13

Para llegar a la cabaña Little Desire no es preciso desviarse demasiado del camino que conduce a Sanctuary, pensó Jo. De todos modos, para justificar la caminata, consideró que le sentaría bien.

Tal vez por la tarde tomaría unas fotografías del río, observaría las flores silvestres y, ya que pasaría por allí, sería una grosería no entrar. Además, la cabaña era propiedad de la familia.

Hasta inventó una excusa que repitió para sus adentros con la intención de pronunciarla con absoluta naturalidad. Después de tantos preparativos, se llevó una decepción cuando, al llegar a la cabaña, observó que el todoterreno de Nathan no se encontraba allí.

Permaneció unos minutos al pie de la escalera, sin saber qué hacer. Al final decidió subir. No había nada de malo en entrar para dejar una nota. No desordenaría nada ni deseaba husmear en sus cosas. Sólo quería… ¡Maldición! La puerta estaba cerrada con llave, lo que le sorprendió, porque casi ningún habitante de Desire lo hacía. Demasiado picada por la curiosidad para preocuparse por los buenos modales, apretó la cara contra el panel de vidrio de la puerta y miró hacia el interior.

Sobre la larga mesa de la cocina había un ordenador, una impresora, unos tubos de cartón que supuso contendrían planos y una gran hoja de papel cuadrada extendida, con las esquinas aseguradas por un frasco de café instantáneo, un cenicero y dos tazas. Por más que cambió de posición e inclinó la cabeza, no logró desentrañar de qué se trataba.

De todos modos no es asunto mío, se recordó, mientras entornaba los ojos para tratar de ver algo más. Al oír un ruido a sus espaldas, volvió la cabeza con rapidez. Un pato salvaje lanzó su típico grito y alzó el vuelo. Jo levantó la vista al cielo y se llevó la mano al corazón, que le latía desbocado. Sólo faltaría que Nathan saliera de entre los árboles y me encontrara espiando su casa, pensó.

Se recordó la docena de actividades que podía realizar, los numerosos lugares que podía visitar. Por supuesto, no había dado un rodeo con el único propósito de verlo. Por lo menos no se había desviado en exceso de su camino. Posiblemente es mejor que no lo haya encontrado, se dijo, mientras bajaba por la escalera y se encaminaba hacia su casa por el sendero del Palmito, que seguía el curso del río hasta donde la frondosa vegetación, las vides silvestres y los helechos convertían el bosque en una verdadera jungla.

No necesitaba esa clase de distracción, y mucho menos las complicaciones que sin duda Nathan Delaney le crearía. Aún no se había recuperado del todo. Si entablaba una relación con él, tendría que contarle… ciertas cosas. Y si se las contaba, su relación acabaría. ¿Qué veraneante desearía comprometerse con una loca?

El sendero zigzagueaba flanqueado por los palmitos que le daban nombre. Oyó de nuevo el grito de un pato y el trino de una curruca. La cámara le golpeaba la cadera mientras caminaba con paso rápido absorta en sus cavilaciones.

Por tanto, si no iniciaban nada, ambos se ahorrarían tiempo e incomodidades.

¿Por qué demonios no estaba en su casa?

—Chist. —Giff tapó la boca a Lexy al oír ruido de pasos que se aproximaban por el sendero, cerca del claro custodiado por un enorme roble y varias palmeras—. Alguien se acerca —susurró.

—¡Ah! —Con un veloz movimiento, Lexy cogió la blusa que se había quitado y la apretó contra su pecho—. Dijiste que Nathan había decidido pasar el día en tierra firme.

—Así es. Me crucé con él cuando se dirigía al transbordador.

—Entonces ¿quién…? ¡Oh! —exclamó Lexy mientras se asomaba por entre las hojas—. Es Jo. Parece enojada con el mundo, como siempre.

—Silencio. —Giff le agachó la cabeza—. Preferiría que tu hermana no me pillara con los pantalones bajados.

—No entiendo por qué. Tienes tan bonito… —Comenzó a hacerle cosquillas, y entre risitas entrecortadas lucharon hasta que Jo se perdió de vista.

—Eres una mala persona, Lexy. —Giff la inmovilizó sobre la tierra. Todavía llevaba puesto el sujetador; le gustaba sentir la delicada tela contra su pecho—. ¿Qué explicación le habríamos dado si nos hubiera sorprendido?

