En la salita trasera de la casa adosada de la hermana Walker, Memphis esperaba en el prístino sofá azul mientras su hermano, Isaiah, permanecía sentado a la mesa del comedor concentrado en una tirada de cartas del revés. La hermana Walker sujetaba una en la mano de manera que ella era la única que podía ver el anverso del naipe.
—¿Qué carta es esta, Isaiah?
—El as de tréboles.
La hermana Walker sonrió.
—Muy bien. Has acertado diecinueve de veinte. Muy bien, Isaiah, de verdad. Puedes coger lo que quieras de la bombonera.
—La próxima vez, acertaré las veinte, hermana.
Isaiah metió la mano en la bombonera que descansaba sobre el tapete bordado que había en medio de la recién encerada mesa del comedor de la hermana Walker, pescó dos caramelos de miel y les quitó el envoltorio azul y rojo.
—Bueno, ya veremos, pero hoy has hecho un buen trabajo. ¿Te encuentras bien, Isaiah?
—Sí, señora —farfulló el niño con la boca llena de caramelos.
—No hables con la boca llena —lo reprendió Memphis.
—Bueno, ¿y cómo se supone que debo contestar? —dijo Isaiah con el ceño fruncido.
No hacía falta mucho para sacarlo de sus casillas, Memphis ya lo sabía.
—Gracias, hermana —agradeció el mayor con énfasis y mirando a Isaiah, que lo estaba ignorando.
—De nada. Ahora, Isaiah, te acuerdas de lo que tienes que decirle a tu tía Octavia, ¿verdad?
—Que me ha estado ayudando con la aritmética.
—Cosa que he hecho, así que no es mentir. Recuerda que es mejor no contarle nada a tu tía del otro trabajo que hacemos con las cartas.
—No se preocupe —intervino Memphis—. No se lo contaremos, ¿no es así, hombrecito?
—Me gustaría poder decírselo a todo el mundo para que sepan que soy algo —graznó Isaiah.
—Claro que eres algo, Isaiah —le aseguró la hermana Walker, y le dio otro caramelo de miel.
—Algo más —bromeó Memphis. Le puso una mano en la cabeza a Isaiah y se la agarró con fuerza—. Tienes cabeza de balón. Y con bultos, además.
—¡Eso son mis sesos!
Isaiah se zafó de la mano de Memphis.
—¿Es por eso? Yo siempre había creído que te dedicabas a esconder caramelos ahí arriba.
Isaiah le lanzó un puñetazo a su hermano. Entre risas, Memphis lo esquivó e Isaiah cargó de nuevo. Estuvo a punto de tirar una lámpara al suelo.
La hermana Walker los empujó a los dos hacia la puerta.
—Muy bien, caballeros, por favor, llévense sus estupideces a otra parte y dejen mi casa de una sola pieza.
—Perdone, hermana —se disculpó Memphis. Isaiah ya tiraba de él hacia la entrada—. Hasta la semana que viene.
La tía Octavia los estaba esperando en la salita en penumbra cuando volvieron. Tenía el delantal puesto y no parecía muy contenta.
—Vosotros dos, ¿dónde habéis estado? Sabéis que la cena es a las seis y cuarto, y que si llegáis tarde no cenáis.
—Lo lamento, tía. La hermana Walker quería asegurarse de que Isaiah entendía bien la aritmética —dijo Memphis al tiempo que le lanzaba a su hermano una mirada de advertencia.
—Margaret Walker —masculló Octavia. Señaló a los dos muchachos con un cazo de servir—. No sé si quiero que sigáis relacionándoos con esa mujer. Últimamente he oído unas cuantas cosas de ella que no me han parecido bien.
—¿Como qué? —quiso saber Isaiah.
—No va a la iglesia, para empezar.
—¡Sí que va! Es miembro de la Iglesia Bautista Abisinia.
—¡Ja! —exclamó Octavia con desdén—. Selma Johnson va a esa iglesia y dice que Margaret Walker apenas aparece por allí. El Señor no la reconocería si le enseñáramos una foto. Hay más posibilidades de encontrar en la iglesia a ese viejo loco de Bill Johnson el Ciego que a Margaret Walker.
Memphis deseó poder distraer la atención de su tía de lo que sonaba como el comienzo de una rabieta. A veces lanzaba diatribas contra la gente por faltas de respeto que solo ella percibía u ofensas imaginarias. «El Señor no reconocería a la señorita Tal y Cual si le enseñáramos una foto». «Barnabas Damson tiene el mismo cerebro que el Señor le ha dado a las galletitas para perros, si quieres saber mi opinión». «Corinne Collins no pinta nada dando catequesis. ¡Si ni siquiera es capaz de controlar a sus propios hijos, que corren como un puñado de locos en un manicomio!». «¿Sabes? He visto a Swoosie Terell en la tienda, y se ha comportado como una engreída, y eso que le hice una tarta cuando su madre estuvo enferma». El muchacho se preguntó qué nimio pecado habría cometido la hermana Walker para activar el mecanismo de Octavia.
