Entonces, el cataclismo sacudió el mundo. Atlantis y Lemuria se hundieron, y las islas pictas se elevaron para formar los picos montañosos de un nuevo continente. Grandes extensiones del continente Thurio se desvanecieron bajo las aguas o, al hundirse, formaron grandes lagos y mares internos. Los volcanes se abrieron, y los terremotos sacudieron las hasta entonces brillantes ciudades de los imperios. Naciones enteras fueron exterminadas.
A los bárbaros les fueron las cosas algo mejor que a las razas civilizadas. Los habitantes de las islas pictas fueron destruidos, pero no sufrió ningún daño una gran colonia de ellos, asentados entre las montañas de la frontera meridional de Valusia para servir como amortiguadores contra las invasiones extranjeras. Del mismo modo, el reino continental de los atlantes escapó a la ruina generalizada, y hasta él llegaron miles de los hombres de sus tribus, que huyeron en barcos de la tierra que se hundía. Muchos lemures escaparon a la costa oriental del continente Thurio, que salió comparativamente indemne. Allí, fueron esclavizados por la antigua raza que ya habitaba la zona y su historia fue, durante miles de años, una historia de brutal servidumbre.
En la parte occidental del continente, las condiciones cambiantes crearon extrañas formas de vida animal y vegetal. Espesas junglas cubrieron las llanuras, grandes ríos se abrieron paso hasta el mar, montañas silvestres se elevaron, y lagos cubiertos con las ruinas de viejas ciudades quedaron transformados en fértiles valles.
Desde las zonas hundidas huyeron como enjambres miríadas de bestias y salvajes, de hombres-mono y de simios, hacia el reino continental de los atlantes. Obligados a luchar continuamente para salvar sus vidas, lograron, a pesar de todo, conservar algunos vestigios de su antiguo estado de barbarismo avanzado. Privados de metales y de minas, se vieron obligados a trabajar la piedra, como habían hecho sus lejanos antepasados, y habían alcanzado ya un verdadero nivel artístico cuando su cultura, que se esforzaba por sobrevivir, entró en contacto con la poderosa nación picta.
Los pictos también habían vuelto al uso del pedernal, pero habían avanzado más rápidamente en cuanto a crecimiento de la población y dominio del arte de la guerra. No poseían la naturaleza artística de los atlantes, sino que formaban una raza más ruda, más práctica y prolífica. No dejaron imágenes pintadas o talladas en el marfil, como hicieron sus enemigos, pero sí gran cantidad de armas de pedernal notablemente eficientes.
Estos reinos de la edad de piedra chocaron entre sí y, en una serie de sangrientas guerras, los atlantes, superados en número, se vieron obligados a retroceder a una etapa de salvajismo, y la evolución de los pictos se vio detenida.
Quinientos años después del gran cataclismo, los reinos bárbaros habían desaparecido, convertidos ahora en una nación de salvajes, los pictos, en permanente estado de guerra contra otros salvajes, los atlantes. Los pictos contaban con la ventaja de su mayor número y unidad, mientras que los atlantes se habían dividido en clanes débilmente relacionados entre sí. Eso fue lo que sucedió en occidente.
En el lejano este, separado del resto del mundo por la elevación de gigantescas cadenas montañosas y por la formación de una cadena de vastos lagos, los lemures se fatigan como esclavos de sus antiguos amos. El extremo más meridional sigue envuelto en el misterio. Tras haber salido indemne del gran cataclismo, su destino sigue siendo prehumano.
De las razas civilizadas del continente Thurio, los restos de una de las naciones no valusas habitan entre las montañas bajas situadas al sudeste, los zhemris. Aquí y allá, repartidos por el mundo, hay diseminados clanes de salvajes simiescos completamente ignorantes del auge y caída de las grandes civilizaciones. Pero en el extremo norte hay otro pueblo que va surgiendo lentamente a la existencia.
En el momento en que se produjo el gran cataclismo, un grupo de salvajes, cuyo desarrollo no se hallaba muy por encima del hombre de Neanderthal, huyó hacia el norte para escapar a la destrucción. Descubrieron que los países de las nieves sólo estaban habitados por una especie de monos de las nieves, enormes animales blancos y velludos, aparentemente adaptados a ese clima y propios de él. Lucharon contra ellos y los empujaron más allá del círculo ártico, destinados a perecer, o eso creyeron los salvajes. Pero los monos de las nieves se adaptaron a las nuevas y duras condiciones ambientales y se multiplicaron.
Después de que las guerras entre los pictos y los atlantes destruyeran lo que podría haber sido el principio de una nueva cultura, otro cataclismo, éste menor, alteró una vez más el aspecto del continente original, dejó un gran mar interior allí donde antes estuvo la cadena de lagos, lo que separó aún más el este del oeste, y los terremotos, inundaciones y erupciones volcánícas subsiguientes terminaron de completar la ruina de los bárbaros, que ya se había iniciado con sus guerras tribales.
