Evie y Will atravesaron la larga plaza de Columbia de camino a la biblioteca Low Memorial, un enorme edificio de mármol cuyas icónicas columnas le conferían el aspecto de un templo griego. A su derecha, los tejados irregulares y amontonados de los edificios de apartamentos de Morningside Heights destacaban en relieve contra el cielo gris del otoño. La campana de una iglesia repicaba en algún lugar. El día estaba desapacible, pero aun así los estudiantes ocupaban los escalones que conducían a la biblioteca desde la plaza. Las cabezas se volvían al paso de Evie. La chica se permitió pensar que era porque estaba increíblemente guapa con su vestido de seda rosa y sus medias con estampado de pavo real, y no porque fuese una de las pocas mujeres del campus.
El despacho del doctor Georg Poblocki se hallaba al final de un largo pasillo en un edificio que olía a libros viejos y melancolía. El profesor era un hombre grande con las mejillas arrugadas y los ojos hinchados bajo unas cejas tan gruesas y rebeldes que Evie sintió el impulso de recortarlas de inmediato.
—La historia que se escondía tras ese dibujo que me mandaste ha sido bastante difícil de descubrir, William —comenzó a decir el doctor Poblocki con un ligero acento alemán. Sonrió con un regocijo casi travieso—. Pero hallado la he.
Sacó un libro de una estantería y lo abrió por una página marcada que mostraba el emblema de la estrella rodeada por la serpiente.
—Observa: el Pentáculo de la Bestia.
—La policía debería haberte consultado a ti en lugar de a mí, Georg.
El doctor Poblocki se encogió de hombros.
—Yo no tengo un museo. —Y entonces, dirigiéndose a Evie, añadió—: Tu tío fue alumno mío en Yale antes de empezar a trabajar para el gobierno.
—Eso fue hace mucho tiempo. —Will le dio unos golpecitos a la página con el dedo—. Cuéntame algo más de este Pentáculo de la Bestia, Georg. ¿Qué es? ¿Qué significa?
—Es el emblema sagrado de los Hermanos, un culto religioso propio del norte del estado de Nueva York y ya desaparecido.
—Siempre me olvido de que Nueva York es, además, un estado. Parece innecesario teniendo Manhattan —bromeó Evie.
—¡Encantadora! —El doctor Poblocki sonrió—. Me cae bien esta chica.
—¿Los Hermanos? —insistió Will como si reclamara la atención de un alumno rebelde.
—La Más Sagrada Alianza de los Hermanos de Dios. Se formó durante el Segundo Gran Despertar, a principios del siglo XIX.
—¿El segundo qué? —preguntó Evie.
—El Segundo Gran Despertar fue una época durante la que el fervor religioso conquistó el país. Los predicadores viajaban por todo el territorio lanzando exaltados sermones sobre las llamas del infierno y la condenación, advirtiendo de las tentaciones del diablo mientras salvaban almas durante resurrecciones y ceremonias celebradas en carpas —explicó el doctor Poblocki activando la actitud didáctica que Evie supuso que empleaba con sus alumnos—. Dio lugar al nacimiento de nuevas religiones, como la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, la Iglesia de Cristo y los Adventistas del Séptimo Día, así como la que nos ocupa. —El profesor señaló el libro con un dedo—. Los Hermanos fue creada por un joven predicador llamado John Joseph Algoode. El reverendo Algoode estaba cuidando de un rebaño de ovejas, algo que suena bastante bíblico, cuando vio un gran fuego en el cielo. Era el cometa de Salomón, que estaba atravesando el hemisferio norte.
Evie recordó repentinamente a las dos muchachas que le habían dado el folleto de la fiesta por la calle.
—El mismo cometa de Salomón…
—Que se está acercando a nosotros como cada cincuenta años. Eso es —concluyó el doctor Poblocki. El hombre se acomodó en una silla y esbozó una mueca de dolor—. Esta rodilla mía… es espantosa. La vejez nos llega a todos, me temo.
