10

Mientras atacaba una tostada sobre el mostrador de la cocina Nathan trató de identificar la canción que Giff silbaba, pero esta vez fracasó. Supuso que se trataba de una melodía de música country que él no reconocía dados sus limitados conocimientos.

Es un muchacho muy alegre, pensó Nathan, por lo visto capaz de arreglar cualquier cosa. Dedujo que Brian le tenía una confianza ilimitada para haberle pedido que desarmara el lavavajillas mientras los huéspedes desayunaban.

Así pues, mientras Brian cocinaba, Giff silbaba y se introducía en el interior del aparato y Nathan devoraba un segundo plato de tostadas con mermelada de manzanas.

No recordaba haber disfrutado nunca tanto de una comida.

—¿Qué tal va eso, Giff? —preguntó Brian al tiempo que introducía un guiso en el horno.

—Ya casi está.

—Si no consigues repararlo antes de que acabe la hora del desayuno, Nate fregará los platos.

—¿En serio? —preguntó Nate tragando la tostada con dificultad—. Yo sólo he ensuciado un plato.

—Son las reglas de la casa. Si comes en la cocina, trabajas en la cocina. ¿No es cierto, Giff?

—Sí, pero no creo que lleguemos a eso. Lo arreglaré. —Miró hacia la puerta en el momento en que entraba Lexy—. Sí —agregó con una sonrisa—, en su momento lo conseguiré.

La muchacha lo miró de reojo al tiempo que pestañeaba. Se enfureció consigo misma al encontrarlo tan atractivo.

—Dos especiales más, uno con jamón y otro con beicon. Dos nuevos pasados por agua, beicon y tostadas. Giff mantén los pies fuera del camino —se quejó mientras los esquivaba para recoger los platos que aguardaban junto al horno.

Cuando la joven salió, Giff esbozó una sonrisa amplia.

—Tu hermana es realmente preciosa, Bri.

—Eso opinas tú, Giff —replicó Brian mientras cascaba dos huevos sobre una sartén.

—Está loca por mí.

—Me he dado cuenta. He sentido vergüenza ajena al ver cómo se le caía la baba.

Giff lanzó un bufido y dejó caer el mango del destornillador sobre la palma de la mano.

—Es su forma de ser. Le gusta que los hombres la sigan como perritos falderos, y cuando uno no lo hace se enfada. Ya se le pasará. La cuestión es llegar a comprender qué piensa.

—¿Quién demonios sabe qué piensa una mujer? —preguntó Brian al tiempo que apuntaba a Giff con la espátula—. ¿Tú las entiendes, Nate?

Nathan clavó la vista en la tostada que sostenía.

—No. No; no puedo decir que las comprenda, por más que he realizado estudios exhaustivos sobre el tema. En cierto modo he dedicado a ello una pequeña parte de mi vida, con resultados contradictorios.

—No se trata de analizarlas a todas en general —explicó Giff con paciencia mientras colocaba tornillos—, sino de centrarse en una. Con las máquinas hay que actuar de forma parecida. No todas funcionan igual, aunque sean de la misma marca y del mismo modelo. Cada una tiene sus propias peculiaridades. En el caso de Alexa… —Se interrumpió para fijar una tuerca—. Es casi demasiado bonita —añadió—. Piensa mucho en eso, le preocupa.

—En la repisa del baño tiene cremas y maquillaje más que suficientes para abastecer al coro de una comedia musical —aseguró Brian.

—Algunas mujeres consideran una obligación estar atractivas. En el caso de Lex, se desespera si un hombre no le demuestra durante las veinticuatro horas del día que se muere por ella, y si lo hace, opina que el tipo es un imbécil porque sólo ve la superficie. El truco consiste en encontrar el justo medio y luego elegir la hora y el día indicados para atacar.

Brian depositó los huevos en un plato. Es una descripción perfecta de Lexy, pensó. Contradictoria e irritante.

—A mí me parece demasiado esfuerzo —dijo.

—¡Caramba, Bri! Conquistar a una mujer supone un gran esfuerzo. —Giff se levantó la gorra y, al sonreír, se le marcaron los hoyuelos en las mejillas—. Eso forma parte del atractivo. Ya funciona —agregó señalando el lavavajillas con la cabeza. Calculó que Lexy regresaría a la cocina en cualquier momento—. Ginny, yo y algunos otros hemos pensado en hacer una fogata en la playa esta noche —anunció con tono indiferente—, por las dunas Osprey. Ya he juntado bastante leña, la noche será clara. —Cuando Lexy entró, Giff se animó—. Tal vez querréis avisar a los huéspedes de la posada y también a la gente del campamento y las cabañas.

—¿Avisarles de qué? —preguntó Lex.