—Dicen que Margaret Walker se metió en líos hace unos años —continuó su tía—. Estuvo en la cárcel y se mudó aquí para comenzar una nueva vida. Si no fuese una vieja amiga de vuestra madre, no le daría ni la hora.
—¿La hermana Walker estuvo presa?
Isaiah tenía los ojos abiertos como platos.
—No sabes si es verdad, así que no vayas repitiéndolo por ahí, Hombre de Hielo —le advirtió su hermano.
—¡No lo sabes todo, Memphis John! —La tía Octavia se había pegado a su cara—. Me lo dijo Ida Hampton, ¡y supongo que ella sabe mucho más de la vida que tú!
Memphis se preguntó si Ida Hampton se tomaba la molestia de contarle a alguien lo que tan bien sabía acerca de su pequeña adicción a las apuestas.
—Me he enterado de que se dedica a todo tipo de cosas que no son bien.
«Están», la corrigió Memphis en silencio.
—Tal vez hasta se dedique al vudú.
—La hermana Walker no practica el vudú. Ayuda a Isaiah con los números y los cálculos.
—Bueno, no sé si está bien que os relacionéis con ella. —La tía Octavia se volvió hacia Isaiah con las manos apoyadas en las caderas, como si fuera en serio—. ¿Hace algo de eso contigo, Isaiah? ¿Te obliga a hacer magia con las cartas o a poner las manos en una bola de cristal y hablar con los espíritus? ¿Algo de ese estilo?
Memphis trató de transmitirle una advertencia con la mirada a su hermano pequeño: «No digas nada…».
—No, señora.
—Mírame a la cara cuando digas eso. Mírame a los ojos y dímelo otra vez. —Isaiah hizo un mínimo movimiento de cabeza para intentar mirar a Octavia sin perder a Memphis de vista, pero su tía lo pilló y se interpuso entre ambos para bloquearle la vista al pequeño—. No mires a tu hermano. Soy yo la que te está haciendo la pregunta. Mírame a mí.
Memphis contuvo la respiración. Oía el retumbar de sus propios latidos contra su cráneo.
—Me ayuda con la aritmética —dijo Isaiah.
La tía Octavia permaneció inmóvil durante unos instantes.
—Bueno. Ten cuidado con ella, ¿me oyes?
Memphis soltó el aire con un ligero silbido.
—Sí, señora —contestaron Isaiah y él al unísono.
—Memphis, sé que no dejarías que tu hermano se metiera en ese tipo de cosas demoníacas —le dijo Octavia casi atravesándolo con la mirada—. No después de todo lo que esta familia ha tenido que pasar.
El chico tensó la mandíbula.
—No, tía. No lo permitiría.
La mujer le mantuvo la mirada durante unos segundos más y después les sirvió té helado en los vasos.
—Le prometí a vuestra madre que cuidaría de vosotros. No podría vivir conmigo misma si os ocurriera algo a cualquiera de los dos. —Octavia rodeó con ambas manos la cara de Isaiah y le dio un beso en la cabeza—. Id a lavaros para la cena. Memphis, hoy bendices tú la mesa. Y, después de cenar, coge la Biblia de la vitrina de la porcelana para que la estudiemos. —Como Memphis no le contestó, Octavia vociferó desde la cocina—. ¿Me has oído, Memphis John Campbell?
—Sí, señora —refunfuñó el joven.
Algún día conseguiría que los dos salieran de casa de su tía.
Cuando se hubieron aseado a satisfacción de Octavia, se sentaron en torno a la vieja mesa de madera que su abuelo, carpintero de profesión, había creado como regalo de bodas para su joven esposa, e inclinaron las cabezas.
—Querido Dios, te damos las gracias por esta recompensa que estamos a punto de recibir…
Memphis pronunció las palabras sin sentimiento. No estaba pensando en mostrarse agradecido por la cena, sino en la recompensa que esperaba recibir para sí mismo. Rezaba por su lugar en el mundo: sus propias palabras estampadas en un libro y una lectura en un salón de Striver’s Row, un sitio a la mesa junto a Whitman, Cullen y el señor Hughes.
—… Oremos en el nombre del Señor. Amén.
Octavia les pasó una cazuela de patatas asadas.
—Quiero que los dos tengáis mucho cuidado ahí fuera. ¿Habéis oído lo de ese asunto de debajo del puente?
