19

Calor

1

El mundo que los rodeaba se esfumó y, cuando reapareció, Michael y Sarah se encontraron en el interior de una cueva en penumbra. Las paredes eran de piedra negra.

—¡Vaya, tío! —exclamó Michael con un gemido. Se incorporó, gateó hasta la pared cavernosa que le quedaba más cerca y apoyó la espalda contra ella—. Sería el tipo más feliz del mundo si no vuelvo a ver un animal en mi vida. Sobre todo de los que se convierten en demonio.

—Amén a eso. —Sarah se hallaba sentada frente a él en el espacio rocoso, y a Michael le resultaba difícil mirarla: estaba pálida y cubierta de sangre—. Ni un bosque. Ni un pasillo. Ni un disco de piedra.

—Ahora mismo lo que sí me encantaría ver es una hamburguesa con queso. —Las tripas le rugían de hambre.

—No me tortures.

Michael observó el interior de la cueva, que se extendía hasta un largo pasillo. Se apreciaba un fulgor naranja procedente de este, que resultaba cálido y acogedor. El chico se imaginó a unos enanitos viviendo allí dentro, bebiendo té a sorbos y saboreando un sustancioso estofado.

—¿Cómo narices hemos sobrevivido a eso? —le preguntó Sarah.

—Gracias a ti —fue la respuesta de su amigo—. Porque no te ha entrado el pánico y has encontrado una salida.

La chica permaneció callada durante un rato, como si estuviera pensando.

—No era tan difícil, ¿sabes? Es como si en algunos puntos nos dejaran vía libre para hackear y en otros no.

—No seas tan humilde. Eres realmente buena.

Ella no contestó, parecía de nuevo absorta en sus pensamientos.

Michael le dedicó un gesto de exagerado asombro.

—De verdad, ¿cuándo te has convertido en una superheroína? Eres como Batman y el Increíble Hulk juntos.

—Tienes un don para hacer que un cumplido suene a insulto.

—Lo mío me cuesta.

Sarah sonrió.

—Vamos. Empecemos a explorar; sabemos que vamos a topar con un montón de mierda, y quiero pasarla cuanto antes.

Michael suspiró. Pese a que habían conseguido comer y descansar unas horas antes del ataque de los demonios, estaba agotado. Las punzadas de hambre hacían que incluso las piedras desperdigadas por el suelo le resultaran ligeramente apetecibles.

—Pero nada de pensar —le advirtió Sarah—. Sigamos moviéndonos sin más.

—Está bien. —Michael sabía que su amiga tenía razón. Sin duda, mantenerse ocupados era la respuesta.

Aunque no se movió inmediatamente. Algo de lo que Sarah había dicho —lo de que la Senda dejaba puntos débiles casi evidentes aquí y allá— le había dado que pensar. Tenía la sensación de que estaba relacionado con la aterradora voz que había oído tantas veces, esa voz que pronunciaba su nombre y le decía que estaba haciéndolo bien. ¿Cuál podría ser la razón? ¿Qué significaba? Se cernía sobre todos sus actos. El objetivo de que la SRV los enviara al Sueño a encontrar la Senda y el Desfiladero Consagrado era conducir a la organización hasta Kaine. La SRV no sabría si Michael estaba haciéndolo bien hasta que encontrara a Kaine, quien se suponía que se hallaba escondido.

¿Eso no convertía la Senda en un cortafuegos instalado por Kaine para no dejar entrar a nadie?

Aun así…

—¿Se te ha comido la lengua el gato? —dijo por fin Sarah.

Michael se frotó los cansados ojos.

—¿Qué has dicho?

—¿Que si se te ha comido la lengua el gato?

—¿Qué quiere decir eso?

—¿Cómo? ¿Nunca has oído esa expresión?

Michael estiró los brazos, intentando animarse para ponerse en pie.

—Sí la he oído. Pero solo la usan los carrozas.

—Da igual. ¿Por qué estás tan callado?

—Es que estaba pensando en cosas. En la Senda. En Kaine. En todo.

—¿No acabo de decir que nada de pensar? —lo reprendió Sarah—. Iba en serio.

