¿Qué esperáis pesadísimos cuervos
Allá abajo en el seto autumnal?
Antes era tan solo el corvato
Refugiado en el árbol desnudo.
¿Qué esperáis cacofónicos cuervos
Extendiéndoos a cientos y cientos?,
¿Cebo acaso o carroña
Que dejó el carnicero?,
¿Yace acaso en la paja
Una bestia muriente,
O será que hacéis fiesta los cuervos?
¿Qué esperáis cacofónicos cuervos
Allá abajo, en redor de mi casa?,
En los tilos los veo,
A los vientos meciéndose;
En las ramas nocturnas croando
Y en las diurnas las alas arqueando,
Y esperando que alba se encienda.
¿Y qué gruñen los canes cetrinos
En la finca del gran plantador?
Por los bosques buscando y saltando;
Siempre alerta, jamás distraídos.
¿Y qué cantan los canes cetrinos?
¿No será que a cadáveres cantan?
Sentados en grupo
Gruñendo y cantando
Y el cuello estirando
Tirante la oreja…
Ardiente y reseco el hocico…
Gruñendo les oigo
Cuando el búho su grito comienza.
¿Qué chillan los búhos de gualda
Por los techos de hórreos tantos,
Cuando tanta abollada veleta
Casi al viento no puede hacer frente?
¿Qué cantas, veleta roñosa,
En la música triste y nocturna?
¿Eres cal o cadáver?,
¿Vales tú o valgo yo?,
¿Apuro es o miseria?,
¿O presagio de muerte?,
¡Miseria es y muerte es y cadáver!
¿Y que hacéis, encorvados sujetos,
Allá abajo en el niveo páramo?,
¿A las liebres, quizá, ponéis trampas?,
¡Mas la tierra ya se abre en deshielo!
Se llevan ramillas,
Desgajan estacas,
Despejan la senda,
Mensuran peldaños;
¿Es senda de invierno
Sobrada o escueta
Que hiende la mar congelada?
¿Qué hacéis, pues, encorvados sujetos,
A la entrada de ésta mi casa?,
Ahora cruje en la tranca la puerta
Y es que un hálito niveo lo oprime.
Los hombres ramillas
Esparcen en nieve;
En tanto caen gélidos
Estelares copos,
Las huellas se borran,
El humus se esponja,
¡Basta!, ¡basta!, ¡basta!,
¡Blanca, amarga cual sal es la nieve!
Llegan trineos, gritan cocheros,
Jadean lámparas, se aleja el día.
Los hombres llevan, los hombres clavan…
¡Termina el cuento!, ¡termina el cuento!
*
Y se oye un grito…
*
De la escalera el techo rasga un grito,
Que retumba por campos y casonas
Y el viandante en la calle tiembla al oírlo
Y se detiene con las manos juntas.
Y en alto piso de desierta casa,
A la ventana, sobre arbórea fronda,
De luto un hombre alarga ante sí lámpara
Como queriendo al páramo dar luz;
Y aúlla con voz de loco o bien de bestia
Recién herida en su prisión exigua:
¡Ha muerto Chrysaetos!
Su voz el niveo páramo unce, y llora
Hasta morir en nórdicas alturas,
Más el bosque viviente lo repite
Y replica gimiente cuanto breve:
¡Chrysaetos ha muerto!
*
Por estancias vacías yerra solo,
Doquier velas y lámparas enciende.
En el salón colgado fijo mírale
El retrato distante y frío.
Él, furioso, de cuarto en cuarto busca,
Busca lo que ya nunca encontrará,
Vana busca que al loco encoleriza,
Y lo que busca ya no rememora.
Cajones abre, armarios y alacenas,
Del pasillo va luego a la cocina,
Y bajo mesas mira y bajo bancos
Hasta que en el vestíbulo se aquieta.
Allí un abrigo cuelga abandonado:
La piel del cuello suavemente usada
Por las mejillas que rozarlo suelen.
¡Él recuerda y sus ojos brillan rojos…!
Y afuera, en plena noche…
¡Y afuera, en plena noche, nieve y páramo,
Y él corre y busca, busca,
Salta fosos, rutas franquea,
Mas la nieve le envuelve y le revuelve!
¡Husmea!, ¡husmea!, ¿tienes pistas ya?
