Capítulo
22

Las tres esperábamos en el salón desde que se había marchado montado en Balthasar a última hora de la mañana. En ese momento, las sombras se alargaban hacia el crepúsculo. Un humano estaría medio muerto por el prolongado esfuerzo que se necesitaba para controlar a ese enorme caballo en campo abierto. Sin embargo, los acontecimientos de la mañana me habían recordado que Matthew no era humano, sino un vampiro… con muchos secretos, un pasado complicado y terribles enemigos.

Arriba, una puerta se cerró.

—Ha regresado. Irá a la habitación de su padre, como hace siempre que está preocupado —explicó Ysabeau.

La hermosa y joven madre de Matthew estaba sentada con la mirada fija en el fuego, mientras yo retorcía mis manos sobre el regazo, rechazando todo lo que Marthe ponía delante de mí. No había comido nada desde el desayuno, pero mi sensación de vacío nada tenía que ver con el hambre.

Me sentía destrozada, rodeada por los pedazos rotos de mi vida antes ordenada. Mi título de Oxford, mi puesto en Yale y mis libros cuidadosamente investigados y escritos hacía mucho que daban significado y estructura a mi vida. Pero nada de eso me servía de consuelo en este nuevo mundo extraño de vampiros acechantes y brujas amenazadoras. Al quedar expuesta a él, yo había quedado al descubierto, con una nueva fragilidad relacionada con un vampiro y con el movimiento invisible e innegable de la sangre de una bruja en mis venas.

Por fin, Matthew entró en el salón, fresco y vestido con ropa limpia. Sus ojos me buscaron de inmediato y su contacto frío palpitó sobre mí cuando verificó que estaba ilesa. Su boca se suavizó con alivio.

Fue el último rasgo de confianza reconfortante que detecté en él.

El vampiro que entró en el salón no era el Matthew que yo conocía. No era la criatura elegante y encantadora que se había introducido en mi vida con una sonrisa burlona e invitaciones a desayunar. Tampoco era el científico, absorto en su trabajo y preocupado por la cuestión de por qué él estaba aquí. Y no había ninguna señal del Matthew que me había abrazado y besado con tan apasionada intensidad la noche anterior.

Este Matthew era frío e impasible. Los escasos bordes blandos que alguna vez había poseído —alrededor de su boca, en la delicadeza de sus manos, el silencio de sus ojos— habían sido reemplazados por líneas duras y angulosas. Parecía más viejo de lo que yo recordaba, una combinación de cansancio y cuidadosa distancia que reflejaba cada momento de sus casi mil quinientos años de edad.

Un tronco se rompió en la chimenea. Las chispas atrajeron mi mirada, color sangre anaranjada que se quemaba al caer.

Sólo el color rojo apareció al principio. Luego el rojo adquirió una textura, hebras rojizas brillaban aquí y allá con oro y plata. La textura se convirtió en algo más tangible, el cabello de Sarah. Aferré con mis dedos la correa de una mochila en mi hombro, y dejé caer el envoltorio de mi almuerzo al suelo del salón familiar con el mismo ruido habitual que mi padre hacía cuando dejaba caer su maletín junto a la puerta.

—Ya estoy en casa. —Mi voz de niña era alta y brillante—. ¿Hay galletas?

Sarah giró la cabeza, roja y anaranjada, atrapando chispas en la luz de la última hora de la tarde.

Pero su cara era blanco puro.

El blanco se imponía sobre los otros colores, se convirtió en plata y adoptó una textura como la de las escamas de un pez. Una cota de malla puesta sobre un cuerpo conocido y musculoso. Matthew.

—He terminado. —Sus manos arrancaron una túnica negra con una cruz de plata en el delantero, rasgándola en los hombros. La arrojó a los pies de alguien, se volvió y se alejó a grandes zancadas.

