(1876)
Las impresiones del primer viaje de 1876 seguían tan vivas en 1883 que, aparentemente, el autor mezcla aquí el pasado y el presente.
Febril, la tarde del domingo duerme,
Viento oriental nubes de octubre ahuyenta,
Huecas gaviotas chillan río arriba,
Llovizna enfanga el polvo de la calle.
A vísperas convocan las campanas
Y las damas su santo paso aprietan:
Corre a pedir perdón por el momento,
Que ya pecarás luego con más calma.
Junto a la iglesia, al lado de la ópera,
En el café su angustia fuma un joven
Soltero y sin hogar, su fiebre diaria
Entre las hojas de un diario aquieta.
Arriba lluvia cae sobre laureles
De alcohol y nicotina tachonados;
Desde la iglesia llega el son del órgano
A través de embarradas cristaleras.
Del órgano los tonos casi encajan
Con el tañir de vasos en bandejas.
Con susto se despierta el camarero
De un broncíneo Beethoven ante el busto.
El joven sin hogar, adusto, mira
Su reflejo del techo en el espejo,
Lívido, turbio, fantasmal, visión
Viva de alcohólica nocturna orgía.
Sobre el verde peluche se derrumba,
Frío sudor la frente le ensombrece,
Y el corazón le punzan viejas púas
Encendiendo de nuevo heridas viejas.
Enseguida se sume en el periódico
Y en su locura actual a olvidar llega
Cuánto hierve su sangre todavía,
Cuán vivas todavía están sus llagas.
Lee grandilocuentes palabrejas
Entre luz muerta y velas encendidas,
Y lee falsas estafas y altos crímenes,
Con bello estilo y feos pensamientos.
Quiebras bancarias y estatales créditos,
Típico currinchesco periodismo,
Literatura envuelta en pana gorda,
Dramones de franceses y de sífilis.
Sombrías, las campanas de la iglesia
Suenan, y de precitos vasta hueste,
Como serpiente que se desenrolla,
Sale para ir al baile o al teatro.
Luces de gas en el café se encienden,
En las ventanas caen gruesas persianas,
Chispea el ponche límpido en los vasos
Y a resonar las puertas ahora empiezan.
La sala huele a cuero lloviznado,
El humo de tabaco, húmedo, sube,
Charla, ajetreo, solemnes juramentos,
Doquier, y solo el solitario calla.
El humo azul empaña los espejos,
En vidrio el gas obscuramente cande,
El solitario ve subir las nubes,
Recuerdos resucitan de sus tumbas.
Su hogar ve cual exótico espejismo:
Vieja casa burguesa de años ha,
Abuelo cervecero que hizo fiesta
Por la elección del príncipe heredero.
Vieja caoba con cobre realzada,
Cama de matrimonio de otros tiempos
Limpia cual drama de Ephraim Lessing,
Grandes, tripudos, viejos escritorios.
Y en la pared litografías varias
De Napoleón Primero y Nicolás,
De Torsslow, Högqvist y otros muchos genios,
Desde el menor hasta el mayor de todos.
Grandes estanterías de recio roble,
Con los libros de Wallin, Franzen, Braun,
Era el gusto de entonces: Dios y juegos,
Y entre los serafines algún fauno.
Cálido hogar, veladas de domingo,
Fraternos grupos júntanse y sepáranse,
De hermanos ríe el apretado grupo
Y ni una sola hermana falta allí.
Ve al abuelo, que fuma en su butaca
Marcando el ritmo de albo minueto
Cuando los jóvenes tocar intentan
Un cuarteto de Haydn, nada menos.
La madre, entre los grupos de sus hijos,
Animos da a los que tocan música;
El tío encuentra muy pesado a Haydn
Mientras con dados ve pasar las horas.
La abuela deja agujas y bordados
Y lee su librito de oraciones,
Ya no le quedan sueños que soñar,
El mundo ve a través de sus quevedos.
Cálido hogar, veladas de domingo,
jubilosos y vividos hermanos,
El humo serpentea ante los ojos
Del triste en cuya mente ebriedad cande.
El camarero el ventilador pone
Que visión dulce ahuyenta con el humo;
Y fuera, anochecer, y lluvia, y ráfagas
Cuyos quejidos rasgan las tinieblas.
