ES CURIOSO CÓMO SON LAS COSAS

Henry se despertó de su sueño con un grito ahogado. Se había adentrado en él con la esperanza de encontrar a Louis. No obstante, a quien había visto era a Evie… y resultaba obvio que ella también lo había visto a él. Aquello era muy extraño, y eso que Henry sabía bastante de cosas raras… Llevaba ya dos años caminando en sueños, y nunca le había sucedido algo así.

Henry se acercó al lavamanos agrietado. Se salpicó la cara con agua de la jofaina y se echó el pelo hacia atrás con las manos mojadas. Después volvió a ponerse el viejo sombrero de paja en la cabeza y observó su reflejo pálido en el espejo. Apoyó la frente contra el cristal y cerró los ojos.

—¿Dónde estás, Louis? —le preguntó a la habitación vacía sin esperar respuesta alguna.

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—Hermana —llamó Memphis en voz baja—. ¿Podría hacerle una pregunta en privado?

—¿Vais a hablar de mí? —preguntó Isaiah desde la mesa del comedor de la hermana Walker, donde estaba haciendo sumas después de dar por finalizadas sus tareas con la hermana y las cartas por aquel día. Memphis siempre se sorprendía ante el talento de su hermanito para fijarse precisamente en las conversaciones que no eran asunto suyo.

—¿Y por qué iba a ponerme a hablar de ti? La hermana y yo tenemos cosas más importantes en las que pensar.

Isaiah frunció el ceño.

—¡Yo también soy importante!

—Claro que lo eres —lo tranquilizó la hermana Walker—. ¿Por qué no coges otro caramelo, Isaiah? Memphis, vayamos a la cocina.

El joven siguió a la hermana Walker hasta la parte trasera de la casa, de planta larga y estrecha. Llegaron a una cocina pequeña y alegre donde unas cortinas de flores enmarcaban una ventana que daba a un patio comunitario lleno de cuerdas de tender. La mujer le ofreció una galleta al tiempo que se sentaba a la mesa frente a él. Memphis mordisqueó el dulce. A la hermana no se le daba muy bien la repostería; sus galletas siempre estaban demasiado secas y poco dulces, pero las cogía por educación.

—¿Hay algo que te inquiete, Memphis?

—Estoy preocupado por Isaiah.

—¿Ha pasado algo?

Memphis no estaba seguro de cuánto debía contarle. ¿Y si la hermana Walker ya no quería volver a trabajar con Isaiah? Su hermano se quedaría destrozado. No obstante, si algo no iba bien, tenía que hacérselo saber a alguien, y estaba claro que no podía ser a Octavia.

—Se despierta por las noches. Es como si estuviera en trance. Y dice cosas raras.

La frente de la hermana Walker se llenó de arrugas.

—¿Qué tipo de cosas?

—«Soy el dragón. La bestia antigua». Y algo que se parecía a las Escrituras, pero nada que me resultara familiar.

—«Soy el dragón. La bestia antigua» —repitió la hermana Walker—. Eso es del Apocalipsis, si recuerdo bien la catequesis. No me gusta lanzar calumnias, pero ¿podría tratarse de Octavia? —sugirió con amabilidad.

Memphis frunció el ceño. Sería muy propio de Octavia asustar a Isaiah con imágenes del juicio de Dios.

—Dijo otra cosa curiosa. Repitió muchas veces una misma palabra: «Adivinos».

La calidez desapareció del rostro de la hermana Walker y Memphis tuvo miedo de haber dicho algo equivocado.

—¿Qué es? ¿Es algo malo?

—Hacía mucho tiempo que no oía utilizar esa palabra —contestó, y Memphis pensó que la hermana parecía algo triste—. Es una forma de referirse a las personas con dones extraordinarios.

—¿Como el de Isaiah?

La hermana Walker se encogió ligeramente de hombros.

—Depende de en lo que creas, supongo. Pero sí, alguna gente se referiría a Isaiah como un Adivino.

Memphis rompió la galleta en trocitos más pequeños.

—Pero ¿dónde habrá oído eso?

—Los niños oyen todo tipo de cosas, supongo. —La hermana Walker hizo girar el hielo de su vaso de agua con gran lentitud—. El nombre procede de las profecías de una vidente del siglo pasado, Liberty Anne Rathbone. No era más que una niña, en realidad. Su hermano, Cornelius, construyó una gran mansión cerca de Central Park. Ahora es el Museo del Folclore Norteamericano, la Superstición y el Ocultismo. Algunos lo llaman el Museo de los Escalofríos.

—Ah. He oído hablar de él. Pero ¿por qué iba Isaiah a saber algo de esos Adivinos?

La hermana Walker fue un momento a la otra habitación, regresó con el periódico del día y lo extendió sobre la mesa.

