LA NOCHE DE LA TRINIDAD[216]

La sala de la posada de Fagervik por la noche. Se quitan las contraventanas del fondo y se abren las puertas acristaladas del mirador.

El director de la aduana, el jefe de los pilotos y el jefe de correos están sentados a una mesa, bebiendo.

EL DIRECTOR DE LA ADUANA

¡Vaya primavera!, ¡nos revienta las ventanas como nos las reventó el invierno, que nos las cubría de hielo!

El aire invernal entra como quiere, y así la estufa, claro, se enfría en un rincón como un escolar castigado de cara a la pared.

La juventud y la primavera nos espera con sauces y anémonas junto a la puerta;

Nuestra encantadora señora Lundström ha puesto aguardiente en hielo y nos tiene preparada una cenita,

Una cenita para siete, con cangrejos y anguilas y rábanos tempranos;

Auténtica comida de Burträsk, no lo olvides, y el más tierno alajú de Bergman;

Y luego jarras desbordantes de Pilsner espumoso de San Erik,

Afuera, pues, con la cerveza fuerte, y mézclala dos a uno con la de Pilsner;

Y así es como la gente se siente a gusto, eso es hospitalidad a la sueca, ¡y no tengo más que decir!

EL JEFE DE CORREOS

Bien has hablado, amigo mío y caro hermano aduanero;

La carne tiene, ciertamente, sus derechos, pero no hay que olvidar al espíritu;

Por consiguiente también hay que traer música y canciones de la ciudad.

EL JEFE DE LOS PILOTOS

Muy bien, muy bien, amigo jefe de correos. Pero también yo voto

Por pasarlo bien. Cuando, al atardecer, llega a puerto el primer vapor,

Se le recibe como es debido, con todas las banderas de señales bien desplegadas;

La bandera azul y gualda se iza en la punta en atalayas y chalupas,

Y de lo alto de nuestra casa, el viejo cañón finlandés,

Comprado en una subasta de naufragios por cuatro riksdaler[217] con descuento por pronto pago,

Saluda como un trueno al liberador que nos llega de la tierra firme,

Al capitán diplomado Kronander, de Baggen, nuestro amigo.

LOS NIÑOS CANTAN FUERA

Bienvenido de nuevo, simpático sol,

Que nos liberas del viento del norte;

Hoy te has vuelto a dormir, como el año pasado,

Por eso tienes los carrillos como amapolas.

Caliéntanos la tierra, que crezca el centeno,

Y llena bien nuestros rústicos hórreos;

Calienta el agua y la tierra, olas y calas

Para que nos podamos bañar.

Bienvenido de nuevo, simpático sol,

Luce sobre la tierra, luce sobre el agua;

Ya suena el canto, ya se templa el violín,

Ya se baila noche entera.

EL NOTARIO

¡Eh!, ¡que aquí estoy yo!, ¿me veis?, soy el primero que viene al baño,

Soy el notario de sucesiones del Honorable Tribunal de Primera instancia de Köping,

Y me dedico a dar fe de las sucesiones, por lo cual se me llama en broma

El testigo de la muerte[218]; me conocéis desde el año pasado, ¿no?, ¡tenéis ese honor!

Treinta años llevo ya dando vueltas por estas orillas, invitado de honor de Fagervik,

Tomando mis baños, dándome mi paseito por la mañana y por la tarde;

Disfrutando de lo que aquí es disfrutable, distrayéndome de pensar en la muerte.

Contemplando la juventud y el sol, en primavera siempre vuelvo a rejuvenecer

Como un roble ahuecado que, sin embargo, sigue reverdeciendo, aunque sin dar fruto.

Ya he pasado por mi chalecito en compañía de la vieja Lovisa;

Abrimos la ventana a medias para airear, asear y limpiarlo todo;

Y también cavamos en la huerta; yo mismo, aquí donde me ven ustedes, rastrillé y limpié;

El macizo del perejil está como nuevo, y es que, si no les echas hierbas y especias,

Platijas y tímalos, percas y todos los demás peces guisables

No valen para nada, ¡lo que se dice nada!; conozco bien mi pobre archipiélago[219],

He sembrado eneldo, el imprescindible, el eneldo divino,

Y cuando en agosto llegan de tierra firme los regordetes, los agitadísimos cangrejos,

Y de las islas y los escollos nos llegan en bote las deliciosas chuletas de cordero y ternera y se ponen a la venta,

¡Ojo!, no olvidemos entonces el imprescindible eneldo,

Pues sólo él tiene el poder mágico de hacer comestible el arenque del Báltico.

Y también he sembrado rábanos de invernadero, aunque más como entremeses,

Adornan mucho las mesa el domingo por la mañana.

