MAL DE AMORES

Una mañana de mayo, temprano, estaba yo junto a mi ventana, entristecido,

Viendo los pequeños copos de nieve que caían muy tupidos sobre las flores,

Los cerezos silvestres sacudían al viento, apenados, sus guedejas emblanquecientes,

Y la fría vaharada le cerraba al tulipán su corola.

Invadió entonces el otoño mi corazón y levanté al cielo mi suspiro:

«¡Señor, envíanos tu primavera, vuelve a mostrarnos tu rostro!».

Y entonces, entre las nubes dispersas, surge vivamente una alondra,

Alza su canto resonante, cantando del sol y de la primavera.

Y así, de pronto, cobran vida el jardín, el parque, el monte,

Y en mi corazón despiertan de nuevo el júbilo primaveral y la esperanza.

La súbita alondra eras tú mi muchacha embrujadora,

Tú quien me trajo la primavera, ¡ay!, la primavera del amor fue.

Y del sur volviste al amoroso círculo fraterno;

Goce les llevaste: sólo a mí diste dolor.

Dime: ¿acaso tomaste del estrecho el azul profundo de tus ojos?,

Dime: ¿aprendiste acaso tu canto del ruiseñor en la nocturna paz del hayedo?

Cruel, un fuego encendiste en mi corazón, justo donde antes moraba la calma;

¡Apágalo!, ¡oh, apágalo sin tardanza, antes de que yo arda entero!

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Allá en el mar tormentoso buscará frescor mi corazón,

Se apagará el fuego, se ahogará en lo profundo mi pena.

¡Tu ala agita, oh, viento de tormenta, y acalle mi queja tu silencio,

Espumea, onda, contra el cielo, salpica de frescor mi mejilla ardiente!

¡Juntáos, oh, nubes, envolved en noche todas las estrellas del cielo,

No tolero vuestra mirada, qué hondo veis en mi corazón!

¡Oíd, crepita la cresta de la onda, y qué burlescamente silba!

¡Afuera, la tormenta ha salpicado de paz mi malherida alma!

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El atardecer se sumía entre nubes rosadas y mar reposante;

Las ondas dormitan muy quietas, y, durmientes, suspiran:

Ay, no, mi corazón, tan acongojado, suspira y gime,

Y las ondas dormitan asaz quietas, pues han de amar a su orilla.

Más allá está el cielo occidental, donde vive mi amor lejano;

Dame, oh, gaviota, tus alas, y volaré a mi amor sin tardanza.

Me deslizaré en su alcoba, donde ella yace en sueños sumida;

Le impondré un beso en la frente, agasajaré su cabello de azabache.

¡Pobre quien le infundió un pensamiento que ella hubiese de sufrir!;

Su pensamiento no te alcanza, ni es tampoco para ti su beso.

Ay, para otro será el corazón que ella misma ha otorgado, para otro será su vida

Llena de amor y luz; ¡para ti sólo tinieblas y frío!

La noche no me concede paz, a mi lecho el sueño no acude.

¡Cuán suaves duermen las ondas, ay, cuánto han de amar a su orilla!

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¡Hínchete, alma mía, de júbilo, ha surgido en ella una chispa de amor por mí,

Goza de tu ebriedad un segundo, no tardarás en despertar!,

¡Muchacha!, ¿recuerdas acaso las horas que juntos gozamos alegres,

En medio de la libre naturaleza, a la sombra de las lilas?

Voces en una fundidas, despidiendo al sol poniente,

Y yo a tus pies sentado, ¿pensaba acaso entonces en el sol?

Y cuando, sobre la hierba, atamos briznas en verdeciente oráculo amoroso,

¿Crees acaso en la fe que vi plasmada en él?, ¡preguntan las manecitas!

¡Y la adorada respuesta que recibí!, ¡oh cómo resonaba en mi corazón!

¡La respuesta, tú misma me la diste!, ¡la pregunta persistía en mis ojos!

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Muchacha amada, dime, ¿quieres seguirme por las ondas del humano enjambre?,

¡Lancémonos tierra adentro, pongámonos audaz, insolentemente en camino!

Y entonces comienzan a rugir las tormentas y a henchirse enloquecidas las olas,

Y tú apóyate contra mi pecho, donde encontraste tu apoyo.