—Si no adivina qué estamos haciendo, es hora de que alguien la instruya.

Giff meneó la cabeza y se inclinó para besarle la punta de la nariz.

—Eres muy dura con tu hermana.

—¿Que soy muy dura con ella? ¿No será al revés? Considero que se acerca más a la verdad.

—Bueno, tal vez las dos sois muy duras con la otra. Tengo la sensación de que Jo ha sufrido mucho últimamente.

—Su vida es perfecta para ella —replicó Lexy con una mueca mientras se enroscaba un mechón alrededor de un dedo—. Tiene trabajo y viaja tanto como le apetece. Todo el mundo alaba su obra y hasta algunos la analizan y estudian. Además gana mucho dinero.

Su enamorado acarició la barbilla de Lexy.

—Querida, es una tontería que tengas celos de Jo.

—¿Celos? —Ofendida, Lexy abrió los ojos como platos—. ¿Por qué voy a tener celos dejo Ellen?

—Eso digo yo. —Le dio un beso—. Las dos buscáis lo mismo, aunque la manera que empleáis para conseguirlo es muy distinta. Con todo, la meta es idéntica.

—¿En serio? —Su voz sonó serena y suave—. ¿Y cuál es esa meta?

—La felicidad. Es a lo que aspira la mayoría de la gente. El hecho de que haya alcanzado su objetivo antes que tú no resta importancia al tuyo. Además, empezó tres años antes que tú.

Las palabras de Giff no aplacaron a Lexy, que replicó con un tono frío como el hielo:

—No sé para qué me has traído aquí; por lo visto sólo querías hablar de mi hermana.

—Querida, fuiste tú quien me trajo. —Giff sonrió y la mantuvo debajo de su cuerpo a pesar de que Lexy se retorcía furiosa para liberarse—. Si mal no recuerdo, te presentaste en la cabaña Sand Castle, donde yo reemplazaba la alambrada de espino, me susurraste algo al oído y me enseñaste esta manta, que llevabas en el bolso. Ante eso ¿cómo crees que habría reaccionado un hombre?

Ella alzó el mentón y levantó una ceja.

—No lo sé, Giff. ¿Cómo habría reaccionado?

—Creo que tendré que demostrártelo.

Giff se tomó su tiempo, y eso la dejó algo débil y temblorosa. La noche anterior todo había sucedido con gran rapidez a causa del apremio del deseo. En cambio ahora las manos curtidas de Giff se movían con lentitud y suavidad sobre la piel femenina mientras la besaba en la boca, como si el de Lexy fuese el único sabor que necesitara. Le encantaba seducir y poseer a Lexy, y deseaba disponer de toda una vida para dedicarse a ello y observarla mientras le proporcionaba placer. Todo en Lexy le resultaba divino. De momento podía demostrárselo, y muy pronto se lo diría.

Cuando se deslizó en su interior, Lexy dejó escapar un gemido de satisfacción. Él se alzó un poco para dar y tomar más, y adoptó un ritmo tan perezoso como el del río que corría cerca de allí. Cuando inclinó la cabeza para chuparle los pechos con suavidad, ella sollozó.

—Termina tú primero —pidió Giff—, para que pueda verte.

Ella no habría podido evitarlo. Se sentía como una hoja arrastrada por la corriente de un arroyo. Cuando llegó el orgasmo, largo, hermoso y profundo, susurró el nombre de Giff.

Giff volvió a besarla en la boca y se vació en su interior.

Unos minutos después Giff se tendió de espaldas y reposó la cabeza de Lexy sobre su pecho. Ella jamás había tenido un orgasmo tan intenso. Y Giff, por su parte, se mostraba seguro de sí, como si controlara por completo la situación.

La joven sonrió y posó los labios sobre su torso.

—Debes de haber practicado mucho.

Él mantuvo los ojos cerrados, disfrutando del aire que le rozaba la cara, mientras le acariciaba el pelo.

—Estoy convencido de que hay que trabajar de firme para llegar a hacer las cosas bien.

—Y yo diría que lo has logrado.

—Te he deseado toda la vida, Lexy.

La muchacha se estremeció y levantó la cabeza para mirarlo.