Y no olvidé plantar flores, pero sólo de especies conocidas y familiares:

Ante todo, alhelís, jugosos alhelíes de colores cambiantes,

Rodeados de coronas de aromáticas, hurañas resedas;

Ni he olvidado tampoco sembrar ásteres, que tan bien nos vienen en el otoño.

¡Cuando todo lo demás se aja, el áster sigue muy gallardo y erguido en medio de la helada!

Y cuando zarpa el último barco y yo me vuelvo a la ciudad

Me llevo conmigo un ramillete de ásteres para la camarera del vapor,

Como un pequeño recuerdo y acción de gracias por las amables horas

Que gracias a ella he disfrutado ante la cargadísima mesa de entremeses del salón de primera clase…

¡Oh, señores,!, ¡qué excelente anguila, qué salmón en jalea, señores míos!

EL DIRECTOR DE LA ADUANA

¡Por favor, notario, cierre el pico, que nos va a zampar a todos como si fuésemos peces,

Y nada me extrañaría que tuviese Usted servidos a nuestros herederos antes del anochecer!

EL JEFE DE CORREOS

Querido señor notario, aparece Usted aquí como la primera golondrina de junio

Para comunicarnos la llegada de la primavera en la comarca del archipiélago,

¡Héos aquí, el primer bañista, al que enseguida seguirán muchos más!,

Traéis a nuestra pequeña comunidad el retintín del oro en la bolsa;

El oro que se vuelve plátano, y la plata que se trueca en relumbrante cobre,

Hoy llueve sobre el párroco y mañana goteará sobre el sacristán.

Y así cunde el bienestar en el pueblo, es como si la ciudad pagase su tributo al campo.

¡Bienvenido, pues, aquí, señor notario, todos nosotros os lo deseamos de todo corazón!,

Y le rogamos que participe en nuestra fiesta en honor de este día y esta noche;

¡Hoy, domingo de la Trinidad, bebemos nuestra propia salud en fuentes[220],

Fuentes gualda cual oro, por mucho que la señora Lundström insista en descorchar botellas…!

Allí brindaré yo por Usted y le desearé una larga vida,

Tan larga como la nuestra y un poquito más.

EL NOTARIO

Gracias, buenos señores, acepto agradecido vuestro amable ofrecimiento,

Primero en la fiesta y luego en la cama, he aquí mi lema para el día de hoy.

¡Pum!, ¡ha sonado un disparo. ¡Y otro más! ¡Y es que acaba de llegar el barco!

Junto a la fuente, bajo la fronda de los robles y los abedules, se ve una mesa puesta, con cuencos para el ponche y vasos. A la mesa están sentados el notario, el director de la aduana, el jefe de correos, el poeta, el revisor[221], el vicepastor, y otros.

EL NOTARIO

El sol se ha puesto su yugo y galopa con resplandeciente arnés

Saliendo de su quinta casa, que está bajo el signo de los gemelos,

Abandona el engañoso mayo y viaja bajo la protección de cáncer[222].

Y entonces es cuando llega el verano al norte y cuando el ciudadano suda en la ciudad;

Los colegios terminan sus cursos y en las fábricas comienzan las vacaciones.

Los hogares se disgregan y las ventanas se enyesan contra el sol[223],

Las alfombras se enrollan, la ropa de invierno se saca a airear,

Las casas están en plena limpieza de verano, y todo huele a altamisa y alcanfor

Esparcidos doquier por la madre contra la polillas.

De modo que, ¡todo el mundo afuera!, ¡todo el mundo al puerto, donde espera el vapor!

¡Arriba el ancla y mar adentro!, ¿nos hemos olvidado algo?, ¡pongamos proa a la tierra firme!

El comienzo del verano, hermoso, dulce tiempo de juventud e ilusión;

Las últimas anémonas aún nos esperan en el bosque;

Es entonces cuando la prímula asoma, ofreciendo miel y cera

A las abejas y los hambrientos abejorros, y coronas a los niños;

Y en nuestras huertas las vallas ostentan narcisos y tulipanes;

Y los arriates de recién removida y nigérrima y friable tierra aromática a verde

Se cubren de la olorosa nieve de los manzanos en flor que bordean el camino.

El jardinero cuida de su invernadero: lo airea, lo limpia, lo riega,

Vigila la hilera, recta como hecha a plomada, de esponjantes lechugas, blancas como harina,

¡Y sus hileras de rábanos!, ved cómo se levantan ya sobre la tierra

Como queriendo salir al espacio con rosados piececitos…

He allí el remolino de las espinacas, y el imprescindible eneldo.

¡Pero, silencio, gulosa boca mía!, ¡volvamos a la golondrina!

