AGRADECIMIENTOS

Muchas personas han sido fundamentales a la hora de llevar a Los Adivinos del caótico impulso inicial de «Tengo una locura de idea…» al libro terminado, y sería negligente por mi parte no reconocer aquí sus inestimables contribuciones. Le debo un agradecimiento enorme a toda la pandilla de Little, Brown Books for Young Readers: Megan Tingley, Andrew Smith, Victoria Stapleton, Zoe Luderitz, Eileen Lawrence, Melanie Chang, Lisa Moraleda, Jessica Bromberg, Faye Bi, Stephanie O’Cain, Renée Gelman, Shawn Foster, Adrian Palacios y Gail Doobinin.

Mi editora, la asombrosa Alvina Ling, trabaja aún más duro que James Brown (sobre todo ahora que él ha muerto), y guio este manuscrito con mano firme, brillante agudeza y algún esporádico interludio en el karaoke. Lo mismo vale para la ayudante editorial Bethany Strout, que tiene un ojo buenísimo para los detalles y que canta una versión terrible de Baby Got Back.

Mi agente, Barry Goldblatt, es, como siempre, el mejor hombre del mundo, y lo diría incluso aunque no estuviésemos casados. Pero, afortunada que es una, sí que lo estamos.

Lo más probable es que la correctora JoAnna Kremer sea una especie de agente gubernamental creada en un laboratorio con el propósito de liberar los manuscritos de atroces errores. Sin duda, la documentalista Elizabeth Segal salió de ese mismo laboratorio. Mi eterno agradecimiento, señoritas.

No podría haber hecho nada de esto sin las proezas de mi increíble ayudante, la sin par Tricia Ready, que me ayudó con todo, desde la investigación a la planificación, desde las lecturas del manuscrito a las peleas sobre los refrescos Dr Pepper.

Siempre me quedo patidifusa ante la generosidad de los expertos que se muestran dispuestos a ayudar a los desgraciados escritores con sus investigaciones. Por eso, debo darle las gracias a la incomparable Lisa Gold, la reina de la investigación. Quiero ser egoísta y quedármela para mí, pero es demasiado asombrosa como para eso: www.lisagold.com.

La ciudad de Nueva York tiene muchas bibliotecas y muchos bibliotecarios maravillosos; bastantes de esos bibliotecarios han acudido en mi ayuda como superhéroes, pero sin las capas ostentosas. Muchas gracias y una maqueta a tamaño natural de Ryan Gosling a mis amigas bibliotecarias Karyn Silverman, del Instituto Elisabeth Irwin, y Jennifer Hubert Swan, de Little Red School House. Más gracias y una cesta de fruta a Eric Robinson, de la Sociedad Histórica de Nueva York. Richard Wiegel y Mark Ekman, del Centro Paley para los Medios; Virgil Talaid, del Museo del Tráfico de Nueva York; Carey Stumm y Brett Dion, de los Archivos del Museo del Tráfico de Nueva York; y las plantillas de la Biblioteca Pública de Nueva York, el Centro Schomburg para la Investigación de la Cultura Negra, y la Biblioteca Pública de Brooklyn.

Los historiadores Tony Robinson y Joyce Gold me dieron varias «clases de historia paseadas» por Harlem y Chinatown/el Lower East Side, respectivamente; no puedo agradecerles lo suficiente el tiempo que me dedicaron. El doctor Stephen Robertson, de la Universidad de Sidney y autor de Playing the Numbers: Gambling in Harlem Between the Wars y del blog Digital Harlem, fue lo bastante amable como para contestar a mis preguntas sobre la lotería ilegal tras su conferencia en la Universidad de Columbia. Y el músico Bill Zeffiro fue una maravillosa fuente de conocimiento sobre la música de la década de 1920.

Tengo una enorme deuda de gratitud con mis lectores beta: Holly Black, Barry Lyga, Robin Wasserman, Nova Ren Suma y Tricia Ready, por sus inestimables comentarios sobre los primeros borradores. Mucho cariño y agradecimiento a mis amigos por correspondencia, que me han hecho compañía en partes de este viaje, me han escuchado quejarme, han contestado preguntas y me han dejado hablar sin parar sobre varios supuestos argumentos sin tragarse ni una sola vez un comprimido de cianuro: Holly Black, Coe Booth, Cassandra Clare, Gayle Forman, Maureen Johnson, Jo Knowles, Kara LaReau, Emily Lockhart, Josh Lewis, Barry Lyga, Dan Poblocki, Sara Ryan, Nova Ren Suma y Robin Wasserman.

Gracias como siempre a mi hijo, Josh, por su paciencia bondadosa y por sus amables gestos de hartazgo: «Se pone así cuando llega la fecha de entrega». Eres el mejor, muchacho.

Y en último lugar, pero no por ello menos importante, un saludo a los maravillosos camareros del Red Horse Café de Brooklyn —Chris, Derrick, Bianca, Aaron, Jen, Julia, Seth, Brent, Carolina—, que me han suministrado suficiente café como para que pueda considerarse un delito menor.

Si me he olvidado de alguien, por favor, que acepte mis más sinceras disculpas. La próxima vez que me vea, que frunza el ceño con fiereza hasta que le compre un helado para compensar.