Bajo hielos y fríos y diluvios
Él tropieza con piedras
Y entre zarzas se enzarza
Y en torno a él cual muro crece nieve…
Como bestia feroz va contra el viento,
Ciego está, su mejilla luce pálida,
Su pulso se encabrita, ¡sigue!, ¡sigue!
¡Ve de puntillas que si no te hundes
Sin que nadie te vea,
Nadie morir, por mucho que aúlles, te oiga!
¡O en las flores de nieve te sumerjas!
¿Tienes miedo, hijo mío?,
Ve, negro el cielo está como pizarra
No escrita, como piedra en una tumba
Sin inscripción.
¡Resiste!, ¡estáte inmóvil!
*
Y él sigue, va del sur a las colinas,
Do entre abedules se alzan los alerces…
Ahí sangra el corazón, la mente se abre,
Ahí solía él ir con su mujer.
Lejísimos, al norte, ¿es un delirio?,
De la casa desierta ve la mole
Cual tren raudo que espera en la estación,
¡Y allí está su ventana iluminada!
Y él grita entonces:
¿Sale ya el tren?,
¡Decid!, ¡decid!
¿Es quizá el tren nupcial?,
¿Esa novia que vi
Es mi novia de hogaño,
Toda de blanco y verde
Envuelta en seda y gasa,
Toda de blanco y verde
Cual florido cerezo
Que ante estancia yérguese?
¡Sentado al sol, con sol en mis sentidos…
Allí fue…, y era mío Chrysaetos!
*
Y luego canta:
Días de estío, suaves vientecillos,
Olas azules, tierra gualda y tibia,
Hiedra, en torno a mi choza entrelazada,
Mi mesa puesta con sus hojas cubre.
Y sobre el mar, y entre las largas olas,
Tú y yo nadamos codo contra codo,
Y el fresco mar la sed sacia de llamas
Que el sol enciende en nuestro seno.
¡Y al salir tú del húmedo regazo
Del mar caí yo de pleno en tu belleza!,
¡Perdóname que me jactase entonces:
¡A ti no te ve Némesis![229]
¡Chrysaetos!
¡Chrysaetos áurea águila, ojos de oro,
Por vez última al sol vi yo ascender…!
Y fue al vernos los dos en la alta cima,
Tentándote a bajar yo con mi canto…!
¡De tu ala una pluma arranqué entonces
Y con ella en tinta áurea escribí luego
Los cantos que conoces… de la Gehenna[230],
Que transformóse en nuestro paraíso!
*
Estival tarde…
Tarde de estío, dulce y quieto el viento,
A la verde luz de las hayas,
En los ojos el sol y en las mejillas,
A nuestra casa, en hiedra envuelta, vamos…
¡Tardía tarde estiva, bosque quedo,
Las aves ya no cantan,
Cuando, apenas abiertas las flores,
Sobre nuestras cabezas caen las hojas!
*
Junto a la fuente de agua férrea
Crecen doradas florecillas,
Cobriza sierpe bajo argénteo tilo[231]
¡He aquí el enigma del boscoso elfo, que es tuyo y mío!
*
Mientras se agitan los recuerdos…
Mientras se agitan los recuerdos como
Nieve invernal, él se hunde bosque adentro.
Pero el bosque termina y él se para
Junto al lago, do hay de arado surcos.
La invernal ruta, tiralíneas recto,
Por podados abetos flanqueada;
Mas sobre ella se extienda negra tinta
Y él se para, abatido, y la contempla:
Un jadeo, un gemido, un bestial trago,
Luego un aullido, un infinito horror.
De la tiniebla llega, desbocado,
Rojinegro coloso,
El hielo mécese y el agua muge.
Las ramas se estrechocan y se curvan,
Moles de hielo rómpense cual vidrio,
Cristalinas resuenan sus astillas,
Música cual de miles de laúdes
Por fuerte terremoto disgregados.
Y al lado, tal ballena herida,
Jadea el vapor en carbonoso humo,
Hundiéndose en el valle de las olas
Y fantasmal espuma en su torno álzase.
*
Cuando el sol sale…
Cuando el sol sale sobre helado campo
Curvados hombres entran azulencos
Para mirar dónde el vapor se esconde;
Y cual gorriones cuervos se apretujan
Para picotear golosamente.
En torno al hielo siéntanse los perros
Gañendo igual que suelen en los bosques,
Cual si profetas fuesen.
El REVISOR
Yo siempre tuve suerte, pero ¿qué cantar puedo?
Si Eros omnipotente manda, ¿qué diré yo?;
Dolor, nuestro poeta cantó el suyo en sus versos.