—De lo de la fogata.

—¿Esta noche? —Se le iluminaron los ojos mientras colocaba los platos sobre el mostrador—. ¿Dónde?

—Cerca de Osprey —contestó Giff mientras guardaba las herramientas en la caja metálica—. Tú vendrás, ¿verdad, Brian?

—No lo sé, Giff. Debo ocuparme de algunas cuestiones.

—¡Oh, vamos, Bri! —intervino Lex, que le dio un codazo mientras recogía los platos recién preparados—. ¡No seas tan aburrido! Iremos todos. —Con la intención de irritar a Giff, dedicó una sonrisa radiante a Nathan—. Tú también irás, ¿verdad? No hay nada como una hoguera en la playa.

—No me lo perdería por nada del mundo. —Dirigió una mirada cautelosa a Giff, con la esperanza de que ya hubiera guardado el martillo.

—¡Estupendo! —Lexy le obsequió con una de las sonrisas que reservaba para las ocasiones especiales—. Haré correr la voz.

Giff se rascó el mentón y se puso en pie.

—No te preocupes, Nate. Para Lexy, coquetear es algo natural.

—Ya —repuso Nathan mientras miraba la caja de herramientas y pensaba en todas las armas letales que contenía.

—No me molesta en absoluto. —Giff tomó una galletita y la mordió—. Si un hombre decide conquistar a una mujer hermosa, ha de aceptar que flirtee un poco y que los demás la miren, de modo que no te preocupes y mírala tanto como quieras. —Cogió la caja de herramientas y le guiñó un ojo—. La situación sería muy distinta si hicieras algo más que mirar, por supuesto. Nos veremos esta noche.

Salió silbando.

—¿Sabes, Bri…? —Nathan cogió su plato para llevarlo al fregadero—. Ese tipo tiene unos bíceps que parecen rocas. Creo que ni siquiera me atreveré a mirar.

—Bien pensado. Y ahora, para pagar el desayuno, tendrás que poner el lavavajillas en su sitio.

—No tengo ganas de hacer vida social, Kate. Esta noche trabajaré un rato en el cuarto oscuro.

—Te lo prohíbo. —Kate se encaminó hacia la cómoda de Jo, tomó un cepillo de pelo y lo blandió en su dirección—. Te maquillarás un poco, te arreglarás el cabello e irás a esa fogata. Bailarás en la arena, beberás vino y por Dios que te divertirás. —Kate alzó una mano como un policía que dirige el tráfico al ver quejo se disponía a protestar—. Ahórrate el aliento, muchacha. Ya he tenido esta misma discusión con Brian, y gané. Por tanto, más vale que arrojes la toalla cuanto antes. —A continuación le lanzó el cepillo, que Jo interceptó antes de que la golpeara.

—No sé por qué te importa…

—Me importa —masculló Kate al tiempo que abría la puerta del armario de palo de rosa—. Quiero que esta familia aprenda a divertirse de vez en cuando. Y cuando haya terminado contigo, atacaré a tu padre.

Jo se tendió en la cama.

—No lograrás nada.

—Irá —afirmó Kate con tono sombrío mientras estudiaba el contenido del ropero de Jo—, aunque tenga que golpearlo hasta que pierda el conocimiento y después arrastrarlo hasta la playa. ¿Ni siquiera tienes una blusa que sugiera que te preocupa el aspecto que ofreces? —Deslizó las perchas con un gesto de desagrado—. ¿No tienes nada un poco atractivo o que esté de moda? —Sin esperar respuesta, se acercó a la puerta y exclamó—: ¡Alexa! Elige una blusa para tu hermana y tráela.

—No pienso ponerme nada de Alexa. —Jo se levantó de un salto—. Si tengo que ir, llevaré mi propia ropa, pero como no pienso ir, no vale la pena discutir.

—Irás. Rízate un poco el pelo. Estoy harta de verlo tan lacio.

—No tengo nada con qué rizármelo, y tampoco deseo hacerlo.

—Ya veremos —repuso Kate—. Alexa, trae de una vez una blusa y los rulos a la habitación de tu hermana.

—¡Ni se te ocurra, Lex! —vociferó Jo—. Kate, ya no tengo dieciséis años.

—No, es cierto. —Kate asintió y los pendientes largos que llevaba se balancearon—. Eres una mujer hecha y derecha, además de hermosa. Ya es hora de que te enorgullezcas de tu belleza. Escúchame bien; irás a esa fogata y te esforzarás por estar lo mejor posible. Te advierto que no aceptaré ninguna negativa. Sois todos unos chiquillos caprichosos que no hacen más que discutir. —Sin dejar de murmurar entró en el cuarto de baño—. Ni siquiera tienes pintalabios. ¿Quieres ser monja, entrar a un convento? El carmín no es un arma del demonio.

