COSAS QUE NO SE CUENTAN

Evie fue directamente al apartamento de Mabel y las chicas atravesaron a toda prisa la salita, llena de humo de cigarrillos, donde los padres de Mabel celebraban una reunión política. Cuando cerraron la puerta de la habitación de Mabel, oyeron a los adultos discutir acerca de los derechos de los trabajadores respecto a las tazas de café.

—¿Qué te ha pasado? Tienes una pinta horrible —empezó a decir Mabel.

—Ha sido una joyita de día, amiga.

Evie le contó a Mabel lo del macabro asesinato de Ruta Badowski, aunque omitió la parte relacionada con la hebilla del zapato. Conocía a Mabel…, le gustaban tanto las cruzadas como a sus padres. Probablemente obligaría a Evie a acudir a la comisaría de policía más cercana y confesarlo todo. Pero Evie no quería revivir ni por un instante las cosas tan terribles que había visto.

—¡Qué horror! ¿Crees que tu tío Will puede ayudarlos a encontrar al asesino?

—Si alguien puede hacerlo, ese es mi tío. Es un genio.

—¿Y tú vas a ayudarlo?

Evie se estremeció.

—Ni loca.

En la otra habitación, las discusiones aumentaron de intensidad hasta convertirse en gritos. Alguien dio un puñetazo en la mesa y vociferó:

—¡Tenemos que hacer más!

La señora Rose pidió silencio y calma.

—Mabel, ¿podría dormir hoy aquí?

Mabel abrió los ojos de par en par.

—¿Quieres dormir aquí con este barullo?

Evie asintió. Necesitaba aquel ruido. Tal vez fuera suficiente para aplacar las pesadillas.

Mabel se encogió de hombros.

—Tú misma. Toma, aquí tienes un camisón.

Evie lo cogió y lo examinó con el ceño fruncido. Era casto, de cuello alto.

—Si me muero durante la noche, por favor, quítame esto.

—¿Podrías hacerme el favor de recordarme por qué somos amigas?

—Porque me necesitas.

—Creo que lo has entendido justo al revés, Evie O’Neill.

—Es probable. —Evie le dio un beso en la mejilla—. Eres una amiga absolutamente magnífica, Mabel, querida.

—No lo olvides.

Se encaramaron a la cama de Mabel y contemplaron las siluetas que la luz dibujaba sobre el techo en la oscuridad. Hablaron sobre la Operación Jericho y del pobre y difunto Rodolfo Valentino. Y también hablaron de su futuro, como si pudieran trazar el resplandeciente curso de sus destinos con confesiones secretas ofrecidas como plegarias a la benévola quietud de la habitación. Hablaron hasta que el sopor dispersó sus palabras.

—¿Alguna vez has guardado algo para ti que te diera miedo contar? —preguntó Evie.

Estaba más agotada de lo que recordaba haberlo estado jamás.

—¿Qué quieres decir? —masculló Mabel.

—No estoy segura —murmuró Evie.

Quería decir más, pero no sabía cómo empezar, y su amiga ya estaba profundamente dormida.

Imagen

Bajo un alero desmoronado de la vieja casa, una araña esperaba y observaba a una desventurada mosca que se adentraba en su tela. Cuando se hizo evidente que la mosca estaba irremediablemente atrapada, la araña se precipitó hacia ella y momificó a la criatura con un sudario de seda.

Como la araña, la casa también estaba alerta. A la espera. Llevaba muchos años esperando, había visto morir presidentes y disputarse guerras. Había esperado cuando el primer vehículo a motor rugió por las calles polvorientas y el avión desafió a la gravedad. Ahora la espera había llegado a su fin.

En la profundidad de las entrañas del viejo sótano, la llama de la caldera cobró vida con un estertor. Tras la caldera se extendía un pasaje secreto que llevaba a una habitación oculta cuyas paredes destellaban débilmente con símbolos pintados hacía tiempo, a modo de preparación. El extraño hizo girar una manilla y, allá en lo alto, una reja de metal, oxidada por el abandono, chirrió hasta abrirse y mostrar un cielo nocturno al que no afectaba la fosforescencia de las luces de la ciudad. Era el lugar perfecto para contemplar el transcurrir de las nubes lánguidas. Para observar las estrellas. O para apreciar la gran gloria de un cometa vaticinado a su paso de fuego. El extraño se colocó desnudo bajo aquel cielo. Su piel centelleante también era un tapiz de símbolos. Depositó los ojos sobre el altar e inclinó la cabeza, a la espera, como la araña, como la casa.

Los susurros llenaron la habitación, suaves al principio, más fuertes después, como el eco de un millar de demonios liberados en el desierto. La penumbra se movió. Las sombras estallaron y se proyectaron sobre el extraño y la ofrenda mientras las estrellas, frías y distantes, apartaban la mirada.