No es mío este concurso, ni es lira mi carraca;
Contaré, pues, un sueño que soñé en mi escritorio.
SOÑÉ…
Soñé que era un tullido
Y en una estancia estaba que era mía…
De la lámpara al rojo resplandor
Vi unas personas que conocer quise.
Al fondo de la estancia mi ojo izquierdo
Divisó un hombre al piano…
Ninguna de sus notas captar pude…
Mas distinguí en los rasgos de los otros
Cuán cambiantes sonaban esas notas
En obscuras, cortantes armonías…
Del músico tan sólo las espaldas
Veía y la sombra de su móvil testa
Sobre la partitura enfrente de él…
Y en esa partitura hinqué mi vista:
A distancia sus negros garabatos
Cual de un rostro los rasgos se juntaban
Y a los de los demás se parecían…
Y cuanto él más tocaba, más oyentes
Iban apareciendo en aquel cuarto,
¡Y por sillas, sofás, mesas y estantes!
Denso era el aire, alguien abrió la puerta,
Y el vestíbulo todo estaba obscuro;
Luego la puerta del zaguán abrieron,
Donde ardía un gas que era mate y blanco
Luciendo en las baldosas blanquinegras
De ajedrez a tablero semejantes.
Detrás serpenteaba la escalera
Con balaùstre de caoba, junto
A la saetera del zaguán al fondo.
En la escalera, esbelta y alta forma,
Inmóvil, negra ropa, opacos velos;
La forma se encorvaba, cual en honda
Desesperada reflexión sumida…
Mis ojos, acuciados por lo nuevo,
Del zaguán cruzan ahora la ventana…
Allí, la huerta obscura, y más allá,
Al otro lado, iluminada casa…
Cortinas de damasco, lujo, caros
Muebles, un comedor con mesa puesta,
Para dos sólo, más todo era plata,
Y el objeto más ínfimo era de oro…
Peonías y lilas en jarrones chinos,
Y aparador repleto de cuanto hay
En el mar y en el bosque…
Mas no veíase allí ningún ser vivo…
Mi vista, hasta allí hincándose, devino
Un hilo y por ese hilo yo seguía,
Y en un instante estuve allí metido,
Yo, toda mi persona, yo completo.
Deslumbrado me vi en el comedor
Quieto y con miedo como delincuente…
Miré mis pobres ropas,
Mi rostro, mis muletas…
Equiparéme a un cuervo tiroteado
Con las patas colgantes so las alas…
De vergüenza lloré… Se abrió una puerta
Y del salón entró allí una mujer…
Y era la forma que vi en la escalera,
Ataviada de novia, irradiante
De juventud, belleza, infantil gracia…
La mano me tendió, sus ojos dícenme:
«Ahora eres mío cuanto yo soy tuya…»
Caí de hinojos y sentí un instante
Lo frágilmente ruin que yo allí era…
Indigno del amor de una mujer…
Ella sonrióme y díjome: «¡Levántate!».
Levánteme, diciéndome: ¡Soy joven,
Fuerte y sano y no ya tullido y frágil!
¿Jamás lloraste de excesiva dicha,
Cuando el alma se esponja y se engrandece
E irradia rayos de alma gratitud,
Infinitos, allende los planetas,
Y más allá, sí, más, pues no hay confines…?
Y heme aquí, yo, sentado con mi novia…
Todo era de mi gusto: pensamientos
Y palabras parimos y engendramos,
Sentíame de ingenio reluciente
Y en alas del ingenio era alto el vuelo
O sumíamonos al centro mismo
De todo: mundo y hado humano obscuro
Interpretábamos cual libro abierto…
Boda fue que de dos almas hizo una…
Y aun cuando que era perfección le dije,
De modos y no menos de vestido,
Como en todo lo bello, había un fallo
De gusto en ella que mi vista hería…
Un pedazo de cinta, roja, absurda,
Que en su hombro derecho me irritaba.
Largo tiempo contúveme, forcéme,
Más, finalmente, ya no pude más
Y mi mano saltó, cogió la roja
Cinta sin mala idea ni pensarlo.
Y entonces transformóseme mi amada
Y un rostro tan cruel cual de Gorgona
Do cada rasgo era una sierpe viva
Mostróme arrebatándose la máscara,
Y con voz de nocturno ángel silbóme:
«¿Ah, de modo que tú eres un pedante
Criticador de cuanto amar debieras?».