Con un solo parpadeo de mis ojos, la visión desapareció para ser reemplazada por los tonos cálidos del salón de Sept-Tours, pero la sorprendente conciencia de lo que había ocurrido permaneció. Al igual que con el viento de brujos, no había habido advertencia alguna cuando este talento escondido que yo tenía fue liberado. ¿Las visiones de mi madre habían empezado de manera tan repentina y tenían la misma claridad? Miré por toda la habitación, pero la única criatura que parecía haber notado algo raro era Marthe, que me observó con preocupación.

Matthew se acercó a Ysabeau y la besó levemente en ambas mejillas blancas y perfectas.

—Lo siento tanto…, maman —murmuró.

—Hein, él siempre fue un cerdo. No es culpa tuya. —Ysabeau le dio un amable apretón a la mano de su hijo—. Me alegro de que estés en casa.

—Se ha ido. No hay por qué preocuparse por esta noche —informó Matthew con la boca apretada. Se pasó los dedos por el pelo.

—Bebe. —Marthe pertenecía a la escuela en la que tomar algo era bueno para solucionar las crisis. Le alcanzó un vaso de vino a Matthew y colocó otra taza más de té junto a mí. Quedó sobre la mesa, intacta, enviando tentáculos de vapor por la habitación.

—Gracias, Marthe. —Matthew bebió un buen trago. Mientras lo hacía, sus ojos se volvieron hacia los míos, pero apartó la mirada deliberadamente cuando tragó—. Mi teléfono —dijo al dirigirse hacia su estudio.

Bajó las escaleras unos momentos después.

—Para ti. —Me dio el teléfono de tal manera que nuestras manos no necesitaron tocarse.

Supe quién estaba al otro lado de la línea.

—Hola, Sarah.

—He estado llamando durante más de ocho horas. ¿Qué diablos está ocurriendo? —Sarah sabía que algo malo sucedía, de otra manera no habría llamado a un vampiro. Su voz tensa hizo aparecer la imagen de su cara blanca en mi visión. En ella estaba asustada, no sólo triste.

—No pasa nada malo —aseguré, pues no quería que ella siguiera con miedo—. Estoy con Matthew.

—En primer lugar, a causa de Matthew estás en este lío.

—Sarah, no puedo hablar ahora. —Lo último que necesitaba era discutir con mi tía.

Ella respiró hondo.

—Diana, hay algunas cosas que tienes que saber antes de que decidas unir tu suerte a la de un vampiro.

—¿En serio? —pregunté a la vez que mi enfado crecía—. ¿Crees que éste es el momento de hablarme del acuerdo? Por casualidad tú no conocerás a las brujas que están entre los miembros actuales de la Congregación, ¿verdad? Hay algunas cosas que me gustaría decirles. —Mis dedos estaban ardiendo y la piel debajo de mis uñas se estaba poniendo de un vivo color azul cielo.

—Tú le diste la espalda a tu poder, Diana, y te negabas a hablar de magia. El acuerdo no era relevante para tu vida, ni tampoco la Congregación. —Sarah parecía a la defensiva.

Mi risa mordaz ayudó a que el tinte azul se desvaneciera de mis dedos.

—Justifícalo como quieras, Sarah. Después de que mi madre y mi padre fueran asesinados, tú y Em debíais habérmelo dicho, en lugar de hacer insinuaciones con misteriosas verdades a medias. Pero ahora es demasiado tarde. Tengo que hablar con Matthew. Te llamaré mañana.

Después de cortar la comunicación y de dejar el teléfono sobre el escabel a mis pies, cerré los ojos y esperé a que el hormigueo en mis dedos disminuyera.

Los tres vampiros me estaban mirando…, podía sentirlo.

—Y bien —dije en voz baja—, ¿debemos esperar más visitas de esta Congregación?

Matthew tensó los labios.

—No.

Fue una respuesta de una sola palabra, pero al menos era la palabra que yo quería escuchar. Durante los últimos días, había tenido un respiro respecto a los cambios de humor de Matthew y había casi olvidado lo alarmantes que podían ser. Sus siguientes palabras borraron mi esperanza de que su reciente arrebato pasara pronto.

—No habrá ninguna visita de la Congregación porque no vamos a violar el acuerdo. Nos quedaremos aquí algunos días más y luego regresaremos a Oxford. ¿Te parece bien, maman?