¡Solsticio de verano oh, tú, delicioso tiempo, entre peonías y lilas!,

¡Oh, tú, estación de lilas, lilas, pero, más aun, las blancas

Que aroman y susurran, como en mis tiempos jóvenes, sobre amor y esperanza!,

Aún recuerdo, sí, todavía, el perfume que exhalaba el guante de una damisela,

O quizás fuese su pañuelo de encaje, trofeo de un baile de año nuevo…

Llega, pues, el día de los botes: hay que enjarciarlos, pintarlos, empalmarlos;

Y hay que comprar cañas de pescar, traiñas, anzuelos;

Limpio está nuestro campo de tenis, pronto nos saludarán los sombreros abigarrados,

Rojos y blancos y azules como gigantescas flores del bosque.

Ése es el tiempo de la juventud; y los viejos regocíjanse en el recuerdo.

¡Día de pleno verano, cuando el viento queda inmóvil sobre el agua espejeante

Y el sol quema en la orilla y los niños se bañan en la caleta.

El cuco[224] ya no canta, mientras la hoz corre sobre el campo.

El heno recién cortado se recoge y se amontona sobre carretas cubiertas de follaje;

Las fresas del bosque, con leche, bien ajustado quizás el sabor a leche agria,

Aguardan al atardecer, cuando llegarán los sudorosos, hambrientos, sedientos segadores.

La semana de las damas, como suya que es, llega en julio;

Día del santo, día único que nunca falla, con oporto, café y pastas.

Cuando las rosas están en su esplendor, pero víctimas siempre del podador;

Sara, Margarita, María, Malena, Emma, Cristina,

A vosotras la cosecha de rosas, lo más bello cae bien a las bellas.

El almanaque predice lluvia; lluvia frecuente, más no constante;

Y cuando, a pesar de todo, llueve, la gente se reúne y alterna,

Todo el mundo se entera de los festejos, todo el mundo discute los programas.

Ahora hay fiestas cada noche, y se juega y se disfruta y se baila,

Pero bailar sobre todo, porque ahora también llega la música;

Músicos de primera fila, de la Real Ópera de Estocolmo:

El primer violín es bueno, el anterior, empero, era mejor,

El contrabajo es óptimo, y el peor el clarinete,

Pero el piano vertical, ¡señores!, ése sí que es grande, lo toca

La mismísima directora, nada menos, que estudió en el Conservatorio,

Y en otros tiempos tocó para van Boon, pienso que eso era en los años sesenta[225],

Y después tocó para sí misma, y, claro, también para sus íntimos.

¡Bueno!, pues mientras el baile prosigue en la gran sala de alto techo,

Los caballeros, y no los más jóvenes precisamente, beben sus copazos,

O tiran bolas en la bolera del monte;

Las damas, en tanto, se sientan en largas hileras ante el mar,

Y tampoco son precisamente las más jóvenes, y espantan los mosquitos con ramillas;

Los mosquitos son al reposo lo que la serpiente es al paraíso terrenal,

Los mosquitos son malos bichos, pican como demonios y no dejan dormir.

¿Qué no dejan?, ¡y tanto que no dejan!, como que en las luminosas noches nórdicas

No hay quien duerma, y desdichado quien se quede dormido a medianoche.

Lo mejor es hacer como yo: un profundo sueñecito a mediodía.

¡Oh, las dulces noches en que, finalmente, uno cae en la cama!;

De estilo gustaviano es mi lecho[226], con muelles cojines de plumas de ave marina,

Y lo bueno es tener una lamparilla encendida para echar una ojeada al periódico.

Descarguemos un poco de insecticida sobre los mosquitos y su irritante séquito,

Y en sueños volvamos a los más obscuros atardeceres invernales.

Nuestros sentidos se embotan entre pensamientos grises como el otoño…

Pero he aquí que al apagarse la lamparilla vemos luz entre las cortinas,

Y ya canta el petirrojo y en la caleta el agua salpica contra la ribera.

El sol del pleno verano nórdico, y del nordeste (medio este), tiene su púrpura

Dispuesta en una banda que reluce y deslumbra como radiante aurora boreal,

¿Asoma ya en la estancia?, ¡es que amaneció!, ¡y ahora sí que huyen a reposarse los mosquitos!,

¡Y qué bien se duerme uno con el sol contra los ojos cansados!

***

La canícula avanza somnolente bajo el signo ardiente de Sirio;

Todo está ajado y seco, decaído y polvoriento y pesadote,

El calor nos aplasta hasta dormirnos y las pulgas nos despiertan a pinchazos,

Las dalias se mueren sobre sus tallos y los ásteres caen graves contra la tierra.

Los pozos quedan exangües y la tierra misma se agrieta de sequía…

Y entonces avanzan hacia el oriente las azulnegras, enhiestas nubes de tormenta,

¡La vanguardia del rayo avanza!, ¡durante un segundo reina el silencio!, ¡y se oyen gruñidos y ronco rodar de truenos

Y ásperos rugidos y chasquidos! Y luego un detonar de agoreros cañones.