Michael sonrió y asintió en silencio, pero ahora se sentía incluso más inquieto. Había algo en la Senda que no encajaba. Una vez más, si estaba diseñada para ahuyentarlos, ¿por qué había lugares en que la codificación parecía guiarlos? Al chico le extrañaba incluso que hubiera sido ideada como un camino. Había estado tan ocupado intentando permanecer vivo, que no había pensando en ello hasta ese instante.

Y cuanto más lo pensaba, más raro le parecía. «La Senda» era un nombre curioso para un programa ideado con el fin de ahuyentar a posibles visitantes. A lo mejor no se trataba de un cortafuegos. A lo mejor era algo totalmente distinto.

2

Con un nuevo gemido debido a los dolores, Michael se obligó a levantarse. A continuación señaló hacia el largo pasillo al fondo de la cueva, el cual, por lo visto, era la única salida.

—¿Qué crees que hay al fondo?

—Lava.

Sarah respondió tan deprisa que Michael se quedó sorprendido.

—¿De veras?

—Sí. Creo que es un volcán; la roca negra es magma enfriado.

—Así que ¿un gran río de fuego líquido podría llegar ardiendo por este túnel en cualquier momento?

—Es muy posible.

«Esto mejora por momentos», pensó Michael.

—¡Ja! Bueno, pues vamos a darles una lección. No esperaremos, iremos caminando directos hasta allí como un par de pirados.

Sarah le dedicó una sonrisa cansada.

—Por cierto, tienes una pinta espantosa —añadió Michael.

Ella lo fulminó con la mirada, aunque no tardó mucho en sonreír de nuevo.

—Es imposible que tenga peor pinta que tú.

—No te preocupes. Sigues estando guapa, aunque tengas una pinta horrible. —Sonó a tontería, pero lo decía en serio.

—Gracias, Michael.

Después de todo lo que habían pasado, se había creado un vínculo entre ellos que Michael no podía concebir con nadie más.

—Cuando todo esto termine —dijo al final—, me gustaría conocerte en el Despertar, en serio. Te prometo que soy incluso más guapo en la realidad.

—Y yo seguramente soy más fea. —Soltó una carcajada que ambos necesitaban oír.

—No me importaría. Te lo juro. Eso es lo genial del Sueño. Sé cómo eres por dentro, y eso es lo único que importa. —Jamás había dicho nada tan cursi.

—Eso es muy tierno, de verdad, Michael.

Él se ruborizó.

—Además, apuesto a que estás buena.

—Déjalo ya. —Sarah entornó los ojos, pero siguió mirando a Michael—. Trato hecho, en cuanto hayamos acabado con esto de salvar la Red Virtual, pasaremos un día juntos bajo el sol real.

—Trato hecho.

Ella se puso en movimiento y se impulsó para levantarse, gimiendo. Michael entendía muy bien por qué; a él le dolían partes del cuerpo cuya existencia ignoraba hasta el día anterior.

—¿Hacemos un poco de espeleología? —preguntó con un ridículo acento británico.

—Vamos allá —contestó ella. Su sonrisa le llegó a la mirada y eso hizo que Michael se sintiera mejor.

Cuando empezaron a adentrarse en la montaña, renqueando como dos viejos artríticos, Sarah alargó una mano y tomó la de Michael.

—Vamos allá —repitió.

3

Michael pensó que las paredes del túnel parecían hechas por el hombre. Eran negras y brillantes, y parecían cinceladas. La tenue luz procedente del fondo de la cueva se reflejaba proporcionando a todo el aspecto de poder evaporarse en cualquier momento.

Michael y Sarah apenas habían tomado la primera curva del pasillo cuando vieron un destello de un naranja intenso. Como impulsada por esa visión, una ráfaga de aire caliente pasó volando junto a ellos, y agitó el cabello y la ropa a Michael. Resultó agradable, casi le hizo sentir ganas de tumbarse e intentar dormir.

Ninguno de ellos habló mientras continuaban la marcha. Michael observó la luz cálida a medida que se aproximaban a ella. Resultaba seductora, como el fuego de una hoguera de campamento en una gélida noche. Lo que le asustaba era pensar en su procedencia. Si de verdad se encontraban en el interior de un volcán, con seguridad se trataba de algo desagradable.

