Éranse los años sesenta,
De preceptor yo trabajaba;
No fue mala cosa a la postre
y entonces aprendí cordura.
Mi labor consistía en desasnar
A tres chicos que no eran malos;
pero algo más tenía que hacer:
Regar las flores, por ejemplo;
Leer en voz alta, tocar música
Y dar comida a los canarios,
Y si alguien tenía ganas de reñir
Un servidor estaba allí a la orden.
Basta pues. Un buen día sucedió
Que un amigo mandóme un libro a casa
Y yo, ¡pobre de mí!, se lo pasé
Sin leerlo siquiera a mi señora.
Era dama culta y leída
Que a Tegnér se sabía de memoria.
En sus estantes dábanse las manos
Tieck, Shakespeare, Schiller y bastantes más.
Tan bien sabía ella juzgarlos
Y en la balda imponerles orden,
Que un día saborearlos quise
Pero antes los disequé.
¡En fin, al grano, y a la musa!
Ella aceptó el libro con gracia,
Mas con la criada devolviómelo
Añadiendo este recadito:
(Decir quiero antes en paréntesis
Algo sobre el libro en cuestión,
Si algo bueno decirse puede
De ese Don Juan que aún sigue siendo
Para solteros la mejor
Lectura vesperal posible)
¿Cómo pude yo osar, me dijo,
su bondad tentar de tal forma…?
¡Un libro tan sucio brindarle
Que era imposible en un diván
Ofrecerlo a una chica joven
Que había ella invitado a casa!
¡Pobre de mí!, me vi asustado,
Incapaz era de entender
Cómo podía ella ofenderse
(¡Aunque ahora, ¡ja ja!, sí lo entiendo!),
Pues yo, de aquel libro fatal,
Ni una página había leído.
Mi amigo, al anzuelo tenderme,
Sí que sabía lo que es bueno.
Llegó la invitada, modosa
Damita de años diez y siete,
Algo libre de estilo y hábitos,
Pelo castaño y pardos ojos.
Reponerse quería en el campo
De bailes y amores de invierno,
Mucho gustábanle las bromas,
Pero siempre modosamente.
Un día me mandó subir
A su alcoba a por su costura;
Claro es que subí como un rayo,
¡Tan joven era yo y tontaina!
Entré, pues, con dulces temores
En aquel casto rinconcito.
Un virginal halo exhalaba
Del lecho el florido edredón.
Puntillas velaban, cual dogos,
En torno a almohada de batista
Para salvar de sueños malos
A la cabecita inocente,
Plisado, almidonado gorro
De noche, sábana bordada.
¡Qué cuadro!, ¡ay!, tan bien compuesto,
De inocencia y coquetería.
Pudibundo, acerquéme al lecho,
Pero ved lo que allí encontré:
Mi bellamente encuadernado
Don Juan bajo la almohada: ¡Sic!