—Por supuesto —respondió Ysabeau de inmediato. Suspiró aliviada.

—Debemos mantener el estandarte izado —continuó Matthew con un tono de voz neutro—. El pueblo debe saber que hay que seguir en guardia.

Ysabeau asintió con la cabeza, y su hijo bebió un sorbo de vino. Miré primero a uno y luego al otro. Ninguno respondió a mi silenciosa petición de más información.

—Sólo han pasado unos cuantos días desde que me sacaste de Oxford —dije, al ver que nadie aceptaba mi mudo desafío.

Matthew levantó la mirada para clavarla directamente en mis ojos a modo de siniestra respuesta.

—Ahora vas a volver —dijo inexpresivamente—. Mientras tanto, no habrá paseos fuera de la propiedad. Nada de cabalgar sola. —Su frialdad en ese momento era más aterradora que cualquier cosa que Domenico hubiera dicho.

—¿Y? —lo presioné.

—Nada de bailes —continuó Matthew. Su brusquedad indicaba que muchas otras actividades estaban incluidas en esta categoría—. Vamos a cumplir con las reglas de la Congregación. Si dejamos de violarlas, dirigirán su atención a temas más importantes.

—Ya veo. Tú quieres que yo me haga la tonta. ¿Y abandonarás tu trabajo y el Ashmole 782? No lo creo. —Me puse de pie y fui hacia la puerta.

Matthew aferró mi brazo con rudeza. Que él pudiera haber llegado tan rápidamente a mi lado era algo que violaba todas las leyes de la física.

—Siéntate, Diana. —Su voz fue tan ruda como su contacto, pero resultaba extrañamente gratificante que estuviera mostrando algún tipo de emoción.

—¿Por qué te estás rindiendo? —susurré.

—Para evitar exponernos a todos nosotros ante los humanos… y para mantenerte con vida. —Me arrastró de vuelta al sofá y me empujó sobre los cojines—. Esta familia no es una democracia, y mucho menos en una ocasión como ésta. Cuando te digo que hagas algo, lo haces, sin titubeos ni discusiones. ¿Está claro? —El tono de Matthew indicaba que la conversación había terminado.

—¿O qué? —Lo estaba provocando deliberadamente, pero su actitud distante me asustó.

Dejó su vino, y la copa de cristal soltó un destello a la luz de las velas.

Me sentí caer, esta vez en un lago.

El lago se convirtió en una gota, la gota en una lágrima brillando sobre una mejilla blanca.

Las mejillas de Sarah estaban cubiertas de lágrimas. Tenía los ojos rojos e hinchados. Em estaba en la cocina. Cuando se reunió con nosotras, era evidente que había estado llorando también. Parecía destrozada.

—¿Qué? —exclamé con el miedo apretándome el estómago—. ¿Qué ha ocurrido?

Sarah se enjugó los ojos. Tenía los dedos manchados con las hierbas y las especias que usaba para hacer sus hechizos.

Sus dedos se hicieron más largos y las manchas fueron desapareciendo.

—¿Qué? —reaccionó Matthew con una mirada salvaje. Sus dedos blancos secaban una lágrima diminuta y manchada de sangre en una mejilla igualmente blanca—. ¿Qué ha ocurrido?

—Las brujas. Tienen a tu padre —dijo Ysabeau con voz entrecortada.

Mientras la visión se desvanecía, busqué a Matthew, esperando que sus ojos ejercieran su atracción acostumbrada y aliviaran mi prolongada desorientación. Apenas nuestras miradas se encontraron, vino y permaneció cerca de mí. Pero no hubo nada del consuelo habitual relacionado con su presencia.

—Te mataré yo mismo antes de dejar que alguien te haga daño. —Las palabras se atragantaron en su garganta—. Y no quiero matarte. Así que, por favor, haz lo que te digo.

—¿Así que eso es todo? —pregunté cuando pude hacerlo—. Vamos a cumplir con un antiguo acuerdo hecho con estrechez de miras hace casi mil años. Caso cerrado.