—Supongo que en el fondo yo también te he deseado siempre.

Giff abrió los ojos, al captar su mirada se le secó la boca.

—¡Pero hace unos años estabas tan delgado! —añadió ella con una sonrisa insolente.

—Y tú ni siquiera tenías pecho. —Lanzó una risita al tiempo que le apresaba un seno—. No cabe duda de que las cosas cambian.

Lexy se incorporó y se sentó a horcajadas sobre él.

—Y tú me tirabas del pelo.

—Y tú me mordías. Todavía conservo las marcas de tus dientes en el hombro izquierdo.

Sin dejar de reír, la muchacha se apartó el pelo de la cara; le costaría desenredarlo, pero no le importaba.

—No es cierto.

—Ya lo creo que es cierto. Mamá las llama «mi marca Hathaway».

—Quiero verlas. —Le empujó hasta conseguir que se tendiera de costado y observó con curiosidad la pequeña cicatriz blanca. Su marca. Le producía una extraña emoción saber que él la llevaba—. ¿Dónde? No veo nada. —Se le acercó más—. ¡Ah! ¿Te refieres a esa cosita? Eso no es nada. Te aseguro que ahora estoy en condiciones de superarla.

Sin darle tiempo a que se defendiera, le clavó los dientes en el hombro. Giff lanzó un grito y la hizo rodar hasta que ambos quedaron enredados en la manta. El joven comenzó a acariciarla hasta que ella quedó sin aliento, excitada de nuevo.

—Tal vez esta vez te deje una señal yo a ti.

—¡No te atrevas a morderme, Giff! —Lexy rio, se debatió—. ¡Ay! ¡Maldita sea!

—¿Qué te ocurre? Todavía no te he mordido.

—Pues algo me ha mordido.

Giff se levantó al instante, temiendo que hubiera víboras. Con un movimiento veloz, puso en pie a Lexy y la cogió en brazos y observó el terreno con una expresión dura y fría.

—¡Caramba! —masculló mientras su corazón enamorado le golpeaba el pecho.

Nada se arrastraba ni se deslizaba, pero Giff distinguió un reflejo plateado. Depositó a Lexy en el suelo y la obligó a volverse. Tenía un pequeño rasguño en el omóplato.

—No es nada. Supongo que algo te arañó. —Besó la herida con suavidad antes de inclinarse para recoger lo que la había lastimado—. Es un pendiente.

Con los ojos brillantes, Lexy se frotó la espalda. Giff me ha cogido como si no pesara nada, pensó soñadora, y me mantuvo en brazos como si estuviera dispuesto a defenderme del dragón más malvado.

Imágenes de Lancelot y la reina Ginebra, de castillos envueltos en la niebla desfilaron por su mente antes de que se fijara en la pieza que Giff sostenía. Era un hilo brillante del que pendían pequeñas estrellas plateadas.

—Es de Ginny. —Frunció un poco el entrecejo y se inclinó para tomarlo—. Son sus pendientes favoritos. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?

Giff arqueó las cejas.

—Supongo que no somos los primeros que usan el bosque para algo distinto de una caminata.

Con una carcajada, Lexy se sentó sobre la manta, donde colocó con cuidado el pendiente antes de coger el sujetador.

—Supongo que tienes razón. Sin embargo estamos lejos del campamento y de su cabaña. ¿Anoche los llevaba?

—No suelo fijarme en lo que se pone mi prima —contestó Giff con sequedad.

—Estoy casi segura de que…

Se interrumpió mientras trataba de recordar la noche anterior. Ginny lucía una camisa roja con gemelos plateados en los puños y tejanos blancos muy ajustados con un cinturón. Sí, pensó Lexy, estoy casi segura de que los llevaba. A Ginny le gustaba la forma en que se balanceaban y reflejaban las luces.

—Bueno, no importa. Se lo devolveré, cuando consiga localizarla.

Giff se sentó para ponerse los calzoncillos.

—¿Por qué dices eso?

—Anoche, en la fogata, debió de conocer a un tipo apasionado. Esta mañana no ha acudido al campamento.

—Es muy raro. Ginny jamás ha faltado al trabajo.

