PRELUDIO

Memphis salió de casa a una mañana que se había despertado de mal humor: gris, fría y húmeda. La lluvia de la noche había lanzado un chaparrón de hojas de otoño al camino de entrada, donde formaban una apelmazada alfombra dorada. Octavia le había pedido a Memphis que las barriera antes de que se marcharan a la iglesia, y el joven lo hizo, sirviéndose del recogedor para tirarlas al cubo de la basura. Un sedán de la policía subió por Broadway haciendo sonar la sirena, y lo siguieron un segundo y un tercero. Memphis se asomó por encima de la verja para intentar ver qué estaba pasando. Paró a un vecino que pasaba por delante a toda prisa.

—¿Qué ocurre?

—He oído que han encontrado un cadáver en el Cementerio de la Trinidad —contestó el hombre.

—Hay muchos cadáveres en el Cementerio de la Trinidad. Por eso es un cementerio —repuso Memphis con ironía.

—Creen que ha sido el Asesino del Pentáculo —añadió el hombre, y se apresuró a retomar su camino para reunirse con los demás.

Memphis dejó la escoba y lo siguió.

Junto a las altas verjas de hierro forjado del Cementerio de la Trinidad se había congregado una multitud; alguna gente aún llevaba puesta la bata, las zapatillas de estar por casa y pañuelos en la cabeza. Las madres obligaban a sus hijos a volver a subirse a las aceras, y les decían que se quedasen allí a no ser que quisieran recibir un buen azote en el culo. La policía abarrotaba las suaves colinas del viejo cementerio, donde se había producido una gran batalla durante la guerra de la Independencia y todavía se exhibía una placa que conmemoraba tal acontecimiento. Memphis retrocedió y trepó a una farola para intentar ver mejor.

En la calle se oyó un grito. Lo siguieron gemidos y más gritos a medida que la noticia se iba pasando de boca a oreja, propagándose entre la multitud como una ola gigantesca. Memphis divisó a Floyd el barbero y bajó de su atalaya para ir a hablar con él.

—¿Qué pasa, Floyd? ¿Qué está ocurriendo?

Floyd lo miró con los ojos tristes y sacudió la cabeza.

—Nada bueno, Memphis.

El chico se sintió como si se hubiera tragado un trozo de hielo que se estuviera derritiendo lentamente en su interior.

—¿Quién es? —preguntó, pero la sangre ya le retumbaba en los oídos, como un preludio.

—Es Gabriel Johnson. Dicen que el asesino se llevó su boca y lo colgó como a un ángel crucificado.