25

Despertar

1

Michael oyó los conocidos y distantes sonidos de los geles líquidos y los dispensadores de aire en retroceso, sintió el pellizco y el tirón de los neurocables al salir de su piel. Su respiración era pausada y constante, y no le dolía ninguna parte del cuerpo. Abrió los ojos y vio el brillo de la luz interior del ataúd.

Todo había terminado. Había logrado regresar vivo.

Vivo. No muerto. No se movió, se quedó ahí tumbado mientras repasaba mentalmente todo lo que había experimentado desde el día en que la chica llamada Tanya había saltado desde el puente. La Senda, el terrible dolor de cabeza, el enfrentamiento con Kaine y las extrañas cosas que había dicho, la forma tan estrambótica en que había finalizado la batalla en el Desfiladero Consagrado.

Nada de todo aquello encajaba, y Michael seguía sin entender nada de la Doctrina de la Mortalidad, como le había ocurrido la primera vez que la agente Weber la había mencionado. Pero se había esforzado al máximo y esperaba que la SRV hubiera conseguido lo que quería. Oficialmente Michael había terminado.

Suspiró aliviado y desencajó la tapa del ataúd, la levantó moviendo las bisagras y la bajó con cuidado hasta el suelo. La habitación estaba a oscuras; había pasado tanto tiempo en el Sueño que, en realidad, había perdido la noción del tiempo en el mundo real. Ayudándose con las manos, salió de la estructura rectangular, se puso de pie y estiró los brazos hacia el techo, sin preocuparle el estar desnudo. A pesar de ser noche cerrada, todo parecía más luminoso que nunca: tenía la mente clara, los músculos fuertes. Hasta el aire parecía más agradable. No lograba recordar la última vez que se había sentido de tan buen humor.

Entonces recordó a sus padres. Lo que Kaine había dicho sobre eliminarlos. El pánico le atenazó el pecho.

Se dirigió hacia el interruptor de la luz, tropezó con algo y chocó contra un duro suelo de madera. Blasfemando, se agarró la rodilla que acababa de golpearse contra la madera; lo que no tenía sentido. Toda su casa estaba enmoquetada. Buscó a tientas hasta que encontró una pared, luego tocó un mueble que antes no estaba allí. Había una lámpara encima, y Michael le dio al interruptor al levantarse.

Ya con luz, Michael inspiró con fuerza. Nada de lo que lo rodeaba le resultaba familiar. Se encontraba en la habitación de un desconocido. Las paredes estaban pintadas de verde oscuro, había una cama con sábanas arrugadas, una cómoda con maquetas de trenes encima, dibujos de criaturas mitológicas en las paredes: unicornios, dragones, grifos. El ataúd del que acababa de salir —y su equipo auxiliar— ocupaba todo un rincón de la habitación.

Lo contempló todo en el más asombrado silencio. No se le ocurría ninguna explicación lógica; ¿cómo podría haberlo enviado alguien a cualquier otro sitio sin haberlo desconectado, sin haberlo despertado? ¿Estaba la SRV detrás de todo aquello? ¿Para protegerlo en el Despertar?

Había una ventana que daba a la calle de alguna ciudad; las luces brillaban como las estrellas del firmamento. Corrió hacia ella y echó un vistazo a través del cristal: vio una calle completamente desconocida. Estaba flanqueada por enormes edificios, rascacielos. Su habitación se hallaba al menos a cincuenta plantas del suelo, desde donde podía contemplar los coches que surcaban la noche.

Un extraño reflejo captó su atención, lo que provocó que se le removiera algo horrible en el interior. Un pánico creciente, un malestar que iba en aumento. Estaba empezando a entender lo que había ocurrido cuando se volvió para alejarse de la ventana y buscar, con desesperación, un baño. Tuvo que cruzar corriendo la habitación, salir a un descansillo y avanzar como pudo por un pasillo oscuro. Encontró lo que estaba buscando, entró corriendo y encendió la luz.

Michael se miró en el espejo, con una franja de bombillas blancas a lo largo de la parte superior.

Un desconocido le devolvió la mirada.

Michael retrocedió ante el reflejo, chocó contra la pared que tenía detrás y se dejó caer al suelo. Levantó las manos para tocarse la cara, para palpársela. Nada le resultaba conocido.