Lexy entró con una blusa sobre el hombro y la caja de rulos en la mano. Como había depositado grandes esperanzas en la noche que se aproximaba, sonrió y arqueó las cejas mientras miraba a Jo.

—¿Tiene uno de sus berrinches? —preguntó.

—Un enorme berrinche. No quiero rizarme el pelo.

—¡Vamos! Relájate un poco, Jo Ellen. —Lexy dejó la caja sobre la cómoda y de paso se miró en el espejo. Se había maquillado poco dada la informalidad de la reunión. De todas maneras, nada favorecía tanto como la luz del fuego. Sabía que casi todo el mundo vestiría tejanos, de manera que su falda larga con un estampado de amapolas crearía un contraste interesante.

—No pienso ponerme tu ropa.

—Como quieras. —Lexy apretó los labios y miró a su hermana. Se sentía tan contenta que estaba dispuesta a ser amable—. Los volantes no van con tu estilo.

—¡Qué noticia! Deja que lo anote.

Lexy hizo caso omiso del sarcasmo y caminó con lentitud alrededor de su hermana.

—¿Tienes una camisa negra que no sea tan holgada como las que acostumbras llevar?

Jo asintió con cierto recelo.

—Tal vez.

—¿Y tejanos negros? —Ante el gesto de asentimiento de Jo, Lexy se tabaleó los labios con la punta de los dedos—. Entonces irás así, sencilla, quizá con unos pendientes y un cinturón como accesorio, pero nada más. Y tampoco debes rizarte el pelo.

—¿No?

—No, pero has de cambiar de peinado. —Lexy continuaba tamborileándose los labios con los dedos, entrecerraba los ojos y meneaba la cabeza—. Me encargaré de eso. Unos tijeretazos por aquí, otros más allá.

—¿Tijeretazos? —Jo se llevó las manos a la cabeza como para protegerla—. ¡No permitiré que me cortes el pelo!

—¿Qué más te da? Lo llevas de cualquier forma.

—En efecto —intervino Kate—. Lexy tiene buena mano para el cabello. Cuando no puedo ir a tierra firme, me lo arregla. Lávate el pelo, Jo, y tú, Lexy, ve a buscar las tijeras.

—Está bien. —Jo alzó las manos, dándose por vencida—. Está bien. Si me rapa la cabeza, no tendré que ir a la playa para sentarme con un grupo de imbéciles que se pasarán buena parte de la noche escuchando a alguien cantar Kum ba yah.

Quince minutos después estaba sentada, con una toalla alrededor del cuello, sobre la que caían mechones de pelo.

—¡Dios mío! —Jo cerró los ojos—. Debo de haber perdido la cordura.

—¡Deja de moverte! —ordenó Lexy con tono divertido—. Acabo de empezar. Además, piensa que por un tiempo la prima Kate no te dará la lata.

—Sí. —Jo se obligó a relajar los hombros—. Es cierto.

—Tienes una melena espléndida, Jo, con mucho cuerpo y ondas naturales. —Hizo un pequeño puchero al ver su cabellera en el espejo—. Yo en cambio lo tengo lacio como un alfiler. —Se encogió de hombros ante los caprichos de la naturaleza y volvió a concentrarse en su trabajo—. Sólo necesitabas un corte decente. Con el que te estoy haciendo no tendrás que preocuparte por arreglarlo.

—Bueno, nunca me he preocupado demasiado.

—Ya se nota. Ahora será distinto.

—No me cortes demasiado… —Jo abrió los ojos como platos al ver que le caían en el regazo mechones de siete centímetros—. ¡Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¿Qué has hecho?

—Tranquilízate, te corto el flequillo, nada más.

—¿Flequillo? No te lo he pedido.

—No, pero me he dado cuenta de que te realzará las cejas y los ojos; debo admitir que los tienes preciosos. Además es un corte muy favorecedor e informal. —Al cabo de unos minutos retrocedió unos pasos para contemplar su obra, frunció el entrecejo y cortó un poco más—. Me gusta. Sí, me gusta.

—Me alegro por ti —repuso Jo—. ¿Por qué no te haces este peinado?

—No tendrás más remedio que darme las gracias. —Lexy se untó un poco de gel en las manos, las frotó y las pasó por la melena húmeda de Jo—. Un poco de esto, y habremos acabado.

Jo miró el tubo con la frente arrugada.

—Yo no me echo nada en el pelo.

—Esta vez no te quedará más remedio. —Conectó el secador—. Aunque puedes dejar que se te seque al aire, con esto conseguirás un poco más de volumen, y no tardarás más de diez minutos en estar perfectamente peinada.

