Capítulo
38

En mis huesos se produjo una súbita explosión, como la de dos mundos que chocaran.

Algo pinchó mi brazo derecho, acompañado por el olor a látex y plástico. Matthew estaba discutiendo con Marcus. Había tierra fría debajo de mí, y el fuerte olor a mantillo reemplazó los otros olores. Tenía los ojos abiertos, pero no veía nada salvo la oscuridad. Con esfuerzo pude distinguir las ramas medio desnudas de los árboles que se entrecruzaban por encima de mí.

—Usa el brazo izquierdo…, ya está abierto —dijo Matthew con impaciencia.

—Ese brazo es inútil, Matthew. Los tejidos están llenos con tu saliva y no pueden absorber otra cosa. El brazo derecho es mejor. Su presión sanguínea es tan baja que me resulta difícil encontrar una vena, eso es todo. —La voz de Marcus tenía la anormal serenidad del médico del quirófano de urgencias, que ve la muerte con frecuencia.

Dos gruesos espaguetis se desenrollaron en mi cara. Unos dedos fríos tocaron mi nariz, y traté de apartarlos, pero me sujetaron con más firmeza.

La voz de Miriam vino de la oscuridad a mi derecha:

—Taquicardia. La voy a sedar.

—No —replicó Matthew con brusquedad—. Nada de sedantes. Está apenas consciente. Podrían producirle un coma.

—Entonces mantenla inmóvil. —El tono de voz de Miriam era práctico. Sus dedos diminutos y fríos me apretaban el cuello con inesperada firmeza—. No puedo impedir que siga sangrando y mantenerla quieta al mismo tiempo.

Lo que estaba ocurriendo alrededor de mí era sólo visible en desconcertantes fragmentos…, lo que estaba directamente arriba, lo que podía ser visto a través del rabillo de mis ojos, lo que podía ser seguido por medio del enorme esfuerzo de hacerlos girar en sus cuencas.

—¿Puedes hacer algo, Sarah? —La voz de Matthew estaba llena de angustia.

Apareció la cara de Sarah.

—La brujería no puede curar mordeduras de vampiro. Si pudiera, nunca habríamos tenido nada que temer de criaturas como vosotros.

Empecé a deslizarme hacia algún sitio apacible, pero mi avance fue interrumpido por la mano de Em, que agarró la mía para mantenerme dentro de mi cuerpo.

—Entonces no tenemos otra opción. —Matthew parecía desesperado—. Yo lo haré.

—No, Matthew —dijo Miriam decididamente—. Todavía no estás lo suficientemente fuerte. Además, yo lo he hecho cientos de veces. —Se oyó el ruido de algo que se rasgaba. Después del ataque de Juliette a Matthew, pude darme cuenta de que era carne de vampiro.

—¿Están convirtiéndome en vampira? —le pregunté a Em en un susurro.

—No, mon coeur. —La voz de Matthew sonaba tan decidida como la de Miriam—. Has perdido…, yo tomé… mucha sangre. Marcus la está reemplazando con sangre humana. Ahora Miriam tiene que ocuparse de tu cuello.

—¡Oh! —Era demasiado complicado para entenderlo del todo. Mi cerebro estaba confuso…, casi tan confuso como mi lengua y mi garganta—. Tengo sed.

—Deseas sangre de vampiro, pero no vas a tenerla. Quédate muy quieta —dijo Matthew con firmeza, sosteniéndome los hombros con tanta fuerza que era doloroso. Las manos frías de Marcus pasaron por mis orejas hasta la mandíbula, manteniéndome la boca cerrada también—. Miriam…

—Deja de preocuparte, Matthew —dijo Miriam enérgicamente—. He estado haciendo esto a los seres de sangre caliente desde mucho antes de que tú hubieras renacido.

Algo afilado se metió en mi cuello y el olor a sangre llenó el aire.

La sensación de corte fue seguida por un dolor que congelaba y quemaba simultáneamente. El calor y el frío se intensificaron, desplazándose por debajo de los tejidos de la superficie de mi cuello para sellar huesos y músculos internos.

