En persona, Vincent Desjardines parecía aún más menudo que en televisión. Cyrus a su lado era un gigante y, ya fuera por su corpulencia o por la placa, parecía intimidarlo. En la pared del despacho de Desjardines no cabían más certificados de pertenencia a distintas asociaciones y diplomas, entre ellos el de un doctorado en Psicología por la Universidad de Illinois. No parecía que todas aquellas condecoraciones le confiriesen mucha seguridad en sí mismo, sin embargo.
Desjardines inauguró la reunión comentando fastidiosamente que no estaba acostumbrado a la atención de los medios ni al escrutinio público y que todo aquello estaba trastornando en gran medida su rutina diaria, pues había descuidado sus deberes en uno de los centros de desintoxicación más importantes de la ciudad. Sí, la Apoteosis era una nueva droga fascinante que había aparecido de la nada, pero a él lo esperaban una legión de adictos a la heroína y la metanfetamina que también exigían su atención.
—Necesito más personal —se lamentó, como si Cyrus pudiese autorizar su contratación.
—No le quitaré mucho tiempo, pero necesitamos saber un poco más sobre la Apoteosis. Estamos en mitad de una investigación.
—¿Acerca de la droga?
—No específicamente, aunque puede haber relación. Trabajamos en un caso de homicidio. Homicidio múltiple, para ser más exacto.
—¡Oh! —exclamó Desjardines, arqueando las cejas.
—¿Qué puede contarme entonces?
El psicólogo llevaba una carpeta de anillas llena de meticulosos apuntes. La abrió y se puso las gafas.
—Imagino que no estará esperando datos específicos sobre algún paciente —se apresuró a aclarar—. Si ese es el tipo de información que busca, necesitará una orden judicial.
Cyrus aseguró que solo quería información sobre la droga, no sobre sus pacientes. Desjardines hizo un gesto con la cabeza y se refirió a sus notas. El primer indicio de la nueva sustancia llegó a través de un politoxicómano, un joven portorriqueño al que el doctor llamaba DF, con un largo historial de abuso de marihuana, oxicodona y heroína. Durante una entrevista, Desjardines supo que lo que estaba oyendo era extraordinario, así que le pidió permiso para grabar.
—¿Quieren escuchar la grabación? —preguntó a Cyrus.
—Naturalmente.
Desjardines pulsó avance rápido hasta que aparecieron el nombre y número de historial del paciente y pulsó el botón de reproducción.
«VD – ¿Cómo has estado desde nuestra última cita?
DF – Bien. Muy bien.
VD – Me alegro. ¿Has consumido algo?
DF – No, estoy limpio.
VD – Estupendo. He de reconocerte que me sorprende.
DF – Bueno, casi limpio. No sé si la Apoteosis cuenta.
VD – ¿Qué es eso?
DF – Es nueva. Al menos yo no la conocía. Ya no me interesan las otras drogas.
VD – Me temo que no sé de qué estás hablando exactamente. ¿Es éxtasis? ¿LSD?
DF – No, es muy diferente.
VD – ¿En qué sentido?
DF – Te conecta con algo. Te lleva al otro lado. Flotas sobre tu propio cuerpo y luego vuelas hacia una luz.
VD – Ya veo. ¿Es una pastilla, una cápsula? ¿O se inyecta?
DF – Es un polvo. Se disuelve en la boca.
VD – Perdona que te interrumpa. Dices que se ve una luz. ¿Ahí termina la cosa?
DF – No, eso es solo el principio. Después de la luz se llega al lugar. Al otro lado. Hay un río precioso que te llama. Te sientes bien en ese sitio. Muy bien.
VD – De acuerdo…
DF – Hay unas piedras que llevan al otro lado. Sobresalen de algo que parece agua, aunque no estoy seguro. Al menos, hay un sonido como de agua. Y entonces veo a mi padre.
VD – ¿A tu padre?
DF – Sí. Él murió cuando yo era pequeño. Lo extraño es que aparece tal y como yo lo recuerdo, con la misma camisa que siempre llevaba. Me saluda. Y parece la hostia de feliz.
VD – ¿Qué pasa entonces?
DF – Es muy emocionante. Como cuando éramos niños en Navidad, ya sabe. Empiezo a cruzar las piedras. Cuanto más me acerco, mejor me siento. Es un subidón brutal. Un subidón brutal por todo el cuerpo. Nunca había sentido nada parecido. Un millón de veces mejor que la mejor droga.