—Hasta ahora peinarme no me llevaba más de dos minutos. ¿Qué sentido tiene todo esto? —Jo admitió para sus adentros que el corte no le desagradaba. Lo que sucedía era que estaba harta de estar allí sentada.

—Muy bien. —Lexy desenchufó el secador—. No haces más que protestar y sacar defectos a todo. Si lo prefieres, sigue con aspecto de bruja. —Tras estas palabras salió como una tromba mientras Jo se quitaba la toalla que le rodeaba el cuello.

Cuando se vio reflejada en el espejo, se detuvo y se acercó. Le gustaba, y levantó una mano para tocarse la melena, que formaba ondas sobre las orejas y caía por la nuca. Ofrecía un aspecto más juvenil, y después de todo el flequillo le favorecía. Meneó la cabeza para averiguar qué sucedería. El peinado apenas se le modificó.

Se cepilló la cabellera y observó cómo caía con gracia. Debía reconocer que era un peinado con estilo.

De pronto se recordó sentada en el borde de la cama, mientras su madre le cepillaba el pelo.

«—Tienes un cabello precioso, Jo Ellen, tan suave. Será como una corona gloriosa.

»—Es del mismo color que el tuyo, mamá.

»—Ya lo sé —había dicho Annabelle antes de echar a reír y abrazarla—. Serás mi melliza.

»—No puedo ser tu melliza, mamá —susurró Jo—. No puedo parecerme a ti».

Tal vez por eso, pensó, nunca se había cuidado la melena, ni comprado un lápiz de labios. ¿Será tozudez, se preguntó, o miedo lo que me impide dedicar más de cinco minutos al día a mi apariencia?

Si quiero conservar la cordura, decidió, tendré que aprender a aceptar lo que veo todos los días en el espejo. Respiró hondo y salió del dormitorio para dirigirse al de Lexy.

Su hermana estaba en el baño, donde elegía un pintalabios entre los muchos que se arracimaban en un estante.

—Lo siento. —Como Lexy permaneció en silenció, avanzó otro paso—. Lo siento, Lexy. Tienes razón; no he hecho más que protestar y sacar defectos a todo.

Lexy observó el carmín que sostenía en la mano.

—¿Porqué?

—Tengo miedo.

—¿De qué?

—De todo. —Se sintió aliviada al admitirlo por fin—. Últimamente todo me asusta, hasta un nuevo peinado. —Consiguió sonreír—. Hasta un magnífico corte de pelo.

Cuando sus miradas se encontraron en el espejo, Lexy se ablandó y sonrió.

—Es precioso. Estarías aún más guapa si te maquillaras un poco los ojos.

Jo suspiró y miró lo que parecía una tienda de venta de cosméticos.

—¿Por qué no? ¿Te importa que use algún producto tuyo?

—Cualquier color de los que hay aquí te quedará bien. Nos favorecen los mismos tonos. —Lexy se volvió hacia el espejo y se pintó los labios con cuidado—. Jo… ¿te da miedo la soledad?

—No, la soporto muy bien. De hecho es casi lo único que no me da miedo.

—¡Qué extraño! Es lo único que me asusta a mí.

La hoguera se elevaba sobre la arena blanca hacia el cielo negro, tachonado de estrellas plateadas. Se parece al fuego ritual de los druidas, pensó Nathan mientras bebía una cerveza helada y observaba las llamas. Imaginó figuras bailando alrededor de la fogata y ofreciendo sacrificios a algún dios primitivo y hambriento.

¿Y por qué demonios se me habrá ocurrido ese pensamiento?, se preguntó mientras tomaba otro trago para borrar la imagen.

La noche era fresca, y la playa, tantas veces desierta, estaba llena de gente, sonidos y música. No estaba preparado para formar parte de todo eso. Contempló las parejas que bailaban, el flujo y reflujo de hombres y mujeres, tan básico como el de la marea.

Recordó las fotografías que Jo le había mostrado esa mañana, esos retazos congelados de soledad. Tal vez necesitaba verlas, conjeturó, para comprender hasta qué punto me he convertido en un solitario.

—¡Hola, buen mozo! —Ginny se dejó caer a su lado en la arena—. ¿Qué haces aquí tan solo?

—Busco el sentido de la vida.

Ella lanzó una alegre carcajada.

—Bueno, no es una cuestión muy difícil. El sentido de la vida es vivirla. —Le ofreció un bocadillo de salchicha, recién salido del fuego y crujiente—. Come.

Nathan le dio un mordisco y paladeó carbón y arena.

—Vaya.

Ginny rio y le apretó la rodilla en un gesto amistoso.