Quise apartarme de aquellas lenguas heladas, pero había dos vampiros que me mantenían inmóvil. Mantenían también mi boca cerrada con firmeza, de modo que lo único que pude hacer fue dejar escapar un sonido amortiguado, terrible.

—Su arteria está oscurecida —dijo Miriam en voz baja—. Hay que limpiar la herida. —Con un único y audible sorbo, retiró la sangre. La piel quedó insensible durante un momento, pero la sensación volvió con toda su fuerza cuando ella se retiró.

El dolor extremo envió adrenalina por todo mi cuerpo y el pánico la siguió en su estela. Los muros grises de La Pierre se alzaban a mi alrededor y la imposibilidad de moverme me puso otra vez en manos de Satu.

Los dedos de Matthew se clavaban en mis hombros, haciéndome volver al bosque que rodeaba la casa de las Bishop.

—Dile lo que estás haciendo, Miriam. Esa bruja finlandesa la hizo temer lo que no ve.

—Son sólo gotas de mi sangre, Diana, que caen de mi muñeca —explicó Miriam tranquilamente—. Sé que duele, pero no podemos hacer otra cosa. La sangre de vampiro cura por contacto. Va a cerrar tu arteria mejor que las suturas que cualquier cirujano podría usar. Y no tienes que preocuparte. No hay ninguna posibilidad de que una cantidad tan pequeña aplicada de esta manera te convierta en una de nosotros.

Después de esa descripción me fue posible reconocer cada gota individualmente al caer en mi herida abierta. Allí se mezclaba con mi carne de bruja, precipitando la acumulación instantánea de tejido de cicatrización. Pensé que un vampiro necesitaba un enorme control de sí mismo para seguir semejante procedimiento sin ceder a su propio deseo. Por fin, las últimas gotas de frío abrasador llegaron a su destino.

—Listo —dijo Miriam con cierto tono de alivio—. Lo único que me queda por hacer ahora es coser la incisión. —Sus dedos volaron sobre mi cuello, estirando y suturando la carne al mismo tiempo—. He intentado que la herida quedara lo mejor posible, Diana, pero Matthew rasgó la piel con los dientes.

—Ahora te llevaremos a casa —dijo Matthew.

Él me sostuvo la cabeza y los hombros mientras Marcus hacía lo mismo con mis piernas. Miriam caminaba al lado llevando el equipo. Alguien había atravesado el campo con el Range Rover, que nos esperaba con la puerta trasera abierta. Matthew y Miriam intercambiaron sus puestos, y él desapareció en la parte trasera para prepararla para mí.

—Miriam —susurré. Ella se inclinó hacia mí—. Si algo sale mal… —no pude terminar, pero era imprescindible que ella me comprendiera. Todavía era una bruja. Pero prefería ser vampira antes que estar muerta.

Me miró fijamente a los ojos, buscó por un momento y luego asintió con la cabeza.

—Aunque será mejor que no te atrevas a morirte. Él me matará si hago lo que me pides.

Matthew me habló sin parar durante el movido viaje de regreso a la casa, besándome con suavidad si yo trataba de dormirme. A pesar de su amabilidad, cada vez era como una sacudida.

En casa, Sarah y Em se apresuraron a reunir almohadones y almohadas. Hicieron una cama delante de la chimenea de la sala principal. Sarah encendió el montón de leña de la rejilla con algunas palabras y un ademán. De inmediato se prendió fuego, pero aun así yo seguía temblando de manera incontrolable, helada hasta la médula.

Matthew me bajó para dejarme sobre los almohadones y me cubrió con colchas de retales mientras Miriam me colocaba vendas en el cuello. Mientras ella lo hacía, mi marido y su hijo hablaban entre dientes en un rincón.

—Es lo que ella necesita y yo sé dónde están sus pulmones —decía Marcus con impaciencia—. No le voy a pinchar nada.

—Ella es fuerte. Nada de línea central. No se hable más. Sólo deshazte de lo que queda del cuerpo de Juliette —replicó Matthew, en voz baja pero con autoridad.

—Me ocuparé de ello —aseguró Marcus. Se dio la vuelta y la puerta principal se cerró con un ruido sordo detrás de él antes de que el Range Rover cobrara vida otra vez.