II
Cochero, no te pares,
Para que pueda yo efectuar mi entrada
En la fraterna capital
Y hacer honor a mis fieles noruegos
Con mi sensacional presencia.
En este cutre coche de caballos,
Sin nadie que me aclame
O alce banderas de la unión,
A sus calles me acerco
Tirado por un solo, audaz corcel,
Subiendo por la calle de Karl Johan.
Bajo la cuesta del palacio
Al rey fraterno encuentro:
Sombrero en mano espérame
Entre marciales y civiles héroes,
Sin policías o estudiantes,
A lomos de un caballo de derechas
Y constitucional, caído de hinojos,
Que a mí, izquierdista, la cabeza humilla.
Tal emoción y halago tal encuentro
Me infunde que al cochero doy la orden
De llevarme a una calle lateral
Donde en un hotelito de segunda
Mis hondos sentimientos y mi cutre
Mochila ocultar pueda.
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Desde la incierta vista de Frognérseter
Oteo tu extensión,
Noruega altiva.
Tus montes veo
Cual fieros jabalíes, en cuyas cúspides
Bosques de pinos su follaje erizan
Frente a ultrajes injurias,
Frente a constituciones aparceras,
Frente a convenios de familia,
Frente a poderes fideicomisados.
Por una grieta de la roca veo
Abajo, junto al fiordo,
Del pueblo leal la policial garita,
La iglesia real y el real centro de impuestos,
La Kristianía ortodoxa.
Tu aula obscura veo y tus murales
De latín ponzoñoso
Y tus establos para chupatintas
Donde orejudos pseudonominados
Rumian injurias y derecho estudian
A costa ajena.
Veo el palacio real del rey ausente
Y el gobierno ambulante,
Y hasta a ti mismo llegan
Mis ojos penetrantes, ¡oh, ridículo
Y airoso palacete,
¡Palacio de Oscar!,
Donde un rey libre entre su pueblo libre
Se encerró bajo llave entre la libre
Naturaleza que es de Dios regalo!
Tus grises muros veo, Parlamento,
Donde se dicen grandes cosas
Y grave como iglesia campesina,
Y do aún habla la naturaleza
En lengua incomprendida a los eunucos
De la cultura que su lengua olvidan.
¡También te veo a ti,
Agorero castillo de Akershus
Donde cañones Krupp las joyas reales
Hurtan, Noruega, de la libertad
Que tú misma defiendes
Con tu fuerza y tus montes!
Y por tus calles veo
A tus rebeldes hombres,
Gente noruega,
Los trapaceros veo y los lacayos
Que llenan las aceras
Mientras tú, oh cabeza de familia
Pisas el fango
Entre los adoquines de las calles,
Pero no veo a vuestros grandes hombres,
Que viven en exilio,
Hombres tan grandes que incluso bastáronnos
A nosotros, los gigantescos suecos,
Y todavía bástannos,
No los veo, más lléganme sus voces
Igual que las oí en mi juventud,
Y cuando gritan desde el extranjero
Se ensombrece el fiordo,
Chispea el monte Gausta
Y resuenan sus ecos.
Cúbrete, pues, la testa, rey de bronce,
No te rompa los sesos el granizo,
Dale rienda al caballo, corra suelto,
Que la avalancha se te cae encima
y te hundirá de hinojos.
Deja, deja, que griten los lacayos
Su veto en buen latín,
¡No se oirá contra el grito campesino
«No quiera Dios»!
III
¡Desconocido
y honrado mar del Norte
Tan elogiado en guías de viajes!,
¡Espanto de viajeros europeos
Y horror de damiselas!
A mis ojos te extiendes, serenísimo
Y silencioso;
¡Como un Málarvik
En medio del verano!
Las barajas deslízanse
De sus fundas de lujo,
Como de su corola la amapola
O cual de su crisálida el insecto.
¡Oh, suecos quejumbrosos
Y noruegos malévolos
Que jugáis al mariage en la cubierta
Del barco. Mientras vuelan las barajas
Anémicas
Y abiertas como vírgenes
Y oficialmente válidas,
Selladas a conciencia
Y en talco espolvoreadas
Y educadas en Cristo y su doctrina,
Confirmadas en ella
Y educadas en óptimos colegios.
Suecos en aguardiente puro hervidos
Y en akvavít noruegos empapados
Se disputan a golpes las barajas
Cual hermanos cumplidos.