—Los homicidios. El hombre que dirige el museo, el doctor Fitzgerald, está ayudando a la policía a buscar al asesino. Apostaría a que Isaiah ha oído a la gente hablar de ello. Es probable que le diera miedo y se lo llevase directamente a la cama. No es raro que los niños caminen sonámbulos o hablen en sueños cuando se han asustado de algo durante el día. Y los dones de Isaiah lo hacen incluso más sensible. Es como una radio que capta señales de todas partes.

En el barrio se había hablado mucho de los asesinatos, e incluso la tía Octavia había sacado el tema. Memphis quería creer que, en efecto, aquello era lo que ocurría, pero las palabras de Isaiah eran tan extrañamente concretas, y su hermano entraba como en trance… Era inquietante. Pero ya le había robado demasiado tiempo a la hermana Walker, y no quería molestarla con imprecisas corazonadas de que las cosas no iban bien.

—Seguro que es eso. Gracias, hermana Walker.

—No he hecho mucho. ¿Pasa algo más?

Memphis pensó en su propio sueño recurrente, pero no se decidió a contárselo a la mujer. Le parecía tan estúpido…, no era precisamente el tipo de tema por el que debería peguntar una persona adulta.

—No, señora. Nada más.

La hermana Walker asintió despacio.

—De acuerdo, entonces. Memphis, ¿cuántos años tienes?

—Diecisiete.

—Diecisiete —repitió la mujer como si aquello significara algo, aunque Memphis no podía imaginarse el qué—. ¿Y alguna vez has podido leer las cartas como Isaiah? ¿Hacer algo de ese estilo?

El chico no estaba seguro de si la hermana Walker conocía su pasado de curandero. Nunca habían hablado de ello, y no le encontraba sentido a contárselo en aquel momento. No era lo mismo que los talentos de Isaiah y, además, había desaparecido.

—No, señora. Supongo que Isaiah recibió todos los dones —dijo sin amargura, tan solo constatando un hecho—. Gracias por la galleta.

La hermana Walker se echó a reír.

—Memphis, no hace falta ser Adivino para darse cuenta de que la galleta no te ha gustado nada.

—Es que no tengo mucha hambre, señora. Eso es todo.

Memphis le dedicó su famosa sonrisa, aunque estaba bastante seguro de que la hermana Walker también podía ver más allá de ella.

De vuelta en el comedor, Memphis le acarició la cabeza a Isaiah y le dijo:

—Hora de irse, canijo.

—Isaiah —intervino la hermana Walker—, ¿has tenido algún sueño interesante últimamente?

Le guiñó un ojo a Memphis con disimulo.

—¡Sí, señora! Soñé que cogía una rana. Era la rana más grande del mundo, y me dejó montarme en su lomo… ¡Solo yo, nadie más!

La hermana Walker miró a Memphis como diciéndole «¿Lo ves? No hay nada de lo que preocuparse».

—Bueno, es una pena que esa rana no esté aquí para llevarte a casa. Y no te olvides el libro, toma.

Le pasó el libro a Isaiah y le dio un cariñoso apretón en los estrechos hombros. Isaiah cogió las manos de la mujer entre las suyas y levantó la mirada hacia ella, preocupado.

—Debería tener cuidado con esa silla, hermana.

—¿Con qué silla?

—Con la de la cocina.

—Isaiah, vámonos.

Memphis le tiró de la manga a su hermano.

—De acuerdo. Tendré cuidado. Ahora vete a casa, antes de que nos metamos en problemas con tu tía.

La hermana Walker les dijo adiós con la mano mientras los observaba alejarse discutiendo sobre cosas sin importancia, como hacen los hermanos. Memphis le estaba ocultando algo, lo notaba. La vieja Margaret habría sido capaz de descubrir de qué se trataba sin mucho esfuerzo. Pero aquello pertenecía al pasado, y a ella le preocupaba el futuro. Cuando llegó a Harlem seis meses atrás en busca de Memphis Campbell, creía que él era ese futuro. Qué curioso cómo eran las cosas. Pero ahora tenía a Isaiah. Y si estaba en lo cierto respecto a lo que se avecinaba, tenía que prepararlo para el porvenir.

Mucho más tarde, fue a sacar un plato de un armario alto y acercó la silla de la cocina para alcanzarlo. Cuando se puso de pie sobre ella, una pata cedió y la mujer cayó sobre el suelo de la cocina. Se hizo daño en el hombro y la rodilla. Estaba bien, solo temblorosa y dolorida, pero la silla quedó destrozada. Y, con un escalofrío, recordó las palabras que Isaiah le había dedicado: «Debería tener cuidado con esa silla, hermana».