Evie y Mabel pasaron toda la noche en una celda de la tristemente célebre cárcel del centro de la ciudad, las Tumbas, rodeadas de flappers borrachas, prostitutas y una mujer enorme que gruñía como un perro cada vez que alguien se le acercaba demasiado. La madre de Mabel llegó primero, caminando por el pasillo con su característica arrogancia.
—Chicas, espero que hayáis tenido tiempo para reflexionar sobre vuestra velada —dijo, pero fue a Evie a quien le lanzó una mirada asesina, así que quedó claro quién creía que debía cargar con la culpa.
—Hasta luego, Evie —le dijo Mabel mientras su madre la guiaba afuera.
Tenía el mismo aspecto que una presa a la que llevaran a la silla eléctrica sin siquiera una última cena.
El tío Will pagó la fianza de Evie pasadas las siete. La ciudad estaba cobrando vida, una mañana cualquiera en Manhattan, cuando Will y ella salieron a la calle White.
—Debería haberte dejado ahí dentro más tiempo —le espetó su tío.
Caminaba tan deprisa que Evie apenas podía seguirle el ritmo. La cabeza le retumbaba a cada paso que daba.
—Lo siento muchísimo, tío.
—Teníamos un acuerdo: yo te doy libertad, y tú no te metes en líos.
—Lo sé, y me siento como una verdadera estúpida por haberme dejado pillar así.
Will sacudió un dedo.
—Eso no es lo importante, Evangeline. Has desobedecido a propósito mi razonable petición de que te quedaras en casa ayer por la noche. Me has mentido.
—No te he mentido, exactamente…
—Escaparse a hurtadillas es mentir.
—Sí, pero… ¿podrías ir más despacio, por favor, tío? La cabeza me está matando. —El sol de la mañana hacía que le escocieran los ojos.
El tío Will se detuvo junto a un puesto de periódicos y se pasó una mano por el pelo. Un muchacho de la calle agitó un periódico ante su cara y Will lo espantó.
—Esto ha sido una malísima idea. Soy soltero; no tengo ni la más mínima idea de ser padre, ni siquiera tío.
—Eso no es cierto. Eres terriblemente tiesco. Vamos, eres la persona más tiesca que conozco.
—La palabra «tiesco» no existe.
—Bueno, pues debería existir. Y tu foto debería aparecer junto a ella en el diccionario.
—Tu encanto no funcionará, Evie. Anoche te prohibí que salieras por un muy buen motivo. Aun así, tú elegiste ignorar mi razonable petición.
—Ya, pero, tío…
—Y te advertí específicamente respecto a meterte en líos, ¿no fue así? Bien, pues creo que está bastante claro que este arreglo no funcionará.
—¿Qué… qué quieres decir? —preguntó Evie.
Había empezado a dolerle el estómago.
—Que será mejor que vuelvas a Ohio. Llamaré a tu madre mañana… —Miró el reloj—, hoy, y lo prepararé todo.
—Pero… ¡si es la primera vez que me meto en problemas! —En cuanto salió de su boca, Evie se dio cuenta de lo estúpido que era su argumento… era casi una promesa de que habría más líos en el futuro… así que deseó poder retirarlo—. Por favor, tío. Lo siento mucho. No volveré a desobedecerte.
Will se apoyó contra una farola. Se estaba ablandando, Evie era plenamente consciente de ello, de modo que continuó con su ataque:
—Haré lo que sea. Barreré los suelos. Limpiaré el polvo de todos esos chismes. Haré bocadillos todas las noches. Pero, por favor, por favor, por favor, no me obligues a volver.
—No tengo ninguna intención de mantener esta discusión en la calle White con alguien que huele como una destilería. Te llevaré de vuelta al Bennington y podrás echarte una siesta y, si se me permite sugerirlo, darte un baño.
Evie olió su abrigo y puso cara de asco.
—Te espero en el museo a las tres en punto. Pronunciaré mi veredicto entonces. No llegues tarde.
Un baño largo y caliente eliminó la fetidez de las Tumbas, pero, a pesar de su agotamiento, Evie estaba demasiado inquieta como para dormir. Así las cosas, bajó al piso de Mabel y llamó con su contraseña especial.