Volvió a levantarse como pudo, volvió a mirarse en el espejo y estudió con detenimiento el pelo y el rostro y el cuerpo de alguien a quien no había visto antes. Se miró a los… a los ojos. Esos ojos no eran los suyos. Esa cara no era la suya. Le costaba respirar. Le corría el sudor por la piel y se deslizaba hasta los brazos. Sentía el pulso en el cuello, oía el latido de su corazón en los oídos.

Y contemplaba al desconocido del espejo. Como si fuera una ventana a otra habitación; su mente no podía asimilar ninguna otra explicación. Con todo la persona que le devolvía la mirada imitaba todos sus movimientos sin excepción. Era un reflejo perfecto.

Michael era… otra persona.

Parecía como si el planeta hubiera dejado de girar, la luna se hubiera tornado de ceniza y el sol se hubiera apagado como una llama agotada. Nada encajaba en el mundo, nada tenía sentido. Los cimientos de su vida se habían desintegrado hasta convertirse en polvo. Y lo único que podía hacer era contemplar la cara que tenía delante. Sabía que lo perseguiría para siempre, que acecharía sus pensamientos día y noche, como una visión.

Entonces recordó haber oído una voz justo antes de fallecer en el Desfiladero Consagrado. Y, de algún modo, en ese momento, el chico entendió lo que la voz había estado diciéndole.

«Lee tus mensajes».

2

Michael regresó corriendo a la habitación que no había visto nunca antes de ese día, se tiró sobre la cama y se colocó el audiopad. Una pantalla de red azulada apareció de pronto y quedó suspendida ante él; en ella solo se veían par un de iconos básicos. Todo había sido borrado. El Boletín decía que tenía un mensaje no leído. Con la misma sensación que si estuviera a punto de descubrir una raza extraterrestre o una cura contra el cáncer, Michael estiró una mano y tocó la pantalla para abrir el mensaje:

Querido Michael:

Eres el primer sujeto que implementa, con éxito, la Doctrina de la Mortalidad. Solo hay una forma de explicarlo, y es, sencillamente, la siguiente: en una ocasión fuiste un tangente, un programa creado por la humanidad para ser usado por ella misma. Ahora eres un humano. Tu inteligencia, tus pensamientos, tu experiencia vital han sido transferidos al cuerpo de alguien que juzgamos no merecedor de seguir poseyéndolo. Creé a los KillSims con este propósito. Borran el aura y dejan vacío el cerebro del sujeto para su libre disposición.

Este plan lleva tiempo siendo concebido. Mi actividad en la Red Virtual consistía en encontrar a aquellos capaces de localizarme. Encontrar a esos tangentes con la mayor inteligencia, ingenio, valentía y capacidad de sobrevivir en el Despertar. Que cumplieran las exigencias físicas de ser humanos. Y todo ello nos conduce hasta este día.

No eres más que el principio, Michael. El primer paso de un gigantesco salto en la evolución. Felicidades. Ya no tienes que preocuparte más por si experimentas la decadencia, lo que significa que por fin han acabado las jaquecas. Es una noticia maravillosa, estoy seguro.

Pronto nos pondremos en contacto. Necesitamos tu ayuda.

KAINE

3

Y en un terrorífico instante, todo cobró sentido.

Michael era una creación de inteligencia artificial, un tangente, un programa de ordenador. Todo lo relativo a su vida había sido falso, y ahora entendía hasta el último detalle de la misma. Su «hogar», su «despertar» habían tenido lugar dentro de Sangre vital profunda; esos carteles que había visto todos los días por su ventana no eran anuncios. Eran etiquetas. Elementos localizadores.

Sangre vital profunda había representado su vida programada. Cuando se deslizaba al interior del ataúd y se sumía en el Sueño, en realidad, existía en lo Profundo y accedía a la Red Virtual normal donde penetraban los humanos reales para jugar. Todos los recuerdos de su infancia habían sido generados. No era más que un programa informático.

Y las jaquecas, las extrañas visiones… eran justo lo que había dicho Kaine: estaba experimentando la decadencia. No tenía nada que ver con el ataque del KillSim en el club Negro y azul. Los tangentes duraban poco tiempo antes de empezar a desintegrarse. Eso también explicaba por qué sus padres y Helga habían desaparecido sin dar ninguna explicación. Siempre le habían contado que eso era lo que ocurría: los componentes de tu vida empezaban a desaparecer de la programación y, la mitad de las veces, no te dabas ni cuenta. Al menos no al principio. Recordó la sensación tan demoledora que había tenido cuando pensó en que sus padres llevaban semanas fuera y que no le había sorprendido hasta ese momento.