—Hasta ahora. Oí comentarios al respecto cuando bajé para servir los desayunos. —Lexy sacó un peine de la bolsa y comenzó la ardua tarea de desenredarse el cabello—. ¡Ay! Había gente esperando para marcharse, y Ginny no estaba. Kate mandó a Jo y papá para que la sustituyeran.

Giff se puso los tejanos.

—¿Fue alguien a su cabaña?

—Acabé la jornada antes de que ellos volvieran, pero supongo que sí. Te aseguro que Kate estaba muy nerviosa.

—Eso no es propio de Ginny. Aunque es bastante alocada, jamás dejaría en la estacada a Kate.

—Tal vez está enferma. —Lexy frotó el pendiente antes de guardarlo en el bolsillo de los pantalones cortos que se había puesto para seducir a Giff—. No dejó de beber tequila.

Giff asintió, aun cuando estaba convencido de que, aunque no se sintiera bien, Ginny habría cumplido con su obligación o hubiera buscado a alguien que la reemplazara. La recordó la noche anterior en la playa, cuando los saludó y se alejó tambaleándose.

—Iré a ver cómo está.

—Muy bien. —Lexy se puso en pie y se sintió complacida al advertir que él le miraba las piernas—. Y tal vez más tarde… —añadió al tiempo que le acariciaba la espalda— decidas ver cómo estoy yo.

—Precisamente pensaba comer en la posada para que tú me… sirvieras.

—¡Ah! —En los labios de Lexy se pintó una sonrisa felina mientras retrocedía y se peinaba la melena—. ¿De verdad?

—Sí. Y luego, después de comer, pensaba subir al primer piso y entrar por casualidad en tu dormitorio. Podríamos hacer el amor en una cama, para variar.

—Bueno. —Se pasó la lengua por el labio superior—. Tal vez esta noche esté libre, pero depende de la propina que me des.

Giff sonrió y la besó en los labios.

—Ha sido un buen comienzo —dijo Lexy. Se inclinó para recoger la manta sin agacharse demasiado para que él viera sus muslos, que los pantalones cortos apenas si cubrían.

Después volvió la cabeza.

—Te ofreceré un… excelente servicio.

Cuando Giff subió a la furgoneta para dirigirse al campamento, su ritmo cardíaco ya era casi normal. Es una mujer fuerte, pensó, y la vida con ella será una continua aventura. Dudaba de que estuviera lista para considerar la posibilidad de compartir el futuro con él, pero ya se encargaría de prepararlo.

Sonriente, encendió la radio. Lo tengo todo planeado, pensó Giff. La seducción, que desde su punto de vista en ese momento progresaba de forma evidente, la declaración, el matrimonio.

En cuanto la convenciera de que él era lo que necesitaba, se acabarían los problemas.

Mientras tanto, ambos se divertían.

Dobló hacia el campamento y frunció el entrecejo al ver a un adolescente en la caseta en lugar de Ginny.

—¡Eh, Colin! —exclamó mientras frenaba y se asomaba por la ventanilla—. ¿Te han encargado que te ocuparas del campamento?

—Eso parece.

—¿Has visto a Ginny?

—No. —El muchacho hizo un gesto lascivo—. Debe de haber pescado un pez gordo.

—Sí. —Sin embargo Giff tenía un mal presentimiento—. Pasaré por su cabaña para averiguar qué ocurre.

—Como quieras.

Giff conducía con prudencia, sin descartar la posibilidad de que alguna criatura saliera de repente corriendo ante el vehículo. Con el verano tan cerca, sabía que sufrirían una verdadera invasión y que los turistas llenarían el campamento y las cabañas. Quienes ocuparan estas se freirían al sol durante la mitad del día, después volverían y pondrían en marcha los aparatos de aire acondicionado, lo que significaba que tendría que hacer muchas reparaciones.

En realidad no le importaba. Era un trabajo bueno y honesto. Aunque de vez en cuando soñaba con hacer algo que representara un desafío más grande, estaba convencido de que ya llegaría su momento.

Estacionó en el corto sendero de entrada de Ginny y bajó de la furgoneta. Esperaba encontrarla en la cama, con la cabeza hundida en una palangana de agua fría. Eso explicaría el silencio que reinaba en el lugar, pues por lo general la muchacha tenía la radio a todo volumen, la televisión encendida, y se la oía cantar o discutir con algún personaje de las telecomedias a que era adicta. La diversidad de sonidos producía un verdadero y alegre estruendo. Ella aseguraba que le impedía sentirse sola.

