18

A los pies de los antepasados

1

Michael tenía que sobrevivir a la Senda para llegar hasta Kaine. Y no iba a permitir que esos demonios lo mataran y acabaran con su única oportunidad.

—Estás loco —le dijo el hombre con las mandíbulas apretadas—. No entiendes lo que…

Michael ahogó sus palabras sujetándolo con más fuerza.

—Cállese.

Las monstruosas criaturas habían detenido su avance. Estaban de pie, encorvadas y retorcidas, alrededor de la habitación, todas con una mirada de pesadilla, a apenas unos segundos de atacar.

—Michael —susurró Sarah. Pareció estar pensándose mejor lo que estaba a punto de decir—. Solo… —Alzó la voz—. Solo asegúrate de que lo matas deprisa cuando lo hagas. Rómpele el cuello de forma limpia y rápida.

Michael tuvo que contenerse para no hacer un mohín.

—Así lo haré.

Fue retrocediendo hasta la puerta, arrastrando a Skale mientras este luchaba por permanecer de pie.

—¡No creáis que no voy a hacerlo! —gritó Michael a los demonios—. Si nos dejáis ir, lo soltaré, si no, ¡morirá!

Parecía absurdo, pero al igual que habían hecho cuando tenían forma animal, las criaturas parecieron entenderlo. Un grave rumor empezó a propagarse por la sala, un grave rugido emitido por el grupo aterrador, y, por cada paso que Michael retrocedía, ellos avanzaban.

El chico se volvió para echar un vistazo a la puerta y vio que los dos demonios que la vigilaban estaban dirigiéndose hacia la salida. Sintió una ligera esperanza, hasta ese momento su plan estaba funcionando.

—No me sigáis —les advirtió Michael cuando llegó a la puerta. Skale luchaba por zafarse del abrazo del chico, pero Michael lo apretó con más fuerza y el viejo dejó de resistirse.

El chico retrocedió de espaldas y atravesó la puerta para adentrarse en la oscuridad, una noche perpetua, con Sarah a su lado. Mientras se alejaban del edificio, centímetro a centímetro, él se giró hacia ella.

—Hazlo hablar —le dijo.

Sarah asintió con la cabeza.

—Ha dicho que sabía cómo llegar al Desfiladero Consagrado. ¿Cómo lo hacemos? ¿La Senda tiene continuidad desde aquí?

—No os diré nada —respondió Skale entre sollozos ahogados—. Por vuestro bien, no por el mío. Nada.

2

Los demonios se habían agolpado en la puerta, con sus cuerpos relucientes y sangrantes apiñados, y observaban a los tres humanos. Esos ojos amarillos reflejaban furia, y Michael percibió la incertidumbre que afloraba también en los monstruos.

—¡Hable! —exigió Michael—. ¡Hable o volverá al Despertar! —Zarandeó al hombre mientras gritaba y oyó como se atragantaba.

Skale, sin embargo, no dijo nada. El pánico empezó a atenazar a Michael. Iba de farol, y ese era el problema. ¿De qué les servía un Skale muerto?

Michael no sabía qué más hacer. Comenzó a tirar de Skale para alejarlo de la casa. El hombre pesaba, y al chico le dolían los músculos por la fuerza que estaba ejerciendo. Sarah permaneció a su lado, mirando con nerviosismo y de forma alternativa a los demonios, a Skale y a Michael.

—¿Qué vamos a hacer? —susurró.

Su amigo no respondió, sino que echó un vistazo a su alrededor en busca de algo, cualquier cosa, que le inspirase. Al fondo del alargado y ruinoso edificio, vio que había una entrada apartada y un enorme cartel encima que decía: CAPILLA DE LOS CUATRO ANTEPASADOS. Cambió de rumbo para dirigirse hacia ese lugar, guiado por la intuición. Skale había dicho algo sobre arrodillarse ante sus antepasados.

El viejo pataleó y luchó para librarse de Michael. El chico se detuvo para poder sujetarlo mejor, alzó la vista y vio que, a unos diez metros de distancia, los demonios habían empezado a franquear la puerta. Uno a uno, fueron adentrándose en la noche; el resplandor de la luna iluminaba sus cuerpos en carne viva y sus brillantes ojos. El eco de los rugidos, gañidos y chillidos retumbaba en el ambiente.

—¡Hable! —gritó Michael a su prisionero, zarandeándolo de nuevo.

Los ojos claros del hombre se alzaron y reflejaban determinación. No pensaba contarle nada a Michael, y el chico lo sabía. El viejo prefería morir.

—Michael —susurró Sarah.

Él levantó la vista y vio a los demonios avanzando en su dirección, a mayor velocidad. Uno de ellos lanzó un grito, un sonido agudo y desgarrador; en algún lugar próximo, Michael oyó el ruido de un cristal que se hacía añicos.

Bajó la vista una vez más hacia Skale, quien le devolvía la mirada. Entonces Michael se rindió. Lo soltó y el hombre cayó al suelo. El gran y poderoso Gunner Skale.