De forma repentina, el túnel se ensanchó y el espacio se abrió. El techo se elevaba hasta alcanzar casi los nueve metros de alto. Más adelante Michael intuía que el espacio era aún más amplio; los esperaba una caverna, y la fogosa luz naranja era cada vez más intensa. La temperatura había subido, y el aire estaba cargado de humedad.

Pronto llegaron a una pequeña poza de burbujeante piedra fundida.

Michael quedó prendado por su luminosa belleza hasta que recordó lo que había aprendido en clase de geología: eso significaba que se encontraban encima de una capa de lava enfriada situada sobre una enorme cantidad de magma incandescente. De repente imaginó que el suelo se abría y que unos chorros de fuego líquido salían disparados hacia arriba para incinerarlos, y se estremeció.

—¿Te apetece un baño? —preguntó un tanto forzado.

Sarah lo soltó de la mano y le dio un golpecito en el hombro.

—No, gracias. Ve tú delante. —Tenía la cara brillante por el sudor.

—Hace calor —comentó él.

—Sí, y pronto hará más. Vamos, aquí no vamos a encontrar nada de comida. Y, cuanto más tardemos, más débiles nos sentiremos.

—Esto va a ser un asco, ¿no?

Sarah asintió en silencio.

—Sí, va a ser un asco. Pero no tenemos más opción. El código lo deja bastante claro.

Reemprendieron la marcha, adentrándose todavía más en el volcán.

4

Cuando Michael y Sarah llegaron al final del túnel, se detuvieron y se quedaron mirando. El corredor se abría hasta convertirse en una caverna gigantesca llena de pozas de lava burbujeante.

La extensión que tenían ante ellos le recordó a Michael la piel de un tigre. Ríos de turbulento magma incandescente, atravesados por franjas de piedra negra enfriada. Más asombrosa resultaba aún la visión de los flujos de lava en forma de cascada que descendían por las grietas de las paredes, salpicaban y siseaban al caer en las pozas de roca burbujeante. Las llamas ardían en los torrentes que fluían a lo largo de toda la caverna; y Michael y Sarah tenían que cruzarlos todos.

Ráfagas de aire caliente pasaban soplando en oleadas sobre sus cabezas mientras contemplaban el panorama.

—Es peor de lo que pensaba —murmuró Michael.

Sarah cerró los ojos un instante, luego señaló a lo lejos.

—Hay otro túnel por ahí, y la Senda parece apuntar en esa dirección. No percibo ningún otro camino. ¿Y tú?

Michael analizó el código por su cuenta y suspiró.

—No. Supongo que vamos en la dirección correcta.

—Será mejor que nos demos prisa o moriremos deshidratados. Dudo que haya una fuente de agua potable por aquí cerca.

—Adelante —contestó Michael. Estar allí quieto empezaba a ponerlo nervioso y quería ponerse en marcha.

Había una breve bajada desde el túnel hasta el suelo de la caverna, y aprovecharon su posición aventajada para calcular el mejor recorrido, valorando tanto lo que tenían delante como los rápidos vistazos a la programación. Todo se combinaba hasta formar una amalgama de roca enfriada, columnas de fuego y lava en cascada, acompañada de las ya habituales pistas del complejo código acerca del lugar al que necesitaban ir.

Tomando la delantera, Michael escogió bien su camino de descenso por la bajada entre las piedras desperdigadas y la tierra. El suelo se niveló y el calor lo golpeó con fuerza, y se vio obligado a contener la respiración. Había mucho ruido. Un rugido grave que le vibraba en los oídos.

—¿Estás lista? —gritó a Sarah. A ella le corría el sudor a chorros por la cara y su ropa estaba completamente empapada. Michael sabía que él estaba igual de calado.

Ella asintió con la cabeza, demasiado exhausta para hablar. Michael deseó con todas sus fuerzas que el final de la condenada Senda estuviera cerca. Odiaba a Kaine, a la agente Weber y a la SRV.

Michael le devolvió el gesto a Sarah.

Y se dispuso a cruzar la caverna con su amiga a la zaga.

5

Sentía como si su cuerpo estuviera asándose a fuego lento en un horno gigantesco.

