OPERACIÓN JERICHO

«Buenas tardes, señoras y caballeros de nuestra audiencia radiofónica, y bienvenidos a La hora de Gerard Whittington, programa que les ofrece Industrias Marlowe. Sí, Industrias Marlowe… Trayéndoles hoy el mañana. Desde las más recientes innovaciones en aviación y seguridad hasta útiles electrodomésticos para el ama de casa, Industrias Marlowe…».

—Sigo sin entenderlo —dijo Evie sobre el suave canturreo de la radio. Estaba tumbada en el sofá con el libro ilustrado entre las manos—. Nada de esto aclara el misterio de las cuatro primeras ofrendas. Si de verdad el Asesino del Pentáculo está siguiendo los rituales de este Libro de los Hermanos con el objetivo de despertar a una especie de Anticristo y provocar el Armagedón, ¿por qué empezar con la quinta ofrenda? No tiene sentido.

—El detective Malloy no encuentra ningún homicidio similar previo al descubrimiento del cadáver de Ruta Badowski —señaló Jericho, que estaba sentado a la mesa del comedor con sus notas.

Will, como de costumbre, caminaba arriba y abajo.

—Es misterioso. Pero lo que sí que sabemos es esto: si el asesino está siguiendo las ofrendas del Libro de los Hermanos, y lo cierto es que parece que así es, puede que seamos capaces de impedir el siguiente intento…

Evie leyó la séptima ofrenda en voz alta.

—¿Qué significa? ¿Quiénes son los falsos hermanos? —musitó Will.

No paraba de recorrer la distancia que separaba el ventanal de la pequeña cocina y al revés; tanto era así que Evie pensó que terminaría por dejar el camino marcado sobre la alfombra persa.

—Tal vez lo estemos enfocando desde la perspectiva equivocada. ¿Y si encontramos el templo que menciona? De ese modo, la policía podría estar allí para detenerlo —reflexionó Evie. Chasqueó los dedos—. Está el templo egipcio del Museo de Arte Metropolitano.

—Podría hacer referencia a una sinagoga, sobre todo si esto está relacionado de algún modo con el Klan —sugirió Jericho.

—¿Y qué hay de los templos de las finanzas? ¡La bolsa, o los bancos! —gritó Evie.

Era como si estuvieran pasando el rato con un extraño juego de mesa, como las charadas pero con apuestas mortalmente serias.

—Bien, muy bien —dijo Will.

Continuaron comentándolo e hicieron una lista de otros posibles significados para el templo que se mencionaba en la séptima ofrenda. Jericho se encargó de apuntarlos todos.

—Alertaré a Terrence de que nuestro asesino podría atacar en cualquiera de esos lugares. Ahora, Evie, ¿puedes comprobar si hay algo sobre iconografía religiosa en el libro de Hale? —pidió Will desde su momentánea posición junto a los ventanales.

Las farolas se habían encendido en Central Park. Acababan de dar las ocho. Llevaban un buen rato concentrados en los libros y se habían olvidado por completo de la cena. A Evie le sonaron las tripas.

—Tío, estoy muerta de hambre. ¿No podemos retomarlo después? —suplicó Evie.

Will miró el reloj, y luego hacia la oscuridad del otro lado de las ventanas. Su expresión fue de total sorpresa.

—Vaya. Claro que debes de tener hambre. ¿Por qué no bajáis Jericho y tú al comedor? Yo me prepararé un sándwich aquí.

—Yo haré lo mismo —intervino Jericho.

—Entonces tendré que cenar sola —protestó Evie—. Jericho, nos vendría bien a los dos salir un rato de aquí.

—Tiene razón, Jericho —dijo Will—. Baja un rato.

A regañadientes, el joven cerró sus libros y siguió a Evie hasta el ascensor. La joven lo detuvo en la sexta planta y abrió la reja.

—¿Por qué nos paramos aquí?