«No», respondí, «yo quiérate perfecta,
Te vi un defecto y de él quise librarte».
Y ella: «¡Liberador, vete a tu casa,
Si no te gusto siempre tienes otras!
¡Será mejor que bajes a la calle
Y allí veras que ya no me precisas!»
Comenzó así reyerta interminable
Donde ni ella ni yo nos entendíamos;
Tormenta de palabras sin sentido
Se emplaza así y acaba en lucha abierta…
Pienso que días reñimos, no, semanas,
Años, todas las luces se apagaron
Y el sol siguió a la luna, y ésta a aquél
En sucesión que fue cual de segundos…
A veces despertábame, más rápido
Dormíame a soñar la misma riña…
Por fin luchamos, y lloramos luego
Amargamente nuestra humillación…
Conciliación, caricias y promesas
De amor, reyertas nuevas, nuevas riñas…
Yo grité entonces: «¿Es que no habrá fin,
Nunca jamás veré el fin de este infierno?».
No lo hubo, cada noche se renueva
El sueño, ¡y para mí es como otra vida!».
El VICEPASTOR
Pisando huellas pisadas a mi buen notario sigo,
Apenas aprendiz soy del padre del verso patrio,
Stiernhielm, primero y óptimo que en hexámetros cantara
En sueco, el clásico verso que en seis pies se distribuye,
Haré así dos miniaturas del viejo paisaje sueco.
EL CENTENO HUMEA
Humea matinal el centeno en pujantes espigas,
Sopla la tibia brisa del sur, ondulando la superficie;
Como polvo de harina un velo se alza y se mece al viento;
Boda de púdicas flores oculta como el abrazo de Júpiter
En las nubes, así que el anual milagro ocurre ahora a escondidas.
Aroma cual de pan fresco se esparce en alas de matinales brisas;
Sólo un murmurio, un temblor recorre la ruidosa paja;
Y silencio de nuevo; y cuando el velo se retrae de tan meciente cosecha
Secretamente ocurre lo secreto, pero el milagro se deslíe en signos.
Dios, el don del bueno es pan; en las brácteas de la flor del centeno
Discernir puedes su garbo, signatura rerum llámase;
Podados por un artista, mínimos, límpidos modelos
Cuelgan, atisbantes, de las flores, mostrándonos útiles de panadero.
Rodillo de hornear, pala y punzador, con raspador, cuchillo, rodillo…
Todo lo cual un niño me ha enseñado, rehuyo la fe de los mayores.
El campo no tiene seto, abierto se extiende sobre la tierra,
Expuesto a insectos y sabandijas y a huestes devastadoras de gusanos.
¿Quién dio a la semilla defensa, quien defiende a la brizna de paja en el campo?
La mala hierba despeja las dañinas sabandijas:
El aroma anestesiante del cuajaleche, de la manzanilla el especiado aroma,
El hedor repulsivo de la magarzuela, el ponzoñoso vapor del espolillo,
La margarita misma, y el aciano, todos los cuales buscan el reposo vesperal del estío
Cuya secreta energía jamás mancilla el vértigo canicular.
De modo que la bien defendida semilla de las pujantes plantas se siente segura,
Tan segura como las ropas contra la polilla por la agria, pozoñosa cizaña.
Pero cuando llegan voraces huestes de ratas y ratones, de gorriones,
Devastadora manada, hurtando por huertos y surcos,
El rascón los asusta a todos con su cortante estrépito de matraca;
Invisible él mismo entre espigas isócromas y de todos espantajo,
Por más que ninguno vea su vuelo ni perciba a tiempo su llegada,
Nacido sin fuerza volandera pero tan móvil como cualesquiera otros en el otoño.
Cómo se mueva ni los más sabios podrían contarlo;
El rascón es atalaya de huertos, único genio de los campos.
*
EL HÓRREO
Si caminaste acaso un día de pleno estío entre florecientes campos y huertos,
Lejos de la casona, en busca de senderos solitarios;
Cruzando un vasto campo a grandes pasos, viste, sibilante, asustadora,
Serpenteante sierpe desaparecer arbusto espinoso adentro.
La picagrega alza súbito vuelo entonces, da vueltas, engaña, se eleva.