Las ventanas se sacuden de estrépito y los morillos tiemblan en las chimeneas.

La tormenta se derrama ahora de azulnegras nubes que asoman al zenit,

Las ráfagas soplan aspérrimas contra las azotadas olas de la orilla,

La gente se refugia alocada en cualquier parte, todos cierran puertas y ventanas,

Las aves se recogen y encogen al pairo de los troncos rasgados de los abedules,

Los peces se hunden aterrados al más hondo fondo, y hasta bajo tierra buscan cobijo…

Y entonces la pelea está en los aires, por la tierra, por el agua;

Y luego se aquieta; como el olor a pólvora después de la batalla,

Las nubes salen desaladas, se clara el cielo, la naturaleza se calma,

El sol recomienza: luce, calienta, quema.

Mas la canícula, a pesar del calor, de todo, conserva sus instantes más lúcidos,

La caza de patos recomienza y con las cerezas iniciase la estación de las bayas;

Los guisantes van al mercado, y enseguida siguen las patatas el mismo camino.

Se compra papel cazamoscas, pero las redes cazamoscas donde se cosen es en familia;

Los niños celebran meriendas y se va a la ciudad a por aceite de ricino;

La alarma del cólera se deslíe en el aire como el amén en la iglesia;

Y todo el mundo se pone a régimen, pero los caballeros siguen fieles al coñac.

Y llega el momento del cutter y de la Real Sociedad de Navegación a Vela,

Y cuando suena el vibrante grito: ¡Ha llegado la escuadra!,

Todos corren al banquete; la dirección se reúne

Y la sociedad da, evidentemente, saraos para los oficiales de la marina de guerra…

Y entonces dicen los viejos: Bueno, se acabó y se reúnen a solas en el Castillo;

Allí beben y tontean y recuerdan los viejos los tiempos de su juventud.

Agosto llega como el último vals del baile

Y el fin del veraneo fructifica en las flores caídas del estío incipiente;

El centeno se hacina y el trigo al tiempo amarillea,

Si Eric prometió espiga, Olof aparece con pasteles

El día de San Lorenzo traerá peras, pero no de las buenas;

Las manzanas que vemos por las avenidas son igualmente fruto de otoño,

Las frambuesas se siguen recogiendo, los melones y los más deliciosos cohombros;

El cohombro, ésa es mi fruta, mi fruta vital, ésa es la verdad;

Yo mismo los he cultivado como nadie, y guardándolos en jarras,

Jarras de algo más de dos litros unas, de más de dos y medio otras,

Compradas en la cacharrería de Kosta, que creo está en la Ciudad Vieja.

Las avellanas que se ven por ahí comienzan a madurar ahora,

Y he de fijarme si aún quedan algunas del verano;

Y es que las ardillas se las comen todas, y los niños cómenselas verdes.

Tras la lluvia de otoño los hongos aparecen como mala hierba,

Los hongos están muy buenos frescos, pero también pueden salarse.

¡Sigue, sigue!, porque ahora pasamos a agosto, el relucir lunar de agosto,

Como fuegos artificiales, es propio de las regatas, con antorchas y lámparas.

Sí, sí, hijos míos, hijos míos, aquí el viejo empieza a perder su norte.

El verano va a su fin, y los atardeceres comienzan a ensombrecerse;

Llegan días muy sombríos, y la gente se congela en casa;

Y los que salen a la calla se cubren de suciedad y fango y humedad,

La mente se irrita y se embota y la falta se siente por anticipado. Y, fijándonos bien,

Veremos en jóvenes y viejos un aire de anhelo,

Anhelo de la ciudad, del hogar, del café, de los amigos ausentes…

Y así llega el fin del verano, y la gente se va, con melancolía, del campo,

Como en tiempos más felices se irían de las Islas Afortunadas…

Treuga Dei, la paz de Dios[227] se ha terminado en la naturaleza

Y recomienza la ley del puño con sus querellas, sus asiduidades, sus trabajos:

Todo cuanto es bello y largo y joven deviene corto como el verano nórdico.

EL POETA

¡Ahora me toca a mí decir unas palabras junto al cuenco del ponche!

Espontáneamente ofrezco al notario mis gracias por habernos cantado el verano,

Tema de libre elección, he aquí la norma, de modo que yo elijo, ¡buenos señores, oídme!,

Elijo el amor ante todo, sus celestiales goces y cuidados.

¡Eros, el más antiguo de la familia divina, y el más joven de la humana,

Eros, el niño celeste que nace cuandoquiera que un hombre ve a una mujer,

Nacido él mismo de un rayo que chocó con el rayo de un ojo fulmíneo,

Nacido de querellas concluidas en eternos abrazos!

¡Eros es mi canto!, ¡en tono menor y mayor, pero menor sobre todo!