giff hizo una marca con un lápiz sobre la madera y luego miró a Lexy con los ojos entrecerrados. No dudó de que estaba dispuesta a cumplir la amenaza.
—No; no lo harás —repuso con calma.
Lexy esperaba que montara en cólera, que sufriera un ataque de celos. En ese caso se habrían enzarzado en una pelea antes de que ella permitiera que la arrastrara al interior de la cabaña vacía para hacerle el amor. Entonces lo habría convencido de que la llevara a Savannah.
La escena que había imaginado se disolvió. Sintió deseos de llorar y dio media vuelta para que él no lo notara.
—Muy bien, entonces sigue construyendo ese porche. Yo haré lo que tenga que hacer.
Giff observó en silencio cómo bajaba por los escalones. Aguardó a que desapareciera la rabia para tomar el serrucho. La furia podía costarle muy cara, lo sabía, y no quería perder un dedo de la mano; porque los necesitaré todos, pensó, si ella cumple su amenaza. Le harían falta para formar el puño que descargaría sobre la cara de algún tipo.
Lexy oyó el ruido del serrucho y apretó los dientes. ¡Cretino egoísta!, se dijo. No cabía duda de que no la quería. Caminó por la arena con rapidez. Nadie la quena. Nadie la comprendía. Ni siquiera Ginny.
Se detuvo de pronto al notar una punzada en el estómago. Ginny no estaba. Se había marchado. Todas las personas a las que quería se alejaban. Nunca les importaba lo suficiente para que se quedaran a su lado.
Al principio tuvo la certeza de que a Ginny le había ocurrido alguna desgracia. Tal vez la habían raptado o, quizá, debido a su ebriedad había caído a un pantano.
Tardó varios días en desechar tal posibilidad para resignarse a la idea de que, una vez más, la habían abandonado. Nadie permanecía junto a ella por más que lo necesitara.
Sin embargo en esta ocasión… Dirigió una mirada desafiante a la cabaña donde trabajaba Giff. Esta vez sería ella quien se marcharía.
Se encaminó hacia los árboles. El sol le quemaba la piel, la arena se le metía en las sandalias. En ese momento detestó Desire y todo cuanto albergaba. Odiaba a los veraneantes, que esperaban que los sirviera y después limpiara los restos que dejaban. Odiaba a su familia porque la consideraba una fantasiosa irresponsable. Odiaba la playa, el bosque…
Y sobre todo odiaba a Giff, de quien había intentado enamorarse.
Ya no le daría esa satisfacción. En lugar de ello, pensó mientras se internaba en el bosque, dedicaría sus encantos a otro hombre y se encargaría de que Giff sufriera.
Al ver la cabaña Little Desire y la figura sentada en los escalones de la entrada sonrió. ¿Cómo no había pensado antes en él?
Nathan Delaney era perfecto; un triunfador inteligente y educado. Había recorrido mundo y era muy atractivo, hasta el punto de que incluso Jo se había fijado en él. Además, sin duda sabía cómo tratar a una mujer.
Abrió el bolsito que le colgaba del hombro, se llevó a la boca un caramelo de menta para refrescarse el aliento, sacó la polvera y se retocó la nariz y la frente. Estaba morena, de manera que no necesitaba aplicarse colorete. En cambio se pasó por los labios una barra de carmín rojo. Por último se echó un poco de perfume y se arregló el pelo mientras reflexionaba sobre cómo representaría la escena.
Se acercó a la cabaña y levantó la mirada con una sonrisa amistosa.
—¡Hola, Nathan!
Había trasladado el ordenador a la mesa del porche para disfrutar de la brisa mientras trabajaba. El diseño estaba casi terminado. Alzó la vista con expresión distraída y se percató de que tenía el cuello dolorido.
—¡Hola, Lexy! —saludó mientras se frotaba la nuca.
—¿Cómo se te ocurre trabajar en una mañana tan preciosa?
—Debo ultimar los detalles de un proyecto.
—¿Con un ordenador? ¿Cómo consigues dibujar con él un edificio?
—Con bastante dificultad.
La muchacha rio e, inclinando la cabeza, se pasó un dedo por la garganta.