Tú bordeas el bosque, de heléchos y enebros bordeado;
Hierba enana, una danza de elfos entre hongos y blancas flores de henaje;
Lánzate senda adelante entre relucientes raíces de surcos,
Relucientes agujas aromáticas a resina y resbaladizas bajo el pie;
Hormiguero al pie del pino viejo como carbonera que es refugio de sabandijas;
Ramillas de meruéndano cetrinas como mirto. La blanca brusela
Mézclase como flor de azahar en la corona de la novia.
El picorojo pica y martillea el tronco, ahuecándolo, y el lugano, en la copa misma,
Hace su nido en las ramas cedientes de un altísimo pino;
El espumuy clama pidiendo auxilio como una parturienta.
Pujante es el bosque y tétrico cuando el espumuy sacramente lo incuba.
Semeja la celda de un pensador si con pesados y verdes cortinajes
Incita tu sentido al celo, al esfuerzo mental, a la veneración.
Pero he aquí que de nuevo cala luz, ante la vista se abre una grieta en el boscaje;
Los mojones se enderezan, firmes, en torno a las raíces crecen fresas del bosque,
Y el lecho de musgo parece coraza de la tierna linnéa boreal,
Campánulas color melocotón aromáticas a leche y almendra
Y finas cual aguja del grosor de un rayo de sol perforan el verdeciente terciopelo;
Tallo rígido como brizna de paja, exacto, coqueto ornado.
La senda que conduce al pasto serpentea de nuevo en la obscuridad del abetal,
Obscuros troncos se yerguen; en una hondón luce forestal laguna,
Nenúfares albos cual guata salen del agua fangosa;
Despósanse a plena luz, pleno sol, pleno aire,
Zambúllense luego, ocultando en limo su dolor.
Breve como el placer mismo es el instante amoroso en toda la naturaleza,
Comienza en las nubes del cielo y acaba en el fondo del pantano.
Cesa la desviante vía, como un cielo de luz ábrese el prado;
Floreciente prado de tréboles, aromático a miel y a frambuesa,
Rojos, albos tréboles, meca de abejas y de abejorros:
¡Canta el prado! ¡Queda inmóvil, escucha el coro de cantores!;
¿No es a ti mismo a quien oyes como si las flores mismas cantasen?,
¡Canto floral, floral aroma júntanse al viento en recíproca armonía,
Captable únicamente para quien háse desvinculado de una vida compartida
En vana pompa de afectación para renacer en plena naturaleza!
Sigue los pasos del reno, junto a la cuneta alza su nido la alondra;
Termina el seto de tréboles y el prado se extiende hasta el pasto;
Suave como parqué el dulce paisaje de robles y tiemblos,
El gran patio se abre a la sombra protectora del vallado, cabe la fuente.
Una casa solitaria se divisa, gris, no muy distinta de un templo;
El atrio sustenta el gigantesco tejado de madera grisblanquecina;
No vénse ventanas; allí no viven bestias o personas.
Y allí se alza, a solas consigo, de soledad escueto símbolo,
Justo do tú quisieras vivir si fuésete posible vivir solo,
O sea, quiero decir: sin ti mismo, pues solo sigues sin estar solo;
Tu yo te sigue, te acompaña como la sombra sigue a su señor.
He ahí el hórreo, la casa de las flores, del heno reseco;
Y, a modo de compañía, ved a su lado el gigantesco tilo cubierto de musgo,
El tilo, árbol mágico y libre, que sólo en el aislamiento crece;
Solo en la avenida del parque cabe forzarle a uncirse a la podadera y al molde militar;
Alto cual cúpula de iglesia erígese en campanario del templo
Y hela aquí entre los árboles: la más bella hoja es la suya, cordiforme,
Tal corazoncito resonante al viento; y su flor, una irradiante cabeza
Que alzárase en alas al quedar listo su fruto para caer por tierra.
El hórreo, la casa de las flores, aromática a trébol y alestas,
Bajo su alero, además, brinda cobijo a un nido de golondrinas.
Pareja sola y solitaria, aquí atraída en fuga de la crespa muchedumbre;
Amar, nutrir a las crías, olvidarse por completo del mundo.
Huéspedes son del hórreo, los únicos que éste tolera en su seno.
EL JEFE DE CORREOS
¡Ay!, es éste mi turno, ¿cómo salir, pobre de mí, de tal paso?
No nací volador, reptante soy más bien por tierra,
Aunque una vez trepé hasta el tejado mismo de un hórreo,
Rendíme a la canción de la veleta, herrumbrosa estaba a semejanza de anciano,
Del anciano que entre vosotros siéntase y gruñe y runfla y chochea.