Pero la brisa del sudeste, oliente
A pescado, que en fondos submarinos
De arenques se nutrió,
Rompiendo la baraja
Cortésmente se mezcla
Con sus buenos hermanos.
Es la décima vez
Que el camarero hambriento de propinas
Pone la mesa
Y señores y damas mareados
Se atiborran con gusto
De platijas de Bergen
Y gallos de Noruega
Buscando en ellos digno sucedáneo
De un gran banquete
Averiado.
Mientras en la bitácora
La precaria pizpita
Se ha dejado caer
Audaz como un ahogado
Sobre una vieja lámpara de aceite
Donde se harta de moscas empapadas
En aceite de colza,
Oh, mundana pizpita,
En constante
Mudanza.
Soltero sin hogar y harto
De platijas, y siempre pensativo
Unas veces sobre poesía,
Sobre cocina otras
O sobre las desgracias cotidianas
Y la implacable lucha por la vida
De la nueva literatura.
Con un suspiro
De gastritis, profundo, del diafragma
Exhalado
Y con la mano al hígado pegada,
Envías pensamientos
A los paternos y preñados campos
Y a huertos estivales
Do otrora las pizpitas
Recogían lombrices,
Viejas, truncas lombrices
Que hubieron de exiliarse,
Amargo, brusco exilio
Con su vocación aún irrealizada
Y enganchadas en un anzuelo inglés.
¡Pero la mar del Norte,
Estivamente azul,
Tan remadoramente inalterable,
Burla tus esperanzas, solterón,
De disfrutar de octobrina tormenta
Mientras tu pobre corazón tullido
Se atrofia de profunda simpatía
Ante cualquier grandeza mal juzgada,
Tan mal juzgada cual la tuya propia!
IV
Dos jornadas en mar abierto
Desdeñando siempre el cronómetro
Porque en el fondo está enterrada
La guía de nuestro viaje.
Ensebada plomada, raudo
Cordel, da el barco una bordada
Suave, en el fondo el sebo muerde
Y asciende con certera prueba.
Y ahora en la mano está: amarilla
Y húmeda manchita nos cuenta
Cual si en la arena la leyésemos
Si nuestra ruta fue acertada.
Antes guiaban las estrellas,
El cielo tierra nos mostraba;
Y ahora nuestro astuto cerebro
Sabe timonear por la arena.
V
Luce el oriental sol en albos montes
y he aquí que oigo una voz que así decía:
¡Maldición!,
¡Maldición sobre ti, Inglaterra,
Tan blanqueada por encima
Como un sepulcro blanqueado,
Mas tan negra por dentro
Como gabarra de carbón cargada,
Surta entre el mar del Norte y el Atlántico!
¡Maldición sobre ti, isla mercachifle
Y sobre tu política tendera!
¡Maldición sobre Lord Beaconsfield, quien
En nombre del amor humano
Tu genio fomentó de celestina
Entre Asia y Europa como auténtico
Viajante de ultramarinos!
¡Maldición sobre tu bendita Iglesia
Y tus francas mujeres
Zurcidoras de medias
Y eruditas en té!
¡Maldición a tus ediciones Tauchnitz
Y a tus ejércitos de Salvación!
Así la voz, pero yo, desde el norte,
Respondí:
¡Albión alba y hollinosa,
Si al menos tus pecados fuesen rojos
Cual tu rostbif, y cual tu carbón negro
Tu corazón!
Yo, exiliado y potente,
Tiza asgo de tu costa
Y tacho en sólo un trazo
Tu inmenso debet
En la negra pizarra.
Pero no hago esto porque tu magnífica
Pale Ale o tus óptimas navajas
De afeitar me deslumbren.
Perdono tus pecados
De las Indias de oriente,
Tus africanos crímenes,
Tu irlandesa ruindad.
¡Todo eso lo perdono, oh Inglaterra!,
Pero si lo perdono no es por ti,
Sino por Dickens, Mill, Darwin, Spencer!
VI
De modo que al fin te hemos atrapado,
Verano itinerante
Y calor de canícula,
En vapor y en primera,
Doce nudos por hora, llego al Havre.
¡Bienvenido seas, Havre, Havre de Grâce,
Por la gracia de Dios,
Gosen de los normandos!
Bienvenidas tus ostras ostendeñas
Y tu chablís.