El antiguo reloj de pared en la sala delantera marcaba el paso de los minutos. El calor penetró en mis huesos y me produjo somnolencia. Matthew estaba sentado a mi lado y me sostenía una mano con fuerza para poder tirar de ella y retenerme cada vez que yo trataba de huir hacia una agradable inconsciencia.

Finalmente Miriam dijo la palabra mágica:

—Estable.

Entonces pude dejarme llevar por la oscuridad que revoloteaba en los límites exteriores de mi conciencia. Sarah y Em me besaron y se retiraron seguidas por Miriam. Por fin sólo se quedaron Matthew y la bendita tranquilidad.

Pero una vez que el silencio se apoderó de todo, mi mente se volvió hacia Juliette.

—La he matado. —Mi corazón se aceleró.

—No tenías otra opción. —Su tono indicaba que no era necesario decir más al respecto—. Fue en defensa propia.

—No, no fue así. El fuego de brujos… —Sólo cuando él estuvo en peligro, el arco y las flechas aparecieron en mis manos.

Matthew me tranquilizó con un beso.

—Podemos hablar de eso mañana.

Había algo que no podía esperar, algo que yo quería que él supiera en ese momento.

—Te amo, Matthew. —No había habido oportunidad de decírselo antes de que Satu me arrebatara de Sept-Tours. Esta vez quería estar segura de habérselo dicho antes de que ocurriera algo.

—Yo también te amo. —Inclinó la cabeza y puso sus labios sobre mi oreja—. ¿Recuerdas nuestra cena en Oxford? Tú querías saber qué sabor tendrías.

Asentí con la cabeza.

—Tienes sabor a miel —murmuró—. Miel… y esperanza.

Una sonrisa tímida apareció en mis labios, y luego me quedé dormida.

Pero no fue un sueño tranquilo. Yo estaba atrapada entre el sueño y la vigilia, entre La Pierre y Madison, entre la vida y la muerte. La fantasmal anciana me había advertido de que estaba en una encrucijada. Había momentos en que la muerte parecía estar pacientemente a mi lado, a la espera de que yo eligiera el camino que quería tomar.

Recorrí innumerables kilómetros esa noche, huyendo de un lugar a otro, a sólo un paso de quien estuviera persiguiéndome: Gerberto, Satu, Juliette, Peter Knox. Cada vez que mi viaje me devolvía a casa de las Bishop, Matthew estaba allí. A veces Sarah estaba con él. Otras veces era Marcus. Pero casi siempre Matthew estaba solo.

Sumergido en la noche, alguien empezó a tararear la melodía con la que habíamos bailado hacía siglos en el gran salón de Ysabeau. No era Marcus ni Matthew —estaban hablando el uno con el otro—, pero estaba demasiado cansada como para descubrir de dónde venía la música.

—¿Dónde aprendió ella esa vieja canción? —preguntó Marcus.

—En casa. Por Dios, incluso en sueños sigue tratando de ser valiente. —La voz de Matthew era de desolación—. Baldwin tiene razón…, no soy bueno para la estrategia. Tenía que haber previsto esto.

—Gerberto contaba con que te hubieras olvidado de Juliette. Había ocurrido hacía tanto tiempo… Y él sabía que tú estarías con Diana cuando ella atacara. Se regodeaba con eso hablando por teléfono.

—Sí, él sabe que soy un arrogante que piensa que ella se encuentra a salvo si está a mi lado.

—Has tratado de protegerla. Pero no puedes hacerlo…, nadie puede. No es la única que tiene que dejar de ser valiente.

Había algo que Marcus no sabía, algo que Matthew estaba olvidando. Retazos de conversaciones olvidadas a medias me volvían a la memoria. La música se detuvo para dejarme hablar.

—Ya te lo he dicho —insistí, buscando a tientas a Matthew en la oscuridad para encontrar sólo un puñado de lana blanda que despedía perfume a clavo al ser aplastada—, yo puedo ser muy valiente por los dos.

—Diana —dijo Matthew con voz apremieante—, abre los ojos y mírame.

Su cara estaba a pocos centímetros de la mía. Me sostenía la cabeza con una mano, la otra mano fría estaba en la parte baja de mi espalda, donde una luna creciente iba de un lado de mi cuerpo al otro.

