24

Merecedor

1

Michael no respondió. No podía. Su mente intentaba unir todos los hilos de lo que había experimentado en la Senda para urdir un entramado que tuviera sentido, pero no lo conseguía. Le dolía el cuerpo tras haber sido arrastrado por el bosque, y la breve siesta que había dormido no había contribuido a librarlo del agotamiento. Lo único que pudo hacer fue quedarse mirando la ajada silueta de Kaine, preguntarse de qué estaría hablando y esperar a que él se lo explicara.

Le hizo falta hasta el último ápice de voluntad, pero Michael logró mantener la mirada clavada en el tangente.

—No tienes ni idea de la magnitud que tiene en lo que has estado implicado —dijo Kaine—. Todo ha sido ideado para traer a tus semejantes hasta aquí. Tú has sido uno de los muchos elegidos, pero el primero en conseguirlo. En cada paso del camino has sido analizado. Tu inteligencia, tu sabiduría, tu valentía. Todo puesto a prueba.

Michael por fin logró hablar.

—¿Para qué? ¿Me han utilizado para acceder a más programas?

—No. —Kaine se rio, fue una breve risa de satisfacción que pareció relajar la tensión que Michael sentía en la espalda—. He puesto a prueba mucho más, mucho más que tus habilidades para hackear. Eso te llevará muy lejos en la vida. No comprenderás la magnitud de lo que he visto en acción hasta que no lo experimentes por ti mismo. Es imposible explicarlo solo con palabras.

Resultaba raro, pero Michael tenía la sensación de que Kaine estaba hablándole, prácticamente, de igual a igual. Aunque había imaginado que sería un loco —y la Senda no había hecho más que confirmarlo—, ese hombre parecía muy cuerdo. Incluso respetable.

—La SRV está aquí. Se acabó.

Kaine sacudió la cabeza.

—Ojalá lo entendieras, Michael.

El chico abrió la boca para hablar, pero fue acallado por una palabra del adulto.

—¡Silencio! —espetó Kaine y se inclinó hacia delante con la velocidad del rayo.

Estaba tan cerca de la cara de Michael que no había nada más en su campo de visión: esa mirada furibunda. Fue un repentino recordatorio de lo que representaba ese hombre. Supuestamente lo más peligroso que hubiera azotado jamás la Red Virtual.

Kaine volvió a sentarse en su silla, de nuevo tranquilo.

—Hay cosas en juego que no entiendes. Todavía no.

—¿Cuál es la finalidad de todo esto? —preguntó Michael con reparo—. ¿Por qué estaban poniéndome a prueba?

—Estás a punto de averiguarlo —repuso Kaine—. Y luego, con tu… impresionante valentía, inteligencia y todas las habilidades para acceder al código, vas a ayudarme a aplastar al mundo con mi puño.

2

—¿Que te ayude a hacer qué? —preguntó Michael—. ¿De verdad crees que te ayudaría?

Kaine asintió como si tal cosa, como si la pregunta fuera una tontería.

—Desde luego. Ya lo has hecho al llegar hasta aquí. No tienes alternativa.

—¡He venido a detenerte! —Michael estaba gritando—. ¡Para traer a la SRV hasta ti!

Kaine parecía entretenido, en cualquier caso, si bien no respondió. Su silencio resultaba exasperante, lo único que oía Michael era el crepitar del fuego, y eso lo enfurecía todavía más.

—¿Qué ocurre? —gritó Michael y se levantó—. ¡Dime qué está ocurriendo!

La sonrisa del tangente parecía cincelada en su rostro.

—Ya te lo he dicho, no hay forma de que lo entiendas hasta que no lo experimentes por ti mismo. Que es lo que está a punto de ocurrir, muy pronto. No hay nada que puedas hacer para evitarlo, Michael.

—Podría hackear tu código para acceder a él —replicó Michael—. Podría hacerlo. Podría bloquearlo. Detenerte para siempre.

—Sigues demostrando por qué te he considerado valioso, chico. De hecho, eres el candidato perfecto. ¿Te gustaría saber algo más?

Michael echaba humo; se negó a responder.

Kaine encogió sus enclenques hombros y siguió hablando.

—Tus padres, Michael, han… desaparecido. Los he borrado del mapa. No volverás a verlos jamás. He hecho lo mismo con tu pobre, pobre Helga. Ya no están, Michael.

Al chico le temblaban las manos, le hervía la sangre, le zumbaban los oídos.

Kaine sonrió tan abiertamente que se le vieron los dientes.

—Están todos muertos.

3

Michael se había sentido como si le tirasen por dentro con un alambre, tensándolo hasta el punto de ruptura. Las últimas palabras de Kaine lo habían roto.