—Eh, amiga. Estoy metida en un lío. Mi tío amenaza con mandarme de vuelta a Ohio por lo de ayer por la noche y tengo que encontrar la manera de ganármelo. Creo que se estaba ablandando un poco, pero tal vez si le dijeras que fue idea tuya se lo tomaría de otra forma, y sí, ya sé que eso no es completamente cierto, Carita de Pan, pero esto es absolument una emergencia de primer grado y… Por Dios, Mabesie, ¿es que no vas a invitarme a entrar?
Con una mirada furtiva al interior del apartamento, Mabel salió al pasillo y cerró la puerta a sus espaldas.
—Oh, oh… Conozco esa cara. ¿Qué es lo que no me estás contando? ¿Se ha muerto alguien?
—Mi madre te culpa de mi arresto. Me ha prohibido que entres en casa —contestó Mabel.
Evie abrió la boca, indignada.
—¡A tu madre la han arrestado más veces que a mí!
—Por la causa. Opina que ser arrestada por beber en un club nocturno es amoral y un indicio de avaricia capitalista —susurró Mabel—. Dice que eres una mala influencia.
—Dios, eso espero. Dile a tu madre que si no fuera por mí todavía llevarías medias negras y leerías terribles novelas rusas sobre aristócratas desafortunados.
Mabel levantó la barbilla.
—¿Qué tiene de malo Anna Karenina?
—Todo, desde la «A» hasta «enina». Eh, mira, Carita de Pan, tú déjame entrar, y yo la engatusaré.
—Evie, no…
—Cinco minutos de historia lacrimógena acerca de que soy un producto de los valores burgueses de la clase media perdido en la maquinaria de un mundo corrupto, y se pondrá a organizar un mitin en mi favor…
—¿Es que nunca sabes cuándo parar? —le espetó Mabel—. ¡A veces eres muy egoísta, Evie! Para ti todo es un juego… y quieres manipularlo a tu favor en todo momento, y al carajo con lo que quieran los demás.
—¡Eso no es cierto, Mabel!
—¿Ah, no? Yo quería marcharme ayer por la noche.
—Pero entonces te habrías perdido toda la diversión. Y en cuanto hubieras llegado a casa, habrías protestado por no haberte quedado. Te habrías arrepentido. Te conozco, Mabesie…
—¿Eso crees? —replicó su amiga.
Evie se sintió como si le hubieran dado una bofetada. Tan solo había intentado que Mabel escapara del control de su madre y se divirtiera. Que viviera un poco de verdad. ¿O no?
—Ya he tenido bastante, Evie. Estoy cansada, me vuelvo a la cama.
Evie cogió aire, temblorosa.
—Mabesie, no… no pensé que…
—Tú nunca piensas. Ese es el problema.
Al otro lado de la puerta resonó la voz de la señora Rose.
—Mabel, cariño, ¿dónde estás?
—Ya voy —respondió ella.
Regresó al interior del piso y cerró de golpe.
Evie se quedó mirando la puerta durante unos segundos más. Volvió a llamar utilizando su contraseña secreta, pero Mabel no contestó, así que se marchó a reunirse con su tío.
De camino al museo, la muchacha intentó olvidar su pelea con Mabel, pero le resultó imposible. Mabel y ella jamás habían discutido. Y las palabras de su amiga le dolían. Aquello era lo que otras personas, las Normas cortas de miras del mundo, decían de ella. Pero Mabel no. No su mejor amiga.
Ya en el museo, Evie oyó voces. Jericho, con su tono tranquilo y académico, casi como si fuera el gemelo de Will, le estaba mostrando la colección a una excepcional pareja de visitantes. La pareja parecía aburrida.
—¿Estos chismes pueden poseerte si los tocas? —preguntó la mujer.
—Oh, no. Son inofensivos —oyó contestar a Jericho.
Aquello era una oportunidad perdida. Si hubiera sido Evie la que estuviese haciendo de guía, se habría inventado una historia que jamás habrían olvidado, algo que hubiera hecho que regresaran.