—Yo me habré hecho viejo antes de que nos cuentes la historia, Georg —presionó Will, y Evie se sintió un poco avergonzada por su falta de tacto.
—Tu tío. Jamás pudo esperar por nada. Me temo que esa impaciencia terminará por salirte cara, William —señaló el doctor Poblocki escudriñando a Will de un modo un tanto amenazante, y Evie tuvo la sensación de que su tío parecía algo abochornado—. El pastor Algoode aseguró que había tenido una visión: que las viejas iglesias de Europa eran una corrupción de la palabra de Dios. Era necesario que surgiera una nueva fe americana, afirmó. Solo este grandioso experimento de país podría generar creyentes lo suficientemente puros y devotos como para someterse por completo a la palabra y el juicio de Dios. Los Hermanos serían esa fe. Ellos gobernarían la nueva América. La verdadera América. Cumplirían la gran promesa del país. —El profesor se quitó las gafas, empañó las lentes con su aliento y las limpió con un paño hasta que quedó satisfecho; después, volvió a colocarse las patillas sobre las orejas—. El pastor Algoode condujo a su pequeño rebaño hasta las montañas de Catskills en 1832. Se instalaron en quince acres y construyeron una iglesia en un viejo cobertizo. En ella se reunían a rezar todas las tardes, y los domingos durante todo el día. Pintaban sus casas y su iglesia con símbolos religiosos siguiendo su libro sagrado y además cultivaban la tierra. Tenían un extraño sistema de creencias, una mezcolanza de la Biblia, en especial del Apocalipsis, y el ocultismo. Se consideraba que su Libro de los Hermanos Sagrados era, por un lado, doctrina religiosa y, por el otro, un grimorio.
—¿Un grimorio? —preguntó Evie.
—Un libro de hechicería —le aclaró el doctor Poblocki.
—Eso explica los símbolos mágicos, supongo —musitó Will.
Su colega asintió.
—En efecto. Corrían rumores, como siempre ocurría en tales casos, de que los Hermanos llevaban a cabo todo tipo de prácticas, desde ciertas aberraciones sexuales hasta el canibalismo y los sacrificios humanos. Es una de las razones por las que vivieron tan aislados en las montañas, para escapar de la persecución. Poseían amplios conocimientos sobre alucinógenos, probablemente adquiridos gracias a las tribus nativas que utilizaban tales elementos para alcanzar la trascendencia en sus ritos religiosos. El relato de un trampero francocanadiense que visitó la zona habla de «un humo magnífico y un vino dulce que, cuando se consumen, provocan que la mente imagine todo tipo de ángeles y demonios». Bien. Los Hermanos eran un culto escatológico.
—Pero ¿eso es legal? —quiso saber Evie.
—¡Qué señorita más encantadora! —El doctor Poblocki se echó a reír y le dio unas palmaditas a Evie en la mano—. ¿Estás segura de que estás emparentada con ese de ahí?
Señaló a Will con la cabeza y Evie tuvo que contener una carcajada.
—La escatología —continuó el profesor—, del griego eschatos, que significa «lo último», está relacionada con el fin del mundo y la segunda venida de Jesucristo. Ah, ¡y aquí es donde las cosas se ponen interesantes!
Evie abrió los ojos de par en par.
—¿Más interesantes que lo de las drogas y la hechicería?
—¡Por supuesto! Veréis, los Hermanos no solo creían que el final del mundo estuviera cerca, sino que además consideraban que era su deber divino ayudar a provocarlo.
—¿Cómo pensaban hacerlo? —preguntó Will.
—Despertando al Anticristo. A la mismísima Bestia.
El doctor Poblocki hizo una pausa para permitir que asimilaran sus palabras. A Evie se le puso la piel de gallina.
—¿Por qué iban a hacer algo así si eran cristianos? —preguntó.