—No debes estar bajo el escrutinio de la Congregación. No tienes control sobre tu magia y ningún conocimiento de tu relación con el Ashmole 782. En Sept-Tours puedes estar protegida de Peter Knox, Diana, pero ya te he dicho antes que no estás a salvo entre vampiros. Ningún ser de sangre caliente lo está. Nunca.

—Tú no me harás daño. —A pesar de lo que había ocurrido en los últimos días, estaba completamente segura en esta cuestión.

—Tú insistes en esa visión romántica de lo que es ser un vampiro, pero a pesar de mis mejores esfuerzos por controlarme, me siento atraído por la sangre.

Hice un ademán desdeñoso.

—Has matado humanos. Eso lo sé, Matthew. Eres un vampiro y has vivido durante cientos de años. ¿Crees que pensaba que sobreviviste sólo consumiendo animales?

Ysabeau miraba a su hijo atentamente.

—Decir que sabes que he matado humanos y comprender qué significa eso son dos cosas diferentes, Diana. No tienes ni idea de lo que soy capaz. —Tocó su talismán de Betania y se alejó de mí con pasos rápidos, impacientes.

—Sé quién eres. —Éste era otro punto de absoluta certeza. Me preguntaba qué hacía que me sintiera tan instintivamente segura de Matthew a pesar de que las pruebas de la brutalidad de los vampiros…, incluso de las brujas…, aumentaban.

—Ni siquiera sabes quién eres tú misma. Y hace tres semanas nunca habías oído hablar de mí. —La mirada de Matthew era inquieta y sus manos, al igual que las mías, estaban temblando. Eso me preocupaba menos que el hecho de que Ysabeau se hubiera adelantado un poco más en su asiento. Él cogió un atizador y le dio un tremendo golpe al fuego antes de dejarlo a un lado. El metal resonó contra la piedra, abriendo la superficie firme como si fuera mantequilla.

—Ya le encontraremos una solución. Danos un poco de tiempo. —Traté de hacer que mi voz sonara suave y tranquilizadora.

—No hay nada que solucionar. —Matthew iba de un lado a otro en ese momento—. Tú tienes demasiado poder indisciplinado. Es como una droga…, una droga muy adictiva y peligrosa que otras criaturas están desesperadas por compartir. Nunca estarás segura mientras una bruja o un brujo o un vampiro estén cerca de ti.

Abrí la boca para responder, pero el sitio donde había estado de pie estaba vacío. Los dedos helados de Matthew estaban sobre mi barbilla, levantándome en el aire.

—Soy un depredador, Diana. —Pronunció estas palabras con la seducción de un amante. El oscuro aroma del clavo me mareó—. Tengo que cazar y matar para sobrevivir. —Apartó mi cara de él con una torsión salvaje, dejando mi cuello al descubierto. Sus ojos inquietos recorrieron mi garganta.

—Matthew, deja a Diana. —Ysabeau se mostraba indiferente, y mi propia fe en él permanecía incólume. Él quería asustarme por alguna razón, pero yo no estaba en peligro, no como había sucedido con Domenico.

—Ella cree que me conoce, maman —susurró—. Pero Diana no sabe lo que se siente cuando el deseo de cálida sangre aprieta en el estómago de tal manera que uno se vuelve loco de necesidad. Ella no sabe cuánto deseamos sentir la sangre de otro corazón palpitando por nuestras venas. O lo difícil que es para mí estar aquí, tan cerca, y no saborearla a ella.

Ysabeau se puso de pie pero permaneció donde estaba.

—Éste no es el momento de enseñarle nada, Matthew.

—Ya lo ves, no se trata sólo de que podría matarte directamente —continuó, ignorando a su madre. Sus ojos negros resultaban hipnóticos—. Podría alimentarme de ti lentamente, tomando tu sangre y dejando que vuelva a reponerse, para empezar de nuevo al día siguiente. —Su mano pasó de sujetar mi barbilla a rodear mi cuello, y su dedo pulgar acarició el pulso en mi garganta como si estuviera calculando precisamente dónde iba a hundir sus dientes en mi carne.