—¡Se me acaba de ocurrir que Mabel también debe de estar muerta de hambre! Esta noche sus padres están en una reunión y la pobrecita está sola.

—Probablemente ya haya cenado.

—¡Qué va! Conozco a mi Mabel. Es un ave nocturna. No come hasta tarde…, como los parisinos. No tardaremos ni un minuto.

Evie llamó a la puerta con su contraseña especial y Mabel abrió de inmediato, vestida con un albornoz y hablando:

—Espero que me hayas traído al hombre de mis sueños… Oh.

Evie se aclaró la garganta.

—Buenas tardes, Mabel. Jericho y yo íbamos a cenar abajo, por si te apetece unirte a nosotros.

Evie le lanzó una mirada a Jericho, de pie a su lado.

—Oh. ¡Oh! —dijo Mabel, y bajó la vista hacia su albornoz, horrorizada—. Dejad que me cambie.

—Hola, Evie —dijo el señor Rose desde la mesa de la cocina, a la que estaba sentado aporreando una máquina de escribir. Evie le devolvió el saludo con un gesto de la mano.

Jericho puso mala cara.

—Creí que habías dicho que estaban en una reunión.

—¿Ah, sí? Debo de haberme confundido de día. Qué tonta. ¡Mabesie, cariño, date prisa!

Unos cuantos minutos después, los tres se sentaron en una banqueta del comedor bajo una lámpara de araña que, debido a algún defecto del cableado, parpadeaba de vez en cuando. Evie informó a Mabel sobre los detalles de los asesinatos y de lo que habían descubierto gracias al doctor Poblocki.

—Ese tipo parece estar reconstruyendo una extraña especie de ritual antiguo de un culto ya desaparecido. Es to-tal-men-te macabro. ¡Ese hombre es un monstruo!

—Es lo que sucede cuando la sociedad descuida y maltrata a los niños —dijo Mabel mientras jugueteaba con sus cubiertos—. Crecen y se convierten en monstruos.

—¡Qué teoría más interesante! Mabel, qué lista eres —dijo Evie—. ¿A que es muy inteligente, Jericho?

El joven no levantó la vista de su guiso de pollo con patatas. Al otro lado de la mesa, Mabel articuló un ansioso «¿Qué estás haciendo?».

«Operación Jericho», fue la silenciosa respuesta de Evie.

—¿Cómo sabes que es eso lo que ocurre? —la desafió Jericho.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Mabel.

—¿Cómo sabes que es la sociedad la que crea monstruos?

—Bueno, mi madre dice que cuando…

—No te he preguntado lo que opina tu madre —la interrumpió Jericho—. Cualquiera que pueda leer un periódico sabe lo que piensa tu madre. Te he preguntado que cómo sabes tú que es eso lo que sucede.

Mabel revolvió los fideos de su taza de sopa con la cuchara. Hacía una hora que había cenado y no tenía hambre.

—Bueno, he visitado los barrios pobres con mis padres. He visto los horrores que provocan la pobreza y la ignorancia.

—Entonces ¿cómo explicas lo del pobre y maltratado que alcanza la grandeza cuando se hace mayor?

—Siempre hay excepciones.

—¿Y si eso no fuera cierto en absoluto? ¿Y si existe el mal? ¿Y si siempre ha existido y seguirá existiendo, una eterna batalla entre el bien y el mal, ahora y para siempre?

—¿Te refieres a Dios y el demonio, o algo así? —Mabel hizo un gesto de negación con la cabeza—. No creo en eso. Soy atea. La religión es el opio de las masas.

—Karl Marx —señaló Jericho—. Una vez más, esa no es tu propia opinión. ¿Crees en eso porque realmente lo crees o crees en eso porque se lo has oído a tus padres?

—Creo en ello —contestó Mabel—. El mal es una invención humana. Una elección.

—Jericho cree que estamos condenados a repetir nuestra existencia —intervino Evie. Acompañó sus palabras con un bamboleo de las cejas para señalar cuán en serio se tomaba aquella teoría—. Nietzsche.