Avanzaron por una pasarela de piedra de menos de un metro de ancho que discurría por encima de la lava, y llegaron hasta el centro de la caverna. Esa parte resultó bastante fácil, aunque el calor que desprendía el magma y el miedo de arder en la piedra hirviente dispararon el pulso a Michael. El chico intentaba darse prisa y ser precavido al mismo tiempo, pero el pánico empezaba a apoderarse de él, haciéndole sentir claustrofobia a pesar de las enormes dimensiones de la cueva.

Paso a paso, fueron avanzando por el puente natural; a Michael le ardían los ojos. Cuando alcanzaron otro lado, el chico decidió girar a la derecha y zigzaguearon por el laberinto de islotes de piedra unidos entre sí entre las brillantes pozas de magma. Siempre podían dar media vuelta si era necesario, pero confiaron en el instinto de Michael y en los vistazos al código de cuanto los rodeaba.

Avanzaron por una estrecha franja de piedra negra. Michael sentía el calor a través del calzado; la temperatura era tan elevada que le preocupaba que se le derritieran las suelas. Cuando llegaron al final, pasaron a un islote circular rodeado por un anillo de reluciente magma naranja.

Michael se movió para desplazarse a la izquierda, pero Sarah lo agarró del brazo y se inclinó para acercarse a él.

—¡Creo que deberíamos ir en esa dirección! —gritó, señalando una hilera de afloramientos de roca negra. Era como un caminito de piedras de jardín—. Mira… Al otro lado hay un puente que recorre todo el camino hasta la pared. Después podemos correr por el borde, subir hasta ese agujero y salir de aquí.

Michael estudió la zona durante un instante; parecía que Sarah tenía razón. El camino que él había pensado tomar acababa justo arriba, en un enorme hueco que tendrían que haber saltado cogiendo carrerilla.

—Me parece un buen plan. ¿Quieres ir tú por delante esta vez?

Sonrió de oreja a oreja para demostrar que estaba bromeando, pero ella se lo tomó en serio y saltó al primer islote. Aleteó con los brazos para recuperar el equilibrio; al verlo Michael estuvo a punto de sufrir un infarto.

—¡Ten cuidado! —le gritó.

—¡Solo quería darte un susto! —le respondió ella también a gritos.

—¡Pues no ha tenido gracia! ¡Para nada!

Sarah saltó a la piedra siguiente, y en cuanto estuvo a salvo, Michael la siguió, saltando sobre el primer islote.

—¡Ve despacio! —gritó a su amiga.

—Relájate —contestó ella.

Sarah saltó a la siguiente plataforma de piedra, y así prosiguió sin esperar a Michael. Él la siguió a toda prisa, aterrorizado ante la posibilidad de que ella resbalara y cayera al magma. Piedra a piedra, fue cruzando la lava a saltos tras Sarah, y pronto llegaron, sanos y salvos, al alargado y puntiagudo saliente de roca negra del otro lado.

Sarah lo abrazó con intensidad, y Michael se sorprendió.

—Ha sido espeluznante —le susurró al oído—. ¡Dios, ha sido espeluznante!

Él la rodeó con fuerza por los hombros.

—Sí, te has arriesgado demasiado, ¿no te parece? —A pesar de hallarse en medio de un volcán, Michael estaba disfrutando del abrazo y no quería que se rompiese.

—Era mejor ir avanzando que preocuparse a cada paso.

—Sí, supongo que sí.

Sarah se apartó y lo miró. Le había brotado una lágrima en el ojo que había ido descendiendo por la mugre de su mejilla hasta formar una gota en la barbilla. Luego cayó y fue a dar a su camisa.

—¿Estás bien? —preguntó él.

Ella asintió en silencio y volvió a abrazarlo.

—Venga, vamos a por el siguiente túnel, y así nos refrescamos.

—Esperemos.

Cruzaron corriendo el puente, que parecía seguro en comparación con el camino de piedras. Al otro lado, había una pendiente de polvo y piedra que se extendía hasta la pared de la caverna. Ascendieron como pudieron para alejarse todo lo posible de la lava y luego echaron a correr por el borde, en dirección a la entrada del túnel siguiente, Sarah por delante de Michael.