—Así es —murmuré—. Me temo que estamos perdidos.

—No, querida mía, no estamos perdidos. Estamos en casa de las Bishop. Y no tienes por qué ser valiente. Es mi turno.

—¿Podrás descubrir qué camino tenemos que tomar?

—Encontraré la manera. Descansa y deja que yo me ocupe de eso. —Los ojos de Matthew eran muy verdes.

Una vez más me fui corriendo para eludir a Gerberto y Juliette, que estaban pisándome los talones. Hacia el amanecer, mi sueño se hizo más profundo, y cuando me desperté ya era de día. Un rápido examen reveló que mi cuerpo estaba desnudo, aunque bien cubierto bajo capas y capas de colchas, como un paciente en una sala de cuidados intensivos británica. Los tubos desaparecían en mi brazo derecho, un vendaje me envolvía el codo izquierdo, y había algo en mi cuello. Cerca, Matthew estaba sentado, con las rodillas dobladas y la espalda apoyada contra el sofá.

—¿Matthew? ¿Va todo bien? —Yo tenía la lengua pastosa, y todavía me sentía ferozmente sedienta.

—Va todo bien. —El alivio se reflejaba en su cara al buscar mi mano y apretar sus labios en la palma. Matthew detuvo su mirada en mi muñeca, donde las uñas de Juliette habían dejado marcas furiosas en forma de rojas lunas crecientes.

El sonido de nuestras voces hizo que toda la familia se acercara a la habitación. Primero llegaron mis tías. Sarah estaba perdida en sus pensamientos, con oscuras sombras bajo los ojos. Em parecía cansada pero aliviada, y me acariciaba el pelo asegurándome que todo iba a ir bien. Luego vino Marcus. Me examinó y habló severamente de mi necesidad de descansar. Finalmente, Miriam echó a todo el mundo de la habitación para poder cambiarme las vendas.

—¿Ha sido muy grave? —pregunté cuando estuvimos solas.

—Si te refieres a Matthew, fue grave. Los De Clermont no gestionan demasiado bien el hecho de perder, ni la posibilidad de perder. Ysabeau estuvo peor cuando murió Philippe. Es estupendo que tú hayas sobrevivido, y no sólo por mí. —Miriam aplicó ungüento a mis heridas con una delicadeza asombrosa.

Sus palabras conjuraban imágenes de Matthew alterado y vengativo. Cerré los ojos para ocultarlas.

—Háblame sobre Juliette.

Miriam dejó escapar un silbido de advertencia.

—No me corresponde a mí contar nada acerca de Juliette Durand. Pregúntale a tu marido. —Desconectó el goteo intravenoso y me dio una de las viejas camisas de franela de Sarah. Cuando me vio forcejear porque no conseguía ponérmela, se acercó para ayudarme. Sus ojos se posaron en las marcas de la espalda.

—Las cicatrices no me molestan. Son sólo señales de que he peleado y sobrevivido. —De todas formas, me eché la camisa sobre los hombros con cierto pudor.

—A mí tampoco me molestan. El amor de los De Clermont siempre deja alguna marca. Nadie sabe eso mejor que Matthew.

Me abroché la camisa con dedos temblorosos, sin querer mirarla a los ojos. Me alcanzó un par de leggings negros.

—Darle tu sangre de esa manera fue extremadamente peligroso. Él podría no haber estado en condiciones de contenerse y dejar de beber. —Un cierto tono de admiración se había deslizado en su voz.

—Ysabeau me dijo que los De Clermont luchan por aquellos a quienes aman.

—Su madre comprenderá, pero Matthew es otra cosa. Tiene que sacar todo fuera de su sistema…, tu sangre, todo lo que ocurrió anoche.

«Juliette». Aunque no pronunciado, ese nombre estaba en el aire, entre nosotras.

Miriam volvió a conectar el goteo intravenoso y ajustó su ritmo.

—Marcus lo llevará a Canadá. Pasarán horas antes de que Matthew encuentre a alguien que le provoque deseos de alimentarse, pero es imposible evitarlo.

—¿Sarah y Em estarán seguras con los dos ausentes?