—¡Basta! —reaccioné con brusquedad. Sus tácticas intimidatorias habían ido demasiado lejos.

Matthew me dejó caer con brusquedad sobre la mullida alfombra. Cuando sentí el impacto, el vampiro ya estaba al otro lado de la habitación, dándome la espalda y con la cabeza inclinada.

Me quedé mirando el dibujo de la alfombra debajo de mis manos y rodillas.

Un remolino de colores, demasiados como para distinguirlos, se movió ante mis ojos.

Eran hojas que bailaban contra el cielo: verde, marrón, azul, oro.

—Son tu madre y tu padre —estaba explicando Sarah con su voz tensa—. Han sido asesinados. Están muertos, mi amor.

Deslicé mi mirada desde la alfombra hacia el vampiro que permanecía de espaldas a mí.

—No. —Sacudí la cabeza.

—¿Qué ocurre, Diana? —Matthew se volvió. La preocupación desplazaba al depredador momentáneamente.

El remolino de colores atrajo mi atención otra vez: verde, marrón, azul, oro. Eran hojas, atrapadas en un remolino sobre un charco de agua, para caer en el suelo alrededor de mis manos. Un arco, curvado y lustroso, reposaba junto a flechas desparramadas y una aljaba medio vacía.

Cogí el arco y sentí que la cuerda tirante me cortaba la piel.

—Matthew —le advirtió Ysabeau, olfateando el aire con delicadeza.

—Lo sé. Puedo olerlo también —dijo él sombríamente.

«Es tuyo —susurró una voz extraña—. No debes dejarlo ir».

—Lo sé —murmuré con impaciencia.

—¿Qué es lo que sabes, Diana? —Matthew dio un paso hacia mí.

Marthe corrió a mi lado.

—Déjala —dijo entre dientes—. La niña no está en este mundo.

Yo no estaba en ningún lugar, atrapada entre el dolor terrible de perder a mis padres y la certeza de que pronto Matthew también se habría ido.

«Ten cuidado», me advirtió la voz extraña.

—Es demasiado tarde para eso. —Levanté mi mano del suelo y la estrellé contra el arco, que se rompió en dos—. Demasiado tarde.

—¿Para qué es demasiado tarde? —preguntó Matthew.

—Estoy enamorada de ti.

—No puede ser —replicó aturdido. La habitación estaba en completo silencio, salvo por el crepitar del fuego—. Es demasiado pronto.

—¿Por qué tienen los vampiros una actitud tan extraña respecto del tiempo? —medité en voz alta, todavía atrapada en una mezcla desconcertante de pasado y presente. Sin embargo, la palabra «amor» había provocado en mí sentimientos de posesión que me trajeron al presente—. Las brujas no tienen siglos para enamorarse. Lo hacemos rápido. Sarah dice que mi madre se enamoró de mi padre en cuanto lo vio. Te amo desde que decidí no golpearte con un remo en el muelle de la ciudad de Oxford. —La sangre en mis venas empezó a zumbar. Marthe parecía sobresaltada, lo cual sugería que ella también podía escuchar ese zumbido.

—Tú no lo entiendes. —Parecía que Matthew, al igual que el arco, podría partirse en dos de golpe.

—Sí que lo entiendo. La Congregación tratará de detenerme, pero no me va a decir a quién debo amar. —Cuando mis padres me fueron arrebatados, yo era una niña sin capacidad de decisión y hacía lo que la gente me decía. Pero ya era una mujer adulta, e iba a luchar por Matthew.

—Las insinuaciones de Domenico no son nada comparadas con lo que puedes esperar de Peter Knox. Lo que ha ocurrido hoy fue un intento de acercamiento, una misión diplomática. No estás preparada para enfrentarte a la Congregación, Diana, aunque tú no lo creas. Y si te rebelaras, ¿qué pasaría entonces? Traer esos viejos enfrentamientos a la superficie puede hacer que todo quede fuera de control, exponiéndonos así a los humanos. Tu familia podría sufrir. —Las palabras de Matthew eran brutales, con la intención de detenerme y hacerme reconsiderar mi postura. Pero nada de lo que dijera superaba lo que yo sentía por él.