—Lamento haberte interrumpido. Supongo que preferirás que me vaya.
—No, en absoluto. Me proporcionas una excusa para tomarme un descanso.
—¿En serio? ¿Te molestaría que me acercara para ver qué haces? ¿O acaso no te gusta mostrar tus trabajos hasta que están terminados?
—Mi trabajo no es más que el primer paso de una obra, de modo que no me importa enseñarlo. Sube.
Cuando ella echó a andar hacia los escalones, Nathan consultó el reloj. Quería trabajar un par de horas más para perfeccionar unos detalles de los planos. A la una tenía una cita; un viaje en coche hacia el norte de la isla, un picnic… más tiempo para conocer bien a Jo Ellen Hathaway.
No obstante sonrió a Lexy. Le resultó imposible no hacerlo. Era una preciosidad, y su aroma era más fresco que la brisa de primavera que soplaba en el porche. Además, la falda corta dejaba al descubierto unas piernas largas y perfectas.
—¿Te sirvo algo fresco?
—Tomaré lo mismo que tú. ¿Te importa? —Cogió el vaso alto que había sobre la mesa y bebió un trago—. Café helado. Estupendo. —En realidad no le gustaba en absoluto y no comprendía por qué la gente se empeñaba en enfriar una bebida que era tan rica caliente.
Se pasó la lengua por el labio superior y se sentó junto a Nathan; no demasiado cerca, pues una mujer no debía ser demasiado explícita. Miró el monitor y quedó tan sorprendida por la complejidad del plano que casi olvidó el motivo de su visita.
—¡Es fantástico! ¿Cómo logras crear algo así con un ordenador? Creí que los arquitectos utilizaban lápices, reglas y calculadoras.
—Eso era antes. La informática nos facilita la tarea. Trabajo con un programa de diseño asistido por ordenador que permite quitar paredes, modificar ángulos, ensanchar puertas, ampliar espacios y, si cambio de opinión, deja todo como estaba al principio, y sin usar gomas de borrar.
—Es asombroso. ¿De qué son los planos?
—De una casa de veraneo en la costa oeste de México.
—Una villa. —Por su mente desfilaron imágenes de músicos, camareros elegantes y flores exóticas—. Bri estuvo en México. En cambio yo nunca he salido del país. Apuesto a que tú has recorrido todo el mundo.
—No diría todo, pero sí, he viajado bastante. —Una señal de alarma sonó en su cerebro, pero no le prestó atención, tildándola de tonta y egocéntrica—. En la costa oeste de México hay sierras maravillosas, vistas espléndidas. Esta casa mirará hacia el Pacífico.
—Nunca he visto el océano Pacífico.
—Es bastante bravo en esta zona. Esto —explicó al tiempo que señalaba el monitor— será el solario, todo de vidrio, tanto los costados como el techo, que podrá retirarse mediante un mecanismo cuando se celebren fiestas o convenga por el clima. La parte oeste del edificio se construirá con piedra del lugar. Aquí habrá una pequeña cascada que caerá en una laguna.
—¡Una piscina dentro de la casa! —Lexy lanzó un largo suspiro—. Es maravilloso. Deben de ser millonarios.
—Más que eso.
Los ojos de Lexy adoptaron una expresión soñadora. Luego miró a Nathan con admiración.
—Entonces debes de ser un arquitecto muy reputado. —Le puso la mano en el muslo—. Debe de ser estupendo crear edificios tan hermosos.
Sonó una segunda señal de alarma, más fuerte que la anterior. Como hombre inteligente, sabía cuándo una mujer trataba de conquistarlo.
—En un proyecto como este trabaja mucha gente. Ingenieros, contratistas…
¿No es un encanto?, pensó Lexy, al tiempo que se acercaba aún más.
—Pero sin ti no harían nada. Tú eres el creador, Nathan.
La retirada es muchas veces la opción del hombre inteligente, decidió Nathan, que cambió de postura para alejarse un par de centímetros de la joven.
—No si no consigo terminar estos planos. —Le dedicó una breve sonrisa con la esperanza de que Lexy no advirtiera su nerviosismo—. Voy un poco atrasado, de manera que…
—¡Son geniales! —Subió un poco la mano por el muslo de Nathan. Inteligente o no, al fin y al cabo era humano. Su cuerpo reaccionó como dictaba la naturaleza.
