LA MISMA CANCIÓN

—¡Maldita sea!

Will apagó el cigarro con fuerza en el cenicero.

Los cuatro —Evie, Jericho, Sam y Will— estaban sentados a una de las largas mesas de la biblioteca. El tío Will había cerrado antes el museo a pesar de las multitudes que reclamaban visitas guiadas a lo sobrenatural a cargo del mayor experto en ocultismo de Manhattan.

—Va a seguir matando, y siempre iremos un paso por detrás de él.

—No tiene por qué ser así —dijo Evie, y le sostuvo la mirada a su tío—. Yo puedo descubrir lo que necesitamos saber.

—¿Cómo? —preguntó Jericho.

—Con esto.

Evie depositó la pata de conejo de Gabe sobre la mesa.

Sam enarcó las cejas.

—¿Pretendes atrapar a un asesino con un trozo de piel muerta?

—Pertenecía a Gabriel Johnson. Lo llevaba con él la noche en que murió. —Evie miró a Will—. Tío, puedo leerlo. Sé que puedo. Solo necesito que me des una oportunidad.

—¿Leer el qué? —preguntó Jericho.

La expresión de Will se tornó amenazadora.

—¿De dónde has sacado eso?

—De un amigo suyo.

Will sacudió la cabeza.

—Es demasiado peligroso, Evangeline.

Evie se levantó de su asiento de un salto y le asestó un puñetazo a la mesa. Ya estaba harta de la reticencia de Will. Lo habían intentado a su manera, y lo único que habían conseguido era otro cadáver.

—¡Es demasiado peligroso no intentarlo siquiera!

Jericho miró a Sam, que se encogió de hombros.

—A mí no me mires. Yo no sé nada —dijo Sam.

—Ahí fuera hay un asesino y tenemos que detenerlo como sea —suplicó Evie—. Por favor.

—Esto es una locura —susurró su tío.

Se pasó una mano por el pelo.

—¿Podría contarme alguien qué es lo que está sucediendo, por favor? —rogó Jericho.

—Soy Adivina —contestó Evie.

—¡Evangeline!

—¡Tienen que saberlo, tío! Estoy cansada de mantenerlo en secreto. —Se volvió hacia Jericho y Sam—. Puedo leer las cosas. Un anillo, un abridor de cartas, un guante… para mí son más que simples objetos. Dadme vuestro reloj y podría deciros lo que tomasteis para cenar… o vuestros secretos más oscuros. Depende. —Volvió a mirar a Will—. ¿Qué me dices, tío?

Con las manos a la espalda, Will dio una vuelta completa a la biblioteca. Se detuvo junto a Evie y la miró durante un rato incómodamente largo.

—Lo haremos de una forma controlada. ¿Lo entiendes?

—Como tú digas, tío.

—Yo te guiaré. No profundices demasiado, Evangeline. Debes mantenerte a distancia. Como una espectadora.

—Veré qué puedo encontrar y volveré.

—Si te sientes remotamente amenazada, debes soltarlo de inmediato.

—Lo he pillado, tío.

—Me alegro de que alguien lo entienda —intervino Sam sacudiendo la cabeza.

—Se hará evidente dentro de un momento —contestó Will—. Evie, ven a sentarte aquí.

La chica se instaló en un sillón de cuero.

—¿Estás cómoda? —quiso saber su tío.

—Sí.

El corazón le latía a toda prisa y tenía la boca seca. Esperaba estar a la altura de aquello.

—Recuerda, si te asustas lo más mínimo…

—Lo comprendo, Will —le aseguró.

—Will, ¿esto es seguro? —preguntó Jericó.

—Cuidaré de ella —lo tranquilizó Will—. Puedes empezar cuando quieras, Evie.

Will depositó la pata de conejo entre las manos abiertas de Evie. La muchacha cerró los ojos y palpó las costuras del amuleto, expectante. «Vamos —pensó—. Por favor…». Le costó unos segundos conectar, pero una vez que estableció el vínculo, las imágenes del día de Gabe le llegaron en un caos vertiginoso. Evie se sintió como si se hubiese lanzado a un lago helado e intentara abrirse camino hacia la superficie chapoteando.

—No puedo… No puedo distinguirlas…

—Tranquilízate. Tómate tu tiempo. Respira y concéntrate —le pidió Will.

La respiración de Evie se acompasó. La oía, junto con el suave fluir de su sangre. Las imágenes más tempranas e inconsecuentes del día de Gabriel habían desaparecido. Estaba con él en las calles oscuras de la noche de Harlem. Veía la escena borrosa, como si fuera una fotografía sin acabar de revelar, pero pudo distinguir a Gabriel caminando bajo las vías de la línea elevada, y sentir lo que él sentía.

—Está enfadado por algo… —dijo Evie con la voz entrecortada.

—No te acerques demasiado —le advirtió Will.

Su sobrina volvió a respirar hondo. La imagen se tornó un poco más nítida cuando Evie se concentró. El parpadeo de un neón lejano, incluso el olor del humo y la basura, comenzaron a cobrar vida en su mente. Oyó pasos, un repiqueteo extraño y hueco.

—Alguien lo está siguiendo.

—Cuidado, Evie.

—La niebla lo ha invadido todo de repente, pero hay alguien a sus espaldas.

Lo primero que vio fue el bastón, un objeto de plata con la cabeza de un lobo. El hombre que lo llevaba aún estaba envuelto en la penumbra y la niebla. Gabe preguntó a gritos si había alguien ahí y, al no obtener respuesta, siguió caminando bajo la gran sombra de las vías elevadas. Evie tan solo podía ver lo que veía Gabriel. Pero oía las pisadas lentas y acompasadas que retumbaban en la calle. Percibió la primera punzada de miedo de Gabe. Y luego oyó el silbido.

Evie ahogó un grito.

—¡Es la misma canción!

—Evie, ya es hora de parar —le ordenó Will, pero ella no tenía ninguna intención de dejarlo.

Estaba cerca. Muy cerca.

Pisadas. Próximas. «Un, dos, clic. Un, dos, clic». El bastón centelleó en la niebla.

—Es él. Se acerca…

—Evie. Para —exigió Will.

La joven se aferró a la pata de conejo con fuerza. El hombre salió de entre las sombras y el pulso de Evie se aceleró.

—¡Lo veo!

—¡Evie, para! —rugió Will.

Dio varias palmadas estrepitosas y Evie salió del trance. Su sobrina dejó caer el amuleto y parpadeó, con los ojos llenos de lágrimas.

—¡Lo conozco! ¡Lo he visto antes! —exclamó.

Echó a correr hacia la vasta colección de notas y archivos que habían reunido entre todos y apartó papeles a un lado y a otro hasta que encontró lo que estaba buscando. Sentía mariposas en el estómago a causa del entusiasmo y la incomprensión.

—Es él —dijo al tiempo que aplastaba sobre la mesa la fotografía de John Hobbes que publicaron los periódicos—. El hombre de debajo del puente era John Hobbes. Gabriel Johnson fue asesinado por un difunto.