—Tú has conseguido un poco más de tiempo para todos nosotros. La Congregación nunca imaginó que Juliette iba a fallar. Gerberto es tan orgulloso como Matthew, y casi tan infalible. Tardarán algunos días en reagruparse. —Se quedó inmóvil, con una expresión culpable en la cara.

—Me gustaría hablar con Diana ahora —dijo Matthew en voz baja desde la puerta. Tenía un aspecto terrible. Había hambre en los ángulos afilados de su cara y las manchas moradas debajo de sus ojos.

Observó en silencio mientras Miriam se movía alrededor de mi cama improvisada. Cerró las amplias y pesadas puertas detrás de ella y sus cerrojos golpearon al mismo tiempo. Cuando se volvió hacia mí, su mirada era de preocupación.

La necesidad de sangre de Matthew estaba en guerra con sus instintos protectores.

—¿Cuándo te vas? —pregunté, con la esperanza de que mis deseos fueran claros.

—No me voy a ningún lado.

—Tienes que recuperar fuerzas. La próxima vez, la Congregación no enviará sólo un vampiro o una bruja. —Me pregunté cuántas otras criaturas del pasado de Matthew iban a seguir llegando por orden de la Congregación, y traté de incorporarme.

—¿Tienes ya tanta experiencia bélica, ma lionne, que comprendes sus estrategias? —Era imposible para mí deducir sus sentimientos por las expresiones de su rostro, pero su voz revelaba un cierto tono divertido.

—Hemos demostrado fácilmente que no podemos ser derrotados.

—¿Fácilmente? Tú has estado a punto de morir. —Se sentó a mi lado, sobre los almohadones.

—Y tú también.

—Usaste la magia para salvarme. Pude olerla: milenrama y ámbar gris.

—No ha sido nada. —No quería que supiera lo que yo había prometido a cambio de su vida.

—Nada de mentiras. —Matthew me agarró la barbilla con las puntas de sus dedos—. Si no quieres decírmelo, no lo hagas. Tus secretos son tuyos. Pero nada de mentiras.

—Si yo guardo secretos, no seré la única que lo haga en esta familia. Háblame de Juliette Durand.

Me soltó la barbilla y se dirigió inquieto hacia la ventana.

—Ya sabes que nos presentó Gerberto. La raptó en un burdel de El Cairo, la llevó al borde de la muerte una y otra vez antes de convertirla en vampira, y luego le dio la forma de una mujer que me iba a resultar atractiva. Todavía no sé si ya estaba loca cuando Gerberto la encontró o si su mente se quebró después de lo que él le hizo.

—¿Por qué? —No podía ocultar mi incredulidad.

—Ella debía abrirse paso hacia mi corazón para luego entrar en los asuntos de mi familia. Gerberto siempre había querido ser incluido entre los caballeros de Lázaro, y mi padre lo rechazó una y otra vez. Una vez que Juliette hubiera descubierto las complejidades de la hermandad y cualquier otra información útil sobre los De Clermont, podía matarme cuando quisiera. Gerberto la entrenó para que fuera mi asesina y también mi amante. —Matthew pasó el dedo sobre la pintura que se desconchaba en el marco de la ventana—. Cuando la conocí, sabía esconder mejor su enfermedad. Tardé mucho tiempo en descubrir los síntomas. Baldwin e Ysabeau nunca confiaron en ella, y Marcus la detestaba. Pero yo…, Gerberto la había preparado bien. Me recordaba a Louisa, y su fragilidad emocional parecía explicar su comportamiento irregular.

«Siempre le han gustado las cosas frágiles», me había advertido Ysabeau. No era que Matthew se hubiese sentido sólo sexualmente atraído por Juliette. Aquellos sentimientos habían calado más hondo.

—Tú la amabas. —Recordé el extraño beso de Juliette y me estremecí.

—Alguna vez. Hace mucho tiempo. En cualquier caso, por razones que fueron erróneas —continuó Matthew—. La cuidé… desde una distancia segura, y me aseguré de que fuera cuidada, ya que ella era incapaz de hacerlo por sí misma. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, desapareció y supuse que había muerto. Nunca imaginé que estaba con vida en algún lugar.

