28

El estudiante chino de posgrado que trabajaba en el laboratorio de Alex le explicó al final a un insistente Cyrus que creía que su jefe había ido a correr a la pista cubierta de Harvard. A Cyrus le pareció buena idea coger a Weller con la guardia baja, así que saltó al coche y partió dirección Cambridge. Avakian estaba en una reunión en la escuela de su hija, así que Cyrus acudió solo, tratando de no pensar en todas las reuniones escolares que él se perdería.

Aparcó junto al estadio de fútbol americano de Harvard y mostró la placa para entrar en la pista cubierta Gordon. Era última hora de la mañana y no había muchos deportistas. Enseguida localizó al alto y desgarbado Weller. La cola de pelo se balanceaba, golpeando contra la camiseta mientras recorría el óvalo de tierra batida. Se movía con un estilo natural y fluido y Cyrus sintió una punzada de envidia ante la grácil y larga zancada de Weller, que parecía avanzar sin esfuerzo. Él mismo había corrido años atrás. Intentó imaginar la agradable sensación de correr a buen ritmo, pero le costó recordar. Quizá debería retomarlo. Quizá la primavera siguiente.

Weller salió de una de las curvas y al instante vio a Cyrus, pero no se detuvo ni aminoró la marcha, no mostró sorpresa ni alarma. Se limitó a esbozar una escueta sonrisa y con el índice golpeó el reloj de pulsera, dando a entender a Cyrus que tuviera un poco de paciencia.

«Aquí te espero —pensó Cyrus—. Estás corriendo en círculos».

Weller se detuvo por fin ante la tribuna y ahí se quedó, en jarras, mientras Cyrus descendía a la pista.

—Siento haberle hecho esperar, pero cuando el ritmo cardíaco baja ya no vale la pena seguir. Al menos en teoría.

—¿Corre usted muy a menudo? —preguntó Cyrus.

—Lo suficiente como para contrarrestar los efectos de la cerveza.

Cyrus obvió el comentario.

—¿Sabe por qué estoy aquí?

—¿Por Frank Sacco? —preguntó Alex—. ¿Está el FBI investigando el asesinato?

—Hemos oído de él. Me interesa lo que pueda saber usted —explicó estudiando los ojos de Weller en busca de alguna mirada evasiva o un tic. Pero no detectó nada.

—Sé lo que ha salido en las noticias y lo que se ha publicado en internet. Es horrible. Lo conocía desde hace tres años. Era muy trabajador y un gran compañero. Nunca tuve problemas con él. Me ha sorprendido mucho que anduviera metido en líos así.

—¿Líos cómo?

—Pues líos en los que alguien termina matándote —replicó alargando la mano para coger una botella de agua y una toalla que había dejado en la grada más baja.

—¿Sabía dónde vivía?

—Sí, claro. En Revere.

—¿Había estado alguna vez en su casa?

—No éramos tan cercanos.

—Y él, ¿estuvo alguna vez en la suya?

—Sí, varias veces.

—¿No ha dicho que no eran tan cercanos?

—Él acudía a los simposios.

—La Sociedad Uróboros.

—Exacto.

—¿Participaba activamente?

—La verdad es que era bastante reservado.

—¿Cuándo acudió por última vez?

—Hace un par de semanas. A principios de enero.

—Creo recordar que prometió invitarme al siguiente simposio que se celebrase.

Alex dio un sorbo de la botella.

—Se me debió de pasar.

—¿Cuándo lo vio por última vez?

—En el laboratorio, el día que murió. No vi nada extraño en él.

—¿Ningún indicio de nerviosismo o estrés? ¿Tenía algún tipo de problema?

—Nada.

—¿Dónde estuvo usted anteanoche? ¿De nuevo en su laboratorio?

—No. Estuve en casa toda la noche, con mi novia.

—¿Podría hablar con ella?

—Ella estará encantada.

—¿Ha tenido en alguna ocasión problemas con el rendimiento de Sacco o con su comportamiento? ¿Sabe si consumía drogas?

Alex se secó los brazos con la toalla.

—Era algo tosco en sus maneras. Un poco seco también. Pero acudía al laboratorio sin falta y cumplía con sus deberes. Poco más. Mire, tengo que volver al trabajo. ¿Le puedo ayudar en algo más?

Cyrus lo observó detenidamente.

—Sí, hay otra cosa. ¿Ha oído hablar alguna vez de este producto químico? —preguntó tras sacar el informe de Desjardines y mostrárselo.

Cyrus deseó tener a Alex conectado a un polígrafo, porque desde fuera era pura indiferencia y frialdad.

—Sí, claro. Yo lo descubrí. ¿De dónde ha sacado este informe?

—¿Usted lo descubrió?

—Eso he dicho. Nadie conoce el compuesto, así que este documento me resulta cuando menos sorprendente.