—Escucha, Lexy…
—¡Estoy tan impresionada! —Se inclinó hacia él con un movimiento seductor—. Me encantaría ver más. —Su aliento rozó los labios de Nathan—. ¡Mucho más! —En ese momento decidió que él era demasiado caballero o excesivamente tímido para dar el primer paso, de manera que le besó en la boca al tiempo que le rodeaba el cuello con los brazos.
Lexy era cálida, y Nathan quedó demasiado aturdido para pensar con claridad. Al final consiguió cogerle las muñecas, desembarazarse de sus brazos y alejarse de ella. Tras aclararse la garganta declaró:
—Lexy, eres una mujer muy atractiva. Me siento muy halagado.
—Me alegro. —Se le aceleró el pulso al imaginar a Giff furibundo de celos—. Entonces ¿por qué no entramos en tu cabaña?
—El caso es que me gusta mi cara. Me he acostumbrado a ella.
—A mí también me gusta. Es muy atractiva.
—Gracias. Bien, pues no quiero que Giff me la cambie.
—¿Y qué tiene que ver Giff en todo esto? No le pertenezco.
Su tono de voz y la ira que reflejaban sus ojos divirtieron a Nate, que sospechó que la joven actuaba así por despecho.
—Os habéis peleado, ¿verdad?
—No me apetece hablar de Giff. ¿Por qué no me besas, Nathan? Sé que lo deseas.
En efecto, una parte de su ser le animaba a seguir adelante.
—De acuerdo, no hablaremos de Giff, sino de Jo.
—Tampoco tiene nada que ver en esto.
—Quizá sí. El caso es que… —No sabía cómo decirlo—. Lo cierto es que me atrae.
—Creo que soy yo quien te atrae. —Para demostrarlo, le tocó la entrepierna.
Nathan le agarró la mano con firmeza.
—¡Déjate de tonterías! —exclamó con tono reprobador—. Vales demasiado para comportarte así, Lexy.
—No entiendo por qué deseas a Jo. Es prepotente, fría y…
—¡Basta! —Apretó las manos de Lexy—. No quiero oírte hablar así de ella. La quiero, y tú también.
—Tú no sabes qué quiero. Nadie lo sabe.
Nathan notó que la voz se le quebraba y se compadeció de la muchacha. Le levantó las manos con suavidad, y cuando se las besó Lexy parpadeó con sorpresa.
—Tal vez eso se deba a que tú tampoco lo sabes. —Le soltó una mano y le apartó el pelo de la cara—. Te he cobrado cariño, Lexy, en serio. Ese es otro de los motivos por los que no acepto tu tentador ofrecimiento.
Lexy se ruborizó avergonzada.
—Me he comportado como una estúpida.
—No, pero yo he estado a punto de cometer una locura. —Más tranquilo ya, bebió un trago de café porque tenía la garganta seca—. Estoy seguro de que no habrías tardado en cambiar de opinión. Entonces, ¿cómo habría quedado yo?
Ella tomó aire.
—Tal vez me habría arrepentido. El sexo es fácil; lo complicado es todo lo demás.
—Háblame de eso. —Le ofreció el café, que ella rechazó con un movimiento de la cabeza.
—Detesto el café helado.
—¿Por qué habéis discutido Giff y tú?
—No tiene importancia. —Se sentía muy desdichada. Se puso en pie y empezó a pasearse con la esperanza de tranquilizarse—. No me quiere, no le importa qué hago ni con quién estoy.
—Giff está loco por ti.
Ella lanzó una carcajada llena de amargura.
—Es fácil estar loco por alguien.
—No siempre, sobre todo cuando se pretende llegar a una relación más seria.
Lexy lo miró con los labios apretados.
—¿Enserio estás enamorado dejo?
—Por lo visto, sí.
—Tiene un carácter difícil.
—Espero que te equivoques.
—¿Ya te has acostado con ella?
—Lexy…
—Todavía no —dedujo ella con una sonrisa—, y eso te pone nervioso. —Se acercó y se sentó en el borde de la mesa—. ¿Quieres que te proporcione información sobre ella?
