Yo nunca supe distinguir
—Ahora os consta— la causa y la persona.
Y ahora se sabe: era un error,
Pues demasiado me pedíais quienes
Todas las causas personificábais
Y mezclábais lo vuestro con lo ajeno,
Tanto que no se sabe qué llamar
A lo que a uno le sigue o le precede.
Mi causa o cosa o caso: lo pasásteis
En silencio —¿quizás respetuoso?—
Porque era santo y lo sabíais,
Y aunque a mí me tumbasen se afirmaba.
Mas mi persona era otra cosa,
Y fácilmente la alcanzábais.
Ante cuanto, después, de esto se ha escrito
Yo me inclino y descubro:
Mas no por el anonimato,
Pues perro callejero es perro muerto
Y cualquier cosa es permisible hacerle:
Ni tampoco es por la imbecilidad
Del champán que corónase de espuma
Y sigue soso como limonada:
No, no descúbrome por mi persona,
Por muy grande que sea, ¡si descúbrome
Sea por la libertad de imprenta!