—Y todo ese tiempo que tú estuviste atento a ella, ella también te observaba a ti. —La mirada atenta de Juliette había captado cada uno de mis movimientos. Debía de haber observado a Matthew con un interés similar.

—Si yo lo hubiera sabido, jamás le habría permitido acercarse a ti. —Su mirada se perdió en la pálida luz matutina—. Pero hay otra cosa de la que tenemos que hablar. Debes prometerme que nunca vas a usar tu magia para salvarme. No tengo ningún deseo de vivir más de lo que me corresponde. La vida y la muerte son fuerzas poderosas. Ysabeau interfirió en ellas por mí alguna vez. Tú no debes hacerlo. Y nada de pedirle a Miriam, ni a cualquier otro, que te convierta en vampira. —Su voz era sorprendente en su frialdad, y cruzó la habitación hacia mí con pasos rápidos, largos—. Nadie…, ni siquiera yo…, te va a transformar en algo que no eres.

—Tú tendrás que prometerme algo a cambio.

Entrecerró sus ojos con desagrado.

—¿De qué se trata?

—Nunca me pidas que te deje cuando estés en peligro —dije casi con ferocidad—. Porque no lo haré.

Matthew calculó lo que iba a necesitar para mantener su promesa y a la vez mantenerme fuera de peligro. Yo estaba igualmente ocupada calculando cuáles de mis poderes apenas comprendidos por mí necesitaban ser dominados para poder protegerlo sin incinerarlo o sin ahogarme a mí misma. Nos miramos mutuamente con cautela durante algunos momentos. Finalmente le toqué la mejilla.

—Vete a cazar con Marcus. Estaremos bien durante unas horas. —Todavía tenía mal color. Yo no era la única que había perdido mucha sangre.

—No debes quedarte sola.

—Tengo a mis tías, además de a Miriam. Ella me dijo en la Bodleiana que sus dientes eran tan afilados como los tuyos. Y la creo. —En ese momento ya sabía bastante sobre los dientes de los vampiros.

—Regresaremos a casa cuando oscurezca —dijo de mala gana, acariciándome la mejilla con sus dedos—. ¿Necesitas algo antes de que me vaya?

—Me gustaría hablar con Ysabeau. —Sarah se había mostrado distante aquella mañana, y quería escuchar una voz maternal.

—Por supuesto —dijo, ocultando su sorpresa mientras metía la mano en el bolsillo para sacar su teléfono. Alguien se había preocupado de recuperarlo de entre los arbustos. Llamó a Sept-Tours con un solo movimiento de su dedo.

—¿Maman? —Un torrente de palabras en francés surgió del teléfono—. Ella está bien —la interrumpió Matthew, con un tono de voz tranquilizador—. Diana quiere…, ha pedido… hablar contigo.

Hubo un silencio, seguido de una sola y clara palabra.

—Oui.

Matthew me pasó el teléfono.

—¿Ysabeau? —Mi voz se quebró y mis ojos se llenaron con lágrimas repentinas.

—Estoy aquí, Diana. —La voz de Ysabeau sonaba tan musical como siempre.

—Casi lo pierdo.

—Tenías que haberle obedecido y haberte alejado de Juliette tanto como te fuera posible. —El tono de Ysabeau fue afilado antes de volverse suave otra vez—. Pero me alegra que no lo hicieras.

Entonces lloré en serio. Matthew acarició mi pelo hacia atrás, apartándomelo de la frente, y metió mi mechón siempre caprichoso detrás de mi oreja antes de dejarme seguir con mi conversación.

Con Ysabeau podía expresar mi pesar y confesar que había fallado por no haber matado a Juliette a la primera oportunidad. Le conté todo: la sorprendente aparición de Juliette y su extraño beso, mi terror cuando Matthew empezó a alimentarse, cómo había sido eso de empezar a morir para luego regresar bruscamente a la vida. La madre de Matthew me comprendía, y yo ya sabía que sería así. La única vez que Ysabeau me interrumpió fue durante la parte de mi historia en la que aparecían la doncella y la anciana.

—Entonces la diosa salvó a mi hijo —murmuró—. Ella tiene un sentido de la justicia, al igual que un gran sentido del humor. Pero ésa es una historia demasiado larga para hoy. La próxima vez que vengas a Sept-Tours te la contaré.