—Cocinar al aire libre no es mi especialidad, pero preparo unos desayunos maravillosos. Si alguna vez… pasas cerca de mi casa…

Se trataba de una proposición muy directa. Allí estaba la hectárea de sonrisa de esa muchacha, con la boca un tanto torcida a causa de la tequila que había trasegado. Nathan no pudo menos que devolvérsela.

—Es una invitación muy tentadora.

—Creo que todas las mujeres de la isla de entre dieciséis y sesenta años se mueren por ti; así pues, sólo intento encabezar la lista.

Sin saber qué decir Nathan se rascó el mentón.

—Me encantaría aceptar, pero…

—Tranquilo, no tienes por qué inventar una excusa. —Esta vez le apartó un brazo como si pretendiera examinar sus bíceps—. ¿Sabes qué deberías hacer, Nathan?

—¿Qué?

—Bailar.

—¿De veras?

—Por supuesto. —Se puso en pie de un salto y le tendió la mano—. Conmigo. Ven, grandullón.

Nathan le cogió la mano y la encontró tan cálida que le resultó fácil sonreír.

—Está bien.

—Ginny ha conquistado al yanqui —comentó Giff al verlos acercarse a la orilla.

—Eso parece —repuso Kirby—. No cabe duda de que esa chica sabe divertirse.

—No es tan difícil. —Con una lata de cerveza en la mano, Giff observó la playa. Algunas personas bailaban o se balanceaban, otras se habían tendido junto a la enorme fogata, y unas pocas sé habían perdido en la oscuridad para estar solas. Los chicos saltaban y corrían, en tanto que los viejos, cómodamente sentados en tumbonas, miraban a los jóvenes e intercambiaban comentarios.

—No todo el mundo tiene ganas de divertirse —observó Kirby desviando la vista hacia las dunas; ningún habitante de Sanctuary había acudido a la fiesta.

—Tú le has echado el ojo a Brian, y yo a Lexy. —Giff le rodeó los hombros con un brazo en un gesto amistoso—. ¿Por qué no bailamos? Así miraremos juntos hacia Sanctuary.

—Es una idea excelente.

Brian llegó por las dunas, flanqueado por Lexy y Jo. Se detuvo en lo alto y contempló la playa.

—Todo esto, hijas mías, algún día será vuestro.

—¡Oh, Bri! —Lexy le propinó un codazo—. ¡Deja de bromear! —Enseguida distinguió a Giff y sintió una punzada de celos al observar que bailaba con Kirby—. Tengo ganas de comer cangrejo —añadió con tono desenfadado mientras bajaba a la playa.

—¿Qué te parece si nos escapamos? —propuso Jo—. Kate todavía está arrastrando a papá hacia aquí. Podríamos caminar hacia el norte, bordear la playa y estar en casa antes de que ella llegue.

—Sólo nos ganaríamos una reprimenda. —Brian hundió las manos en los bolsillos traseros del pantalón en actitud resignada—. ¿Por qué nos desagrada tanto la vida social, Jo Ellen?

—Somos demasiado Hathaway —respondió Jo.

—Y hemos heredado pocos rasgos de los Pendleton. Supongo que Lexy se quedó con nuestra parte de los Pendleton —agregó señalando con la cabeza, a su hermana, que ya estaba en medio de la multitud—. Más vale que acabemos con esto cuanto antes.

Tan pronto como llegaron a la playa, Ginny se acercó para darles la bienvenida con sonoros besos.

—¿Por qué habéis tardado tanto? Yo ya estoy un poco borracha. Nate, les traeremos cerveza para que empiecen a entonarse. —Al volverse chocó contra alguien y echó a reír—. ¡Hola, Morris! ¿Quieres bailar conmigo? Vamos.

Nathan suspiró con alivio.

—No sé de dónde saca tanta energía. Me ha dejado extenuado. ¿Os apetece una cerveza?

—Yo iré a buscarla —se ofreció Brian.

—Me gusta tu nuevo peinado —afirmó Nathan al tiempo que rozaba el flequillo de Jo—. Te queda muy bien.

—Es obra de Lexy.

—Estás preciosa. —Le puso la mano en el hombro y la deslizó por el brazo hasta cogerla de la muñeca—. ¿Te molesta que te toque?

—No, yo… No empieces, Nathan.

—Demasiado tarde. —Se acercó un poco más—. Ya he empezado. —Jo despedía una fragancia aromática y sugerente—. Te has puesto perfume.

—Lexy…

—Me gusta. —Se inclinó hacia ella y la sorprendió al olerle el cuello—. Mucho.

A Jo le costaba respirar y, enojada, retrocedió un paso.

—No me lo he puesto para ti.

—De todos modos, me gusta. ¿Quieres bailar?

—No.