—No deberíamos hablar de… —Se interrumpió y, tras decidir dejar a un lado la dignidad, preguntó—: ¿Qué clase de información?
—Le encanta controlar la situación y guardar las distancias respecto a los demás.
Nathan sonrió; se dio cuenta de que Alexa Hathaway le gustaba cada vez más.
—Seguro que Jo ni siquiera sospecha que la conoces tan bien.
—La mayoría de la gente me subestima —confirmó Lexy encogiéndose de hombros—, y por lo general dejo que lo hagan. Como me has hecho un favor, te lo devolveré dándote un consejo; no permitas que Jo controle demasiado la situación. Cuando llegue el momento, haz que se vuelva loca por ti, Nathan. No creo que se haya enamorado jamás, y es justo lo que necesita. —Le dirigió una larga mirada escrutadora y muy femenina al tiempo que sonreía—. Supongo que sabrás cómo conseguirlo y espero que seas lo bastante inteligente para no comentarle lo que ha sucedido aquí.
—¡Jamás!
La actitud insolente de Lexy desapareció.
—Averigua lo que le ocurre, Nathan.
—¿Le ocurre algo malo?
—Le preocupa algo y, sea lo que sea, ha venido a Sanctuary para alejarse de ello, pero no lo ha conseguido. Durante la primera semana gritaba en sueños y se paseaba por la habitación la mayor parte de la noche. Además, de vez en cuando tiene una expresión extraña en los ojos, como si tuviera miedo, lo que no es propio de ella.
—¿Has hablado con Jo?
—¿Yo? —Echó a reír—. Nunca me comenta cuestiones personales. Me considera una tonta.
—No tienes un pelo de tonta, Lexy, y te aseguro que no te subestimo.
Emocionada, la joven se inclinó y lo besó.
—Supongo que nos hemos hecho amigos.
—Eso espero. Giff es un hombre muy afortunado.
—Sólo si decido concederle una segunda oportunidad. —Se echó hacia atrás el pelo con un movimiento de la cabeza y se puso en pie—. Tal vez lo haga… cuando me lo suplique de rodillas.
—Como amigo, te agradecería que no mencionaras a Giff nuestro encuentro. Creo que se sentiría muy mal si se viese obligado a darme una paliza.
—De acuerdo. De todos modos creo que sabrías defenderte, Nathan. Sí, estoy segura. Hasta pronto.
Cuando Lexy se hubo marchado, Nathan se frotó los ojos. Dominar a esa mujer constituye un verdadero desafío, pensó. Deseaba toda la suerte del mundo a Giff.
Jo preparaba la cesta del picnic cuando Lexy entró a la cocina. La cámara descansaba sobre el mostrador, contra el que se apoyaba el trípode.
—¿Vas de picnic? —le preguntó Lexy con tono alegre.
—Quiero tomar algunas fotografías de la parte norte de la isla y dar un paseo por la zona.
—¿Sola?
—No —contestó mientras colocaba una botella de vino en la cesta—. Voy con Nathan.
—¿Nathan? —Lexy se sentó sobre el mostrador y cogió una manzana del bol—. ¡Qué coincidencia! —Sonriente, frotó la fruta contra la blusa.
—¿Porqué?
—Porque precisamente vengo de su casa.
—¿Ah, sí? —Jo trató de disimular su tensión.
—Mmm. —Lexy mordió la manzana—. Pasé frente a la cabaña y allí estaba Nathan, sentado en el porche y bebiendo café helado. Me invitó a subir.
—No te gusta el café helado.
—Los gustos cambian. Me enseñó los planos de la villa que está diseñando.
—Ignoraba que te interesara la arquitectura.
—¡Ah! Me interesan muchas cosas. —Con una mirada traviesa, dio otro mordisco—. Sobre todo los hombres atractivos, y no cabe duda de que Nathan lo es.
—Estoy segura de que se sentiría halagado si te oyera —dijo Jo con sequedad mientras bajaba la tapa de la cesta—. Creía que habías quedado con Giff.
—También estuve con él.
—Al parecer has estado muy ocupada. —Jo cogió la cesta y se colgó la cámara en el hombro—. Debo irme, porque de lo contrario perderé la luz que deseo captar.