VD – Ajá. ¿Qué ocurre después?
DF – Cuanto más me acerco, mejor me siento. Es difícil de creer, pero es mejor cada vez. Mi padre se desgañita llamándome, salta arriba y abajo de contento. Luego empiezo a sentir que hay alguien tras él, muy lejos, en la distancia. No se ve nada, pero se siente. Se siente como si fuera…
VD – ¿Cómo?
DF – Suena estúpido, pero se siente como si Dios estuviera ahí. Pero antes de que pueda darme cuenta, estoy regresando por donde llegué, muy rápidamente, como si me llevara el viento. Y ya está. Y no te puedes creer que se haya terminado. No quieres que se termine.
VD – Y ¿ya está? ¿Es ese el final del viaje?
DF – Ya está. Es siempre el mismo viaje.
VD – ¿Lo has tomado más de una vez?
DF – Tres veces. Es increíble, pero todas las veces se repite lo mismo.
VD – Bueno, eso es muy curioso, ¿no te parece? Dime, ¿cuánto dura cada viaje?
DF – Una media hora, quizá. Quizá algo más.
VD – ¿Durante la experiencia estás despierto?
DF – ¿A qué te refieres? Yo me siento despierto, sí.
VD – ¿Había alguien acompañándote mientras te drogaste?
DF – No, todas las veces la he tomado solo.
VD – ¿Y la experiencia fue positiva en todos sus aspectos?
DF – ¿Positiva? Es la hostia, es tan increíble que duele. No sé si me explico. En cuanto termina quieres repetir. Quiero ver a mi padre y quiero ver si Dios está ahí.
VD – ¿Eres religioso?
DF – ¿Yo? Soy católico. Pero no voy a misa.
VD – De acuerdo. ¿Dónde conseguiste la droga?
DF – En la calle, ya sabe. Un colega me convenció para que la probase.
VD – ¿Sabes de dónde ha salido?
DF – No.
VD – ¿Se está vendiendo mucho por ahí?
DF – ¿Si se está vendiendo mucho? No lo sé. Poca gente la ha probado, que yo sepa.
VD – ¿Cuánto cuesta la dosis?
DF – Es cara. Setenta y cinco la dosis.
VD – Las otras personas que la han tomado… ¿cómo describen sus experiencias?
DF – Ahí viene lo raro. Todos tuvieron la misma experiencia que yo. Salvo que la persona al otro lado del río es siempre alguien que ellos conocen. O conocían. Siempre es alguien que ya ha muerto».
Desjardines detuvo el reproductor.
—¿Qué concluye usted de todo esto? —preguntó Cyrus.
—No sé qué pensar, sinceramente. Me intriga, claro está. Hago lo que se supone que un científico debe hacer cuando tiene más preguntas que respuestas: obtener más datos.
El doctor comenzó a buscar otros casos y estos no se hicieron esperar. En su clínica fueron recalando pacientes uno tras otro. Cuando William Treblehorn fue detenido, Desjardines era el primer y único médico conocedor del uso que se le daba a la Apoteosis en la calle.
Lo que impactó a Desjardines cuando se sentó a valorar sus primeros ocho casos, la mayoría de los cuales consumidores frecuentes de sustancias ilegales, fue que pese a la sorprendente similitud en los testimonios, las consecuencias del consumo variaban.
—¿Ocho casos? —preguntó Cyrus.
—Hasta ayer —replicó Desjardines, señalando una pila de correos electrónicos impresos—. Se han puesto en contacto conmigo compañeros de toda Nueva Inglaterra con historias parecidas. Ya he perdido la cuenta. Creo que hay más de veinte, pero no están tan documentados como los míos —añadió, dando un par de golpecitos sobre la tapa de su cuaderno—. Si contara con algo de ayuda, podría contestar a todos estos mensajes y obtener más información.
—Me gustaría volver a lo que ha dicho sobre las diferentes consecuencias en cada uno de los casos.
Desjardines se dispuso a hojear la carpeta:
Sujeto uno. DF – Varón hispano de veinticuatro años. Entrevista grabada. Ha consumido Apoteosis varias veces más, aunque a duras penas la puede pagar. Ha afirmado que prefiere consumir la droga antes que comer.
Sujeto dos. JE – Varón blanco de diecisiete años. Historial como consumidor frecuente de marihuana y alcohol. Ha consumido Apoteosis en seis ocasiones. Ve a su abuela fallecida. Se niega a volver a clase. Baja escolar. Tratamiento con antidepresivos.
