A pesar de ser yo, por una vez, el desafiador, habré de servirme de las armas que mi oponente decida elegir.
El hecho de no manejarlas con la misma destreza que mis enemigos me da cierto mérito, tanto mas cuanto que para mí el verso aherroja al pensamiento en innecesarios grillos de los que el tiempo futuro prescindirá. Espíritus fuertes han sabido romper esos grillos en tiempos pasados, pero sin llegar a osar arrojarlos enteramente de sí. Ninguna de nuestras actuales mediocridades se atrevería hoy a presentar al público versos tan malos como los que escribieron nuestros grandes poetas, y eso quiere decir que yo, al tener la audacia de escribir malos versos, me equiparo a mis más grandes predecesores, y sin riesgo de ser contradicho por mis enemigos. A nadie le alegrará enterarse de que peco con plena intención pecaminosa, pero, si basta con saber contar bien con los dedos para construir versos correctamente medidos, espero que nadie pensará que peco por ignorancia de unas leyes que fueron promulgadas por desconocidos e impuestas arbitrariamente por gente que no tiene la menor altura. Lo que ocurre es que me siento plenamente libre de conculcar esas leyes pensando que mi pensamiento poético tiene más importancia que una sílaba de más o una rima de menos. Ejemplos de esto que digo se encontrarán fácilmente en el texto.
Si he aprovechado la oportunidad de incluir en este libro la parte titulada Juventud e Ideal, 1869-1872, sépase que no lo hice por deseo de brindar placeres poéticos a mis lectores, sino solamente porque quiero dejar fuentes para mi biografía interior, que lleva bastante tiempo contentándose con crueles y divertidos mitos, viejas anécdotas locales, tendenciosas leyendas y martirologios. Espero que se me perdone, por tanto, el que, a pesar de que nuestro tiempo exige resultados rápidos, yo no haya tenido la paciencia y la consideración de esperar a mi muerte para poner en manos de un editor desconocido el manuscrito de este mediocre poema; y merezco tanto más ese perdón cuanto que ninguna de sus partes había sido publicada hasta ahora en ningún sitio, a pesar del largo tiempo que llevaban inéditas. Y como, si lo publico ahora, no es por jactarme de lo mal que escribía yo a los veinte años, me he tomado la libertad de pulirlo un poco en ciertos pasajes.
Como ve el lector, pongo al descubierto mis fallos, pero eso no significa que prometa arrepentimiento, ni, mucho menos, mejora.
August Strindberg
París, Octubre de 1883