Este asfixiado, esforzándose por volver a respirar, se alejó como pudo y se puso en pie.

—¡Acabad con ellos! —chilló—. ¡Aniquiladlos y destripadlos!

Sarah cogió a Michael por el brazo, y ambos salieron corriendo en dirección a la capilla.

Los demonios rugieron al unísono y cargaron contra ellos.

3

La puerta se encontraba abierta.

Michael la cerró de golpe en cuanto entraron.

—¡Busca algo para atrancarla!

Sarah ya estaba arrastrando una mesa de escritorio. Michael se acercó corriendo para ayudarla y empujó desde atrás. Las patas hacían un ruido espantoso al arrastrarse sobre el suelo de madera, pero los dos chicos no pararon hasta empotrarla contra la puerta. Dos segundos después, los demonios llegaron del otro lado y empezaron a aporrear la puerta.

Michael retrocedió, mirando a izquierda y derecha con atención para valorar el terreno. La capilla era pequeña y sencilla, con una docena de hileras de bancos, más o menos, separadas por un pasillo central que conducía hasta el altar. Por detrás de este, había estatuas de personas de todos los tamaños y edades, esculpidas en mármol blanco y dispuestas sobre una tarima. Sus ojos parecían mirar a Michael. Antepasados. Ancestros.

Michael se percató, con horror, de que había varias vidrieras en las paredes que los rodeaban. Los demonios no necesitaban la puerta.

—El altar —le indicó Sarah, con un tono tan tranquilo que resultó sorprendente—. El altar. ¡Vamos! —Empezó a recorrer el pasillo, y Michael se apresuró tras ella.

—Él dijo que nos arrodilláramos. ¿Ahora qué?

Antes de que Sarah pudiera responder, todas las ventanas implosionaron al mismo tiempo; a lo que siguió el estallido de los gritos, chillidos y rugidos de los demonios.

Michael y Sarah corrieron hacia el altar.

4

El cristal rasgaba los cuerpos de los demonios a medida que iban colándose por las ventanas, pero eso no los frenaba. Michael se centró en el altar, a escasos centímetros de ellos en ese momento.

—¡Deprisa! —gritó Sarah.

Multitud de sonidos y de movimientos se apoderaron del espacio. En cuestión de segundos, los chicos tendrían a toda la horda de monstruos encima. Llegaron al altar, juntaron las palmas de las manos y se dejaron caer de rodillas al suelo. Michael percibió la blandura de un cojín colocado en ese lugar; notó cómo cedía ligeramente bajo su peso.

Pero no ocurrió nada.

Debería haberlo imaginado: con arrodillarse no bastaba.

Tendrían que revisar el código para salir de esa.

5

Una criatura alada entró volando y derribó a Michael, lo tiró de espaldas y envió a Sarah al suelo. El horrible monstruo batió sus alas, sobrevolándolos justo por encima del pecho, y el chico vio que se trataba de un ganso demonio, dos palabras que jamás habría imaginado en un mismo término. Su ensangrentado pico se abrió y un horroroso chillido estridente cruzó la capilla, lo que hizo añicos el cristal que todavía aguantaba encajado en los marcos de las vidrieras.

Michael arqueó la espalda y lanzó una patada, que impactó contra el cuerpo del demonio y lo empujó contra un banco, desde donde cayó al suelo y se quedó inmóvil.

Una garra se cerró sobre el hombro del chico y lo levantó hasta ponerlo de pie, le dio la vuelta y Michael quedó de cara a una pesadilla hecha carne. Se abrieron unas fauces gigantescas, llenas de dientes como dagas. Sarah estaba a su lado, lanzando puñetazos para zafarse de su propio atacante demoníaco.

La criatura que sujetaba a Michael se lo acercó hasta que sus narices casi se tocaban. El hedor resultaba espantoso: una mezcla de comida putrefacta, desperdicios y cuerpos en descomposición. El chico tuvo una arcada cuando la insoportable hediondez lo abofeteó en la cara.

Se trataba del oso. Era lo bastante alto y lo bastante corpulento. Tenía que ser el oso.

Michael se quedó mirando al monstruo a los ojos, y el terror paralizó todo su cuerpo, menos el corazón, que le latía con tanta intensidad que habría podido partirle la caja torácica y salírsele del pecho.

No tenía ni idea de qué hacer.

Algo los golpeó por la derecha. Chico y demonio cayeron al suelo, y Michael quedó libre. El chico se volvió de golpe y vio que se trataba de Sarah; estaba dando puñetazos al demonio oso con todas sus fuerzas. Michael echó un vistazo rápido hacia donde ella se encontraba antes y se dio cuenta de que su amiga había logrado matar a la criatura que la había atacado.