—Supongo que no soy la única influida por las opiniones de otras personas —espetó Mabel con desdén.

Evie intentó ocultar su carcajada con una tos. Miró a Mabel y se dio unos golpecitos disimulados en un lado de la nariz, una señal.

—¡Oh, vaya! —exclamó con fingida preocupación—. Me parece que he perdido la pulsera.

—No, no la has perdido —replicó Mabel, inquieta.

Quiso darle una patada a Evie por debajo de la mesa, pero se la asestó a Jericho por error.

—Ay —se quejó él mirándola sorprendido.

—Lo siento.

El terror se reflejó en los ojos de la joven. Miró a su amiga con expresión de «Por favor, haz algo, rápido».

—¿Sabéis lo que creo yo? Creo que deberíamos comernos un trozo de tarta —anunció Evie, y le hizo un gesto al camarero.

Se sumieron en un silencio casi absoluto, pues los únicos ruidos que rodeaban la mesa eran los relacionados con la ingesta de comida. Evie intentó establecer una conversación con Mabel, pero todo resultaba forzado e incómodo. Después, los tres se subieron juntos al ascensor en medio de un silencio embarazoso. Todos se dedicaron a contemplar la flecha dorada que dejaba atrás los pisos, uno por uno.

Mabel prácticamente saltó del ascensor cuando la reja se abrió en su planta.

—Buenas noches —se despidió sin darse la vuelta, y Evie supo que en algún momento se llevaría una buena bronca por todo aquello.

La primera fase de la Operación Jericho había sido un completo fracaso.

Cuando llegaron a su piso, se encontraron con que Will había dejado una nota pegada en la puerta: «He ido a ver a Malloy, WF». Típica del tío Will, desde la brevedad a las iniciales. Evie arrugó la nota y cerró la puerta del apartamento a sus espaldas con brusquedad. Le lanzó una mirada amenazadora a Jericho, que acababa de acomodarse en la silla de Will con un libro.

La chica se sentó en el sofá y siguió mirándolo con hostilidad desde allí.

—No hacía falta que fueras tan grosero. Lo sabes, ¿verdad?

—No tengo ni idea de a qué te refieres —masculló Jericho.

—¡Con Mabel! Al menos podrías intentar ser educado.

—No me interesa ser educado. Es falso. Nietzsche dice…

—Nietzsche no tiene nada que ver con esto. Está muerto, y puede que hasta muriera de grosería. —Evie echaba chispas—. Es una chica muy inteligente. Es tan lista como tú.

Jericho se negaba a apartar la vista del libro.

—Sus padres le tienen sorbido el seso. Esa chica piensa lo que ellos piensen. Lo que ha dicho antes acerca de que la sociedad crea monstruos… Era su madre la que hablaba.

—¡Así que estabas prestando atención!

—Necesita formarse sus propias opiniones. Debe aprender a pensar por sí misma, a no limitarse a repetir lo que dicen los demás.

—¿Te refieres a algo parecido a lo que te pasa a ti con todas y cada una de las palabras del tío Will y de Nietzsche?

Evie le arrebató el libro de las manos.

—Eso no es cierto —se defendió Jericho al tiempo que recuperaba el volumen—. ¿Y por qué estamos hablando de Mabel? ¿Por qué es tan importante para ti?

—Porque… —Evie se detuvo. No podía soltarle sin más «Porque Mabel está loca por ti. Porque, a lo largo de los tres últimos años, no he parado de recibir cartas llenas de nostalgia. Porque cada vez que entras en una habitación, ella coge aire y aguanta la respiración»—. Porque es mi amiga. Y nadie se comporta de esa forma con mis amigos. ¿Vale?

Jericho soltó un suspiro de irritación.

—De ahora en adelante seré la mismísima encarnación de la educación con Mabel.

—Gracias —dijo Evie con una reverencia.

Jericho la ignoró.