Sin perdón, por lo tanto, y de ínfulas aquí hablar quiero.
CANTA LA VELETA
Hay una veleta sobre el techo del hórreo,
El hórreo del tabaco;
Al grano van sus canciones
Al ritmo del viento del norte:
En helada,
Con boca herrumbrosa;
Raspa;
Raspa;
He aquí un dragón
En un gancho[232];
Cortantes dientes;
Vuélvese el viento.
Rica
Perdiz;
Mocoso,
Mocosea.
Mechón,
Despalilla
Las hojas.
¿Cómo dice?,
Sí, las hojas del tabaco.
Ara;
Muele;
Rapé,
Cajetilla;
Las cajetillas
Encantan;
Alcohol,
¡Discordia
Tarea
En el baile!
¡¡¡Cabo!!!
El maestro,
El capataz del tabaco
Acechante,
Fuera, fuera, fuera,
Fuera de sí,
Granujiento;
Irr, irr, irr
Vibra;
Vibra, espuela;
Urogallo,
Embriaguez,
Bofetón,
Crisis…
¡¡¡Policía!!!
He ahí un veleta sobre el tejado del hórreo,
Del hórreo del tabaco.
Muestra a veces más gusto
Con el viento del sur.
¡Otoño,
Consuelo!
¡Consuélame,
Jáctate,
No!
El hierro rómpese,
Engáñase la luz.
Tú esperas…
Y despabilas.
El dragón
Del gancho
Silba
Rechina
Los dientes;
Oprime…
Bascula,
Se disloca…
Err err err,
Atranca,
¿Se atranca?
Se agrava,
Faena, faena, faena,
Un poquitín más.
Izquierda Derecha
Herrumbroso y Lento
Norte y Sur
Mortera y Dolor[233]
Lloriqueo,
Lloriqueo.
EL DIRECTOR DE LA ADUANA
Lo peor llega lo último, y el bufón atruena con campanillas,
Así asusta al niño que llora. Reír exige vida.
He aquí mi voz de pájaro, voz que oí en mi niñez provincial.
De allí eran mi cuna y la canción que aprendí de mi niñera.
LA CANCIÓN DEL RUISEÑOR[234]
¡Ih, ih, ih, ih, ih!, ¿dónde estábamos?, ¡ahí es donde estábamos!,
¡Ahí estábamos!, ¡quoj, oj, oj, oj, oj, oj!
¡Mira, mira, la cuna, la cuuu-cuuu-cuuu-cuuu-cuuu…!, ¿era ahí donde estábamos?
¡Ih!, ¡mira!, ¡la cuna!, ¡se mece, arrrrrrrrrr-its!,
¡La cuuu-cuuu-cuuu-cuuu-cuuu-cuuu!, ¿es ahí?, ¡mira, mira!
¿Ves, ves, ves, ves?,
¡Niñera…», ¡niñera!, ¡sjátt, sjátt, sjátt, sjátt!, ¿ves?, ¿ves?
¡La teta; tet, te, te, te, te, te!,
¡Blanco, blanc, blanc, blanc, blanc, blanc!, ¿ves, pequeña?,
Tut, tut, tut, tut, tut, tut!, ¡sat’n, sat’n, sat’n, sat’n, ve!
Lloriquea, lloriquea, lloriquea, lloriquea, lloriquea, ih!,
So, so, so, so, na, na, na!, ¡so, so, so, so, no!
¡fih, jih, guh, guh, guh, guh!, ¡Dios nos ayude, niñera, aitsch!
EL POETA
Terminó el banquete, nuestra Noche de la Trinidad acaba en alegría;
Ahora, dice el calendario, comienza la parte del año eclesiástico sin fiestas,
Así será hasta Navidad; lo cual a mí ilusión paréceme:
El verano mismo es una larga fiesta, una fiesta que dura lunaciones.
Reposar de diligencias y agobios, con el culto en plena naturaleza;
De dominical paz llena la mente, y de dominical gozo
Disfrutaremos todos en tales días, tantos como cuenta la semana.
La noche ha huido, ayer fue noche de sábado;
¡Hurra nuestra fiesta, nuestro verano, nuestra campestre vida en armonía!
¡Separémonos, pues, ya nos veremos, a diario hemos de vernos!,
¡Nada de buenas noches!, ¡mañana mismo, sin falta, démonos los buenos días!