El Tío Matías parecía no haberse movido del sillón de presidente de consejo de administración donde le dejé la última vez que nos vimos, de eso hacía ya casi dos semanas. El grupo de cortesanos morenos de largas patillas, que me miraban con desprecio, también parecía haber eternizado el último segundo de mi estancia en aquel lugar. Manuel ocupaba una de las posiciones más cercanas al Tío, mantenía el aire indolente en él acostumbrado, y no daba muestras de recordar nuestro último encuentro.
—Humphrey, esperaba tus noticias. Manuel me dice que ya tienes al mal nacido que mató a mi sobrina, ¿es cierto, hijo?
—Los tiene la policía.
Hasta este punto yo tenía el discurso claro, a partir de aquí confiaba en mi capacidad de improvisación, y en que la acumulación de años del capo gitano le hubiese hecho más condescendiente con aquellos que no acataban sus órdenes al pie de la letra.
—Te escucho, hijo. Y creo que te conviene explicarte bien —las últimas palabras las dijo avanzando el cuerpo ligeramente hacia delante, luego volvió a su posición silente en el sillón, como si de pronto las fuerzas le hubiesen abandonado. A mí no me gustó su actitud, no es que esperase un abrazo fraternal y palmaditas en la espalda, pero…
La fábrica de cemento no estaba lejos y el muelle a un paso, una combinación de cercanías que no contribuía a tranquilizarme en absoluto, teniendo en cuenta lo mal que sé nadar con unos zapatos de cemento veinte números mayores que los propios pies.
Carraspeé mentalmente y empecé a hablar; usaba un tono doctoral que esperaba que adormeciese las ansias de sangre del capo.
Entiéndanme, se trataba de mi sangre
—Soleá fue violada y asesinada por dos tipos que en su entorno llaman Zipi y Zape, sin oficio conocido, ocupantes ilegales de una antigua casa residencial situada en las estribaciones de la montaña de Montjuich. Por lo que hemos averiguado hasta el momento, su modo de ganarse la vida estriba básicamente en dos actividades, la organización de peleas de perros, que celebraban en su propia residencia, y la colaboración en todos los actos generadores de violencia en los que participan cualquiera de las comunidades okupas de Barcelona, y que están financiadas por los grupos políticos a los que interesa este tipo de actividades subversivas.
—¿Y qué tenía que ver Soleá en este tipo de actividades?
—Creo que podemos estar razonablemente seguros de que Soleá no tenía nada que ver. Sin embargo, Alain, el novio de Soleá, como jefe de la comuna y por tanto canal de comunicación entre el movimiento okupa y los grupos políticos que antes le mencionaba, sí estaba involucrado con los dos asesinos. De hecho, él debía de ser quien les citaba cuando eran necesarios sus servicios, y quien les pagaba su salario una vez cumplido el encargo.
Manuel parecía haber perdido su flema habitual y se removía inquieto, finalmente estalló:
—Si le hubiese rajado al principio, cuando mi hermana se fue con él, a estas horas Soleá estaría con nosotros.
—La causa de la muerte de Soleá no fue Alain, más bien al contrario: la muerte de Alain no estaba programada, su asesinato fue una consecuencia directa de la violación y posterior asesinato de tu hermana, Manuel.
La mano del Tío Matías se levantó seca y autoritaria en dirección a Manuel:
—Deja al payo que hable, Manuel, tiempo tendremos de ponernos farrucos, si eso es lo que conviene hacer. Tú sigue, Humphrey.
—Soleá, esto lo sé porque una compañera de la casa donde ella vivía me lo contó, daba largos paseos por las montañas que rodean Barcelona, algunas veces por Collserola, en otras ocasiones Montjuich. Un día, Soleá encontró por la montaña de Montjuich los restos apenas descompuestos de un perro que había sido brutalmente maltratado, se trataba de un caniche blanco que le recordó a uno de los muchos perros que pululan por cualquier casa ocupada. No pudo evitar pensar que aquel era el caniche que hacía pocos días había desaparecido de su comunidad. Volvió a la casa en un estado emocional muy alterado, le comentó a la compañera a la que antes me he referido que en el mundo había mucha gente mala, sin embargo no quiso darle mayores explicaciones. Ya había decidido investigar por su cuenta, supongo que alguna sospecha debía de tener acerca de quiénes podían ser los autores de aquella carnicería.