—Te amo y no voy a detenerme. —De esto yo también estaba segura.

—No estás enamorada de mí.

—Yo decido a quién amar, cómo y cuándo. Deja de decirme lo que debo hacer, Matthew. Mis ideas sobre los vampiros pueden ser románticas, pero vuestras actitudes respecto a las mujeres necesitan una revisión a fondo.

Antes de que pudiera responder, su teléfono empezó a saltar sobre el escabel. Dejó escapar una maldición en occitano que debió de ser realmente impresionante, porque incluso Marthe se mostró escandalizada. Estiró la mano hacia abajo y cogió el teléfono antes de que cayera al suelo.

—¿Qué ocurre? —dijo, con sus ojos fijos en mí.

Se oían débiles murmullos en el otro extremo de la línea. Marthe e Ysabeau intercambiaron miradas de preocupación.

—¿Cuándo? —La voz de Matthew sonó como un disparo—. ¿Se han llevado algo? —Arrugué el entrecejo al escuchar la cólera en su tono—. Gracias a Dios. ¿Hay algún daño?

Algo había ocurrido en Oxford en nuestra ausencia, y parecía que se trataba de un robo. Suponía que habría sido en el Viejo Pabellón.

La voz en el otro lado del teléfono continuó. Matthew se pasó una mano sobre los ojos.

—¿Qué más? —preguntó, alzando la voz.

Hubo otro largo silencio. Se volvió y se dirigió hacia la chimenea. Puso su mano derecha bien abierta sobre la repisa superior.

—Se acabó la diplomacia. —Matthew maldijo entre dientes—. Estaré ahí en unas horas. ¿Puedes recogerme?

Regresábamos a Oxford. Me puse de pie.

—Muy bien. Llamaré antes de aterrizar. Marcus, averigua quiénes, además de Peter Knox y Domenico Michele, son miembros de la Congregación.

¿Peter Knox? Las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. En ese momento me quedó claro por qué Matthew había regresado a Oxford con tanta rapidez cuando le dije quién era el mago vestido de tweed. Eso explicaba también por qué estaba tan ansioso de apartarme de allí en ese momento. Estábamos violando el acuerdo, y Knox estaba encargado de hacerlo cumplir.

Matthew se mantuvo unos momentos en silencio tras cortar la comunicación, con un puño apretado como si estuviera resistiéndose al impulso de golpear la repisa de piedra para dominarla.

—Era Marcus. Alguien trató de entrar por la fuerza al laboratorio. Tengo que regresar a Oxford. —Se volvió. Sus ojos carecían de toda expresión.

—¿Va todo bien? —Ysabeau lanzó una mirada de preocupación en dirección a mí.

—No lograron atravesar los controles de seguridad. De todas formas, tengo que hablar con los funcionarios de la universidad para asegurarme de que el que lo haya hecho no tenga éxito la próxima vez. —Nada de lo que Matthew estaba diciendo tenía sentido. Si los ladrones habían fracasado, ¿por qué no estaba aliviado? ¿Y por qué sacudía la cabeza mirando a su madre?

—¿Quiénes han sido? —pregunté temerosa.

—Marcus no está seguro.

Eso era raro, dado el fino sentido del olfato de los vampiros.

—¿Fueron humanos?

—No. —Volvíamos a las respuestas monosilábicas.

—Traeré mis cosas. —Me volví hacia las escaleras.

—Tú no vienes. Te quedas aquí. —Las palabras de Matthew me obligaron a detenerme.

—Prefiero estar en Oxford —protesté—. Contigo.

—Oxford no es seguro por el momento. Regresarás cuando lo sea.

—¡Acabas de decirme que debemos regresar! Decídete, Matthew. ¿Cuál es el peligro? ¿El manuscrito y las brujas? ¿Peter Knox y la Congregación? ¿O Domenico Michele y los vampiros?