Se encontraban a tan solo seis metros de distancia cuando ocurrió.

Michael acababa de relajarse un poco y se había permitido pensar en esos momentos compartidos con Sarah. La conversación, que se tomaran de las manos, el abrazo. Debería haber imaginado que, justo entonces, todo se torcería.

Estaban pasando por encima de una gran poza de lava a los pies de la pendiente, cuando oyeron un estruendoso ruido de succión y luego un rugido, como una gran caldera que se hubiera puesto en marcha. Michael se volvió de golpe, justo a tiempo de ver un chorro de roca fundida salir disparado de la poza, una perfecta columna letal de naranja incandescente orientada directamente hacia Sarah.

Cuando impactó contra ella, la chica cayó al suelo, y el grito que profirió no podía compararse con nada que Michael hubiera oído jamás.

6

El terror que se apoderó de Michael fue tan incontenible que olvidó todo lo relativo a la Red Virtual y al ataúd de su casa. Olvidó que la muerte solo suponía que Sarah despertaría en su propio ataúd, sana y salva, aunque un tanto aturdida.

Lo único que veía era a su amiga sufriendo. La lava le quemó la piel y la ropa en un instante, dejando a la vista una horrible imagen de músculos y huesos. Sus gritos fueron ahogándose hasta convertirse en gorjeos cuando se desplomó en el suelo, y a Michael se le partió el corazón.

Ocurrió todo muy deprisa.

Su amigo corrió hacia ella, pero se detuvo, pues sabía que no podía arriesgar su propia vida; la lava estaba retrocediendo sobre el suelo hacia la poza de donde había salido disparada.

Sin embargo, Sarah todavía no estaba muerta. Permanecía tendida y temblorosa, hecha un ovillo. Michael fue acercándose, palmo a palmo y con cuidado, para poder mirarla a la cara. Sarah tenía los ojos abiertos y pudo ver el dolor reflejado en ellos.

—Sarah —susurró, intentando encontrar algo que decir—. Sarah, lo siento.

Ella se esforzó por hablar, aunque se ahogaba. Michael se acercó tanto como pudo hasta situar el oído sobre la cabeza de su amiga.

—Mich… —empezó a decir ella, pero la interrumpió una tos violenta.

A pesar de que Michael odiaba la idea de que lo dejara, deseó que muriera lo antes posible. Que regresara al Despertar. Cada instante de sufrimiento que la consumía sería vivido como una realidad hasta que eso ocurriera.

—Sarah, lo siento. No debería haberte dejado ir delante. Debería…

—Calla —le ordenó ella—. Levanta. —Un nuevo acceso de tos convulsionó su cuerpo.

—No puedo soportarlo —le dijo Michael—. Sarah, no puedo soportar esto. No puedo aceptarlo. Solo quiero volver contigo. Saltaré a la lava.

—¡No! —gritó ella, y él se encogió de dolor—. ¡Tú… termi… termina!

Michael permaneció en silencio unos segundos. Aunque sabía que ella tenía razón.

—Está bien. Lo haré. Te lo prometo.

—Encuentra… el Desfiladero… Consagrado —dijo entre nuevas toses—. Yo…

—Deja de hablar, Sarah. —A Michael le dolía el corazón. Quería que ella regresara a casa y estuviera a salvo—. Déjalo. Te juro que pasaré muy deprisa todo lo que queda y llegaré al final. Recuerda nuestro trato. Un día bajo el sol. Un día en el Despertar. Todo va a salir bien.

—Tra… trato hecho. —Michael creyó que todo había terminado. Que se había ido. Pero entonces, ella volvió a hablar—. Michael —añadió con voz nítida, sin comerse ninguna letra, y él sintió una presión en el pecho, algo que lo atenazaba y le quemaba.

En ese instante, Sarah exhaló su último aliento y su pecho se hundió por última vez. Unos segundos después, desapareció y su cuerpo físico se despertó en el mundo real. Así dejó a Michael en lo más hondo de la Red Virtual, en un lugar del que casi nadie tenía noticia, en medio de una senda de longitud y atrocidad infinita.

Y estaba solo.

Estaba totalmente solo.