»Un par de días después, volvió por aquellos parajes y tuvo la mala fortuna de encontrar las pruebas que estaba buscando. Unos nuevos restos de perro estaban siendo descargados de la furgoneta de Zipi y Zape. Quizás convenga que les cuente el por qué de aquellos restos. Los dos tipos entrenaban a perros naturalmente fieros, normalmente pitbulls, dobermans etc., para la pelea; para ello necesitaban perros poco dotados para defenderse, como víctimas. Se hacían con ese tipo de perros por cualquier sistema, y enseñaban a sus perros de pelea a atacarlos hasta la muerte, luego se deshacían del cuerpo por el sistema más sencillo y menos laborioso: arrojándolos en la montaña.
»Como les decía, Soleá les pilló en el proceso de deshacerse del cuerpo. Supongo que presa de un ataque de histeria, cometió la imprudencia de plantarles cara, les afeó su conducta y les amenazó con denunciarles. Aquí firmó Soleá su sentencia de muerte. Desconozco si fue en este momento, o tal vez más adelante, al darse cuenta de que su vida corría peligro, cuando les amenazó con que Alain usaría en su contra la información que de ellos poseía, una información que incluía no solo sus actividades con la comunidad okupa sino todo aquello que conocía de sus actividades. Creo que, a ese respecto, Soleá tenía a su novio en una consideración bastante más alta de la que en realidad merecía.
»Esa información, Alain, como responsable del control de actividades políticas de la comuna, la guardaba en un fichero muy completo que guardaba en su piso de la Villa Olímpica. Fue en ese momento, Manuel, cuando tu hermana Soleá firmó la sentencia de muerte de su novio, quien, repito, no hubiese dado mayor importancia a las actividades de los dos asesinos pero sí a la muerte de Soleá. A partir de este punto, podemos imaginarnos los detalles de lo que siguió a continuación, la policía con toda probabilidad nos los aportará. Volviendo a Zipi y Zape, una vez decididos a matar a su sobrina se divirtieron de la forma en que los restos de su cuerpo y los resultados de la autopsia han demostrado, no creo que merezca la pena abundar en los detalles. Abandonaron el cadáver entre las chumberas, más o menos como hacían con los cuerpos de los perros que usaban para los entrenamientos.
Los ojos del viejo gitano tenían un brillo inusual. Lo observé, dudando acerca de si debía dar otro sesgo al relato, de manera que lo suavizase en lo posible.
—¿Has terminado, payo?
La sequedad que faltaba en los ojos del Tío se había trasladado a su voz, convirtiéndola en un sonido rasposo.
—Casi. Al día siguiente le giraron una visita a Alain, debemos suponer que se originó una fuerte discusión entre ellos, con el resultado que todos conocemos. Le degollaron, buscaron el informe que les involucraba, lo destruyeron y dieron por finalizado el problema. Fin de la historia. Si les tiene que servir de algo, les puedo decir que Soleá se defendió con bravura, les dejo a los dos marcados, de hecho una de las evidencias de su culpabilidad ha sido el desgarro de la oreja de uno de ellos y los rastros de su piel y sangre en las uñas de Soleá. Se defendió como una leona.
—Como una gitana, payo. —Manuel miraba más allá de mi cabeza al punto donde supongo creía que su hermana estaba escuchándole.
—Bien, Humphrey, ahora es el momento de pasar cuentas tú y yo. —El Tío parecía haber recobrado el pleno dominio de sí mismo—. ¿Quieres tomar algo?
—La verdad es que no me apetece en este momento.
El hecho de que me invitase podría tomarse como una señal de buena voluntad, pero a los condenados a muerte también se les sirve una cena de despedida. Que de poca cosa les sirve, dicho sea de paso. Lancé una mirada de soslayo a Manuel, pero el tipo parecía tan relajado como un gato embalsamado, y su expresión me resultó tan reveladora como la traducción al idioma eslovaco de El péndulo de Foucalt.
—Te encargué que descubrieses al malnacido que mató a mi sobrina y me lo entregases. Descubiertos ya están, has cumplido, pero los tiene la policía, no has cumplido conmigo. Y ahora tenemos que pasar cuentas.
