al Festival Musical de Mayo de 1906
Las trompetas entran y tocan Santo y Seña; a sus
acordes, entra el Prólogo.
Se os convoca a asamblea, ¡oh, suecos!;
Tal era el sentido de mi llamada.
Y veo la sala llena hasta los topes
De compatriotas de todos los rincones del reino,
¡Desde los estrechos hasta los fiordos, del río al bosque,
Del monte al mar, os doy la bienvenida a todos!
***
El año pasado tuvo lugar el acotamiento legal de la tierra de este reino[269],
Y la antigua línea fronteriza rige aquí de nuevo,
Termine así cualquier reyerta de soberanía con nuestro vecino;
Nosotros unímonos en torno a nuestro hogar y a nuestra bandera,
En torno a nuestros propios recuerdos, a nuestras demandas;
Con rey propio y propias leyes.
Pero el timón del estado escinde frecuentemente el seso,
Solivianta las Cortes y altera los ánimos,
No siendo siempre harmonioso,
Porque para vencer lo único que cabe es pelear;
Pero es otro el asunto que aquí nos convoca
A apacible competición, a olímpicos juegos
Con cánticos y músicas, por primera vez;
Por primera vez se reúnen los compatriotas
Para asamblea de canciones con música nacional
En el país de la canción, y es memorable día
Que constará en los anales del arte.
Tras invierno desabrido tuvimos temprana primavera,
Y los sentidos despertaron y resurgió la memoria;
Una llamada recorrió el reino entero: tanto la costa cuanto tierra adentro,
Y la respuesta llegó en dialectos varios,
Y henos aquí unidos; aun cuando muchas lenguas
Oímos en torno, el tono es sólo uno,
Y en la música coincidimos como paisanos que somos.
Aquí no hay cambios y alternaciones vocálicas, ni sílabas abiertas y cerradas,
Y nada de mío y tuyo, sino nuestro, nuestro siempre;
Consonancia pura, armonía pura ha de triunfar.
*
Sonaba ya en tiempos primigenios el Canto Sueco,
Y canción devino: óptima, ópima canción popular,
Anónimo poema en notas y letra
Que aún vive en eterna juventud.
Más adelante, empero, comienzan a oírse nombres:
Recordemos a Düben[270], el de nuestra gran época,
Y a Rudbeck, el de Carlos Once,
El hiperbóreo sueco Olof Rudbeck,
Y a Román, el de los años de libertad, nombres apenas
De provecho, ni un eco siquiera oímos de sus notas
Pues resonaron en el estruendo de los tiempos bélicos.
Pausa luego: quizás de un siglo de duración,
Durante el que el Canto Sueco vivía sólo en gracia
Del mercado extranjero, acuñado en nuestra tierra.
Larga fue la espera, infinita, sin consuelo…
Hasta que llegó el día, a comienzos del siglo pasado[271],
En que el Canto de los Cantos revivió nuevamente,
Al ser desenterrada la semiolvidada melodía,
Las notas del lueñe pasado, de túmulos y ruinas de iglesia.
Con Gejer y Afzelius y Richard Dybeck[272],
Renació la Canción Sueca por segunda vez,
Y vestida con ropa del tiempo nuevo
Entró ahora en escena, en los salones,
Con Lindblad, Josephson, Wennerberg,
Hasta que Sóderman adoptó la escala veraz,
La escala del torrente que él mismo del hombre fluvial
aprendido había[273]:
De hórreos, graneros, parcelas, surcos
Entretejía él luego sus riquísimos tonos;
Y grandes son los nuestros: Berwald, Norman,
¡Con ellos comenzará nuestro festival!
Mas no dejéis que los grandes muertos
Maten a los vivos, que también tienen derecho a vivir;
Pero no pidan premio, premios aquí no se dan,
Pues el don de cantar conlleva su propio premio.
Vuestro aplauso resonante
Reforzará, duplicará el ímpetu de la música;
Vuestra silente censura será espolazo
Que, la vez próxima, hará la creación mejor y más bella.
Así, pues: comenzamos hoy, y mañana terminamos,
Y pasado mañana nos separaremos, cada cual a su rincón,
A vivir en chozas bajo verde follaje.
Recordemos entonces este festival de conciliación,
Y arrojemos al chivo propiciatorio a lo más reseco del desierto
Cargado con nuestros hereditarios remordimientos[274],
Nuestras envidias nuestras irritacioncillas;
Y entonces se regocijará nuestra madre Suecia,
Nuestra madre, y un poco madrastra también a veces,
Y nosotros avancemos hacia luminosos tiempos mejores,
A nuevas victorias, a nuevas competiciones de canto.