Sujeto tres. BN – Varón negro de veintidós años. Adicto al crack. Ha tomado Apoteosis varias veces. Ve a un amigo de secundaria que murió tiroteado hace cinco años. Ha dejado de fumar crack y ha empezado a ir a la iglesia con su madre en el barrio de Mattapan, Boston. Dice sentirse «pleno de alegría».
Sujeto cuatro. EW – Varón blanco de cuarenta y cinco años, corredor de bolsa. Alcohólico, historial de adicción a las metanfetaminas. Ha consumido Apoteosis en más de diez ocasiones. Vio a su madre y tuvo una reacción eufórica. Dejó su trabajo al instante. Dejó de beber. Se dedica a meditar, en su casa. Su esposa está feliz porque ha dejado la bebida, pero le preocupa la falta de ingresos.
Sujeto cinco. RG – Mujer negra de treinta y un años. Ha consumido dos veces. Entró en histeria tras el primer viaje. Al día siguiente de consumir por segunda vez murió por sobredosis de heroína. La policía lo considera un accidente pero su hermana piensa que fue intencionado.
Sujeto seis. FC – Varón blanco de veinticuatro años. Consumidor de LSD y éxtasis, asiduo a la vida nocturna. Ve a su madre, que murió en un incendio, en su casa. Le alivia el hecho de que no aparezca quemada. Quiere volver una y otra vez para encontrarse con ella y planea consumir de nuevo la droga, siempre que pueda dar con ella y disponga de medios para pagarla. Está pensando en dejar su trabajo, que ahora le parece una «nadería».
Sujeto siete. JL – Varón hispano de treinta años. Adicto a la heroína. La ha consumido media docena de veces. No quiere contar a quién vio al otro lado del río. Dice que «es personal». Ha consumido heroína unas cuantas veces desde que tomó Apoteosis, pero cree que ahora puede dejarlo.
Sujeto ocho. TY – Varón blanco de sesenta y cuatro años. Adicto a la metadona desde hace veinte años. Mala salud crónica, insuficiencia cardíaca. Ha consumido la droga tres veces. Ve a su esposa muerta. Parece más relajado y tranquilo que nunca, según VD. No acudió a su última cita y no responde a las llamadas. Urgente recabar datos sobre la situación del paciente.
A Cyrus le dolía la mano de apuntar tan rápido.
—¿Eso es todo? —preguntó, mientras estiraba la muñeca.
—Más o menos. Cuando leí la noticia sobre la mujer que saltó por la ventana tras consumir Apoteosis, llamé a la policía para contarles lo que sabía.
—En las noticias de anoche enseñó un tubito de color rojo. ¿De dónde lo ha sacado?
—Pedí a mi primer paciente que me comprara un par. En la calle los llaman cartuchos —explicó mientras sacaba uno del cajón de su escritorio.
Cyrus lo inspeccionó. Era idéntico a los que Frank Sacco llevaba en el bolsillo.
—¿Qué ha hecho con el otro?
—Lo he enviado a analizar al laboratorio de toxicología del hospital, y tuvieron que derivarlo a otro laboratorio, en Kansas City. Estoy esperando el informe; de hecho, creo que ya me ha llegado, por correo electrónico. Como les digo, estoy sobrepasado de trabajo.
—¿Puede echarle un vistazo? —pidió Cyrus.
El hombrecillo suspiró y rodó en su silla hasta el teclado de su ordenador.
—¡Maldita sea! —exclamó—. ¡Me lo mandaron ayer! Esto es lo que ocurre cuando uno no cuenta con suficiente personal —se quejó mientras hacía clic en el archivo adjunto—. Voy a imprimirlo.
Desjardines examinó el informe de dos páginas.
—Bueno, ¡qué interesante! Jamás había oído hablar de un compuesto como este y al parecer en el laboratorio de Kansas City tampoco. Es un péptido circular. Cinco aminoácidos en estructura de anillo —explicó levantando la mirada e inspirando hondo—. ¿De dónde demonios habrá salido esto?
Imprimió una copia y se la entregó a Cyrus, aunque para él todo aquello era chino. Cyrus la dobló y la guardó.
—¿Cuál es su conclusión, entonces? —inquirió Cyrus—. ¿De qué va todo esto?
—¿Quiere una conclusión? —preguntó Desjardines—. Esta droga me da muy, pero que muy mala espina. Esa es mi conclusión.