—La línea entre la fe y el fanatismo está en constante movimiento —respondió el profesor—. ¿Cuándo se convierte la fe en justificación? ¿Cuándo se transforma el derecho en lógica y la cruzada en delito?
—¿Cómo pretendían despertar a la Bestia, Georg? —intervino Will.
—Con esto. —El doctor Poblocki buscó entre su montón de libros y cogió un volumen deformado y con las tapas de cuero—. Las once ofrendas. Es un ritual sacrificial, de origen tanto mágico como religioso, para manifestar a la Bestia aquí, en la tierra.
El libro era muy antiguo, y Evie notó en los dedos el tacto correoso del papel fino y nervado. Se le parecía mucho a una especie de Biblia iluminada macabra. En cada página figuraba una pequeña y colorida ilustración de un asesinato ritual, acompañada de un pasaje que recordaba a las escrituras. En torno a los márgenes de las inscripciones del libro, aparecían los mismos símbolos mágicos que habían encontrado en las notas del asesino.
Evie leyó las ofrendas en voz alta siguiendo el orden marcado:
—El Sacrificio del Fiel. El Tributo de los Diez Sirvientes del Señor. El Jinete Pálido Montando a la Muerte ante las Estrellas. La Muerte de la Virgen. La Ramera Engalanada y Lanzada al Mar… —El dibujo representaba a una mujer ciega, enjoyada, rodeada de agua y perlas. Sobre su cabeza destacaba el símbolo de un ojo—. Tío —dijo Evie temblorosa—, es justo como encontraron el cuerpo de Ruta Badowski.
Will se acercó a su sobrina y pasó la página.
—La sexta ofrenda, el Sacrificio del Hijo Holgazán… —La ilustración mostraba a un muchacho colgado boca abajo con una pierna doblada, como el Colgado del tarot. Al chico le faltaban las manos, y el símbolo dibujado sobre la imagen era el de un par de manos colocadas en actitud de oración—. Tommy Duffy.
Evie continuó leyendo:
—La séptima ofrenda, la Expulsión de los Falsos Hermanos del Templo de Salomón. —Levantó la cabeza, sumida en sus pensamientos—. Es un patrón de los asesinatos. —Prosiguió—: La octava ofrenda, la Veneración del Heraldo Angélico. La novena, la Destrucción del Ídolo de Oro. La décima, el Lamento de la Viuda. La undécima ofrenda, la Boda de la Bestia y la Mujer Vestida de Sol.
Aquella última página contenía el dibujo de un hombre de aspecto animal, con cuernos, patas de cabra, dos alas enormes y cola. Estaba sentado en un trono y le ardían los ojos. En la mano sujetaba un corazón chorreante. A sus pies había una mujer que lucía una corona y un vestido dorados, con el pecho desgarrado y abierto de par en par. El símbolo que aparecía debajo era el de un cometa. Evie sintió un escalofrío.
—¿Dice cómo se suponía que llegaría la Bestia a este mundo?
—No queda claro. Solo afirma que necesitaban un elegido.
—¿Un elegido para cometer los asesinatos? —quiso clarificar Evie.
El doctor Poblocki se encogió ligeramente de hombros.
—En cuanto a eso, me temo, no puedo ofrecer más que conjeturas.
—¿Qué es esto? —La chica señaló una página cercana al final del libro. Representaba a un hombre arrodillado ante otro hombre vestido con ropas oscuras, posiblemente un ministro religioso. El Pentáculo de la Bestia se cernía sobre ambos como un sol, y unos espíritus celestiales flotaban a su alrededor. Había varios montones de astillas. El ministro le estaba imponiendo un colgante alrededor del cuello al hombre arrodillado—. Es idéntico al colgante que llevaba Jacob Call —informó Evie—. ¿Para qué sirve?
—Es probable que para indicar a los demás que son miembros de la misma tribu, al igual que las cruces o las estrellas de David —contestó el doctor—. Aunque no puedo afirmarlo con total seguridad.