Ahora sólo se oía el murmullo de las hojas movidas por la brisa y el chapoteo de los sapos que se arrojaban al agua. Se acercó a la puerta y, dada su familiaridad, entró sin llamar.

Cuando hubo cruzado el umbral se sobresaltó al ver a un hombre dentro.

—¡Dios mío, Bri! Me has asustado.

—Lo siento —se disculpó Brian con una leve sonrisa—. He oído acercarse un vehículo y pensé que tal vez era Ginny. —Miró por encima del hombro de Giff—. No viene contigo, ¿verdad?

—No, acabo de enterarme que no se ha presentado al trabajo y he venido para averiguar qué pasaba.

—No está aquí, y tengo la impresión de que no ha venido en todo el día, aunque es difícil saberlo con seguridad. —Miró hacia atrás—. Ginny es más desordenada que tres adolescentes juntas.

—Tal vez esté en alguno de sus lugares preferidos.

Brian observó más allá de los árboles que rodeaban el césped del jardín. Un par de patos descansaban en el terreno cenagoso después de su largo vuelo a través del Atlántico; un halcón planeaba en el cielo; cerca del estrecho sendero, donde se enredaban las telas de araña, revoloteaba un trío de mariposas, pero no distinguió ningún rastro humano por los alrededores.

—Aparqué el coche en el campamento y vine a pie hasta aquí para rastrear la zona. Pregunté por ella a cuantos encontré en mi camino, y todos aseguraron que no la han visto desde ayer.

—Esto es muy extraño. —La desazón que sentía Giff se convirtió en dolor—. Es muy extraño, Bri.

—Estoy de acuerdo. Son más de las dos de la tarde. Aun en el caso de que hubiera pasado la noche fuera, ya debería haber dado señales de vida. —La preocupación era como un puño que le apretaba la nuca. Se la rascó con expresión distraída, mientras volvía a escudriñar el interior de la cabaña—. Ha llegado el momento de realizar algunas llamadas.

—Se lo diré a mi madre para que se ocupe de ello. Ven, te llevaré hasta tu coche.

—Te lo agradezco.

—Anoche Ginny estaba bastante borracha —comentó Giff mientras se sentaba ante el volante—. La vi… la vimos Lexy y yo. Estábamos en el agua… nadando —agregó después de dirigir una rápida mirada a Brian.

—Nadando… ¡por supuesto!

Giff se ajustó la gorra.

—Bien, no sé cómo decirte que me acuesto con tu hermana.

Brian se frotó los ojos.

—Supongo que esa es una buena manera de hacerlo. Dadas las circunstancias, me resulta bastante difícil decir que te felicito.

—¿Quieres conocer mis intenciones?

—No —respondió Brian.

—Deseo casarme con ella.

—Me temo que tampoco podré felicitarte si lo haces. —Brian cambió de postura en el asiento y miró a Giff—. ¿Te has vuelto loco?

—Estoy enamorado de ella. —El joven encendió el motor y avanzó marcha atrás—. Siempre lo he estado.

Brian imaginó a Lexy propinando un alegre puntapié a un moribundo Giff.

—Ya eres mayorcito, Giff. Sabes en lo que te metes.

—Es cierto, y también sé que ni tú ni nadie de tu familia comprende a Lexy. —La voz de Giff reflejó cierta agresividad que impulsó a Brian a arquear las cejas—. Es inteligente, y fuerte, tiene un gran corazón y, cuando olvida sus tontas fantasías, es la mujer más leal del mundo.

Brian exhaló una gran bocanada de aire. Lexy era además temeraria, impulsiva y egoísta. Sin embargo, la descripción de su amigo en cierto modo se ceñía a la realidad, y se sentía avergonzado.

—Tienes razón. Y si hay alguien capaz de sacar a la luz sus mejores cualidades, ese eres tú.

—Me necesita. —Giff tamborileó los dedos sobre el volante—. Te agradecería que no le comentaras nada de esto. Todavía no he hablado con ella al respecto.

—Te aseguro que no me apetece en absoluto conversar con Alexa de su vida sentimental.

