VERANILLO DE SAN MARTÍN

Las clorosas almohadas de la clínica

En ahogados gemidos se concretan

Y en juramentos hasta ahora inauditos;

De mi mesa de noche, abarrotada

De medicinas, libros de oraciones

Y Heine, me aparté para asomarme

Al balcón y gozar del mar.

En mi manta de flores abrigado

Dejé que el sol de octubre los carrillos

Enjutos me bañase y al ajenjo

Que había en una botella,

Y era como el mar verde, cual las ramas

Del pino de una calle alba de nieve

Que cruzase un cortejo funeral,

Infundiera fulgor.

El mar yacía inmóvil

Y el viento dormitaba

¡Cual si nada ocurriese!

Y llegó entonces una mariposa,

Una parduzca, fea mariposa

Que antes fue oruga o larva

Y ahora salía a rastras de un reciente

Montón de hojas pútridas

Por el sol seducida.

¡Ay, Dios mío, qué cosas!

Por fin, yerta de frío

Y perdido su norte,

Se posó, estremecida,

En mi manta floreada.

Y escogió entre las rosas

Y las lilas de añil medio borrado

La más pequeña y fea,

¡Cómo es posible ser tan mentecata!

Cuando el tiempo acabó

Y hube de levantarme y a mi lecho

Volver,

Ella seguía allí,

La tonta mariposa.

Y es que, habiendo cumplido sus afanes,

Se había quedado muerta.

¡La pobre desgraciada!