—Me alegro. Yo tampoco. Te propongo que nos sentemos cerca de la hoguera y nos hagamos arrumacos.

Sonaba tan ridículo que ella echó a reír.

—Prefiero sentarme junto al fuego, sin más. Si intentas algo, pediré a mi padre que te ahuyente con la escopeta, y como eres un yanqui a nadie se le ocurrirá ayudarte.

Nathan rio y le rodeó la cintura con un brazo; al instante notó que Jo se sobresaltaba.

—Entonces sólo nos sentaremos.

Consiguió una cerveza y una salchicha ensartada en un palo para Jo y se instaló a su lado.

—Veo que has traído la cámara.

En un movimiento automático Jo tocó el estuche gastado que llevaba en la cintura.

—Esperaré un poco antes de utilizarla. A veces una cámara intimida a la gente; sin embargo, después de unas cervezas, ya no les importa tanto que les fotografíen.

—Creía que no te interesaban los retratos.

—Por lo general, no. —Conversar siempre le provocaba cierta incomodidad. Buscó un cigarrillo en el bolsillo—. No es necesario convencer a los objetos, ni animarlos con alcohol o halagos para conseguir que se dejen fotografiar.

—Yo sólo he bebido una cerveza. —Le arrebató el mechero, lo rodeó con una mano para protegerlo de la brisa y le encendió el pitillo. Sus miradas se encontraron por encima de la llama—. Aunque no me hayas halagado, te permitiré que me hagas una foto.

Ella lo observó con detenimiento a través del humo.

—Tal vez. —Recuperó el encendedor y se lo guardó en el bolsillo. ¿Qué vería si lo enfocara con la lente?, se preguntó. Y lo que viera, ¿qué le produciría?— Tal vez lo haga.

—¿Te sentirías incómoda si te dijera que te esperaba?

Jo clavó la mirada en sus ojos, luego la apartó.

—Muy incómoda.

—Entonces no lo mencionaré —replicó Nathan—. En cambio sí te diré que al verte allí, en lo alto de la duna, pensé: por fin ha llegado. ¿Por qué habrá tardado tanto?

Jo se colocó entre las piernas el palo con la salchicha para coger la cerveza. La mano le sudaba a causa del nerviosismo.

—No me he retrasado tanto. Hace apenas una hora que encendieron el fuego.

—No me refiero sólo a esta noche. Supongo que tampoco debería mencionar que me atraes muchísimo.

—No creo que…

—Por tanto, charlaremos sobre algo completamente distinto. —Sonrió al ver la sorpresa reflejada en su rostro y cómo apretaba los carnosos labios—. Por aquí hay muchas caras interesantes. Con ellas podrías publicar otro libro. Los rostros de Desire. —Pegó sus rodillas a las de la muchacha.

Jo lo miró con asombro ante la suavidad de sus movimientos. Le extrañaba que lograra estremecerla con sólo palabras intrascendentes y su sonrisa.

—Todavía no he terminado el que me han encargado, de modo que es precipitado pensar en publicar otro.

—En cualquier caso con el tiempo lo harás. Tienes mucho talento y eres demasiado ambiciosa. Oye, ¿por qué no satisfaces mi curiosidad y me hablas sobre algunas de estas personas?

—¿Quién te intriga?

—Todos.

—Ese que está allí, con la gorra blanca y el bebé sobre el regazo, es el señor Brodie. Si no me equivoco ese es su cuarto biznieto. A principios de siglo sus padres servían en Sanctuary. Nació en Desire y aquí creció.

—¿Se crio en la casa?

—Pasó muchos años en ella, hasta que a sus padres se les concedió una cabaña con un pequeño terreno para premiar su lealtad a la familia. Combatió en la Segunda Guerra Mundial como artillero y volvió de París casado. Su esposa, Marie Louise, vivió aquí hasta su muerte, hace tres años. Tuvieron cuatro hijos, diez nietos y, ahora, cuatro biznietos. Siempre lleva caramelos de menta en el bolsillo. —Miró a Nathan—. ¿Es la clase de información que te interesa?

—Sí. —Se preguntó si Jo se habría percatado de cómo se relajaba a medida que explicaba la historia—. Háblame de otro.

Ella suspiró. Le parecía un tema de conversación tonto, pero por lo menos no se sentía nerviosa.

