JUNTO AL ESTANQUE

Con frecuencia oí a mi madre

Decir a sus hijos pequeños:

«¡No bajéis al estanque, niños,

Que ahí viven espíritus malos!».

Cuando la tibia noche estiva

Se hunde en la cansada tierra

Y el sueño ase a toda la casa,

Yo entonces mi camino inicio

Hacia el verdeciente altozano,

Del estanque ante el claro espejo.

¿Dónde está ahora el joven verdor

Primaveral que aquí reinaba

Hace unas semanas apenas?

¡La muerte la hierba ha segado

Y roto las tímidas flores

Que nuestra vida suavizaban!

Del manzano el bello ornamento

Yace ahora por la arena ajado;

Y las lilas con sus aromas

No endulzan la noche serena

Como incienso ofrendado a Dios.

Sentéme al borde del estanque,

Bajo las copas de los árboles

Viendo cómo los rayos cálidos

Del sol rehusaban el agua

Que se remansaba en el fondo.

Tenues neblinas se perciben

Latir sobre la superficie.

Y una suave onda de aire entonces

Sopla sobre ellas dispersándolas.

Claro mantúvose el espejo

Ante mis ojos, en el fondo

Miré, mas sólo vi tinieblas.

Surgen súbitas, negras sombras

De formas indeterminadas

Y finalmente ven mis ojos

Un perfil de verde colina.

¡Dios, que magia la vista ofusca!,

¿Quién es la chica allí sentada

Con nigérrimos, ricos rizos

Y ojos de un hondo azul obscuro?

¿Acaso sea gentil elfo

Surgida así de hondos salones

Bajo el césped de la colina

Que en nocturno silencio estivo

De su amor la llegada espera?

No, oh, no, es la cordial amante

Que ahora tengo que poseer,

¡Ay!, hace ya algunas semanas

Que sigue allá, bella y amable,

Sentada escuchando mis cantos

Y a modo de premio brindóme

Varios instantes de delicia.

Tiéndeme, pues, la bella mano

Con tan clara fe que parece

Que sea yo su elegido amante.

Justo entonces se filtra el viento

Por la copa del viejo álamo

Y desgarra una hoja ajada.

Cae la hoja y enturbia el espejo

Y así el espejismo se va.

«¿Por qué turbar así mis sueños,

Por qué, cruel, así robarme

Un instante de amor celeste?

¡Oh, con tanto como he sufrido

La ausencia de esta dulce escena

Que el tiempo hurtó a mi corazón!».

Así me quejaba yo al viejo

Álamo por su acción aviesa.

Y de entre los obscuros árboles

Vi de nuevo la bella escena.

Y ella volvió a darme la mano

Igual de cordialmente, e igual

De azules pídenme sus ojos

Que me apresure a ir a su encuentro.

¡Ay! Una sombra se interpone

Y veo allí mismo, a sus pies,

A un hombre que, extasiado, besa

Con gran ardor su ebúrnea mano,

Y ella, sonriente, ruborízase.

Nada más quiero ya mirar

Y escapo con corazón triste.

Nunca más volveré al estanque.

¡Malos espíritus lo acechan!