Sam pasó a toda velocidad junto a ella por el largo pasillo, de camino hacia la sala de colecciones. Le dedicó una sonrisa resplandeciente.
—Eh, hermana, me alegro de ver que tu tío te ha sacado del trullo.
La chica frunció el ceño.
—Me dejaste tirada en aquel club, esquirol. Muy poco caballeroso por tu parte.
—No estabas pensando precisamente en mí cuando te encajaste en aquel montaplatos tú solita. No finjas que eres mejor que yo, Saba. Tú también llevas una ladronzuela en tu interior.
Evie le cerró la puerta en las narices a Sam y se sentó en el despacho de Will a esperar su destino. ¿Y si su tío decidía mandarla de verdad a casa? No se había permitido planteárselo en serio; había asumido que simplemente se lo ganaría. Pero en aquel momento la idea se le coló bajó la piel e hizo que se sintiera inquieta.
Justo un minuto antes de las tres en punto, llegó Will. Colgó el sombrero y el abrigo en el perchero y se tomó su tiempo para quitarse los guantes mientras Evie se retorcía en silencio. Finalmente, tomó asiento en su silla con brazos tras el escritorio, juntó los dedos de ambas manos y traspasó a su sobrina con una mirada reflexiva. Evie tragó. La saliva se le quedó atascada en la garganta y tuvo que contener una tos.
—Tu madre estaba en un almuerzo en su club cuando la he telefoneado. He dejado un mensaje para que me devuelva la llamada. Hay un tren para Zenith mañana por la tarde. Tú irás en él.
Evie ahogó un grito.
—Tío, por favor. No puedes mandarme a casa. Todavía no.
Sentía que las lágrimas le ardían en las comisuras de los ojos.
—Lo hecho hecho está. —Will se frotó el puente de la nariz—. Fue una tontería por mi parte pensar que podría lidiar con esto. Soy un viejo solterón, hecho a mis costumbres.
—No, no lo eres —lo contradijo Evie sollozando—. Lo siento. Todo irá sobre ruedas. Ya verás. Tan solo dame otra oportunidad, por favor.
La voz de Evie fue debilitándose hasta convertirse en una súplica susurrada.
—Mi decisión es definitiva, Evangeline —dijo Will con dulzura, y su compasión fue peor que su furia—. Estarás mejor en casa, de vuelta con tus amigos.
—No, eso no es cierto.
Evie se secó las mejillas con los dorsos de las manos, pero las lágrimas no dejaban de caer.
Will estaba dando un discurso, algo acerca de que él también había sido joven y despreocupado una vez, el tipo de charla que soltaban los viejos cuando asestaban un golpe mortal, como si creyeran que sus divagaciones mojigatas disfrazadas de empatía fuesen a ser bienvenidas. Pero Evie tan solo lo escuchaba a medias. Se dio cuenta de que nunca le había contado lo de la lectura de objetos. Su tío no lo sabía. No sabía lo que Evie era capaz de hacer… que tal vez pudiera utilizar sus destrezas para ayudar a encontrar al Asesino del Pentáculo. Al fin y al cabo, algo había atisbado al sujetar la hebilla del zapato de Ruta Badowski. Puede que a fin de cuentas lo que había oído no fuese tan irrelevante.
—Tengo que contarte algo —espetó Evie interrumpiendo el soliloquio de Will acerca de la responsabilidad—. Nunca te he contado lo que ocurrió en Zenith. El lío en que me metí.
—Algo relacionado con un truco en una fiesta y calumnias —repuso Will—. Tu madre me dijo…
—No fue un truco.
—De verdad, Evie, no es necesario…
—Sí, sí lo es. Por favor.
Su tío cedió y Evie trató de reunir valor.
—La noche de la fiesta, me metí en líos por hacer de adivina. Creo que podría ser Adivina, tío, como Liberty Anne Rathbone. Y si estoy en lo cierto, quizá pueda utilizar mis poderes para ayudarte a resolver este caso.
Will la miró boquiabierto, pero Evie no le dio la oportunidad de decir nada aún.
