Don Almagro de Vicuña,
Aposentador mayor,
Hombre de vieja nobleza.
En quien castellana sangre
Fluye, lenta como miel
Y clara cual leche aguada.
Mejillas pintadas lleva,
Por dentro y fuera teñido
De alta sangre castellana.
Ya no ase espada su mano
Pues tiempo ha halaga a la chica
Que su hombría mató a besos.
Una noche encuentra a obscuras
Al moro de obscuros odios,
Aguador; su esclavo ahora.
Libre hijo antes del desierto,
Labró tierra, alzó ciudades
Y solo posee una tumba.
«¡Alto, hidalgo!, ¡espada fuera!,
¡Siervo y señor luchar pueden!,
¡Vos la espada!, ¡el puñal yo!
Antes, con armas iguales,
En castellana llanura
Como hombres libres luchamos!».
El noble aposentador
Bajo el carmín palidece,
Su ajada mano está inmóvil.
«Tu vida perdono, esclavo,
Puñal a espada no ofende,
Desigual lucha es infame».
«Hidalgo, tus bisabuelos
Quebraron nuestras espadas
Y sin armas nos dejaron.
Juntado hemos sus pedazos,
Nuestros dientes afiláronlas,
Pues corta es del siervo el arma!
Tan altivo es el puñal
Y de tan nobles abuelos
Cual tu espada, castellano.
¡Muerte el puñal es del déspota,
Del mundo a César borró
Cuando éste cambiarlo osara!».
Pero ya el muy noble hidalgo
Al siervo la espalda vuelve
Y sigue su senda, altivo.
Bien embozado en su capa,
Por calleja sucia, al puerto
Van sus arrogantes pasos.
Y tras antifaz de seda
Así hablan él y el droguero,
Ducho en simples y en brebajes:
«—¡El aguador moro Djéddur!».
«—¡Dios, hidalgo, le conozco!».
«—¿Cuánto?». «—¡Piastras cinco!». «—¡Ahí van!».