—Me alegro. Bien, como te decía, anoche vimos a Ginny, alrededor de la medianoche; con franqueza, no estaba demasiado pendiente de la hora. Paseaba por la playa hacia el sur, se detuvo y nos saludó.

—¿Estaba sola?

—Sí. Dijo que necesitaba despejarse. No la vi volver porque en ese momento estaba… muy ocupado.

—Bueno, si se hubiera desmayado en la playa, alguien la habría encontrado ya, de modo que debió de regresar por el mismo camino o tal vez atajara por las dunas.

—Encontramos un pendiente suyo en ese claro que hay junto al río de Sanctuary.

—¿Cuándo?

—Hace un rato —contestó Giff mientras frenaba junto al automóvil de Brian—. Lexy y yo estábamos…

—¡Por favor! No insistas en explicarme lo que hacéis. ¿Qué sois? ¿Conejos? —Meneó la cabeza—. ¿Estás seguro de que el pendiente era de Ginny?

—Lexy está convencida y tiene la certeza de que Ginny lo llevaba puesto anoche.

—Sin duda no se equivoca, pues Lexy suele fijarse en esas cosas. De todos modos me extraña que se desviara tanto si pretendía regresar a su casa.

—Eso pensé yo. Tal vez se reunió con alguien… Es raro que Ginny se marche de una fiesta antes de que acabe… a menos que haya planeado otra clase de diversión.

—Nada de esto es propio de Ginny.

—No. Empiezo a preocuparme, Brian.

—Sí. —Brian bajó del vehículo, se volvió y se apoyó sobre la ventanilla—. Pide a tu madre que se encargue de las llamadas. Yo iré al transbordador. Tal vez conociera a su príncipe azul y decidiera marcharse con él a Savannah.

A las seis de la tarde se había iniciado el rastreo por los senderos del bosque, las agrestes trochas que conducían al norte, la extensa curva de la playa y los caminos sinuosos que discurrían en la zona de los pantanos. Algunos de los que participaban en él rememoraron otra búsqueda en pos de otra mujer.

Los veinte años transcurridos no habían logrado enturbiar el recuerdo, por lo que, mientras buscaban a Ginny, muchos hablaban de Annabelle.

Lo más probable era que se hubiese marchado, como Annabelle. Algunos suponían que Ginny sintió una comezón y decidió aliviarla. Al fin al cabo, siempre había sido una descocada. «No; no nos referimos a Annabelle —decían algunos—, sino a Ginny. Annabelle era agua mansa, mientras que Ginny era fuerte como la rompiente».

Aun así ambas habían desaparecido de la misma manera.

Mientras estaba en el muelle, Nathan oyó una conversación al respecto que consiguió que el corazón se le acelerara y se le revolviera el estómago. Captó el nombre de Annabelle, lo que le provocó un zumbido en los oídos. De hecho he venido para enfrentarme a esto, se recordó, para así poder olvidarlo. Ignoraba cuánto tiempo le llevaría lograrlo.

Dejó el portafolios en el asiento delantero del todoterreno y, después de colocar los víveres en la parte posterior, se dirigió a Sanctuary. Vio a Jo sentada en los imponentes escalones de entrada, con la cabeza apoyada sobre las rodillas. Al oír el motor del vehículo, levantó la cabeza, y Nathan apreció el tormento que reflejaban sus ojos.

—Aún no la hemos encontrado. —La joven apretó los labios—. Me refiero a Ginny.

—Ya me he enterado. —Sin saber qué hacer, se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros—. Acabo de llegar en el transbordador.

—Llevamos horas buscando por todas partes. Se ha esfumado, Nathan, se ha esfumado como… —No pudo decirlo. Respiró hondo mientras se esforzaba por no pensarlo siquiera—. Si estuviera en la isla, alguien la habría visto, ya la habrían localizado.

—La isla es grande.

—No. —Meneó la cabeza—. Tendrían que haberla hallado ya, a menos que trate de ocultarse, por supuesto. Conoce muy bien el lugar, cada sendero, cada gruta. Sin embargo, no existe ningún motivo para ello. Sencillamente se ha esfumado.

—No la he visto en el transbordador de la mañana. He de reconocer que dormí gran parte del trayecto, pero resulta difícil no ver a Ginny.

—Ya hemos realizado ciertas comprobaciones al respecto; no tomó el transbordador.