—¿No me has oído? ¡Yo soy el peligro! —La voz de Matthew sonó penetrante.

—Claro que te he oído. Pero me estás ocultando algo. Es tarea del historiador revelar los secretos —le aseguré en voz baja—. Y soy muy buena en eso. —Abrió la boca para hablar, pero lo detuve—: No más excusas ni falsas explicaciones. Vete a Oxford. Yo me quedaré aquí.

—¿Necesitas algo de arriba? —preguntó Ysabeau—. Deberías llevar un abrigo. Llamarás la atención de los humanos si sólo llevas un jersey.

—Sólo mi portátil. Mi pasaporte está en el maletín.

—Lo traeré. —Deseosa de tener un respiro de todos los Clermont por un momento, corrí escaleras arriba. En el estudio de Matthew miré la habitación que tenía tanto de él.

Las superficies plateadas de la armadura parpadeaban a la luz del fuego y atraían mi atención mientras un revoltijo de caras daba vueltas brillando en mi mente. Las visiones eran tan veloces como los cometas en el cielo. Había una mujer pálida con enormes ojos azules y una dulce sonrisa; otra mujer cuya barbilla firme y hombros cuadrados emanaban determinación; un hombre con nariz de halcón terriblemente dolorido. Había otras caras también, pero la única que reconocí fue la de Louisa de Clermont, mostrando los dedos cubiertos de sangre que goteaba delante de su cara.

El hecho de resistir la atracción de la visión ayudó a que los rostros se desvanecieran, pero mi cuerpo se estremeció y en mi mente sólo había perplejidad. El informe de ADN había indicado que podía esperar que llegaran las visiones. Pero no había habido ninguna advertencia de su llegada, como tampoco sucedió la noche anterior cuando floté en los brazos de Matthew. Era como si alguien hubiera quitado el tapón de una botella y mi magia, por fin liberada, se apresurara a salir.

Cuando saqué el cablé del enchufe lo metí en el maletín de Matthew, junto con el ordenador. Su pasaporte estaba en el bolsillo delantero, tal como él había dicho.

Al volver al salón, Matthew estaba solo, con las llaves en la mano y una chaqueta deportiva de ante echada sobre los hombros. Marthe hablaba entre dientes y paseaba de un lado a otro en el gran salón contiguo.

Le entregué el ordenador y me mantuve a cierta distancia para resistir mejor el impulso de tocarlo otra vez. Matthew se metió las llaves en un bolsillo y cogió el maletín.

—Sé que esto es difícil. —Su voz sonaba baja y extraña—. Pero tienes que dejar que yo me ocupe de esto. Y necesito saber que tú estás a salvo mientras lo hago.

—Estoy a salvo contigo, dondequiera que estemos.

Sacudió la cabeza.

—Mi nombre tenía que haber sido suficiente para protegerte. Pero no ha sido así.

—Dejarme aquí no es la respuesta. No comprendo todo lo que ha ocurrido hoy, pero el odio de Domenico va más allá de mí. Quiere destruir a tu familia y todo lo que más te importa. Domenico podría decidir que éste no es el momento adecuado para continuar con su vendetta. Pero ¿Peter Knox? Él quiere el Ashmole 782 y cree que yo puedo conseguírselo. No se dejará apartar tan fácilmente. —Me estremecí.

—Aceptará un trato si se lo propongo.

—¿Un trato? ¿Qué puedes ofrecerle?

El vampiro se quedó en silencio.

—¿Matthew? —insistí.

—El manuscrito —dijo categórico—. No me ocuparé de él… ni de ti… si él promete hacer lo mismo. El Ashmole 782 no ha sido perturbado durante un siglo y medio. Dejaremos que siga así.

—No puedes hacer un trato con Knox. No se puede confiar en él. —Me sentí horrorizada—. Además, tú tienes todo el tiempo que sea necesario para esperar por el manuscrito. Knox, no. Tu trato no le resultará atractivo.

—Deja que yo me ocupe de Knox —dijo con aspereza.