—Le he traído el maletín que me entregó, quedan bastante más de doce mil euros. —Me di cuenta de que no debí plantearlo así en el mismo momento en que lo dije, pero, por si tenía alguna duda, el capo gitano se encargó de disiparla.
—Humphrey, hijo, si levanto ahora una mano, alguien se encargará de hacerte el agujero del culo lo bastante ancho como para que te quepa el maletín dentro, y luego me permitiré el lujo de enterrarte vivo de esta guisa, así que no me ofendas. Cállate y escucha: la verdad es que no sé qué quiero hacer contigo, es algo que no acostumbra a pasarme, eso de no saber qué hacer con la gente. Creo que no te miento si te digo que solo me pasa contigo, eres un tipo que me desconcierta y eso me molesta. Si te mato, acabo con la confusión que me produce tu simple presencia, pero… por otro lado me quedo con la duda de si me acabo de cargar a un tipo que merece la pena. ¿Tú qué harías en mi lugar, Humphrey?
—Mi opinión no creo que le sea de mucha utilidad, Tío Matías. Yo me quiero mucho, jamás haría nada que fuese en contra de mi bienestar.
La carcajada corta y seca del Tío sonó como el repiqueteo del granizo sobre una plancha metálica.
—Matadle —dijo.
Los dos tipos que estaban situados más cerca de mí se levantaron despacio. Curiosamente, Manuel mantuvo la inmovilidad de gato perezoso que le caracteriza, y en todo caso acentuó la expresión de hastío que lucía en aquel momento.
—Quietos, chicos. —La mano del Tío Matías dirigida hacia los dos tipos hizo un leve movimiento disuasorio y los dos se sentaron de nuevo.
—Una pequeña broma, payo. Espero que no te lo hayas tomado a mal.
Yo hice un repaso rápido a todos mis esfínteres antes de contestar.
—Ahora ya no, pero si lo que quería era asustarme, le felicito.
—Coge el maletín y lárgate; Humphrey. Y no te preocupes, nada tienes que temer, ni de mí ni de nadie de mi clan. Estamos en paz, ni me debes ni te debo. Ve con Dios, payo. El Malapata te acompañará hasta la puerta.
El Malapata era un gitano bajo y rechoncho que cojeaba ligeramente al andar, por lo que el apodo le sentaba de perlas; la cojera le venía de un navajazo leve en la cadera, una herida que acabó de forma prematura con la prometedora carrera como atleta que inició en su ahora ya lejana juventud. Corría los 3000 obstáculos, siempre con la policía como segundo clasificado.
Al salir al patio, me senté en un banco de piedra con el respaldo de azulejos. El Malapata me miró con curiosidad.
—¿Te sale el susto, payo?
—Un poco. ¿Quieres avisar a Manuel?, le espero aquí. —El gitano me miró sin decir nada durante unos segundos, su mirada decía que yo me había vuelto loco.
—Bueno, tú verás. —Se alejó acentuando la cojera en una especie de exhibición coqueta de sus heridas de guerra.
Manuel tardó un par de minutos en salir.
—¿Tenemos algo pendiente, payo?
—Ajá, ¿me acompañas hasta la calle?
Manuel me miró de arriba abajo, paseó sus ojos por mi cuerpo con lentitud estudiada, luego se encogió de hombros.
—Pues claro, vamos.
El Malapata nos miró mientras nos alejábamos, rascándose un sobaco con verdadera dedicación.
Ya en la calle, saqué de mi bolsillo la navaja de Manuel y se la tendí.
—Te la dejaste el otro día en casa y no me ha parecido prudente entregártela allí dentro.
—Un detalle de tu parte, y tienes razón, no hubiese sido prudente por tu parte dármela allí dentro. Y ya que estamos en eso, ¿hubieses tenido cojones de rajarme el otro día, en tu casa?
—Supongo que sí, estaba muy cansado y asustado, es el estado de ánimo más adecuado para hacer una cosa así.
—Eso será para ti, yo cuando estoy cansado duermo, si alguna vez me asusto, bebo. Para matar ni una cosa ni la otra. ¿Recuerdas todo lo que te ha dicho el Tío?
—Claro.
—Pues como si lo hubiese dicho yo, payo, como si lo hubiese dicho yo.
Y se marchó con un lento contoneo que no tenía nada que ver con mi idea de un rato agradable.