—De acuerdo. —Le acarició el brazo mientras trataba de pensar—. Barcos privados. Hay algunos por los alrededores, lanchas de los isleños y de veraneantes.

—Ginny sabe pilotar una lancha, pero nadie ha informado de la desaparición de una embarcación ni se ha presentado para comunicar que la llevó a tierra firme.

—Tal vez fue un turista que sólo pasó el día aquí.

—Sí. —Jo intentó asimilar la idea—. Eso piensa la mayoría de la gente. Se enamoró locamente de algún tipo y se marchó con él. Lo ha hecho otras veces, pero nunca cuando al día siguiente debía trabajar y sin dejar ningún recado.

Nathan recordó cómo Ginny le sonrió al decirle: «¡Hola, buen mozo!».

—Anoche bebió mucho tequila.

—Sí, es cierto. —Se apartó de Nathan—. Sin embargo, Ginny no es una borracha irresponsable.

—Yo no he dicho eso, Jo, y tampoco lo pienso.

—Es tan fácil decir que no le importaba nada, que se fue sin avisar, sin pensar en nadie. —Jo se puso en pie mientras hablaba de forma atropellada—. Dejó su casa, a su familia y a todos cuantos la querían sin pensar siquiera en lo preocupados que estarían.

Los ojos le brillaban de furia. Era consciente de que en ese momento de quien hablaba era de su madre, y la mirada comprensiva que distinguió en los ojos de Nathan le indicó que él lo había adivinado.

—No creo que actuara así. —Contuvo el aliento—. Nunca lo he creído.

—Lo siento. —Él se levantó y la rodeó con los brazos. Aunque ella forcejeó por liberarse y lo empujó, se mantuvo firme—. Lo siento, Jo.

—No quiero tu compasión. No quiero nada de ti ni de nadie. Suéltame.

—No. —La han abandonado demasiadas personas, pensó Nathan. Apretó la mejilla contra el pelo de Jo y esperó a que se tranquilizara.

De repente Jo dejó de luchar y lo abrazó.

—¡Nathan, tengo tanto miedo! Es como volver a vivirlo todo y seguir sin saber por qué.

Él contempló los macizos de flores por encima del hombro dejo.

—¿Acaso conocer el motivo cambiaría las cosas?

—Tal vez no. A veces pienso que sería peor… para todos nosotros. —Apoyó la cara contra el cuello de Nathan, agradecida de que estuviera a su lado, de que la confortara—. No soporto ver cómo mi padre, Brian y Lexy recuerdan aquel episodio. Jamás mencionamos el tema, pero está ahí, nos empuja y aleja a unos de los otros. —Exhaló un largo suspiro—. Ahora pienso más en mamá que en Ginny, y me odio por ello.

—No sigas. —Le besó con suavidad la frente, luego el pómulo y por fin los labios—. No sigas —repitió antes de posar de nuevo los labios sobre su boca.

En lugar de alejarse, Jo se entregó. El simple consuelo que él pretendía ofrecerle se convirtió en deseo. Nathan le enmarcó el rostro con las manos, que luego deslizó hacia abajo en una larga y lenta caricia. La necesidad que surgió en su interior era muy dulce. Sólo deseaba sumergirse en ella. Sin embargo, ¿adónde les llevaría eso? De repente ansió que pudieran ser sólo dos personas que se ahogaban en ese beso lento e interminable mientras el sol se hundía en el horizonte y las sombras se alargaban.

—No puedo continuar —murmuró ella.

—Yo tengo que continuar —susurró antes de volver a besarla—. Abrázame otra vez, aunque sea por un minuto —pidió cuando Jo dejó caer los brazos—. Vuelve a necesitarme, aunque sea por un minuto.

Incapaz de resistirse, de negarse a su petición, Jo lo aferró con fuerza. Oyó el débil crujido de neumáticos sobre el camino. Regresó a la realidad y se apartó del hombre.

—Debo irme.

Él tendió la mano y le cogió la punta de los dedos.

—Ven conmigo, a mi casa. Aléjate de aquí un rato.

La emoción se reflejó en los ojos de la joven, que se tiñeron de un azul intenso.

—No puedo.

A continuación subió presurosa por los escalones y, sin mirar atrás, cerró la puerta a su espalda.