—Diviértete, ah, y saluda de mi parte a Nathan, por favor.
Cuando Jo salió con un portazo, Lexy prorrumpió en carcajadas. Espero que Nathan, pensó, irrite a ese monstruo de ojos verdes y luego obtenga la recompensa.
No pensaba mencionarlo. No se rebajaría sacando el tema a relucir. Jo cambió de posición el trípode, se inclinó para mirar por el visor y encontrar el ángulo deseado. Allí el mar era más bravo y azotaba la playa pedregosa, sobre la que volaban las gaviotas.
El calor y la humedad, muy intensos, conferían al aire un aspecto trémulo.
La pared del lado sur del viejo monasterio todavía seguía en pie. Bajo el dintel de la estrecha puerta se formaban luces y sombras y crecían vides silvestres. Jo quería captar el aspecto de abandono, los manojos de hierbajos, los montecitos de arena que el viento construía y luego desmoronaba.
Aguardó a que se produjera un momento de quietud absoluta, sin ráfagas de viento. Un ancho campo de visión, pensó, las texturas de la piedra, las enredaderas, la arena, las distintas tonalidades del gris.
Se agachó, cerró la apertura de foco y redujo la velocidad del obturador. Encuadró la toma de tal forma que no aparecieran las paredes derruidas. Quería dar la impresión de que el edificio se mantenía intacto, aunque vacío y desierto.
Solitario.
Tras hacer varias fotos, se trasladó con el trípode y la cámara al rincón este. Observó con admiración los agujeros y cicatrices que el viento, la arena y el paso del tiempo habían tallado en la piedra. Esta vez utilizó los muros caídos para reflejar la desolación del lugar.
Al oír un leve clic se enderezó. Nathan estaba muy cerca, con una cámara en las manos.
—¿Qué haces?
—Quería sacarte una foto. —Había hecho tres antes de que Jo lo sorprendiera—. Tenías una expresión de arrobamiento encantadora.
Jo se sintió incómoda. Detestaba que la fotografiasen sin que lo supiera. No obstante, se obligó a sonreír.
—Préstame la cámara. Te haré una.
—Se me ocurre una idea mejor. Activa el disparador automático de la tuya y nos haremos una juntos delante de las ruinas.
—Con esta luz no saldrá bien.
—Entonces no la exhibiremos en tu próxima exposición. No es necesario que sea perfecta, Jo. La gracia está en que aparezcamos nosotros.
—Si tuviese un difusor… —Volvió la cabeza y miró el sol con los ojos entrecerrados. Luego, entre murmullos, modificó el punto de mira de la cámara para reducir las sombras, calculó la apertura, ajustó la velocidad del obturador. Nathan reprimió la risa.
—No es necesario que la prepares tan bien.
—Colócate a la izquierda de la abertura de aquella pared, a unos sesenta centímetros de distancia.
Cuando él se hubo situado en el lugar señalado, lo vio sonreír a través del visor. Conseguiría una foto muchísimo mejor, pensó Jo, si tuviera el equipo necesario para jugar con la luz y las sombras. En ese caso lograría destacar el pelo agitado por el viento de Nathan. La luz tendría que ser más suave y romántica para resaltar sus maravillosos ojos. ¡Realmente era atractivo! De pie ante ese muro de piedras erosionadas tenía un aspecto tan fuerte, vital y viril… Tan seductor.
—Ahora comprendo por qué no te dedicas a los retratos.
Jo parpadeó y se enderezó.
—¿Qué?
—Tu modelo entraría en coma mientras espera que prepares la toma. —Sonrió al tiempo que le indicaba con un dedo que se le acercara—. No es preciso que sea una fotografía artística.
—Siempre deben ser artísticas. —Manipuló la cámara unos minutos más y por fin activó el disparador automático antes de reunirse con él—. ¡Ay!
Nathan cambió de posición, la colocó frente a sí y le rodeó la cintura con los brazos.
—Me gusta más así. Relájate y sonríe.
Ella obedeció y se recostó contra él en el momento en que el obturador se disparaba. Cuando Jo hizo ademán de alejarse, él le acarició el pelo.