—¿Cuál es la siguiente ofrenda? —preguntó Will.
Evie pasó unas cuantas páginas hacia atrás.
—«La séptima ofrenda: la Expulsión de los Falsos Hermanos del templo de Salomón». A saber qué quiere decir eso. —La joven se volvió hacia Poblocki—. ¿Cree que nuestro asesino considera que el cometa es una especie de señal?
—Era habitual pensar que los cometas eran presagios sagrados. Mensajeros de Dios. Se dice que cuando Lucifer, el portador de la luz, cayó, descendió por el cielo como una cola de fuego.
—¿Cuándo pasará el cometa por encima de Nueva York?
—El 8 de octubre, en torno a la media noche —contestó Will.
—Eso es dentro de menos de dos semanas. —Evie se mordió el labio, seguía pensando—. Nos ha dicho que el culto de los Hermanos está extinguido. ¿Qué les sucedió?
—Toda la secta murió abrasada en 1848. —El doctor Poblocki abrió un chirriante cajón archivador repleto de papeles—. Veréis, se había producido un brote de viruela. Varios de los Hermanos habían fallecido por dicha causa. Al parecer, el pastor Algoode se convenció de que se trataba de una señal del juicio de Dios y de que debían prepararse para desatar el Armagedón. Nadie sabe qué sucedió con exactitud, pero se cree que Algoode reunió a sus seguidores y empapó el templo con queroseno… Entre las ruinas se encontró un recipiente de esa sustancia. Las puertas estaban atrancadas. Un cazador que había por las inmediaciones vio las llamas y el humo. Relató que pudo oír cómo las oraciones y los himnos se convertían en gritos.
Evie se estremeció.
—Qué horror. ¿No sobrevivió nadie?
—Ni un alma —contestó el profesor con gravedad—. Más abajo, en el valle, a unos ocho kilómetros del emplazamiento original en la montaña, se construyó el pueblo de New Brethren. Dicen que los espíritus inquietos aún acechan los bosques de los Hermanos originales. Se han oído ruidos terribles y visto luces en los árboles de la montaña. Nadie se atreve a internarse en la zona. Ni siquiera los cazadores.
Evie trató de imaginarse a todas aquellas personas encerradas en el templo, cantando y rezando, a las madres aferradas a sus hijos mientras las llamas se propagaban.
—Abrasados hasta morir. ¿Por qué harían algo así?
—¿Por qué hace las cosas cualquier persona? Fe. Fe en que sus acciones son buenas y justas. Abraham estaba dispuesto a sacrificar a su hijo, Isaac, porque creía que Dios se lo había ordenado. Matar a tu hijo es impensable. Un delito. Pero si actúas con la convicción de que tu Dios, tu deidad suprema a la que debes obediencia, te lo ha exigido, ¿sigue siendo un crimen?
—Sí —contestó Will.
El doctor Poblocki sonrió.
—Sé que tú no eres creyente, Will. Pero imagina por un instante que crees fervientemente que eso es cierto. En ese contexto, tus acciones están justificadas. Incluso santificadas. Están inculpatus, libres de culpa. Si ese es el caso de tu asesino, entonces se halla en una misión sagrada, y nada le impedirá llevarla a cabo.
—¿Qué es esto? —preguntó Evie.
Había avanzado hasta la última página del Libro de los Hermanos, que había sido arrancada. Tan solo quedaban los bordes irregulares.
El doctor Poblocki se acercó y atisbó el volumen por encima de las gafas, con los ojos entrecerrados.
—Ah. Eso. Puedo decirte lo que se supone que es. Según se comenta, el Libro de los Hermanos contenía un hechizo para atrapar el espíritu de la Bestia en un objeto, en alguna especie de reliquia sagrada, y después destruir dicho objeto y devolver a la Bestia al infierno una vez que se hubiera logrado la misión de los fieles.
—No lo entiendo —dijo Evie.