Poco impórtannos el odio y el vilipendio de la gente si nos queremos;

Si nos amamos en gozo y en indigencia, si hasta en la muerte nos amamos.

¡Oh, muchacha, la idea sola de poseerte hace férrea mi voluntad,

Contigo aplastaré montes, pero sin ti mi fuerza me abandona

Bríndame tu mano y arráncame a los brazos opresores de la desesperación,

Tiernamente he de venerarte, viviré para ti y para mi poesía

Y de tu alma beberé la santa ebriedad del vate.

Más alto resonará mi canto, ¡y tú me darás la música!

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¡Y, sin embargo, qué furia me abarca? ¿Te han vendido acaso a otro?

¿Qué podré exigir de ti yo, que para ti soy un extraño?

Pobre, paupérrimo soy, y nada tengo, muchacha, que ofrecerte,

¡Sólo un cálido corazón, sólo acerina voluntad!,

¡Oh, perdona a un loco si tan temerariamente ha osado

Prender fuego a tu alma, gozar de tu amistad un instante!

¡Caldéame con el santo fuego del amor que tú misma a tu amante encendiste,

Y si en él perezco, ¡bien!, con digno castigo será!

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La noche ha desplegado su sabática paz sobre el mundo durmiente,

El canario dormita en el bosquecillo, soñando con su amada.

El viento vespertino se deslíe en torno a la copa del verdeciente tilo,

Besa la hoja recién abierta, susurra su amor y su fe.

Solo, velo en mi cuarto, cabe a la luz pálido-gualda de mi lámpara,

Sin hallar en ella la paz laboriosa de otros tiempos.

Mi pensamiento ya no conjunta la cambiante diversidad de las imágenes,

Y es que ante mi soñadora mirada alza una muchacha su efigie.

¡Ay!, arrancarla quiero a lo más recóndito de mi corazón,

Aun cuando tanto no pueda, pues mi corazón se arrancaría con ella.

El reloj de la torre resuena múltiples veces, llamándome al reposo;

Pero no hallo sueño, pues el amor sigue en vela.

¡Ay, apenas horas ha gocé de su contemplación!

La alondra se fue; el otoño ha vuelto.

Aguardé, solo, junto al embarcadero, tras el vetusto tilo,

Y vi a los amigos despedirse en el instante supremo del adiós.

¿Por qué no pude oprimir tu mano tanto como los otros,

En acción de gracias al gozo que me diste, a la luz que derramaste sobre mi alma?

¡Oh, el instante en que la vi erguida sobre la cubierta,

Pálida como narciso sobre una mejilla,

Lágrimas claras en los ojos, reflejo de añoranza y pena.

Y ella, los nigérrimos rizos, juguete desbocado del aire,

Erguíase, bella y lúcida, como el ídolo de mis sueños.

Y yo, súbita presa del dolor, quise arrojarme al profundo,

Morir en el instante del deliquio, con su mirada a modo de despedida.

Quizás entonces derramase ella una lágrima

Sobre el amor inquebrantable del jovenzuelo,

Sobre el corazón que rompióse, ¡ay!, sobre mi nunca lloró.

Y ahora ella henderá el mar desolado, hacia la extraña costa.

¡Cálmate, huracán, mi rosa no oses quebrar!

¡Meced, oh, mínimas ondas, a mi doncella, infundidle ensueños!

¡Luna, ilumina su camino, estrellas, brindadle vuestra vigilia!

Y mañana, cuando despierte para saludar la orilla extraña,

¡Bríndale tú júbilo, oh, nuevo día, acogiéndola en tu seno!

¿Pero qué púrpura ha teñido tan pronto las cortinas?,

La lámpara palidece, las sombras huyen prestas.

¡Dime quién eres, tú, que cantas tan jubilosamente en la noche!,

¿Por qué burlar mi pena, porqué evocar de nuevo congojas nocturnas?

¡Sol, vuelve a tus occidentales salas, luminosas y fastuosas!,

El dolor no busca tu luz, sólo las tinieblas son amigas del pesaroso.

¡Y vosotros, pajarillos, quedáos, oh, quedáos un instante más recitándome vuestra plegaria.

¡Dejadme ir a mi reposo!, ¡orad luego por mí!

¡Pedid al padre de la luz por el desdichado que sufre

Y os oirá; el sufrimiento ha enmudecido mi voz.