Salió disparado hacia delante y agarró al tangente por la camisa, lo levantó de la silla de un tirón y lo lanzó al suelo. La silla cayó hacia atrás, impactó contra la chimenea de piedra y acabó en el fuego, lo que lanzó chispas y ceniza en todas las direcciones. Kaine estaba boca arriba, mirando a Michael con aquella amplia sonrisa todavía congelada en el rostro. Entonces el chico se dio cuenta de que el tangente estaba agitándose. Estaba riéndose de él.

Michael estalló de rabia.

Saltó sobre el pecho de Kaine y lo aplastó contra el suelo. El tangente, sin embargo, no paraba de reír. Michael levantó un puño hacia atrás, pero lo dejó inmóvil; no podía hacerlo. No podía pegar a alguien con un aspecto tan avejentado y frágil, sin importar que fuera un ser simulado por ordenador.

Kaine le sostuvo la mirada, sonriendo, dejando a la vista su amarillenta dentadura.

—Me gusta tu espíritu —dijo—. Me encanta que no pares de demostrar que tengo razón.

Fuera cual fuese el espíritu al que se refería abandonó por completo a Michael. El chico se despegó del cuerpo del tangente y se incorporó, respirando de forma entrecortada mientras lo miraba con odio. Kaine se colocó las manos detrás de la cabeza y cruzó un tobillo por encima del otro, como si estuviera tumbado tranquilamente en el suelo, contemplando las estrellas.

—Esto no tiene sentido —repuso Michael—. Dejaré que la SRV se encargue de ti. Y, si no lo hacen, ya pensaré en otra cosa. He terminado.

Se giró y se dirigió hacia la puerta.

—¡No paras de confirmar lo que digo, una y otra vez! —gritó el hombre a sus espaldas—. Demasiado inteligente, demasiado centrado para permitir que la rabia te controle algo más que un instante. Adelante, Michael. Sal ahí fuera y representa tu nuevo papel en el mundo. Pronto lo entenderás.

El chico no quiso volverse. Cruzó la puerta y la cerró de un portazo tras de sí.

4

Lo primero que pensó Michael fue que tenía que encontrar a un agente de la SRV y pedirle que lo ayudara a regresar al Despertar. Deambular por el bosque buscando un portal —y arriesgarse a Dios sabía qué— no parecía muy buena idea. Tenía que dirigirse hacia el castillo y desear que los buenos hubieran ganado.

El camino que partía desde la cabaña era fácil de recorrer incluso en la oscuridad. Lograría avanzar por él aunque fuese a tientas. Mientras recorría la vía, se preguntó si Kaine iba a seguirlo, si iba a intentar dañarlo de algún modo.

La SRV. Era la única salida de Michael.

Echó a correr.

5

A medida que Michael se acercaba a la linde del bosque, empezó a oír los sonidos de la batalla, y la luz de los incendios que tenía por delante comenzó a alumbrarle el camino. Sin embargo, cuanto más se acercaba, más se oscurecían sus pensamientos. Había albergado la esperanza de que la SRV hubiera ganado con facilidad; al marcharse, parecía que la batalla seguía ese curso. Pero las tornas podían haber cambiado, si todavía continuaba la contienda.

Al final consiguió ver dónde acababan los árboles y se agachó por detrás de un enorme roble para tener mejor visibilidad de la situación.

Era un caos. Puro y desastroso caos.

El castillo se hallaba prácticamente en ruinas. Partes enteras se habían desplomado hasta convertirse en montañas de escombros. Se habían iniciado fuegos por todas partes; las llamas ardían y lanzaban chispas que ascendían danzando hasta el cielo. Los cuerpos alfombraban el terreno junto con los fragmentos de piedra; y entre los caídos había tantos agentes de la SRV como tangentes. Michael observó boquiabierto cómo desaparecían los cuerpos ante sus ojos.

No sabía qué hacer. ¿Cómo podía esperar sobrevivir en medio de tamaño desastre?

A pesar de que deseaba regresar al bosque, corrió en dirección al agente de la SRV más próximo, a unos seis metros de distancia. Se trataba de una mujer, que parecía haber acabado en ese instante con uno de los soldados de Kaine.

—¡Oiga! —gritó Michael—. ¡Oiga! ¡Necesito hablar con usted!

Ella se volvió de golpe hacia él, levantando su arma. Michael se puso enseguida de rodillas y levantó las manos.

—¡Trabajo para ustedes! Me llamo Michael, ¡ustedes me enviaron a este lugar!

La mujer no bajó su arma láser, aunque tampoco disparó. Se acercó caminando a él, totalmente a la defensiva.

—¿Qué clase de truco es este? —preguntó al situarse justo delante de él. Los ruidos de la batalla todavía retumbaban en la atmósfera que los rodeaba: gritos y explosiones.

