¡SIC![20]

Éranse los años sesenta,

De preceptor yo trabajaba;

No fue mala cosa a la postre

y entonces aprendí cordura.

Mi labor consistía en desasnar

A tres chicos que no eran malos;

pero algo más tenía que hacer:

Regar las flores, por ejemplo;

Leer en voz alta, tocar música

Y dar comida a los canarios,

Y si alguien tenía ganas de reñir

Un servidor estaba allí a la orden.

Basta pues. Un buen día sucedió

Que un amigo mandóme un libro a casa

Y yo, ¡pobre de mí!, se lo pasé

Sin leerlo siquiera a mi señora.

Era dama culta y leída

Que a Tegnér se sabía de memoria.

En sus estantes dábanse las manos

Tieck, Shakespeare, Schiller y bastantes más.

Tan bien sabía ella juzgarlos

Y en la balda imponerles orden,

Que un día saborearlos quise

Pero antes los disequé.

¡En fin, al grano, y a la musa!

Ella aceptó el libro con gracia,

Mas con la criada devolviómelo

Añadiendo este recadito:

(Decir quiero antes en paréntesis

Algo sobre el libro en cuestión,

Si algo bueno decirse puede

De ese Don Juan que aún sigue siendo

Para solteros la mejor

Lectura vesperal posible)

¿Cómo pude yo osar, me dijo,

su bondad tentar de tal forma…?

¡Un libro tan sucio brindarle

Que era imposible en un diván

Ofrecerlo a una chica joven

Que había ella invitado a casa!

¡Pobre de mí!, me vi asustado,

Incapaz era de entender

Cómo podía ella ofenderse

(¡Aunque ahora, ¡ja ja!, sí lo entiendo!),

Pues yo, de aquel libro fatal,

Ni una página había leído.

Mi amigo, al anzuelo tenderme,

Sí que sabía lo que es bueno.

Llegó la invitada, modosa

Damita de años diez y siete,

Algo libre de estilo y hábitos,

Pelo castaño y pardos ojos.

Reponerse quería en el campo

De bailes y amores de invierno,

Mucho gustábanle las bromas,

Pero siempre modosamente.

Un día me mandó subir

A su alcoba a por su costura;

Claro es que subí como un rayo,

¡Tan joven era yo y tontaina!

Entré, pues, con dulces temores

En aquel casto rinconcito.

Un virginal halo exhalaba

Del lecho el florido edredón.

Puntillas velaban, cual dogos,

En torno a almohada de batista

Para salvar de sueños malos

A la cabecita inocente,

Plisado, almidonado gorro

De noche, sábana bordada.

¡Qué cuadro!, ¡ay!, tan bien compuesto,

De inocencia y coquetería.

Pudibundo, acerquéme al lecho,

Pero ved lo que allí encontré:

Mi bellamente encuadernado

Don Juan bajo la almohada: ¡Sic!