—Es como el jinn o genio árabe. Un espíritu o demonio puede ser retenido en un objeto y después destruido —explicó Will. Parecía preocupado.
—No parece sernos de mucha ayuda —repuso Evie—. Aunque tampoco importa, porque la página ha desaparecido.
—No ha desaparecido sin más, sino que la han arrancado a propósito —le recordó el doctor Poblocki.
—Pero ¿quién lo habrá hecho? ¿Y por qué?
—Parece que, al fin y al cabo, alguien no quería que destruyeran a la Bestia.
—Georg, ¿puedo quedarme con esto? —preguntó Will levantando el libro.
—Sírvete tú mismo. Tan solo prométeme que no iniciarás tu propio culto del día del Juicio con él.
Ensimismado en las páginas ilustradas del volumen, William no contestó.
—Bueno, ya es hora de que me reúna con la señora Poblocki para nuestro ágape del domingo. —El profesor le dio un caballeroso beso a Evie en la mano—. Os deseo lo mejor con vuestra investigación. Mantén a tu tío a raya.
Fuera, había empezado a llover. El tío Will abrió el periódico del día y le ofreció la mitad a Evie. Se cubrieron las cabezas con las endebles páginas y caminaron a toda prisa por el césped en dirección a Broadway.
—Si nuestro asesino está siguiendo las once ofrendas del culto de los Hermanos, tiene que haber oído hablar de ellos de algún modo. ¿Es posible que proceda de esa región? —Evie contempló la vasta extensión de la ciudad—. ¿No opinas lo mismo? ¿Will? Tío, ¿me estás escuchando?
—¿Eh? Sí —contestó distraídamente. Tenía el ceño fruncido y la mirada cansada. Estaba claro que aquel caso le estaba afectando más de lo que dejaba traslucir—. Una buena observación, Evie. —La joven no pudo evitar sonreír. Viniendo de su tío, aquello era todo un halago—. Pondré en conocimiento del detective Malloy que es posible que tengamos una pista, que el asesino quizá sea de la zona de New Brethren. Tal vez él pueda hacer unas cuantas preguntas por el norte del estado y ver si ha ocurrido algo fuera de lo normal en New Brethren o alrededores. Pero ahora tenemos una ventaja.
—¿Cuál? —preguntó Evie.
Había empezado a llover con más fuerza. El periódico goteaba y la muchacha tenía la nuca mojada.
—Si estamos en lo cierto y nuestro asesino actúa según este Libro de los Hermanos, entonces su próxima ofrenda será la séptima…, la Expulsión de los Falsos Hermanos del Templo de Salomón.
—Pero ¿qué puede querer decir eso?
—Nuestro trabajo consistirá en averiguarlo a tiempo —contestó Will.
Un taxi apareció al doblar una esquina y el tío Will levantó la mano para llamarlo, arrebatándoselo a dos estudiantes.
—Lo siento. Mi sobrina está enferma —les dijo a modo de explicación, y Evie sintió cierta emoción ante aquella mentirijilla.
Se montaron en el taxi justo en el momento en que las nubes descargaron un terrible chaparrón. Evie reclinó la cabeza contra el respaldo de su asiento y contempló cómo caía la lluvia.
—Tío, ¿qué pasará cuando el asesino haya completado las once ofrendas? Está claro que no va a sacar a un demonio mítico y bíblico de las profundidades del abismo. Así que, ¿qué es lo que anda buscando?
—Pero él cree que sí lo conseguirá. Una creencia tan sólida es una fuerza poderosa.
—Entonces ¿qué tipo de creencia poderosa se necesita para detener a alguien así?
—Por favor, gire aquí a la izquierda, y no coja la avenida —le pidió Will al conductor, que decidió ponerse a discutir, al más puro estilo neoyorquino, sobre qué ruta era mejor tomar a aquella hora.
No fue hasta un buen rato después de que hubieran llegado al museo cuando Evie se dio cuenta de que su tío no le había contestado a la pregunta.