Los chicos sacudieron la cabeza.
—Espero que no. Yo me he enterado por Bessie Watkins, que se lo oyó contar a Delilah Robinson, cuyo marido trabaja en los muelles. La llamó hace tan solo un ratito. Un loco ha cortado a una mujer en pedacitos.
—¡Esa es una conversación inapropiada para la cena! —exclamó Isaiah con la boca llena de patatas.
—Baja los codos de la mesa. Y no hables con la boca llena. Eso es lo que es inapropiado. —Octavia hizo un gesto de negación con la cabeza mientras untaba mantequilla en un trozo de pan—. No sé adónde va a ir a parar este mundo. Da la sensación de que se está precipitando con demasiada rapidez hacia el Día del Juicio Final.
Memphis odiaba los momentos en que a su tía le daba por hablar así. Nunca dejaba escapar una sola oportunidad de preocuparse por la cercanía del fin… y nunca dejaba escapar una sola oportunidad de inquietar a los demás con sus pensamientos.
—Bueno, en cualquier caso, quiero que tengáis cuidado. Isaiah, no quiero que vayas solo a ningún sitio cuando haya anochecido. Memphis, encárgate de ello.
Memphis tragó un bocado de patatas.
—¿Yo? Marvin te dejó a ti al cargo, ¿no es así?
—No emplees ese tono conmigo. Y no llames Marvin a tu padre.
—Se llama así, ¿no?
—De hecho, hoy he recibido una carta de vuestro padre.
—¿Va a volver? —preguntó Isaiah.
Octavia esbozó su sonrisa de «no hieras sus sentimientos» y Memphis supo lo que decía la carta sin siquiera leerla.
—Todavía no, cariño. Aún está instalándose.
—Lleva instalándose casi tres años —dijo Memphis mientras se servía en el plato un cazo de judías casi inmanejable.
—Está trabajando muy duro, y envía dinero para vosotros dos. No lo sabes todo, Memphis John.
—¿Qué le pasó a la señora de debajo del puente? —preguntó Isaiah, y Memphis le lanzó a su tía una mirada asesina.
—No te preocupes ahora de eso. Cómete las judías. Y bébete la leche o no crecerás.
—Y entonces tendremos que llamarte Retaco. El Viejo Retaco Campbell —lo provocó Memphis con la intención de distraerlo—. Tan diminuto que tenían que llevarlo de un lado a otro sobre un trozo de tostada. Tan pequeño que llevaba un sombrero hecho con un diente. Tan increíblemente raquítico que les daba pena hasta a los renacuajos.
Isaiah, entre risas, tragó un poco de leche. Octavia empezó a reñirlos, pero ni siquiera ella pudo contener las carcajadas. Así que Memphis siguió con la broma, alargándola hasta el infinito, como si pudiera envolverlos a todos y mantenerlos inmóviles en aquel momento con hebras de palabras.
En la quietud de su cocina, la hermana Walker encendió la radio. El aparato emitió zumbidos y siseos y finalmente cobró vida con la voz de un hombre que proclamaba los beneficios de un seguro dental. La dejó encendida. Aquella tos tan molesta había vuelto, así que cogió una pastilla de una lata cercana al azucarero y después encendió una cerilla para poner la tetera a hervir. El trabajo con Isaiah era prometedor. Muy prometedor. Hacía mucho que no veía a alguien como él. Pero se dijo que debía ser cautelosa y no emocionarse demasiado. Sabía muy bien que aquel tipo de promesas podía estallar y luego apagarse hasta desaparecer por completo, como se decía que había ocurrido con Memphis.
La hermana Walker volvió a la salita y encendió una lámpara. La bombilla expulsó de la habitación las sombras del anochecer. La mujer descolgó un cuadro de París de su clavo y lo apoyó en el suelo contra la pared. Detrás del lugar que ocupaba la imagen, se distinguía un cuadrado pequeño, apenas visible, recortado sobre el yeso. La hermana Walker lo retiró y sacó un archivador grueso del hueco de la pared. Tras sentarse en el prístino sofá, hojeó los archivos, revisó el material en busca de algo que pudiera habérsele pasado por alto. En la cocina, la tetera empezó a silbar. La mujer se sobresaltó y después se rio de lo asustadiza que era. Guardó los documentos y cerró el hueco de la pared. Colocó el cuadro de nuevo. El té estaba caliente; le calmó los ruidos del pecho mientras echaba un vistazo a los recortes de periódico que había ido acumulando.
Si no se equivocaba con respecto a Isaiah Campbell, el poder había vuelto. ¿Qué significaba aquello? ¿Cuántos más había como él? ¿De qué serían capaces?
¿Y cuánto tiempo transcurriría hasta que los encontraran?