Michael no era real. Era una ficción. Eso lo puso enfermo. Como si alguien le hubiera obligado a tragar veneno en grandes y asfixiantes cantidades. Ya no quería seguir viviendo. No merecía seguir haciéndolo. Era un tangente.

Sin embargo, Kaine le había dado vida. Había robado un cuerpo humano y lo había convertido en el de Michael. La Senda había sido una prueba, pero una prueba que desearía no haber superado. Michael no era más que un tangente conejillo de indias que, de algún modo, había llegado a ser consciente de su condición. Y ahora Kaine quería que lo ayudara a repetir el proceso una y otra vez. Quizá quisiera conquistar a toda la especie humana. Todo encajaba, y Michael entendió por qué la SRV había querido localizar a Kaine.

¿Qué pasaba con Bryson, Sarah, sus padres y Helga? ¿Había sido alguien real en su vida? ¿Podría averiguar en algún momento si lo eran? Lo sobrecogió una desesperación repentina.

Apagó la pantalla de red, apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos. Lo primero que pensó fue en Tanya y en cómo esta había acabado con su vida saltando desde ese puente. Ahora él era un humano real, de carne y hueso, por tanto, podía hacer lo mismo. Incluso desbaratar los planes de Kaine, retrasarlos un poco. Puede que necesitaran a Michael como molde para reproducir lo que habían hecho.

No obstante, incluso mientras pensaba en ello, supo que seguir los pasos de Tanya no era la solución.

Solo había una forma de hacer bien las cosas.

Vivir.

Vivir para volver a enfrentarse a Kaine.

Sonó el timbre.

4

Michael cruzó aquel piso desconocido con su cuerpo desconocido. Estaba en tensión, tenía el corazón desbocado. No había forma de predecir quién más vivía allí, quién podría llegar a casa, quién podría estar esperando en el rellano. Pero sabía, con toda certeza, que debía abrir la puerta.

Cuando la abrió, se encontró con la agente Weber, con su pelo negro, sus ojos almendrados y sus largas piernas. Su expresión era difícil de interpretar. Michael tuvo la sensación de que el momento en que la conoció en el cuartel general de la SRV pertenecía a otra vida. Estuvo a punto de soltar una carcajada cuando se dio cuenta de que, en realidad, así había sido. Michael no podría haber sabido si ella era real o no hasta ese momento.

—Debes de tener miles de preguntas —dijo ella con la voz tensa.

—Más bien un millón. —La nueva voz de Michael le sonó rara incluso a sí mismo.

—Nuestros encuentros fueron reales —explicó Weber—. Nuestras conversaciones, tu misión, fueron reales. Fuimos todos engañados por el tangente. Por Kaine.

—Pero ustedes sí sabían que yo era un tangente. ¿Verdad?

Ella asintió en silencio.

—Por supuesto que lo sabíamos. Sabíamos que Kaine estaba reuniendo a tangentes en su guarida, poniéndolos a prueba de algún modo. Por eso te utilizamos. Te conocimos en Sangre vital profunda y te utilizamos. Lo siento, Michael, pero era el único modo de hacerlo.

El chico sintió una punzada en el estómago, aunque debía hacer la pregunta obligada.

—¿Y Bryson? ¿Y Sarah? ¿Ellos son…?

—Sí —asintió Webber—. Ellos son reales, Michael. Y no sabían que tú no lo eras. Tendrás que darles muchas explicaciones.

Michael rio. No tenía ni idea de por qué, pero rio.

—Entonces —dijo al final— ¿qué pasará ahora? Estoy seguro de que Kaine sabe que usted está aquí.

—Solo quería que me vieras la cara. Que supieras que realmente existo, que no estás solo. Que supieras que la SRV todavía está decidida a atrapar a Kaine y frustrar sus planes. Ahora voy a irme, Michael. —Weber hizo una pausa. Parecía casi triste—. Estaremos en contacto contigo. Mientras tanto, haz todo lo posible por interpretar el papel del humano al que has sustituido. Sencillamente no hay alternativa.

Y, con estas palabras, la agente Weber se volvió y se alejó, taconeando con sus zapatos de aguja sobre el suelo embaldosado del rellano. Michael se quedó mirándola hasta que desapareció, luego cerró la puerta y se dirigió a la cocina.

Estaba hambriento.