—¿«Truco»? No es ningún truco. —Michael tuvo que seguir gritando, aunque todavía no sabía si la mujer lo oía. Tenía el corazón desbocado—. La agente Weber… me envió a este lugar. Para entrar en el Desfiladero Consagrado. ¡Para cancelar el programa de la Doctrina de la Mortalidad!

La agente se quedó mirándolo a través de su visera protectora de cristal. Michael detestaba no poder verle los ojos.

—De verdad que no lo entiendes, ¿no? —dijo por fin la mujer—. ¡Es increíble!

Michael no podía responder. Ella tenía razón; no lo entendía. Aunque ignoraba qué era lo que no entendía.

Un alboroto lo distrajo. Por detrás de la agente de la SRV que tenía delante, en el otro extremo del campo de batalla, Michael vio a gente que salía corriendo por la puerta del castillo, intentando huir a la desesperada… de algo.

Entonces vio de qué se trataba. Resultaba difícil distinguirlos en la oscuridad.

KillSims. Docenas de ellos. Salían disparados de la fortaleza de piedra en ruinas y atacaban a todo lo que se movía.

6

Michael se puso en pie de un salto en el momento justo en que la agente se volvió y vio lo que ocurría. La mujer dejó caer el arma y salió corriendo a toda velocidad hacia el bosque.

A Michael se le pasaron por la cabeza un millón de cosas, la más importante: que no había manera de correr más rápido que esas criaturas. Negras y enormes, saldrían disparadas en estallidos de una velocidad imposible, cruzarían el terreno e irían directamente a por él. Así que se quedó donde estaba, esperando, pensando en si había otra manera de escapar de aquello. Cerró los ojos y analizó el código, pero no encontró nada.

Estaba claro que, si Michael era tan especial, Kaine no se esperaría sentado para dejar que muriera en ese preciso instante. Su núcleo había sido extraído. Esa era la cruda realidad. Pero ¿por qué? ¿Qué se suponía que debía hacer?

Abrió los ojos. Una de las criaturas atravesó a grandes zancadas el campo de batalla, luego saltó por encima de una pila de escombros y se encaminó directamente hacia él, con sus negras mandíbulas abiertas, dejando a la vista el oscuro abismo que había estado a punto de absorber la mente de Michael en la entrada del club nocturno. Durante medio segundo permaneció inmóvil, preguntándose qué podía ocurrir si no se movía, si lo dejaba todo en manos del destino. ¿Tan malo sería? Sin embargo, la visión de aquella cosa acercándose lo hizo reaccionar de golpe. Se agachó, cogió el arma que la agente de la SRV había tirado y vio al primer KillSim a escasos metros de distancia con el rabillo del ojo.

Buscó a tientas el gatillo, apuntó el cañón hacia la criatura. Esta se lanzó al aire de un salto, con ese grito ya familiar y ensordecedor brotando de su garganta. Michael disparó el arma y se tambaleó cuando el rayo de pura energía salió propulsado e impactó contra el cuerpo del KillSim. La bestia quedó envuelta en llamas y luz antes de desintegrarse por completo, sin dejar más rastro que el de su estela luminosa.

Varios monstruos más llegaron detrás del primero. Y docenas tras ellos. Michael plantó los pies con más firmeza en el suelo y abrió fuego, disparando el láser con un prolongado estallido mientras movía el arma de atrás adelante, destruyendo a cuanto KillSim se cruzaba en la trayectoria del rayo. Todos explotaban proyectando una luz cegadora, luego desaparecían, pero seguían llegando más. Un ejército de criaturas, la mayoría de las cuales gritaba, se agolpó alrededor del chico; sus sombras negras en movimiento formaban una borrosa masa de oscuridad. A Michael se le perló la frente de sudor mientras apretaba el gatillo e intentaba liquidar a los monstruos uno a uno. No obstante, con cada muerte, llegaban nuevas hordas, e iban acercándose cada vez más.

Apuntó el arma y volvió a disparar, y el rayo eliminó a los monstruos que se acercaban.

Entonces el arma dejó de funcionar.

Al instante tres KillSims llegaron hasta Michael y lo tiraron al suelo.

7

Golpearon a Michael hasta dejarlo sin respiración; él luchaba por apartarse a manotazos las mandíbulas de la cara. Sus enormes zarpas lo sujetaban por los brazos y las piernas contra el suelo, y el peso de dos de ellos le oprimía el pecho. Siguieron gritando como monstruos mitológicos, ensordeciéndolo. Sabía que a esas alturas cualquier esfuerzo por combatirlos sería inútil. Paró y miró horrorizado cómo el KillSim más próximo abría sus fauces de par en par; oyó el chirrido de sus mandíbulas, como la bisagra oxidada de una puerta. Poco a poco fue acercándosele a la cara con sus incontables hermanos y hermanas reunidos a su alrededor, formando un círculo de siluetas negras. Todos se fundieron en uno y eclipsaron la luz del fuego del castillo en llamas.