—La mujer embarazada, de aspecto cansado, que regaña a ese chiquillo es Lida Verdon, prima mía por parte de los Pendleton. Espera su tercer hijo en cuatro años. Su marido, Wally, es un tipo despreciable. Trabaja de camionero y se ausenta durante largos períodos de tiempo. Gana bastante dinero, pero Lida casi nunca lo ve. —Una criatura correteó a su lado, seguida por su indulgente padre. Jo apagó el cigarrillo en la arena y lo enterró—. Cuando Wally regresa a casa, casi siempre está borracho o tratando de emborracharse. Ella le ha echado del hogar dos veces, pero al final acaba por perdonarle. Como fruto de esas reconciliaciones tiene un niño que da sus primeros pasos y otro en el vientre. Lida y yo somos de la misma edad, nacimos con unos meses de diferencia. Yo tomé las fotografías de su boda. En ellas aparece hermosa, joven y dichosa. Ahora, cuatro años después, está extenuada. Como verás, en Desire no todas las historias tienen un final feliz —añadió en un susurro.

—No. —Le pasó un brazo por los hombros—. Háblame de Ginny.

—¿De Ginny? —Jo dejó escapar una carcajada—. No es necesario decir nada sobre Ginny; basta con mirarla. Fíjate en cómo hace reír a Brian, y eso que mi hermano es muy serio.

—¿Os criasteis juntas?

—Sí, casi como hermanas, aunque es más amiga de Lexy. Ginny siempre era la más osada de las tres; le encantaba romper todas las prohibiciones. Sin embargo nunca actuaba con maldad. Lo que ocurre es que Ginny disfruta al máximo de la vida. ¡Oh, mira! Apuesto a que ha sido ella quien ha conseguido que eso sucediera.

Nathan ignoraba a qué se refería, pues tenía la vista clavada en Jo.

—¿Qué?

—Mira hacia allí. —Jo se apoyó contra él y señaló hacia la orilla—. Lexy y Giff están abrazados. Seguro que Ginny, que quiere mucho a los dos, ha hecho para azuzarlos.

—¿Quiere que se peleen?

—¡No, pedazo de tonto! —Riendo, Jo cogió otra salchicha del fuego y clavó el palo en la arena—. Quiere que se unan.

Nathan arqueó las cejas al ver que Giff cogía a Lexy en brazos y se alejaba por la playa mientras ella pataleaba y maldecía.

—Entonces tendré que hablar con Ginny para que me eche una mano.

—Yo soy mucho más dura que mi hermana —replicó Jo con sequedad.

—Tal vez. —Nathan arrancó la salchicha del espetón y se la pasó de una mano a la otra para enfriarla—. De todas formas ya he conseguido que cocines para mí.

A pesar de la mujer que se revolvía entre sus brazos, Giff continuó caminando hasta que perdió de vista la fogata. Convencido de que allí gozarían de cierta intimidad, la depositó de pie sobre la arena.

—¿Quién diablos crees que eres? —exclamó Lexy al tiempo que lo empujaba.

—El de siempre —contestó él con tranquilidad—. Ya es hora de que te fijes en mí.

—Ya me he fijado en ti muchas veces y nunca he visto a nadie que tenga derecho a llevarme a un lugar al que no quiero ir. —Por excitante y romántico que haya sido, añadió para sus adentros—. Yo estaba charlando.

—No; no charlabas, sino que coqueteabas con ese tipo para ponerme celoso. Esta vez te ha dado resultado.

—Simplemente me mostraba amable con un hombre muy atractivo que Ginny acababa de presentarme. Es un abogado de Charleston que ha acampado en la isla con sus amigos.

—Un abogado al que se le caía la baba mientras te miraba. —Los ojos de Giff, por lo general tranquilos, echaban fuego—. Hasta ahora te he concedido la libertad necesaria para que hicieras lo que te viniera en gana, Lexy, pero ya es hora de que te comportes como una adulta.

—¡Una adulta! —Puso los brazos en jarras—. Soy toda una mujer, aunque no te hayas dado cuenta. Hago lo que quiero, cuando quiero y con quien quiero.

Giró sobre sus talones y comenzó a alejarse. Giff se pasó la mano por el mentón y se reprochó haber perdido los estribos al ver a Lexy coquetear con el abogado de Charleston. De todos modos el mal ya estaba hecho.

Echó a andar con paso presuroso. Ella lo oyó acercarse y se volvió, pero no logró impedir que Giff la arrojara sobre la arena.

—¡Me estropearás la falda, imbécil! —Furiosa, se defendió con los codos y las rodillas mientras rodaban por la orilla, bañados por las olas—. ¡Te odio, Giff Verdon!

—No, Lexy, no me odias. Me amas.

—¡Ja! ¿Por qué no me besas el culo?

—Me encantaría hacerlo, querida. —Le sujetó los brazos y se irguió con una sonrisa—. Sin embargo prefiero descender poco a poco por tu cuerpo. —Inclinó la cabeza para besarla en el cuello—. Este es un lugar espléndido por donde empezar.

Lexy se estremeció.