¡Diez veces bienvenidas
Tus alcachofas malva, tus melones
Áureos, tus uvas color cielo
Y tus tomates color llama!
¡Bienvenido seas tú, Café Tortoni
Y tus puros del galo monopolio
Y tu café, servido en vaso y frío!
¡Beso a los papagayos
Y colibríes
Que trajo algún marino analfabeto
Del Brasil, en las Indias
Occidentales!
¡Dadme la mano, acacias,
Plátanos de anchas hojas
Que de las quemaduras del sol libran
Mi colosal cerebro!
¡Mi pie os doy, limpiabotas y floristas!
¡Mi regazo, verano,
Que tan rápido huyes
De nuestra vieja Suecia,
Igual que yo!
No aguantabas el clima,
Bastardo hijo del norte,
Del sol hijo legítimo y del sur.
Mi adoración, mi suma
Adoración de sueco
Patriótico y rampante
A tu fango dedico, cauce viejo,
Tú, venerable Sena,
Destilación de alcantarillas
Y del arroyo
Del París por periódicos cantado,
Adorador de actrices y humanistas,
París.
¡A ti te he visto, oh, Sena
Donde sales, reptante, de cloacas
Cual gigantesca anguila
Para lavar tus hórridos pecados,
Tus pecados de cloaca parisina,
En el océano!
¡A ti te he visto, oh, Sena!
¡Y ahora a París ver quiero
Y vivir!
VII
¡Levántate y proclama!
Proclama a familia y a enemigos,
y a un mundo envidioso
Que mi vista ha captado tu belleza
Olorosa a choucroute y a jambon,
Sonora cual tranvías,
Por doquier llena de letreros
Y sucia,
¡Mi París de octubre!
Ya le he dado la última mano
A mi esmerada educación
Mirando tus cuadros al óleo,
¡Oh, Louvre!
Y he fingido caer de espaldas
Ante la Venus de Milo.
Mi honor queda a salvo
Porque en el Théâtre Français
Me he aburrido.
Puedo alargar mi enguantada mano
A la culta sociedad
Porque he visto a madame Judic
En el papel de la Bella Helena.
Mi discutida virtud
Es ahora indiscutible
Porque he bailado en el Bal Bullier
Y les he visto las ligas a las amigas de los estudiantes
Entre corbatas de seda
Y cadenas de oro falso.
Mi erudito aspecto está fuera de duda
Desde que pasé media hora
Preguntando por un inexistente
Misal
En la bibliotèque de Sainte Geneviève.
Mi yo republicano
Se sintió muy contento
Ante las incendiadas Tullerías
Pero mi veterano corazón
No es ahora tan bárbaro
Ni tan ignaro
Ni tan irremediablemente avieso
Como solías,
Oh, tú, mi corazón de pacotilla.
Y a pesar de eso, heme aquí, colguéte
A humearte en Saint Germain l’Auxerrois
Y a secar en Marly-le-Roi,
Y en Montmartre te di vino y mujeres
Y por los Champs-Elysées nos paseamos,
¡Y hasta cenaste en el Palais-Royal!
¿Así pues, que qué más quieres,
Tú, so anticuado,
So arcaizante
Mísero corazón contrario al tiempo nuevo
¿Qué más puedes querer,
¡Tú!, falso corazón
Que ansias y luchas?
Tú ansias la fea tierra
De bellos ojos,
Ansias el cotidiano ultraje
la sabática memez,
Anhelas la lejana, altiva tierra
Del aguardiente y la cerveza,
Y sus mundialmente famosas
Estufas de azulejos.
Deseas ardientemente liberarte
Del falso vino tinto de anilina,
La rancia coliflor
Y la castaña asada.
¡Confiesa, corazón,
Te hacía sufrir la Tercera República,
Oh, corazón, y a Carlos Doce adoras!
Bien oigo, corazón,
Cómo suenan tus válvulas,
Cómo suenan las puertas,
Y también oigo
Golpear y chirriar,
Chirriar los cajones de las cómodas
Y golpear los baúles
Cuando a viajar alguno se prepara.
¡Confiesa, corazón,
Listo está tu equipaje
Y hasta quizás compraste ya el billete!,
¡Bien sé que así lo hiciste, corazón!,
¡Ya ves!, ¡ya ves!