Cuando ella mencionó el château, tuve otro ataque agudo de nostalgia.

—Ojalá estuviera ahí. No estoy segura de que alguien en Madison pueda enseñarme todo lo que tengo que saber.

—Entonces debemos encontrar un maestro diferente. En algún lugar hay una criatura que puede ayudarte.

Ysabeau pronunció una serie de claras instrucciones acerca de obedecer a Matthew, de cuidarlo, de cuidarme a mí misma y de regresar al château lo antes posible. Las acepté todas ellas con anormal presteza y corté la comunicación.

Unos prudentes momentos después, Matthew abrió la puerta y entró.

—Gracias —le dije, sorbiéndome la nariz y entregándole su teléfono.

Sacudió la cabeza.

—Quédatelo. Llama a Marcus o a Ysabeau en cualquier momento que lo necesites. Son los números dos y tres en la marcación rápida. Necesitas un nuevo teléfono, y también un reloj. El tuyo ya ni siquiera puede volver a cargarse. —Matthew me acomodó suavemente sobre los almohadones y me besó en la frente—. Miriam está trabajando en el comedor, pero puede escuchar hasta el sonido más leve.

—¿Y Sarah y Em? —pregunté.

—Esperando para verte —respondió con una sonrisa.

Después de pasar un rato con mis tías, dormí unas horas, hasta que una inquietante y fuerte necesidad de Matthew hizo que me despertara clavándome las uñas.

Em se levantó de la mecedora de mi abuela recientemente aparecida y vino a mi lado trayéndome un vaso de agua. Su frente estaba atravesada por profundas arrugas que no estaban allí en los días anteriores. La abuela estaba sentada en el sofá mirando atentamente el revestimiento de madera cerca de la chimenea; estaba esperando claramente otro mensaje de la casa.

—¿Dónde está Sarah? —Cerré mis dedos alrededor del vaso. Todavía sentía la garganta reseca y el agua me venía de maravilla.

—Ha salido un rato. —La delicada boca de Em se tensó hasta convertirse en una línea fina.

—Culpa a Matthew de todo esto, ¿no?

Em cayó de rodillas sobre el suelo hasta que sus ojos se quedaron al nivel de los míos.

—Esto no tiene nada que ver con Matthew. Le ofreciste tu sangre a un vampiro…, un vampiro desesperado y moribundo. —Hizo callar mis protestas con un gesto—. Sé que no es cualquier vampiro. Aun así, Matthew podía haberte matado. Además, Sarah está destrozada porque no puede enseñarte a controlar tus poderes.

—Sarah no debería preocuparse por mí. ¿Has visto lo que le hice a Juliette?

Asintió con la cabeza.

—Y otras cosas también.

La atención de mi abuela estaba en ese momento dirigida a mí y no al revestimiento de madera.

—Vi el hambre en Matthew cuando se alimentaba de ti —continuó Em con serenidad—. También vi a la doncella y a la anciana de pie, al otro lado del fuego.

—¿Sarah las vio? —susurré, con la esperanza de que Miriam no pudiera oírnos.

Em negó con la cabeza.

—No. ¿Matthew lo sabe?

—No. —Me aparté el pelo de la cara, aliviada por que Sarah ignorara todo lo que había ocurrido la noche anterior.

—¿Qué le prometiste a la diosa a cambio de su vida, Diana?

—Lo que ella quisiera.

—Oh, mi amor. —Em contrajo el rostro—. No debiste haber hecho eso. Nunca se sabe cuándo va a actuar… ni qué va a coger.

Mi abuela se estaba meciendo furiosamente. Em observó los movimientos salvajes de la silla.

—Tuve que hacerlo, Em. La diosa no parecía sorprendida. Parecía algo inevitable…, correcto, de algún modo.

—¿Habías visto a la doncella y a la anciana antes?

Asentí con la cabeza.

—La doncella ha estado en mis sueños. A veces es como si yo estuviera dentro de ella, mirando hacia fuera cuando monta o caza. Y me encontré con la vieja saliendo de la sala principal.

«Estás en aguas profundas ahora, Diana —dijo mi abuela con voz áspera—. Espero que sepas nadar».