Le lancé una mirada furiosa.

—Tengo que dejar que tú te ocupes de Domenico y que te ocupes de Knox. ¿Qué crees que voy a hacer yo? Me dijiste que no era una doncella afligida. Entonces deja de tratarme como si lo fuera.

—Supongo que me merecía eso —dijo lentamente; sus ojos parecieron más negros—, pero tú tienes mucho que aprender sobre los vampiros.

—Eso es lo que me dice tu madre. Pero a lo mejor tú también tienes que aprender de las brujas algunas cosas. —Aparté el mechón de pelo que tenía sobre mis ojos y crucé los brazos sobre mi pecho—. Ve a Oxford. Aclara lo que ocurrió allí. —«Sea lo que sea que no quieres compartir conmigo»—. Pero, por el amor de Dios, Matthew, no negocies con Peter Knox. Decide tú lo que sientes por mí…, no porque el acuerdo lo prohíba ni porque la Congregación lo quiera, ni tampoco por lo que Peter Knox y Domenico Michele te hayan dicho para asustarte.

Mi amado vampiro, con una cara que sería la envidia de un ángel, me miró con tristeza.

—Ya sabes lo que siento por ti.

Sacudí la cabeza.

—No. No lo sé. Cuando estés preparado, me lo dirás.

Matthew luchó contra algo en su interior, pero guardó silencio. Sin pronunciar palabra, se encaminó hacia la puerta que daba al gran salón. Cuando llegó a ella, me dirigió una larga mirada de copos de nieve y escarcha antes de cruzarla.

Marthe lo recibió en el gran salón. Él la besó con delicadeza en ambas mejillas y rápidamente dijo algo en occitano.

Compreni, compreni —dijo ella, asintiendo con la cabeza con vehemencia y mirándome a mí, que estaba detrás de él.

—Mercés amb tot meu còr —replicó él en voz baja.

—Al rebèire. Mèfi.

—T’afortiss. —Matthew se volvió hacia mí—. Y tú me prometerás lo mismo…, que tendrás cuidado. Escucha a Ysabeau.

Partió sin una mirada ni un contacto final y alentador.

Me mordí el labio y traté de tragarme las lágrimas, pero no pude evitar que se deslizaran por mis mejillas. Después de tres pasos lentos hacia las escaleras de la torre de vigilancia, empecé a correr mientras las lágrimas me cubrían la cara. Con una expresión comprensiva, Marthe me dejó ir.

Cuando salí al aire frío y húmedo, el estandarte de los Clermont flameaba suavemente de un lado a otro y las nubes seguían oscureciendo la luna. La oscuridad me envolvió desde todas las direcciones y la única criatura que la mantenía a raya se marchaba en aquel instante, llevándose la luz consigo.

Mirando por encima de las murallas de la torre, vi a Matthew junto al Range Rover hablando furiosamente con Ysabeau. Ella parecía muy alterada y le agarraba la manga de la chaqueta como si quisiera impedir que subiera al vehículo.

Su mano era una mancha blanca cuando tiró para liberar su brazo. Golpeó fuerte una vez con el puño en el techo del coche. Di un salto. Matthew nunca había usado su fuerza sobre algo más grande que una nuez o una concha de ostra cuando estaba cerca de mí, y la abolladura que había dejado en el metal era alarmantemente profunda.

Agachó la cabeza. Ysabeau lo tocó ligeramente en la mejilla, sus tristes facciones brillaban a la débil luz. Subió al vehículo y pronunció algunas palabras más. Su madre asintió con la cabeza y miró fugazmente hacia la torre de vigilancia. Di un paso hacia atrás, esperando que ninguno de ellos me hubiera visto. El coche dio la vuelta y los pesados neumáticos crujieron sobre la grava cuando Matthew arrancó.

Las luces del Range Rover desaparecieron colina abajo. Cuando Matthew se hubo marchado, me deslicé por la muralla de piedra de la torre y me entregué a mis lágrimas.

Fue entonces cuando descubrí en qué consistía el manantial de brujos.