—Me sigue gustando esta pose —dijo antes de besarla en los labios—. Y esta me gusta aún más.
—Tengo que guardar mi equipo.
—Está bien. —Nathan comenzó a deslizar la boca por el cuello dejo, que se sintió invadida por una mezcla de inquietud y deseo.
—Yo… La luz ha cambiado… —Se alejó de él al instante—. No pensaba entretenerme tanto.
—Muy bien, te ayudaré a guardar las cosas.
—No, gracias. Me pone nerviosa que alguien toque mi equipo.
—Entonces abriré el vino.
—Sí, eso está mejor. —Se encaminó hacia el trípode con un suspiro. Tendré que decidir, y muy pronto, si deseo avanzar o retroceder, pensó. Retiró la cámara del trípode y la guardó con cuidado—. Lexy me comentó que esta mañana estuvo contigo.
—¿Cómo? —Nathan abrigó la esperanza de que el ruido de la botella al descorcharse hubiera ocultado el asombro de su voz.
—Dijo que pasó por tu cabaña. —Jo ya se maldecía por haber sacado el tema.
Nathan se aclaró la garganta y de repente sintió la necesidad de beber una copa de vino.
—Sí, es cierto. Se quedó unos minutos. ¿Por qué?
—Por nada en especial. —Jo plegó el trípode—. Me comentó que le mostraste unos planos en los que estás trabajando.
Tal vez, después de todo, he subestimado a Lexy, pensó Nathan mientras servía dos generosos vasos de vino.
—Sí. Estaba corrigiendo algunos detalles cuando ella… pasó por allí.
Jo depositó el equipo en la manta que ya había extendido.
—Pareces un poco nervioso, Nathan.
—No. —Le tendió la bebida y tomó un largo trago antes de sentarse—. Estoy hambriento. ¿Qué tenemos para comer?
Jo se puso tensa.
—¿Sucedió algo con Lexy?
—¿Algo? —Nathan sacó de la cesta un recipiente que contenía pollo frito—. No sé a qué te refieres.
Jo entornó los ojos al ver la expresión de inocencia que adoptaba Nathan.
—¡Ah! ¿No lo sabes?
—¿Qué estás pensando? —Decidió que la mejor forma de defenderse era atacar—. ¿Crees que yo… con tu hermana? —Empleó un tono de persona ofendida, y la desesperación que sentía le confirió cierta verosimilitud.
—Lexy es una mujer preciosa —afirmó Jo mientras dejaba con brusquedad un bol con fruta cortada.
—Por supuesto, y por eso me abalancé sobre ella en cuanto se me presentó la primera oportunidad. ¿Qué clase de hombre crees que soy? —Se indignó—. ¿Crees que persigo a una hermana por la mañana y trato de seducir a la otra por la tarde? Tal vez antes del anochecer tire los tejos a tu prima Kate; así habré conseguido conquistar a toda la familia.
—No he insinuado nada… sólo preguntaba…
—¿Qué preguntabas?
—Yo…
Los ojos de Nate destellaban furia. Los celos dejo se vieron superados por un enorme disgusto consigo misma. Se mesó el pelo.
—Lo siento. Supongo que pretendió gastarme una broma de mal gusto. —Enojada consigo misma, volvió a atusarse el cabello—. Lexy estaba enterada de que había quedado contigo y de que salimos juntos de vez en cuando… y quiso burlarse de mí. —Exhaló una bocanada de aire y se maldijo para sus adentros por haber hablado de ello—. No pensaba mencionarlo —añadió al ver que Nathan permanecía en silencio—, y no sé por qué lo he hecho.
Él la miró con la cabeza inclinada.
—¿Estás celosa?
En lugar de sentirse aliviada al ver que la furia de Nathan desaparecía, Jo se puso tensa con la pregunta.
—No. Sólo estaba… no lo sé. Lo siento. —Le cogió la mano con la intención de acortar la distancia que los separaba.
—Olvidemos el asunto. —Nathan se llevó la mano de la mujer a los labios.
Cuando Jo lo besó con suavidad en la boca, Nathan levantó la vista al cielo y se preguntó si debía dar las gracias a Lexy o estrangularla.