EL HOLANDÉS[236]

PRIMER CANTO

Siete años navegué sin rumbo fijo

Por mar desierta, huyendo de la tierra;

A veces vi luz navideña o fuego

Sanjuanero llamarme a tierra incógnita.

Mas jamás una flor, jamás un árbol,

Un áureo campo, prados verdecientes;

Yo miraba del mar a lo más hondo,

Viendo de algas arriates infinitos.

Aquello era mi estío, mi consuelo;

El sol en equinoccio, primavera;

Las móviles estrellas, el otoño;

Mis cerradas heridas, el invierno.

El séptimo año, según mi destino[237],

Volví proa a la más cercana costa,

Y el juicio que de Roma golpeábame

Llevó mi nave y gente a tierra firme.

Un día bajé a tierra; en una urbe,

Junto a la catedral, en el mercado,

Con un romero hablé, bien lo recuerdo,

Bajo la Virgen, en el vasto atrio.

«Hijo», me dijo, «cerca está el dolor;

Se prepara tu séptimo cilicio:

Lo mejor y más dulce de la tierra

Desgarrará tu corazón de nuevo.

¿De qué sirve la duda? El cielo ordena;

Tú escupe al mar, muestra tu puño al cielo,

Tu orgullo has de humillar, y por cien veces

En la rueca de Omfalia tejerás».

De la mano llevóme por callejas

A un portón cabe el pozo de María.

Una mujer prendió a mis fuegos fuego,

Y mi monje esfumóse al yo volverme.

SEGUNDO CANTO

¿Qué es esto?, ¿qué es esto?,

Era una niña envuelta en velos blancos,

Un coro de armonía eran sus líneas

Que bajo el blanco velo traslucíanse.

¡Reflejo vivo del cosmos!

Fuerte parábola eran sus caderas,

Como cometa, ignoto espacio adentro…

Volvióse y la vi, raudo, y vi sus líneas

Cambiar en semielipses,

Cual las que hace la tierra en torno al sol

Y a fin se forman en oval trazado

De cuyo vital punto radios ábrense.

De los hombros a la ingle se dibuja

El hexagrama santo,

El gran Orión contra la estelar bóveda

Donde el cinto se marca en el ombligo[238]

Y en la que surge el ecuador celeste

Bajando hasta el esférico triángulo

Por tres arcos convexos acotado:

Cúpula es del templo en la cimera,

¡Templo que la maternidad santificó!

Y encima, el fuego, en curvas erizado,

De solar casco y de lunares hoces

Cuyos dos pechos, curvos, son la Tierra.

¡Así, hinojos nubosos de la Vía

Láctea, y del muslo el sutil arco, como

De un cuerpo que lanzárase al vacío!

Sí, el redondel del pie, del hombro el cerco,

Y la pujante curva de los brazos,

Todo lo cual surgido ha de la esfera:

¡Sinfonía de esférica armonía[239];

De la esfera y el cono[240]

Cono de luz que el mismo sol nos manda!

¡Tú así, mujer, de luz celestial hecha,

Del creador reflejo en su creación,

Del universo con pedazos hecha,

Eres, por tanto, el Todo!

¡Omnidadora

ante la cual yo soy vacío y nada!

¡Hija del cielo, empero! De la Tierra

y de los reinos de natura hecha

pulvíscolo do el alma habitar debe.

Tu oreja, en forma de marina concha;

Tu boca, flor de miel[241],

Su forma, cual stoma[242] que a la planta

Aire da. Tu nariz: sus alas curvas

Veo en zarcillos de uvas y melones.

La madreperla de tus dientes de píscicas escamas cobró forma.

Tus ojos cual zafiros son azules y negros como el ónix,

Y pardos pueden ser, igual que el ágata.

Y la piedra está hincada en tu epidermis,

Piel blanco-azul, cual huevo de paloma

Sobre lecho acotado sutilmente

Con plumón negro a una garza hurtado.

¿Con qué comparar puedo tu cabello?

¡A crin de hipo indómito, o a púrpura marina[243],

O a finas algas de la mar profunda,

O a imperial hierba, césped o fetuca,

Pampera hierba, crespa, hosca!

¿La tejió acaso en seda algún gusano

Para sábana de albas mariposas?

¿O araña embobinó tan sacros hilos

Para cazar con ellos áureo insecto?

¡Cuando Urano cavó en la Tierra joven,

Y Gaia, Tierra-Madre, se le unió[244],

Eva misma tornóse tus guedejas,

Primer velo de novia

Cuanto primer sudario!

Guedejas que tus lágrimas secaron

Y hurtaron tu pudor

Cuando de Edén el parque abandonaste

Por el huerto de espinas que es la Tierra.

A la sombra de cuyos frescos bosques

Reposas tus cansados, pobres ojos

Cuando la aguja al fin del día dejabas

O tu vigor secaba enfermo hijo,

Bebiendo tu alba sangre

De las niveas copas de tu pecho!

*

Al calor de guedejas también pude

Dormir de madre o cónyuge en el seno.

Una vez eran rubios y volantes

Cual brote estivo o primaveral rama;

Otras como cipreses negros eran;

¡Como fustas trenzadas de serpientes

Me hirieron en los ojos;

Y tejidos cual mísero cilicio

Llevé encima su peso!

¡Oh, dulce fusta…!

TERCER CANTO

Henos de nuevo ante la catedral

Yo con mi peregrino.

Pasó un año de horror inolvidable

Y todo ha terminado.

En el puerto mi nave abarca y piafa

Tan deseosa cual yo de hacerse al mar.

Milagro es que aún yo permanezca vivo

Y en la gracia del cielo,

Más, sin embargo…

Blanco es mi pelo ahora,

Pálidos son mis ojos.

¿Tendrá nombre el dolor que yo he sufrido?

¡El mal premeditado,

La consciente mentira,

La calumnia maligna,

Tan sin fondo y sin causa

Como el odio!

Y, sin embargo…

A nupciales placeres dirigíme

Como a infantiles juegos;

En manos de ella abandoné mi sino

Y reposé mi testa en sus rodillas

Cual si de amigo fueran,

¡Omfalia!, ¡Omfalia!

Y al fin, despierto de amoroso sueño,

Prisionero descúbrame

De mi peor enemigo en la mazmorra.

En el fondo de un pozo maloliente,

Encadenado a un muerto

Que empudreció mi alma

Trozo a trozo.

¿Dónde hallaste el poder, pequeña máscara

Hasta herir de tal forma al poderoso?,

¡En mí fue, en mí, en mi gran fuerza humana

Donde lo hallaste!

Yo di, tú recibiste;

Más yo cuando yo cerróme

Y reclamé mis dádivas

Cesó tu omnipotencia.

No hay vicio ni delito

Ni mal ni agravio,

Perversión o locura

Que yo no haya sufrido…

Y empero…

Al de nuevo ser libre

Y sentir cerca la hora del adiós,

Y en el viejo enemigo ver amigo;

Suave ludibrio el tiempo ido cubre…

¡Bien sé que en mí el pasado fue una prueba!

Y que en nido de víboras no he muerto

Ni de dolor fui pasto

Lo cual me alegra y aún me decepciona

Y agradecido y conciliante me hace;

Así, pues: contra y a pesar de todo

Frecuente depresión se siente viendo

Que la vida no da nada por nada,

Ni victorias si no es con llagas grandes…

Adiós, Omfalia, pues, mi ex regidora,

De tus ofensas ahora sotorríome;

Esclavo fui, también tú esclava fuiste;

¡Pero yo ahora soy hombre, y tú ramera!