El abismo de la boca abierta de la criatura se aproximaba.

Una luz se encendió de pronto en la mente de Michael. Comprendió sin ninguna duda que no se encontraba en el mundo real, que todo cuanto lo rodeaba era falso, parte de un programa creado por humanos. Ya sabía todo eso, pero la idea penetró de pronto en un nivel más profundo de su mente que nunca. Al igual que cualquier otro juego del Sueño, tenía que haber una salida, una forma de manipular el código; tal vez se hubiera rendido demasiado pronto. Las bestias que estaban atacándolo no eran reales, aunque pudieran destruir su propio código. Ese pensamiento repentino debía significar algo.

El KillSim cerró la boca en torno a la cara de Michael y lo sumió en una oscuridad total. No obstante, en lugar de sucumbir al pánico, el chico se sintió tranquilo. Como si, por primera vez en su vida, tuviera el control de todo. Estaba a punto de descubrir algo grande, algo que seguiría sobrepasando su capacidad de compresión. Concentró sus pensamientos en la programación que componía el mundo que lo rodeaba.

Michael se incorporó y activó el poder de su mente: hackeó el código de una forma que jamás había intentado. Eliminando en lugar de manipulando.

Un estruendo estremeció el aire al tiempo que un anillo de energía se proyectaba desde el interior de su cuerpo y la luz se arremolinaba a su alrededor mientras todos y cada uno de los KillSims iban explotando, y sus cuerpos salían disparados en todas las direcciones. Salían manoteando y pataleando por los aires, aullando al hacerlo. Michael se levantó y miró a su alrededor. Ese anillo de energía mental visible —una manifestación del código que había consumido sin esfuerzo— siguió creciendo, expandiéndose hasta convertirse en un gigantesco círculo de fuerza que destruía a todas las criaturas a su paso. El castillo entero explotó, y se alzó una neblina de polvo que ascendió en volutas hasta el cielo, generando un tornado entero. Michael no pudo más que quedarse mirando anonadado.

Todo empezó a cambiar a su alrededor. El lugar temblaba, aunque él no sentía nada. Los cuerpos, la hierba, las pistolas y las espadas se estremecían como si el suelo que tenían debajo estuviera vibrando como una cuerda tañida. Luego empezaron a fragmentarse, a disolverse ante sus ojos, a quedar despedazados por el aire arremolinado. Parecía como si todos los objetos —incluso el suelo— se hubieran transformado en arena y estuvieran siendo barridos por el viento. Michael se volvió y vio que estaba ocurriendo lo mismo con los enormes árboles del bosque, los troncos ya estaban tronchados e iban desapareciendo por momentos.

El mundo se desintegró en pequeños pedazos, que iban a unirse en un ciclón de escombros brumoso que giraba en espiral, trazando grandes círculos, alrededor de Michael. Él permaneció en su sitio, mirando hacia atrás y hacia delante. En cierto modo, sabía que estaba en el umbral de la gran revelación que ya había adivinado. Y sentía más curiosidad que miedo. Girando sobre sí misma, aumentando su velocidad, la espiral de escombros era todo cuanto veía en ese momento, llenaba su mundo, y tenía un color que resultaba, a un tiempo, apagado e intenso. Se oyó un fuerte ruido como de estampida, como las enormes olas de un océano, y percibió el olor a plástico en llamas.

El dolor estalló en la cabeza de Michael.

No parecía posible, pero era peor que nunca. Se desplomó de rodillas; el dolor lo desgarraba por dentro. Cerró los ojos con fuerza y gritó, apretándose las sienes con las manos, acusando la herida en el punto de la cabeza por donde le habían extraído el núcleo. El dolor penetrante palpitaba, como si alguien hubiera levantado un machete y se lo estuviera clavando en el cráneo una y otra vez. Las náuseas se apoderaron de él, y el dolor se intensificó aún más.

Empezaron a brotarle lágrimas de los ojos cuando los abrió, buscando, de forma desesperada, algo o alguien que pudiera ayudarlo. Pero ya no había ni cielo ni tierra, solo el ciclón de escombros, girando ahora más deprisa, un caos de color y sonido. Michael estaba flotando en el centro, todavía de rodillas, sobre un suelo invisible.

Un mundo desintegrado se arremolinaba a su alrededor.

Una agonía pura y dura estaba desintegrándole el cerebro.

Estaba muriendo. No entendía cómo, pero sabía que así era.

Logró pronunciar algunas palabras, rezar y rogar a la única persona que pensaba que podría escucharlo.

—Kaine, por favor. Haz que esto termine.

Una voz habló, pero no logró distinguir qué decía. Y entonces se hundió en el ciclón, y el dolor terminó de forma repentina, como siempre lo había hecho.