—No debes invocar a la diosa a la ligera —me advirtió Em—. Ésas son fuerzas muy poderosas que tú todavía no comprendes.

—Yo no la llamé. Aparecieron cuando decidí darle mi sangre a Matthew. Me ofrecieron su ayuda voluntariamente.

«Tal vez no debías haberle dado tu sangre. —Mi abuela continuó meciéndose sin detenerse, haciendo chirriar las tablas del suelo—. ¿Lo has pensado alguna vez?».

—Conoces a Matthew desde hace algunas semanas. Y a pesar de ello sigues sus órdenes muy fácilmente, y estabas dispuesta a morir por él. Seguramente te das cuenta de por qué Sarah está tan preocupada. La Diana que hemos conocido todos estos años ya no existe.

—Le quiero —dije con fiereza—. Y él me ama. —Dejé de lado los muchos secretos de Matthew…, los caballeros de Lázaro, Juliette, incluso Marcus…, al igual que dejé de lado todo lo que sabía ya de su carácter feroz y de su necesidad de controlar todo y a todos alrededor de él.

Pero Em supo lo que yo estaba pensando. Sacudió la cabeza.

—No puedes ignorar todo eso, Diana. Lo intentaste con tu magia, y ella te encontró. Las partes de Matthew que no te gustan y que no comprendes también te alcanzarán. No puedes esconderte para siempre. Especialmente ahora.

—¿Qué quieres decir?

—Hay demasiadas criaturas interesadas en ese manuscrito, y en ti y Matthew. Puedo sentirlas avanzando sobre la casa Bishop, sobre ti. No sé en qué lado de este combate están, pero mi sexto sentido me dice que no pasará mucho tiempo antes de enterarnos.

Em acomodó la colcha alrededor de mí. Después de poner otro tronco en el fuego, abandonó la habitación.

El olor característico y muy especiado de mi marido me despertó.

—Has vuelto —dije, frotándome los ojos.

Matthew parecía descansado, y su piel había recuperado su color normal, perlado.

Se había alimentado. Con sangre humana.

—Tú también. —Matthew se llevó mi mano a los labios—. Miriam me ha dicho que has estado durmiendo casi todo el día.

—¿Sarah está en casa?

—Todos están presentes y preparados. —Me dirigió una gran sonrisa—. Incluso Tabitha.

Pedí verlos, y me desconectó del goteo intravenoso sin discutir. Cuando vio que mis piernas resultaban demasiado inestables para conducirme a la sala de estar, simplemente me alzó y me llevó en brazos.

Em y Marcus me acomodaron en el sofá con gran ceremonia. Pronto me sentí cansada por nada más extenuante que una tranquila conversación y por ver la más reciente selección de cine negro en la televisión, y Matthew me levantó otra vez.

—Vamos arriba —anunció—. Nos veremos por la mañana.

—¿Quieres que lleve el goteo intravenoso de Diana? —preguntó Miriam.

—No. No lo necesita. —La voz de él sonó brusca.

—Gracias por no conectarme a todas esas cosas —dije mientras atravesábamos el salón delantero.

—Tu cuerpo todavía está débil, pero es excepcionalmente resistente para tratarse de un ser de sangre caliente —dijo Matthew cuando subíamos las escaleras—. Es la recompensa por ser una máquina de movimiento perpetuo, imagino.

Tan pronto apagó la luz, me acurruqué en su cuerpo con un suspiro de satisfacción, desplegando mis dedos posesivamente sobre su pecho. La luz de la luna que entraba por las ventanas destacaba sus nuevas cicatrices. Ya estaban pasando del rosado al blanco.

A pesar de estar tan cansada, los engranajes de la mente de Matthew estaban trabajando tan furiosamente que me resultaba imposible dormirme. Resultaba evidente por el gesto de su boca y el resplandor brillante de sus ojos que estaba escogiendo nuestro camino futuro, tal como había prometido hacer la noche anterior.

—Háblame —pedí, cuando la tensión se volvió insoportable.

—Lo que necesitamos es tiempo —dijo pensativamente.

—La Congregación seguramente no nos lo concederá.

—Entonces lo cogeremos. —Su voz era casi inaudible—. Viajaremos en el tiempo.