—¿Te acuerdas de la primera escena del crimen, cuando me puse enferma? —preguntó Evie atropelladamente—. No fue por ver a aquella chica, aunque el panorama era espantoso. Había una hebilla que se le había soltado del zapato. Solo quería ponérsela de nuevo, hacer algo… bueno. Debí de agarrarla con mucha fuerza, con más de la que pretendía, y… —Evie dejó escapar un suspiro—. Vi cosas. Solo por sujetar algo que le pertenecía.
La compasión de Will se había transformado en un duro gesto de repulsión.
—Ya me imaginaba que esto sería una estratagema tuya para quedarte en Nueva York, pero no pensé que caerías tan bajo como para sacar provecho de los asesinatos de dos inocentes…
—¡Estoy intentando decirte algo importante! —casi gritó Evie, lo cual hizo que Will se sumiera en un atónito silencio—. Por favor, concédeme cinco minutos de tu tiempo. Es lo único que pido.
Will abrió la tapa de su reloj de bolsillo.
—Muy bien. Tienes cinco minutos de mi tiempo a partir de… ahora.
Se acabó. Si no conseguía convencer a su tío, Will la metería en el primer tren de vuelta a Ohio. Tenía que demostrárselo.
—Será más rápido si te lo enseño sin más. Dame algo tuyo…, un pañuelo o un sombrero. Y no me cuentes nada sobre ello.
—Evie —dijo Will con un suspiro.
La joven ya conocía aquel suspiro. Solía relacionarse con su nombre y con la decepción, así que tuvo que contener las lágrimas que querían desbordársele de los ojos. Porque ¿por qué debía tomársela su tío en serio? A la juerguista, a la flapper de broma rápida y el armario lleno de diamantes falsos y medias bordadas.
—Por favor, tío —rogó con suavidad—. Por favor.
—Muy bien. —El hombre echó un vistazo a su alrededor antes de decidirse por un guante—. Toma. Te quedan exactamente cuatro minutos y medio.
Evie apretó el guante entre las palmas de las manos y se concentró. El tictac del segundero del reloj de Will la distraía. Intentó ignorarlo y centrarse en el guante, pero no veía nada, así que los primeros dedos gélidos del pánico se apoderaron de ella.
—Tres minutos —anunció Will.
Evie apretó los dientes. No comprendía ni cómo ni por qué funcionaba su habilidad para leer objetos, solo que lo hacía… a su manera, a su tiempo.
—Quedan dos minutos y medio…
Las imágenes comenzaron a aparecer lentamente ante Evie.
—Los guantes estaban en una cesta en Woolworth’s, rebajados a setenta y ocho centavos. Aquel día hacía frío y habías perdido un guante de tu último par. También has perdido el derecho de este par. No paras de quitártelo y olvidártelo.
Evie abrió los ojos. Will seguía mirando su reloj.
—Eso podría haber sido suerte. O ingenio. Los guantes a ese precio no son algo extraño en Woolworth’s. Y es frecuente que me veas dejar el derecho en cualquier sitio. No es una prueba válida. Te queda un minuto.
Evie estaba cansada y desesperada, y más que ligeramente enfadada. Volvió a cerrar los ojos. Aquella vez, la escena tenía mucha fuerza. Vio a una mujer de pelo y ojos oscuros; se reía y llevaba las manos embutidas en un manguito de piel.
—«Eso es muy típico de ti, William. Siempre te falta un guante» —repitió Evie tras la mujer.
—Para —exigió Will con frialdad, pero Evie estaba realmente absorta en aquel instante.
Casi sentía el viento. Un Will mucho más joven se tambaleaba sobre unos patines de hielo mientras la hermosa mujer se reía. Evie sonrió inconscientemente.
—La veo. Está de pie junto a una pista de hielo… con un abrigo verde oscuro… en la nieve.
—Para, Evie.
—Es muy hermosa y… es feliz… muy feliz… podría ser el día más feliz de su vi…
Su tío le arrancó el guante de las manos a Evie con brusquedad. La joven se sobresaltó. Will se acercó amenazante a ella, sonrojado y furioso.
—¡Te he dicho que pararas! —rugió.
Evie se dio la vuelta y salió corriendo del museo, ignorando los gritos de Sam, que la llamaba a sus espaldas.