Mil años después de este cataclismo menor, el mundo occidental tiene el aspecto de un terreno salvaje, cubierto de junglas, lagos y ríos torrenciales. Entre las montañas del noroeste, cubiertas por los bosques, existen grupos errantes de hombres mono que no dominan el habla humana, ni conocen el fuego o el uso de utensilios. Son los descendientes de los atlantes, hundidos en el caos chillón de la bestialidad de la jungla del que sus antepasados habían surgido trabajosamente, arrastrándose, hacía ya muchas eras.
En el sudoeste viven diseminados clanes de salvajes degradados que habitan en las cuevas, y cuya forma de hablar es de lo más primitivo, pero que todavía conservan el nombre de pictos, que ha terminado por convertirse en un nombre que ellos mismos emplean para designarse como hombres, y distinguirse de las verdaderas bestias, a las que se enfrentan para salvar la vida y obtener alimentos. Ése es el único eslabón que les une con su antiguo estado. Ni los escuálidos pictos ni los atlantes simiescos tienen contacto alguno con otras tribus o pueblos.
Al otro lado, en el este, los lemures, reducidos casi a un estado bestial por la brutalidad de su esclavitud, han terminado por levantarse y destruir a sus antiguos amos. Son salvajes que deambuían por las ruinas de una civilización extraña. Los supervivientes de esa civilización, que han escapado a la furia desatada de sus esclavos, han huido hacia el oeste. Caen sobre los misteriosos reinos prehumanos del sur, derribándolos y sustituyéndolos con su propia cultura, suavizada por el contacto con la antigua. Al reino surgido de este modo se le llama Stigia, y parece que en él han sobrevivido restos de la nación más antigua, y que incluso se les ha adorado, después de que la raza, en su conjunto, haya quedado destruida.
Aquí y allá, repartido por el mundo, pequeños grupos de salvajes muestran señales de una tendencia de progreso; se hallan diseminados y no han sido clasificados. Pero las tribus están creciendo en el norte. A estos pueblos se les denomina hyborios, o hyboris; su dios era Bori, algún gran jefe, de quien la leyenda decía que era más antiguo que el rey que los condujo hacia el norte, en los tiempos del gran cataclismo, que las tribus sólo recuerdan en un folklore distorsionado.
Se han extendido por el norte, y presionan hacia el sur, en migraciones tranquilas. Por el momento no han entrado en contacto con ninguna otra raza; sus guerras las han librado entre ellos mismos. El haber habitado durante mil quinientos años en las tierras del norte les ha convenido en una raza de hombres altos, de cabello leonado y ojos grises, vigorosos y amantes de la guerra, y que ya exhiben una artesanía bien definida y una cierta inclinación por la poesía. La mayoría de ellos siguen viviendo de la caza, pero las tribus del sur llevan ya varios siglos dedicadas a la cría del ganado.
Hay una excepción en cuanto a su, hasta ahora, completo aislamiento de otras razas: un viajero que recorrió el norte ha regresado con la noticia de que las extensiones de tierras heladas supuestamente desiertas se hallan habitadas en realidad por una amplia tribu de hombres similares a monos, descendientes, según afirma, de las bestias empujadas hacia territorios menos habitables por parte de los antepasados de los hyborios. Animó a formar un gran destacamento de guerra para enviarlo más allá del ártico con la misión de exterminar a esas bestias, de las que, según asegura, empezaban a evolucionar para convertirse en verdaderos hombres. Su propuesta fue rechazada. Un pequeño grupo de jóvenes guerreros aventureros le siguió hacia el norte, pero ninguno de ellos regresó.
Pero las tribus de los hyborios se iban desplazando hacia el sur y, a medida que aumentaba su población, este movimiento se hizo cada vez más amplio. La siguiente era fue una época de migraciones y conquistas. A lo largo de la historia del mundo, las tribus y los movimientos y desplazamientos de éstas configuran un panorama siempre cambiante.
Eso puede verse en el panorama que ofrecía el mundo quinientos años más tarde. Las tribus de los hyborios, de cabellos leoninos, se han movido hacia el sur y el oeste, y han conquistado y destruido a más de un pequeño clan no clasificado. Al absorber la sangre de las razas conquistadas, que ya eran descendientes de otras tendencias más antiguas, han empezado a mostrar ciertos rasgos raciales modificados, y esta mezcla de razas se ve ferozmente atacada por las corrientes de sangre más nueva y más pura, y se ve empujada ante ellos del mismo modo que una escoba barre imparcialmente las sobras, para entremezclarse y fundirse en los enmarañados restos de razas y residuos de razas.
Por el momento, los conquistadores todavía no han entrado en contacto con las razas más antiguas. Hacia el sudeste, los descendientes de los zhemris, que han encontrado ímpetu en la nueva sangre resultante de la mezcla con alguna tribu no clasificada, empiezan a intentar revivir alguna débil sombra de lo que fuera su antigua cultura. Hacia el oeste, los atlantes de aspecto simiesco también inician el recorrido del largo camino de ascenso. Han completado el ciclo de la existencia; habían olvidado desde hacía mucho tiempo su existencia anterior como hombres; desconocedores de que hubieran tenido alguna vez otro estado diferente, empiezan a ascender sin ayuda alguna, y sin verse obstaculizados por los recuerdos humanos.