—¡Te desprecio!

—Ya lo sé. —Empezó a mordisquearle la piel, fascinado al notar que la muchacha se relajaba—. Bésame, Lexy. ¡Vamos!

Con un sollozo ella volvió la cabeza y unió los labios a los suyos.

—¡Abrázame! ¡Acaríciame! ¡Oh, te odio por hacer que te desee!

—Conozco la sensación. —Le acarició el pelo y las mejillas mientras ella temblaba—. No te preocupes. Nunca te he hecho daño.

Lexy le tiró del cabello con desesperación para obligarlo a tenderse encima de ella.

—Necesito tenerte dentro de mí. ¡Estoy tan vacía! —Arqueó las caderas al tiempo que lanzaba un gemido.

Giff le cubrió un pecho con la mano e, incapaz de contenerse, le desabrochó la blusa para apresarlo con la boca.

El sabor de Lexy, cálido, húmedo, acre, le recorrió la sangre como si fuese whisky. Quería poseerla con lentitud y dulzura; al fin y al cabo había esperado ese momento toda la vida. Sin embargo ella se movía con inquietud debajo de él, le acariciaba. Cuando Giff la besó de nuevo, todo pensamiento desapareció de su mente y se entregó a las sensaciones que experimentaba.

Sin dejar de jadear, deslizó una mano bajo la falda para tocarle el muslo. A continuación le acarició el sexo, ya mojado, y Lexy se movió para que el contacto fuera más intenso hasta que alcanzó el clímax.

—Giff, si te detienes ahora te mataré.

—No será necesario —balbuceó él—. Yo ya estaré muerto. Quítate la ropa. —Con una mano le tiró la falda al tiempo que con la otra se bajaba los tejanos—. ¡Por el amor de Dios, Lexy, ayúdame!

—Eso trato de hacer. —La muchacha reía, enredada en la tela empapada, todavía bajo los efectos del orgasmo—. Estoy aturdida. Me siento muy bien. ¡Oh, por favor, date prisa!

—¡Al diablo con todo! —Dejó a un lado los pantalones, se arrancó la camisa y arrastró a la muchacha hacia el agua.

—¿Qué haces? —exclamó ella—. ¡La falda es nueva!

—Te compraré otra. Te compraré una docena. ¡Por el amor de Dios, deja que te posea! —Tiró hacia abajo de la prenda y, cuando Alexa se hubo desembarazado de ella, la penetró.

Ella lanzó un grito de sorpresa, fascinada. Le rodeó la cintura con las piernas y le hundió las uñas en los hombros al tiempo que le miraba a los ojos. Las olas los cubrían, los arrastraban por la orilla, y Lexy se apretó contra él.

—Te amo —murmuró Giff—. Te quiero, Lexy.

Entonces se estremeció con ella hasta que sus cuerpos quedaron relajados. Después la atrajo hacia sí y dejó que las olas los mecieran. Ha sido perfecto, pensó, como imaginaba.

—¡Eh, vosotros!

Giff se volvió con indolencia y vio la figura que los saludaba desde la playa. Después lanzó un gruñido y besó a Lexy en la cabeza.

—¡Hola, Ginny!

—Sobre la arena hay ropa que me resulta familiar. ¿Estáis desnudos?

—Eso parece. —Giff sonrió al oír la risita de Lexy.

—Ginny, me ha estropeado la falda.

—Ya era hora. —Les lanzó unos besos—. Voy a caminar un rato para despejarme. Lexy, la señorita Kate ha logrado que tu padre bajara a la playa y se sentara junto a la fogata. En tu lugar, me aseguraría de cubrirme con algo antes de volver.

Ginny se alejó por la playa tambaleándose y riendo. Se sentía feliz después de ver a sus amigos juntos. El pobre muchacho había sufrido durante años a causa de Lexy, que en realidad sólo deseaba que Giff la poseyera.

Se detuvo un momento. La cabeza le daba vueltas. Debí haber prescindido de la tequila, se dijo, pero la vida es demasiado corta para prescindir de los placeres que nos ofrece. Algún día también ella encontraría al hombre que le estaba destinado. Entretanto, se divertiría buscándolo.

De pronto alguien se acercó. Ginny sonrió.

—¿Qué haces aquí tan solo?

—Te buscaba a ti, preciosa.

Ella sacudió la cabeza para echarse hacia atrás el pelo.

—¿No se trata de una mera coincidencia?

—En realidad no. Prefiero pensar que ha sido el destino. —Le tendió una mano.

Pensando que era su noche de suerte, Ginny la tomó.

Está lo bastante borracha para que resulte fácil, reflexionó él mientras la conducía hacia la oscuridad; y lo bastante sobria como para que sea… divertido.