—No parece sorprendido.

—Soy británico. Quizá no esté usted acostumbrado a nuestra forma de expresarnos.

—Quizá. ¿Sabía usted que se está vendiendo en la calle una nueva droga llamada Apoteosis?

—Algo he leído. Lo cierto es que no sigo las noticias religiosamente.

—Bien, por lo que parece, la Apoteosis es justamente esa sustancia que usted ha descubierto. Se ha analizado una muestra comprada en la calle.

—Ajá —dijo Alex con voz neutra—. ¿Le importa si nos sentamos? Todo esto es mucha información seguida.

Se sentaron en la grada más baja y Cyrus dejó que Alex leyese el informe detenidamente.

—¿Quiere saber por qué no me he mostrado tan sorprendido? Porque en realidad sí lo estaba…

—Cuénteme.

—Este compuesto, este pentapéptido… Yo tenía una pequeña cantidad guardada en el escritorio de mi despacho. Y desapareció.

—¿Cuándo?

—Hace como un mes.

—¿Lo denunció a la policía?

—No.

—¿Por qué no?

Alex hizo una pausa. Cyrus supuso que estaba pergeñando mentalmente la respuesta.

—Es una cuestión bastante espinosa que tiene que ver con los derechos de propiedad. Todavía no he presentado la patente. No estoy preparado, científicamente hablando. Si denunciase el robo a la policía tendría que dar una serie de datos, como la estructura del compuesto. Y es demasiado pronto.

—Ajá —murmuró Cyrus con escepticismo—. ¿Qué le parece que se esté consumiendo en la calle como estupefaciente?

—Bueno, me horroriza. No está pensado para consumo humano. No se han hecho ningún tipo de pruebas.

¿Que le horrorizaba? No parecía horrorizado, se dijo Cyrus.

—¿Cuál es el origen del compuesto? ¿Cómo lo descubrió?

—Ya le he contado que me interesa la biología del cerebro en el momento de la muerte. Este compuesto fue aislado de cerebros animales durante la anoxia cerebral previa a la muerte.

—¿Qué tipo de animales?

—Ratones, ratas, perros.

—Ha dicho que el compuesto fue aislado. ¿Cómo?

—¿Se refiere al procedimiento que seguí?

—Sí. ¿Cómo se extrae la sustancia del cerebro?

—Bueno, se introduce una aguja en el cerebro y se extrae una muestra. ¿Por qué necesita saberlo?

Cyrus no respondió. Notó que el corazón se le desbocaba, pero intentó que su voz sonase tan calmada como la de Weller.

—¿Y en humanos?

—¿Cómo quiere que lo sepa?

—Ese sería un experimento increíble, ¿no le parece? ¿Qué habría que hacer? ¿Taladrarle el cráneo a alguien, supongo?

—¡Eso es ridículo! Nadie se presentaría voluntario —exclamó Alex recogiendo sus cosas y poniéndose de pie.

—Sí, está claro que nadie daría un paso al frente para una cosa así —coincidió Cyrus, levantándose a su vez—. ¿Cuál es el propósito del compuesto?

—¿A qué se refiere?

—Qué es lo que hace.

—Activa un receptor en una parte del cerebro llamada sistema límbico. Más no le puedo contar. La investigación apenas ha comenzado.

—¿Se le ha ocurrido pensar en que quizá fuera Frank Sacco quien robara su producto? —preguntó Cyrus repentinamente.

—Hasta ahora no. Tendré que planteármelo, visto lo visto en las noticias. Él no tenía la llave de mi escritorio pero quizá supiera dónde la guardaba. Me quedo muy preocupado, la verdad. Ahora me tengo que ir, lo siento.

Cyrus lo acompañó camino de los vestuarios.

—¿Qué le parecen las experiencias que describen quienes han tomado la sustancia?

Alex se detuvo en la puerta del vestuario.

—No he prestado mucha atención a todas esas historias. Obviamente, ahora que sé que se trata de mi péptido, estaré más atento. Me preocupa mucho todo esto, pero mi profesión es la ciencia, así que procesaré cualquier información que salga a la luz. —Empujó la puerta y dijo—: Oh, qué descuido. He olvidado preguntarle por su hija.

—Está bien —contestó Cyrus con gesto dolorido.

—¿No ha sufrido ninguna crisis más? —insistió.

Cyrus no estaba dispuesto a dejarle el control de la conversación.

—Ya le he dicho que está bien. Pronto volveré para preguntarle más cosas.

—Estoy seguro de que así será.

Entonces, Cyrus bajó el tono de voz.

—Sé que fue usted.

Alex le dedicó una inquisitiva mirada.

—¿Qué ha dicho?

Por toda respuesta, Cyrus se giró y se marchó.