Al sur de ellos, los pictos continúan siendo salvajes y, al parecer, desafían las leyes de la naturaleza, ya que ni progresan ni retroceden. Bastante más al sur, se mece en la modorra el antiguo y misterioso reino de Stigia. Hacia sus fronteras orientales emigran clanes de salvajes nómadas, conocidos ya como los hijos de Shem.
Junto a los pictos, en el ancho valle de Zingg, y protegidos por grandes montañas, ha evolucionado un grupo sin nombre de seres primitivos, clasificados provisionalmente como afines a los shemitas, que han llegado a desarrollar un verdadero sistema agrícola.
Otro factor ha venido a incrementar el impulso de la presión hyboria. Una tribu de esa raza ha descubierto el uso de la piedra en la edificación, y ha surgido así a la existencia el primer reino hyborio, el rudo reino bárbaro de Hyperborea, que tuvo sus inicios en una tosca fortaleza de cantos rodados amontonados para repeler los ataques tribales. El pueblo de esta tribu no tardó en abandonar las tiendas transportadas a caballo, para cambiarlas por casas de piedra, construidas de forma basta pero poderosa; protegidos de ese modo, se hicieron más fuertes.
En la historia hay pocos acontecimientos más dramáticos que el surgimiento del reino rudo y feroz de Hyperborea, cuyo pueblo transformó bruscamente su vida nómada para construir edificios de piedra desnuda, rodeados por murallas ciclópeas; se trataba de una raza que apenas había abandonado la fase de la era de piedra pulimentada y que, gracias a un golpe de suerte, aprendió los primeros y toscos principios de la arquitectura.
El surgimiento de este reino puso en movimiento a otras muchas tribus, pues, derrotadas en la guerra, o negándose a ser tributarias de sus parientes que vivían en castillos, muchos clanes emprendieron largas marchas que les llevaron a recorrer medio mundo. Y las tribus situadas más al norte ya empiezan a verse empujadas por salvajes rubios gigantescos, no mucho más avanzados que los hombres mono.
La historia de los mil años siguientes es la historia del auge de los hyborios, cuyas tribus guerreras dominan el mundo occidental. Empiezan a configurarse toscos reinos. Los invasores de cabellos leonados se han encontrado con los pictos, empujándolos hacia los territorios desérticos del oeste.
En el noroeste, los descendientes de los atlantes, que han logrado pasar sin ayuda del mundo de los simios al del salvajismo primitivo, todavía no se han encontrado con los conquistadores. Bastante más al este, los lemures desarrollan una extraña semicivilización propia. Hacia el sur, los hyborios han fundado el reino de Koth, en las mismas fronteras de esos países pastorales conocidos como los territorios de Shem, y empiezan a surgir del barbarismo los salvajes de estos territorios, debido en parte al contacto con los hyborios, y en parte al contacto con los stigios, que durante siglos han causado grandes estragos entre ellos.
Los salvajes rubios del extremo más septentrional han aumentado su poder y su número, de modo que las tribus hyborias del norte se mueven hacia el sur, empujando ante ellas a los clanes emparentados. El antiguo reino de Hyperborea es derrocado por una de esas tribus septentrionales, a pesar de que conserva el viejo nombre. Al sudeste de Hyperborea ha surgido un reino de los zhemris, con el nombre de Zamora. Al sudoeste, una tribu de pictos ha invadido el fértil valle de Zingg, conquistando al pueblo agrícola allí instalado, y se ha asentado entre ellos. Esta raza mixta fue conquistada a su vez más tarde por una tribu errante de los hyboris, y de estos elementos entremezclados surgió después el reino de Zingara.
Quinientos años más tarde, los reinos del mundo ya se encuentran claramente definidos. El mundo occidental se ve dominado por los reinos de los hyborios: Aquilonia, Nemedia, Brythunia, Hyperborea, Koth, Ophir, Argos, Corinthia, y uno conocido como el Reino Fronterizo. Zamora se halla situada al este, y Zingara al sudoeste de estos reinos; se trata de pueblos similares de tez oscura y hábitos exóticos pero, por lo demás, no se hallan relacionados.
Bastante más al sur sigue durmiendo Stygia, que no se ha visto afectada por las invasiones extranjeras, pero los pueblos de Shem han cambiado el yugo stygio por el menos mortificante de Koth.
Los maestros de tez oscura se han visto empujados al sur del gran río Styx, Nilus o Nilo, que fluye desde el norte, procedente de los territorios situados al interior, efectúa luego un giro casi en ángulo recto y fluye hacia el oeste, atravesando con sus meandros los territorios de pastos de Shem, para desembocar en el gran mar. Al norte de Aquilonia, el reino hyborio situado más a occidente, se encuentran los cimerios, salvajes feroces, no contaminados por los invasores, pero que progresan con rapidez gracias al contacto con ellos; son los descendientes de los atlantes, que ahora progresan con mucha mayor firmeza que sus antiguos enemigos, los pictos, que habitan las zonas selváticas situadas al oeste de Aquilonia.
La era Hyborya