I
Largas veladas pesantes
En esos desiertos cuartos;
Por alfombras y por pieles,
Y también por azulejos.
Él pasa, enjaulada bestia,
Pasa, pasa, no se para;
Echa una ojeada a los muebles:
De memoria los conoce.
De la reina el sillón real
Vacío junto a la mesa;
Varias sillas, cuerpo a cuerpo,
Hablarse una a otra parecen.
Gran piano, cerrado y negro,
Sarcófago de la estancia,
Del reloj al tictaqueo
Pasa en un segundo un día.
Silente estancia desierta
En las tinieblas deslíese,
Las polillas la luz rondan
Y un súbito gritito se oye;
¿Llega acaso de la mesa
De roble del comedor?
Él escucha: la palabra
Libre allí es y el pensar picaro;
Rumor y charla amistosa
Entre áureas copas y luces
Temblosas de allí le llegan.
Vida alegre en huera casa,
Luz apágase y del techo
Penumbra baja cual nube;
Todo el silencio lo empapa
En tinieblas y las sombras
Los rincones rondan. Luengas
Pesantes veladas. Pasa
Por los cuartos él y el suelo
Gastado huellas conserva
De sus pasos a su paso.
II
Largas, solas, pesantes veladas
Pasé pisando el suelo afelpado,
Oyendo cantar la mecha en la luz,
En tensa espera de oír las doce
Porque al fin llegáseme el sueño:
Soñar, olvidar, y luz de vida
Ahogar por una noche entre almohadas.
Mis vueltas y el tictac del reloj
Veo ahora a través de la ventana,
En la noche do el negror se cierra
Y el brezal parece tener fin.
Y lejos, do el bosque me hace guiños
Surge una luz, única, mas grande,
Roja es, y triste su pestañeo
De vez en cuando, como si fuese
Intermitente y entre negrores.
Se muy bien que eso no puede ser,
Pues se ven al fin de la ciudad
Casas en torno a una plaza abierta.
Así pues devánome los sesos
Todas las noches viendo esas luces:
Desierto y desierto juntándose,
Exactamente como aquí pasa.
E imagínome ver allá lejos
Una figura encorvada, insomne,
Tratando la noche de acortarse,
Dispuesta a todo a cambio de olvido.
¡Dime, extraño que a la luz te ocultas!,
¿Ves acaso pestañear mi lámpara?
¡Te saludo desde la Casa Roja[251]
Y te acepto como amable seña!
Y ya no me siento solitario,
Pues mejor compañía no existe;
La obscuridad juntarnos parece;
¡Quizás sea mejor no vernos nunca!
III
Al otro extremo del corredor
Se encuentra la habitación cerrada;
Sólo una vez se abre, en primavera.
Pero a veces creo sentir un ruido,
Más en largas veladas pesantes,
Cual negror juntándose y silencio.
O cual trino de golondrina óyese
Posada en la orilla, junto al agua
Del río, que a su lado murmura.
Quizás, cual fantasmal cotorreo
Infantil en el vacío cuarto
Cuyos habitantes muertos están.
¡O quizá nunca hayan existido,
Mas una cosa es cierta: no están!
IV
¡Caminante!, ¡di!, ¿qué es lo que esperas?
¿Llamadas?, ¿cartas?, ¿quizá visitas?,
¿Que alguien tu puerta acaso entreabra?,
¿De tu cocina la puerta?
¡Caminante!, ¡di!, ¿qué es lo que esperas?,
¿Una tronada?, ¿un incendio?, ¿un golpe?,
¿Un golpe del destino que rompa
Tu choza reduciéndola a astillas?
Tú mismo yacerás en serrín[252]
Y entre olor a pino dormirás
Y resinosas tablas. Despiertas
Cuando tu choza sea sólo polvo.
V
¡Abre la ventana, es silenciosa
La tarde y es obscura y es tibia!
En la huerta y bajo las estrellas
Todo se difumina a tus ojos.
Pero las flores siguen allí
Y el rocío, tierno, las suaviza,
Mas como allí las tinieblas rigen
No se pueden cerrar contra él
Con sus colores abigarrados,
Pero la noche pueden aromar,
Y la reseda de los macizos
Serpentea y se enlaza entre rosas
Elevando a ti sus efluvios.
Y así llega el viento de la tarde
Deslizándose entre grandes tilos
Hacia las flores donde persigue
Rocío y olor para sus alas.
Y entonces suave suspiro oyese
De los macizos entre el verdor
Y llega raudo hasta la ventana;
Y al caminante que está allí dentro
Le susurra un recuerdo agradable.