¡Mi canto a ti, reina de las flores!, como antes a sus vasallos,
A ti conságrame! ¡A la Rosa y a sus misterios mi canto,
A ellos abriré el camino, a riesgo de ser sacrilego.
Cinco es el número de la Rosa sencilla, no hay que olvidarlo.
Cinco triángulos surgen del círculo perfecto de su fundamento;
Pétalos se llaman, y conforman estriante ascensión,
Vulgo espiral; a la que Descartes apellida remolino[253].
La flor va en círculo, pero sin volver sobre sus huellas[254];
Paso a paso asciende paso a paso y en espiral crece hacia la luz
(El mismo método, por otra parte, de que se sírvense el sol y el sistema entero).
Los pétalos pentacornio en torno al centro forman,
De modo que el pentágono queda claro: fructíferos enigmas esconde:
Si se atasen juntos esos cuernos aparecería en su interior el pentagrama,
Isósceles, de igual volumen tres triángulos que se entrecruzan;
También eso llámase pentalfa[255], pues cinco alfas conforma.
Alfa es el nombre del Creador; ante el cual el mal retrocede.
Santo pentagrama, potentes signos de conjuro,
Protectores fuerzas diste a la Rosa, en las coronas de las novias,
O bien en el grijo de las tumbas en defensa del santo reposo.
Empero, es posible que interese observar cómo surgió la belleza
Cuando, bajo el juego de las líneas, salió a la superficie la rígida pentalfa.
Ved cómo, en la sección áurea, las líneas oblicuas se cortan unas a otras[256];
Por eso es tan bella la rosa, más bella, ciertamente, que cualesquiera otras flores terrestres.
Igualmente, las hojas en forma de copa que coronan las partes secretas,
Cóncavos espejos ardientes semejan, succionadores de solares rayos
Del fondo del celeste sol, e iluminan el connubio de las rosas.
Y un secreto más esconde ella, la reina de las flores.
La rosa ha resuelto el problema que Durero y Newton, entre otros,
Vanamente escrutaron; se llama «trividir el ángulo»[257].
Ved en qué ángulo de la figura de la rosa, la rosada pentacidad[258]
Divide las diagonales exactamente en tres partes:
Ángulos agudos de seis y treinta grados cada uno,
Al tener el polígono mismo ciento ocho ángulos.
Ciento ocho, número tomado del espacio celeste:
Venus, el número de los planetas[259], ¡y la rosa está bajo la advocación de Venus!,
La diosa del amor, hecha de belleza, aroma y espinas.
Flexible es cual mimbre, el más bello de cuantos arbustos hay,
De dúctiles varillas consta, con espinas cual dientes de lucio;
Flores no rompes si no es ensangrentándote los dedos;
Aplica a la raíz el hacha, pero la flor renace y cobra auge;
Y no teme al fuego; pues de su propia ceniza la ceniza cunde,
Y medra a lo largo del polvoriento camino, y entre la grava siéntese a gusto
Si no fáltanle sol y aire; ¡es la flor del amor poderoso!
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Dice la leyenda que el ruiseñor enamorose de la Rosa.
Verosímilmente no es así, pero sí es cierto que la picagrega ama al arbusto,
Y no por sus flores, sino por sus espinas; ¿es creíble esto?
La picagrega urde su nido a la sombra de punzantes espinas,
En las que horada a las víctimas de cuya enjundia disfrutará…
Ensangrentadas víctimas que ofrendará a la atroz Afrodita.
A la rosa le deleita ver sangre; lo cual es ahora, una vez más, su capricho,
Cruel y sensible, ante un beso, ante una vaharada disgrégase;
Sufrirlo ella no puede, pero incita a otros a sufrirlo.
Ved, ido el otoño, cuando todo está escueto y parámico,
Su arbusto es rojo cual fuego, y en cada punta se percibe un pomo.
Lacrimario semeja, cual aún úsanse en tierras de Oriente,
Lo cual antes llamábase signatura rerum: clara señal
De la naturaleza, que se esconde en la pujanza vegetal.
Piensa cuando tu ojo enferma, fatígase de esfuerzos y lágrimas,
Y el boticario te brinda agua hervida de rosas.
Humedece en ella tus ojos y raudas tornaránse claras tus miradas;
Quizás incluso veas ahora en rojo rosa cuanto antes viste negro.