El chico miró de nuevo al frente, de cara al oso, y supo que no podrían derrotarlo. No sin ayuda. Cerró los ojos y se concentró en el código, ignorando el torbellino de complejidad que se arremolinaba a su alrededor. No quería que eso lo distrajera; estaba concentrado en su propio ser, en su aura, en su historia dentro del sueño. Se aferró a lo primero que se reveló ante él, los discos de fuego de Los reinos de Rasputín. Agarró la línea de programación al vuelo y la descargó en la capilla. De haberlo pensado demasiado, no lo habría logrado jamás; al actuar movido por el instinto, de pronto se vio rodeado de luminosos y ardientes discos voladores. Le bastó un solo pensamiento para lanzarlos, los apuntó todos contra el cuerpo del oso.

La bestia rugió cuando empezó a quemársele la carne y llenarse de ampollas. Sarah se alejó arrastrándose y se levantó junto a Michael. El plantígrado herido se volvió bramando para ponerse a cuatro patas, se movió con pesadez hacia la pared y se irguió. Michael giró en círculo: los demonios estaban acercándose en todas direcciones.

Sabía que el altar debía de tener un punto débil en el código, y se encontraba a solo unos metros de distancia. Con una rápida ojeada vio que había un pequeño demonio encima: la ardilla, o quizá el hurón-rata-comadreja que Gunner Skale llevaba sobre el hombro. Este les bufó y enseñó sus diminutos colmillos.

Michael y Sarah seguían de pie, codo con codo, fuertemente agarrados de la mano, retrocediendo de espaldas, poco a poco, en dirección al reclinatorio. El ataque en horquilla de los demonios estaba cercándolos.

—Tú ocúpate del código —susurró Michael—. Localiza el punto ideal. Yo los combatiré lanzándoles más discos de fuego —dijo, aunque no tenía ni idea de cuánto aguantaría.

—De acuerdo —respondió Sarah—. Oriéntame. —Cerró los ojos y le apretó la mano incluso con más fuerza.

Michael dio un paso más. Luego programó otra batería de discos y los lanzó, de forma aleatoria, en todas direcciones.

Los demonios rugían de dolor, y el chico olvidó toda precaución. Tirando de Sarah, se volvió y se lanzó de un salto a los pies del altar. Chocaron contra el suelo, aterrizaron de pie y frenaron justo antes de llegar al reclinatorio. Sarah había conseguido mantener los ojos cerrados, concentrada en su misión, revisando el código que los rodeaba. Michael la tenía sujeta con fuerza de la mano y la guiaba hacia delante. Entonces el pequeño demonio encaramado al altar chilló y arremetió contra la chica; le enredó las patas en el pelo mientras le arañaba la cara e intentaba morderle una oreja. Ella no se inmutó. Michael alargó una mano hacia la criatura, la agarró y la lanzó con todas sus fuerzas.

—¡Lo tengo! —gritó Sarah abriendo los ojos de golpe—. ¡Ya sé qué hacer!

Pero los demonios los rodeaban. Uno cogió a Michael por el brazo; otro, por la pierna. Un tercero tenía a Sarah sujeta por el pelo; Michael la oía gritar mientras la criatura le tiraba de la cabeza hacia atrás. El chico luchaba por soltarse, y así perdió la fuerte concentración que necesitaba para retener el código de los discos de fuego. Las criaturas los tenían cercados. Los agarraban, los apresaban entre sus garras y los mordían. Hubo un momento aterrador en que Michael estuvo a punto de rendirse, prácticamente había decidido dejarse matar y que todo terminara. Volver al Despertar y aceptar las consecuencias.

Sin embargo, algo se encendió dentro de su ser. Un rugido recorrió su garganta y la adrenalina detonó en el interior de sus músculos. Gritando enfurecido, Michael apartó a golpes a las criaturas. Durante un brevísimo instante, vio el miedo en todos los ojos amarillos que lo rodeaban, y eso le infundió más valor.

Apartó de un golpe una enorme bestia que iba a atacar a Sarah. La chica estaba llena de cardenales y la cara cubierta de sangre. Michael la ayudó a levantarse, la alejó del cojín reclinatorio y del altar para acercarse a la tarima con las estatuas de los antepasados.

Sobraban las palabras. Michael cerró los ojos, se conectó al código y percibió la presencia de Sarah allí. Ella ya lo había preparado todo, lo había dispuesto todo ante él. En un turbulento mar de cifras, letras y símbolos, Michael lo vio: un diminuto y brillante indicio de vía de escape. Ambos se dirigieron hacia ella al mismo tiempo.

Los demonios avanzaron en su dirección; su forma digital resultaba tan terrorífica como su manifestación visual. Una garra atacó a Michael por la espalda. Se trataba de un monstruo a cuatro patas —el perro o el zorro—, que saltó sobre el altar, rugiendo. El chico sintió que tiraban de él para desestabilizarlo, pero flexionó todos sus músculos digitales y obligó a su cuerpo a permanecer firme. Durante un segundo más, solo uno más. Registró un fragmento más del código y se oyó una especie de pop.

Entonces todo desapareció.